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Chapter 43 - Cap43:Paz

Consumido en mi cama, las memorias me llevaron a tiempos del pasado que ya no recordaba. Pero, conforme recordaba, conocía los detalles de mi vida, aquella batalla contra el gobierno con tal de lograr mis objetivos. Por eso, estaba en una oficina encargándome del papeleo sobre el trámite de razas; debía identificar quiénes podrían atacar a los ciudadanos normales mientras buscaba los mejores sitios para los seres de aquellas razas. Así, se lograría un buen y agradable intercambio cultural con el cual solidificar la paz.

—Ya pasaron tres años.

Me recosté en mi silla. Todavía esta guerra no había cesado, porque, de la misma manera que había gente que quería la paz, también tenía mis opositores. Esta guerra había tardado mucho más de lo esperado, pero finalmente estaba dando sus frutos. Con la mente tranquila, continué haciendo el papeleo.

—Toc, toc.

No esperaba a nadie en este momento, así que seguro eran noticias.

—Adelante.

La puerta se abrió, y por ella pasó García.

—Vaya, supongo que algo nuevo ha surgido.

—Sí, ya logramos atrapar a los traidores.

—Genial.

Me levanté de mi asiento mirando al soldado. Desde que inicié esta revuelta, decidí involucrarme más en la política para lograr la paz. Por eso, García y el sargento Salazar tuvieron que asumir un papel más fuerte en lo militar para que yo pudiera alcanzar la meta.

—Jacob, esta vez fueron 30 soldados mágicos.

—Ya veo, eso es mayor que lo de antes. Bueno, tocará preguntar.

Con eso en mente, salí de mi oficina junto a García. Me llevó por algunos pasillos poco transitados hasta un ascensor que tenía un letrero de "Fuera de servicio". Presionó el botón para abrirlo y, una vez dentro, miré al techo. Usando las barandas y moviendo un poco el techo, hice la abertura necesaria para posicionarme en el techo del ascensor.

—Sujétate.

Le tendí mi mano a García para que subiera. Una vez que la agarró, lo levanté y lo moví a mi lado. Cuando estuvo junto a mí, tomamos un camino por una abertura del tamaño de una puerta, por donde caminamos a oscuras durante varios minutos. Al final del pasillo había otro ascensor en el que nos subimos, presionamos el botón de bajar y empezó a moverse.

—Sí que tenemos varios métodos de seguridad.

—Sí, ese amigo tuyo es un genio en esto.

—Ja, Jonathan es lo mejor en esto. Por algo trabajaba en ciberseguridad.

Mientras decía eso, finalmente la puerta se abrió.

—Hey, Jacob. Por cierto, ¿sabías que pasamos por tres mecanismos de seguridad?

—Me imagino dos métodos: el primero, cuando pasamos por el pasillo; tal vez tiene láseres. El otro sería al entrar aquí, seguro usa huellas. Pero, ¿cuál sería el tercero?

—También era de huella, aunque era en el primer ascensor.

—Ya veo, sí que es quisquilloso con esto.

—Normal. ¿Quién querría perder a un amigo y su gran salario al mismo tiempo?

Asentí en respuesta a eso. Luego miré lo que tenía enfrente: era una puerta insonorizada.

—Supongo que es hora de la rutina.

Con el rostro mirando al suelo, incapaz de mirar con orgullo lo que seguramente tendría que hacer, abrí la puerta.

—Les daré una cuenta de 10 segundos. ¿Quién de ustedes es el líder? Uno.

Apenas entré, lancé esa pregunta. Miré ojo a ojo a aquellos soldados amarrados; cada uno miraba a su compañero a medida que el tiempo se les agotaba. Para presionarlos, decidí encender mi mano en fuego mediante magia.

—Cinco. Repito la pregunta, ¿quién de ustedes es?

Empecé a caminar cerca de los soldados mientras los observaba más detalladamente. Me detuve frente a uno de ellos. Si nadie hablaba, tendría que sacar las palabras.

—Sufrirán, y nadie sabrá que existieron. Después de todo, ustedes no son los primeros. Tres.

Lancé esa amenaza, aunque me faltaba valor para cumplirla. Pero me mantuve de pie, mirándolos a los ojos, sin darles la posibilidad de desviar su mirada, porque con mi otra mano tomaba sus caras mientras acercaba mi mano con fuego.

—Dos.

—Soy yo.

Me detuve y me paré frente a aquel hombre calvo, que parecía estar en sus treinta años, a diferencia de mí, que tenía 24.

