—Hemos sido convocados —gruñó Brett mientras abría la puerta de Amanda, sin importarle que solo tuviera una toalla envuelta alrededor—. Apúrate y vístete.
Dejando la puerta igual como entró, Amanda se estremeció al sonido de la puerta cerrándose bruscamente detrás de su líder de equipo.
Tomando un profundo respiro, intentó calmarse. Nunca en su vida había sido tratada así, como si no importara. En la manada, ella era considerada la hembra más fuerte, y la gente a su alrededor la trataba como tal.
Nadie entraba en su habitación sin permiso, mucho menos le ordenaba como si fuera peor que la escoria.
«Todo es culpa de ella», gruñó en su cabeza. Su loba ni siquiera se molestó en levantar la cabeza; solo abrió los ojos y miró a su contraparte humana.
«Tendrás que ser más específica», bufó la loba. «¿A quién estás culpando ahora por tus propios errores?»