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Chapter 17 - 17) Fin del segundo desastre.

Los gritos desgarradores y el hedor putrefacto llenaban la noche maldita. Mis músculos ardían de dolor, un dolor que se intensificaba con cada movimiento de mi espada, pero sabía que no podía detenerme.

Los zombis, más numerosos que antes, eran un enemigo implacable. Aunque fueran apenas una tercera parte de nuestro número, ignorarlos era imposible. No se cansaban, no sentían dolor, y cada segundo de lucha desgastaba nuestras fuerzas físicas y mentales. Lo único a nuestro favor eran las defensas, las armas y nuestra inteligencia. Habíamos ideado métodos para minimizar el contacto con ellos, pero aun así, la batalla era todo menos sencilla.

Mi espada continuaba cortando, hundiéndose en la carne pútrida de los cadáveres andantes. Por un momento, mi precisión mejoró al acostumbrarme a sus movimientos, pero el agotamiento pronto comenzó a mermar mi capacidad una vez más. Pelear sin descanso, enfrentando a esas máquinas incansables de matar, rodeado de oscuridad apenas iluminada por antorchas, era suficiente para quebrar a cualquiera.

Por suerte, tenía mi habilidad [Incansable], que me había permitido resistir hasta ahora. De no ser por ella, habría tenido que retirarme y confiar en mis hombres para sostener la línea mientras recuperaba fuerzas.

Seguimos luchando, pero nuestros muros estaban cediendo. Ya había tres brechas por donde los cadáveres entraban. Aunque algunas eran más fáciles de controlar, otras estaban al borde del colapso.

...

*¡Swish!*

Mi espada trazó un arco perfecto, su filo hundiéndose en el cuello de un cadáver que venía hacia mí. Se quedó atorada, y de forma instintiva, lancé una patada al cuerpo del zombi, derribándolo y liberando mi arma. Como tantas veces antes, uno de mis hombres se encargó de rematarlo, aplastando su cabeza en el suelo.

Respiraba con dificultad, pero el alivio comenzaba a mitigar el dolor en mi cuerpo. La presión de los muertos vivientes disminuía; había menos de ellos, y mis hombres podían concentrarse en eliminar a cada enemigo con más eficiencia. El peso que cada uno soportaba se aligeraba, y la seguridad crecía. Además, el marcador de muertes estaba cerca del objetivo. Solo faltaban poco más de una decena para llegar a los 100 y dar fin a esta pesadilla.

Sin embargo, no todo eran buenas noticias. Algunas personas habían muerto y otras resultaron heridas, al menos en mi posición. No sabía cómo les había ido al resto, pero al no estar completamente rodeados por zombis, suponía que les fue algo mejor.

Pasaron varios minutos de lucha hasta que, finalmente, el marcador alcanzó su límite. Pero el alivio duró poco. Mi rostro se llenó de horror al leer el mensaje que apareció ante mí.

[100/100]

[Algunas de las acciones del participante han provocado cambios en el desastre actual. Acción cometida: dejar demasiados cadáveres a la intemperie.]

[Desastre de Lyricus ascendido a nivel 3.]

[0/150]

Quise gritarle a los cielos, maldecir a cualquier divinidad que pudiera escucharme, al ver cómo más muertos salían del bosque. Una nueva horda, más grande, más terrible.

"¡Preparaos!" grité con lo poco que me quedaba de fuerza. Apreté mi espada con ambas manos y traté de reunir energías de donde no había para continuar.

Vi los rostros de mis hombres: cansados, al borde del colapso, reflejando la misma desesperación que sentía. Pero, al igual que yo, sabían que rendirse no era una opción. El cansancio solo podía significar una cosa: la muerte.

Los primeros en llegar fueron los zombis más rápidos. Algunos chocaron contra la empalizada antes de encontrar el camino hacia el interior, mientras otros se dirigieron directamente a las brechas, invadiendo nuestro campamento. Estos eran los peores: rápidos, fuertes y con una inteligencia mínima pero peligrosa.

Se abalanzaron sobre nosotros como bestias salvajes, y nuestras armas desgastadas apenas lograban contenerlos. En un estado de adrenalina pura y con mi cuerpo al límite, avancé para enfrentar a los no muertos con mi espada, ignorando cualquier pensamiento de autopreservación. Mi mente, ya abrumada, dejó de razonar con claridad, pero esa misma pérdida de control me permitió hacer algo que no había esperado.

