—Tus lobos siguen entrando en mi territorio, suplicándome que les dé refugio de ti —continuó Liam—, sus ojos brillando mientras su propio lobo emergía a la superficie. —Me ruegan que no los devuelva contigo, que preferirían morir antes que vivir bajo tu liderazgo tiránico.
—¡De acuerdo! —grité, tratando de devolver la atención hacia mí. Sin embargo, nadie parecía estar escuchando.
—Ni siquiera los aceptaría de vuelta aunque me lo suplicaran —se burló Silas—. Realmente desearía tener un martillo de juez o algo así para poder comenzar a golpear al lobo en la cabeza con él. Pero no sabía si eso realmente le haría entrar en razón.
Mis suposiciones sobre los Alfas se habían esfumado antes incluso de entrar en la sala. Pensaba que todos eran hombres estoicos que raramente decían una palabra y consideraban la seguridad, tranquilidad y felicidad de sus manadas con cada movimiento que hacían.