Ofelia no podía ni mirar… eso. Temblorosa, intentó mirar su rostro, pero le fue imposible. Intentó concentrarse en su marcada mandíbula que podría cortar piedra, pero sus ojos continuaban bajando por su cuerpo bronceado.
Killorn tenía un cuerpo que rivalizaba con el dios de la guerra. Era deslumbrante. Su cuello era fuerte y formaba su pecho tenso. Su torso estaba maduro de músculos mientras poderosas venas se enroscaban en sus brazos. Los candelabros le hacían maravillas, causando sombras sobre su abdomen, revelando ocho finas líneas. Entonces, su mirada bajó, despacio, con cuidado...
El corazón de Ofelia se saltó un latido al ver los planos prominentes en sus caderas donde venas rojas enfurecidas pulsaban bajo su mirada. Luego, vio a su gran amigo. Era imposible no hacerlo, pues ya la había penetrado una vez lo suficiente como para hacerle ver estrellas.
—E-eh… —Ofelia no podía ni pensar con claridad.