—Alfa Silverblood —dijo con afectación la mujer frente a nosotros mientras hacía una leve reverencia a mi pareja—. El hecho de que tuviera que esforzarse tanto en mostrarnos esa cantidad de escote hizo que tanto mi ratón como yo quisiéramos destrozarla.
La rubia vestía el uniforme de recepcionista del hotel, una falda negra tipo lápiz que le llegaba a las rodillas, y una blusa blanca; los tres primeros botones estaban desabrochados. Llevaba un chaleco negro, pero todo lo que hacía era actuar casi como un corsé, empujando sus senos hacia arriba. Estaba segura de que tenía un distintivo con su nombre, pero mis ojos no podían dejar su escote por nada del mundo.
—Vete —gruñó Raphael, sin siquiera molestarse en mirarla—. Y considérate despedida.