Con un grito salvaje, corrí hacia uno de los zombis más imponentes que había visto. Era de esos que se destacaban entre los demás por su fuerza superior. Emitiendo un gruñido gutural desde su garganta podrida, extendió sus brazos hacia mí. Sin detenerme, lancé un corte de izquierda a derecha, más feroz que preciso… y en ese momento lo sentí.

No sabía qué era, pero una especie de epifanía me atravesó en el momento en que solo pensaba en acabar con todos estos invasores antinaturales. Fue como si algo en mi interior despertara. Mi espada pareció brillar con un tenue filo rojo, y el zombi, por un instante, mostró una línea roja que cruzaba su cuerpo. No era algo literal, sino una visión, un efecto visual que parecía guiarme.

De pronto, mi espada se volvió increíblemente ligera, como si todo mi agotamiento desapareciera durante unos segundos. El filo atravesó el cuerpo del no muerto sin resistencia, como si solo estuviera cortando el aire. El movimiento fue limpio, sencillo… y devastador. Antes de darme cuenta, el cadáver cayó al suelo, su cabeza y brazos separados del torso por cortes precisos, formando líneas casi perfectas.

No entendía lo que había pasado, pero una sensación de poder me invadió. Era como si, por un instante, sintiera que tenía el control sobre la vida y la muerte. Entonces lo comprendí: era la habilidad de mi clase, [Matarife]. Había activado [Matar] por primera vez, y su potencial quedó claro ante mis ojos. Ese zombi, uno de los más peligrosos por su fuerza y agilidad casi humanas, fue eliminado en un solo instante.

Esa visión, ese logro, llenó mi espíritu de renovada energía, aunque sabía que era una ilusión. Mi cuerpo seguía agotado, algo que quedó claro cuando uno de los zombis más débiles me hizo sudar al enfrentarlo. Pero no me rendí. Aunque no vi señales de que [Matar] volviera a activarse pronto, seguí luchando. Decidí que esta batalla sería un todo o nada.

El destino parecía estar burlándose de mí. Quizás era justicia divina. Había matado a muchas personas para fortalecer mi campamento, y ahora esos cadáveres eran los que nos asediaban. Una broma cruel: los muertos reclamando venganza.

A medida que continuaba luchando, comencé a entender cómo mejorar la eficiencia de mi habilidad. Su rendimiento dependía de la diferencia de poder entre yo y mi objetivo. Contra enemigos más débiles, tenía más posibilidades de activarse. Así que dejé de concentrarme en los zombis más fuertes y empecé a eliminar a los más vulnerables. Si podía activar [Matar] con mayor frecuencia, reduciría sus números rápidamente, aliviando la carga sobre mis hombres.

Pero aunque había encontrado esa estrategia, la situación solo empeoraba. Gritos y llamados de auxilio resonaban a mi alrededor. No muy lejos, vi cómo se abría otra brecha en las defensas. Algunos de mis hombres corrieron a cubrirla, pero eso solo dividía nuestras fuerzas y debilitaba nuestra línea. Con cada momento que pasaba, el terreno que habíamos logrado defender se reducía más.

Corrí hacia ellos para apoyarlos, viendo cómo estaban a punto de ser superados. Pero justo en ese momento, la empalizada a mi lado se desplomó, dejando que uno de los no muertos se abalanzara sobre mí por sorpresa. Sentí un dolor intenso cuando una niña zombi me mordió en un costado del abdomen. Me había derribado sin que me diera cuenta, oculta hasta entonces por su baja estatura junto al muro.

A pesar de su apariencia infantil y casi tierna, tenía la misma ferocidad y hambre insaciable de carne viva que los demás. Sin embargo, no tenía suficiente fuerza para arrancar mi carne de inmediato, pero la sangre fluía entre sus dientes mientras el dolor invadía mi cuerpo. Mi espada se escapó de mi mano, y lo único que pude hacer fue sacar mi pequeña daga, clavándola desesperadamente en su cabeza una y otra vez, con la esperanza de acabar con ella y liberarme de su mordida.

Recordé, en ese instante, las palabras de mis hombres: siempre lleva un arma secundaria, no importa cuán pequeña o insignificante parezca. Y ahora comprendía cuánta razón tenían.

Fue difícil, pero en mi desesperado instinto de supervivencia logré acabar con la pequeña zombi. Aun así, el daño ya estaba hecho. Sangrando y mareado, apenas tuve tiempo para lamentarme. Vi cómo más zombis se dirigían hacia mí. Sin otra opción, me levanté rápidamente, tomé mi espada del suelo y me preparé para luchar una vez más.

