—Qué compañera tan dulce y sensible tenemos —ronroneó Damien al rodar sobre su espalda, atrayéndome para que quedara yo sobre él. Terminé sentándome erguida, a horcajadas sobre sus caderas, su gigantesca polla presionada entre los labios de mi coño y sus abdominales duros como roca.
Incapaz de controlarme, presioné mis manos contra su pecho y me froté arriba y abajo, gimiendo mientras la dureza de él golpeaba mi clítoris en todos los lugares correctos.
—Paciencia, Cariño —canturreó Damien, agarrando mis caderas para que no pudiera moverme—. Vas a hacerme perder el control y arruinar toda la diversión. No querrás hacer eso, ¿verdad?
Sacudí frenéticamente mi cabeza hacia atrás y adelante, mi coño apretando, palpitando alrededor de nada. Quería llorar por el vacío dentro de mí, pero mirando las promesas en los ojos de Damien, me obligué a quedarme quieta.