—Yo hice eso —encogí de hombros ante la afirmación de la mujer—. Y aún así me llamaste una especie de presa débil. A estas alturas, creo que ni ustedes mismos saben lo que quieren.
Levantando mi pistola, volví a disparar.
El cuerpo de Rachael se derrumbó bajo mi pie, el traqueteo en sus pulmones finalmente se detuvo mientras moría, con salpicaduras de cerebro y sangre formando un nuevo charco a su alrededor.
—No tomé esta pistola de un humano; la hice yo mismo —dije, manteniendo la cabeza alta mientras miraba a todos a mi alrededor—. Sé que la fuerza no depende de cuánto pueda levantar en press de banca o de cuán dispuesto esté a pelear. La verdadera fuerza viene de proteger a las personas que dependen de ti. Y tú...
Mis palabras se cortaron mientras mi nariz se arrugaba en desagrado.