El dolor era insoportable, y el mareo me nublaba los sentidos, pero, irónicamente, la sensación de que iba a morir me dio fuerzas para seguir adelante. Si mi destino era morir aquí, al menos lo haría peleando.

Con un último esfuerzo, blandí mi espada contra el zombi más cercano, retrocediendo para evitar ser rodeado. No podía permitirme ser valiente; luchaba de manera calculada, casi cobarde, pero efectiva… al menos por un tiempo. Rodeado de gritos, y sintiendo que mi cuerpo no daba para más, solo pude retroceder, abriendo espacio entre los cadáveres y yo.

Mis pulmones ardían, como si en cualquier momento fueran a explotar. Estaba agotado, sin aliento y sin escapatoria. Mientras retrocedía, mi vista comenzó a nublarse, y un pitido ensordecedor llenaba mis oídos, aislándome de lo que ocurría a mi alrededor.

Cuando finalmente recuperé un poco de claridad, vi la situación con horror: no fui el único que había huido. Varias de las brechas que defendimos colapsaron, y mis hombres, al igual que yo, se retiraron. Nuevas brechas surgieron, imposibles de cubrir a tiempo.

Los zombis comenzaron a entrar al pueblo. Los vi golpearse contra las puertas, paredes y ventanas de las casas donde los vivos buscaban refugio desesperadamente. Por suerte, habíamos construido esas casas siguiendo los diseños fortificados de la civilización "???", y parecía que esa decisión había sido acertada. Resistirían por un tiempo. Incluso si los zombis lograban entrar, los pasadizos y escondrijos dentro de las casas ofrecerían una oportunidad para que algunos pocos lograran escapar.

Observé cómo los zombis vagaban con libertad por el campamento. Algunos se enfrentaban a mis hombres, quienes aún podían combatir, otros devoraban a quienes no lograron resistir, mientras unos pocos atacaban las casas. No tardaron en acercarse a mí.

"¡AAAHHHHH!" Grité con todas mis fuerzas, dejando salir toda mi frustración, mientras me arrastraba por el suelo con el frío recorriendo mi cuerpo. Mi grito llamó la atención de uno de ellos, que avanzó hacia mí tambaleándose. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levanté mi espada con un último esfuerzo y lo corté. Para mi sorpresa, una vez más activé la habilidad [Matar] por puro azar, eliminándolo de un solo golpe limpio.

No estábamos completamente perdidos. No todavía. Habíamos perdido la empalizada, sí, pero muchos de nosotros, aunque exhaustos, estábamos decididos a luchar hasta el último aliento. Los zombis rondaban libremente por el campamento, pero aún había esperanza... un objetivo... cada uno de ellos debía ser eliminado.

Incluso las mujeres refugiadas en las casas se armaron, listas para pelear si llegaba el momento. Aunque estábamos heridos, agotados, y nuestras imprudencias seguramente nos traerían más lesiones, seguimos avanzando con una especie de locura incontrolable, decididos a acabar con cada muerto viviente que intentara arrebatarnos la vida.

Nuestro cambio en el estilo de combate, más agresivo y sin reservas, tuvo su efecto. Logramos eliminar a los zombis con mayor rapidez, pero el costo fue alto: más vidas fueron sacrificadas en el proceso.

Mis piernas dejaron de responder. Sentía mis brazos como si fueran piezas de metal oxidadas, moviéndose de forma rígida y torpe. Aun así, no dejé de luchar. Estando casi inmóvil, cortaba a cualquier cadáver que se atreviera a acercarse.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero poco a poco la oscuridad que había envuelto el campamento durante toda la noche comenzó a despejarse. El cielo empezaba a teñirse de un tenue brillo, señalando que el amanecer estaba cerca.

Desplomado sobre el suelo, sin fuerzas para levantarme, giré la cabeza. Pude ver los primeros rayos del sol iluminando el desastre a nuestro alrededor. El campamento, ahora lleno de cadáveres, parecía recuperar un destello de vida pese al horror. La luz del sol, cálida y esperanzadora, caía sobre los cuerpos inertes, y algunos de ellos comenzaban a desintegrarse, convirtiéndose en polvo al contacto con la luz.

Habíamos sobrevivido… aunque a un precio demasiado alto.

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