—Ya veo. Entonces, di lo que les ofreció el gobierno.

—Dijeron que darían protección, dinero e incluso incrementarían las habilidades mágicas a cambio de sabotear esa misión.

Di un suspiro mientras miraba a aquel hombre que había caído ante esas mentiras.

—¿¡Protección!? Idiota, ¿no ves que el gobierno está por caer? Aparte, ¿de dónde sacarían ese dinero si han perdido el apoyo desde hace tiempo? Es más, incrementar las habilidades mágicas es imposible.

—Oye, pero tú eres Viento, el francotirador. Se dice que tenías límites de maná. ¿Cómo los superaste?

—Eso no se pregunta. Yo soy el que hace las preguntas.

Tragando saliva, se cayó. Le dirigí la palabra a García.

—Dime, ¿qué tanto lograron?

—Hicieron un motín en medio de la misión, pero al ser tan pocos fue fácil suprimirlos.

—Ya veo. No los dejes salir y cumple con lo del alimento.

—Entendido.

Con eso en mente, salí del cuarto para darme un respiro. Cada vez que hacía este tipo de cosas, me faltaba el coraje para acabar con la vida de alguien, pero también sentía que podía hacerlo en cualquier momento. Seguramente otros me verían como un monstruo porque realmente consideraba la posibilidad de asesinarlos, y, si usaba magia, sería fácil borrar el rastro de su existencia. Esta fue otra razón por la que decidí alejarme del campo de batalla. Sería visto como un monstruo y no como alguien que quería la paz. Con eso en mente, decidí ir a la oficina. Al entrar, noté un aire diferente; el sol entraba por una ventana, a diferencia de ese lugar donde interrogaba. Abrí la ventana para sentir el olor fresco de la naturaleza y calmarme un poco. Respiré profundamente, y mi corazón se desaceleró.

—Toc, toc.

—Adelante.

Entró un ser alado que traía varios papeles.

—Ay, por favor. Ya pensaba que me quedaba poco papeleo.

—En realidad, hay pocas cosas que firmar aquí.

—¿En serio?

—Sí, pero eso no quita que sean importantes.

—Oh, vaya. Eso suena bien, importante y rápido.

—Son los papeles para que finalmente se logre la paz.

—Genial, aunque ganamos con apenas margen.

E inicié a recordar cómo fue que lo logramos. Fue una votación gracias al pueblo, donde obtuvimos un 54 a 46. Luego de eso, han pasado varios meses en estas negociaciones, pero lo que más nos ha frenado son los traidores y los problemas internos. Si no fuera por Aglala, estas cosas no hubieran sido fáciles de sostener; tal vez hubiéramos caído en el primer año.

—Ahora que lo pienso, ¿dónde está Aglala?

—Esa era otra razón por la que vine. Voy a llevarlo al sitio donde se firmará todo.

—Ya veo, gracias.

Salí del sitio donde me encontraba para ir al patio. Como era habitual, algunos de ellos movían personas o mercancía para fortalecer esta normalización de su existencia. Luego de unas horas volando, el ser alado me dejó frente a una gran casa. Afuera, grandes grupos de gente querían entrar, pero sin éxito. Solo saludé para poder ingresar.

Sus lujosos cuadros llegaron a mi visión mientras seguía a uno de los trabajadores, quien me llevaba al sitio donde se haría el tratado. Al entrar, vi a dos personas importantes: el presidente del país y Aglala. El presidente llevaba su traje de corbata y me dirigió una mirada en la que se notaban sus ojeras, mientras que Aglala vestía un elegante vestido formal de color verde y permanecía sentada.

—Qué bien que viniste, Jacobo.

—Gracias por su asistencia, señor Méndez. Tome asiento.

Siguiendo la orden del presidente, me senté en el sitio disponible. Ellos iniciaron a charlar mientras la cámara grababa los acontecimientos. Fue una conversación simple y calmada, con el propósito de demostrar que la paz sería un hecho. Después de todo, ya habían discutido todo anteriormente, dejando como único paso pendiente la firma del acuerdo.

El presidente firmó. Aglala lo hizo. Y yo también.

Ante esto, hicieron un brindis como acto de paz. Ya habíamos ganado esta larga guerra, que había transcurrido durante tres años.

—Ring.

Era mi teléfono. Ante eso, salí del sitio para hablar.

—Oye, García, ¿por qué me llamas en este momento?

—Es que necesitamos ayuda. Grim está atacando.