—Milo —gruñó Travis al dispositivo de comunicación casi invisible que tenía adherido a su oreja y al puño de su uniforme—. ¿Puedes oírme?
Levantó su brazo izquierdo, acunando a la pequeña criatura que descansaba sobre su corazón. Puede que no pudiera sentirla a través del chaleco a prueba de balas que llevaba puesto, pero era suficiente saber que ella estaba allí.
Su compañera seguía unida a él.
—Adelante, Milo —respondió una voz dentro de su oído. Milo era un cambiaforma de pantera y el único en su equipo que era experto en comunicaciones. Hablaba más de diez idiomas y era fluido en el arte de maldecir.
—¿Cuál es la situación? —preguntó Travis, sin apartar los ojos de las pantallas frente a él. Observó impasiblemente cómo los guardias intentaban frenéticamente sus radios, desesperados por que alguien respondiera y viniera a salvarlos.
Sin embargo, ahora que el otro agente de S.G.M estaba fuera, no había nadie que pudiera oír sus súplicas.