Parece que, cuando deseas que el tiempo pase rápido, este se empeña en avanzar más lento, y al revés funciona igual. Lo inevitable se acercaba, y aunque intentaba mantenerme calmado, los nervios me devoraban. Esta vez, al menos, tuvimos un aviso con algo de antelación. Aunque tarde llegó en la noche, mientras ya dormía, fue suficiente para sacarme del sueño.
[Aviso a todos los competidores: Dentro de 24 horas comenzará el segundo desastre de la etapa inicial. Prepárense y buena suerte. A los competidores individuales se les recuerda mantenerse alejados para evitar versos involucrados.]
Ese mensaje me obligó a reaccionar de inmediato. Aunque ya tenía un plan general, la ansiedad me empujó a revisarlo una y otra vez, como si algo se me estuviera escapando. El aviso llegó exactamente a la medianoche, y después de dar unas vueltas por el cuarto, logré volver a dormirme... o al menos lo intenté.
Al amanecer, me levanté y reuní a la mayor cantidad de personas posible. Les informaré sobre cómo procederíamos. Ellos, a su vez, debían pasar el mensaje a los demás para que nadie quedara desinformado. El día transcurriría con normalidad hasta que quedaran 12 horas para el desastre. En ese momento, todos tomarían un descanso hasta entre 4 y 2 horas antes del comienzo. Una vez llegado el momento crítico, todos estarían en alerta máxima, divididos en grupos que rotarían para descansar.
No sabía cuál sería el desastre, solo que, al igual que el anterior, duraría hasta 24 horas.
Aunque intenté mantenerme ocupado, el nerviosismo no me dejó en paz en todo el día. Mis sueños fueron intermitentes y ligeros, más pesadillas que descanso real. Hice todo lo que estaba a mi alcance: armé a mi gente, organizamos las reservas de comida, preparamos mantas por si era una nevada, e incluso revisamos todos los informes que otros participantes habían publicado sobre el desastre anterior. Aun así, no tenía ni una pista de lo que se avecinaba. Sentía el corazón en la garganta mientras miraba mis estadísticas, sabiendo que no cambiarían nada, arrepintiéndome de no haber avanzado más en mis clases.
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Clase: [Matarife (1/100)], [Mendigo (31/100)], [Alcalde (9/100)], [Maestro Oscuro (12/100)]
- Alcalde Menor (Cobre): [Súbditos: 62/100]
- Maestro de Penumbras (Oro): [Esclavos: 160/160], [Súbditos: 80/80], [Sobrenatural: 0/20]
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[El desastre ha comenzado. Buena suerte a los participantes.]
El aviso resonó en mi cabeza una vez más. Apreté la empuñadura de mi espada, sintiendo el sudor frío recorrer mi espalda. Caminé hacia las puertas de las empalizadas, donde el aire parecía más denso, casi podrido, como un presagio de muerte inminente.
Las empalizadas no tenían puertas como tal, pero estaban bloqueadas con troncos y otros obstáculos improvisados. Sobre estas, cada cierta distancia, habíamos colocado plataformas con arqueros listos para cualquier eventualidad. La oscuridad era opresiva, pero durante el día habíamos fabricado antorchas, distribuyéndolas tanto dentro del pueblo como en las áreas cercanas a la empalizada. Así evitaríamos que algo se acercara sin ser visto.
También habíamos reunido suficiente madera para mantener las hogueras encendidas por horas, aunque gastar esos recursos era un riesgo que preferiría evitar.
Los que sabían montar estaban listos con caballos en las entradas, y pequeños grupos patrullaban el interior de la empalizada para asegurar que cualquier emergencia se comunicara rápidamente.
Yo, incapaz de contener mi ansiedad, recorría la empalizada de un lado a otro. Me detenía en cada puerta durante algunos minutos, observando el exterior y repasando mentalmente nuestras defensas. Sabía que me agotaría inútilmente, pero no podía quedarme quieto. Para mi sorpresa, esa inquietud terminó siendo útil.
Pasó aproximadamente una hora del comienzo del desastre cuando un hombre vino corriendo hacia mí, pálido y agitado. "¡Hemos visto algo!"
Había dado órdenes estrictas: cualquier cosa, por mínima que fuera, debía ser reportada de inmediato. Y allí estaba yo, listo para enfrentar lo desconocido.
Sin dudarlo, corrí con todas mis fuerzas hacia la ubicación indicada. Subí a una de las plataformas de los arqueros para tener una mejor vista. Aunque podía mirar a través de las rendijas de la empalizada, necesitaba asegurarme de ver claramente qué estaba ocurriendo.
Ya dentro del área iluminada por las antorchas, una figura humanoide apareció tambaleándose lentamente. Solo con verla se me erizó la piel. No tengo buenas experiencias con las figuras humanoides que se acercan durante los desastres. Sin embargo, esta era... diferente.
Su andar era lento y torpe. Aunque tenía forma antropomórfica, era mucho más escuálida que un necrario. No se distinguía bien en la penumbra, con su ropa hecha jirones, sucia, y su piel... ¿era piel? Quizás por la oscuridad de la noche me costaba discernir, pero conforme se acercaba a la luz, su apariencia se volvía más clara. Y mucho peor.
No era piel. Era carne viva y ensangrentada. No tenía pelo, y partes de su cráneo estaban al descubierto. Le faltaba un ojo, y los dientes sobresalían grotescamente por la ausencia parcial de los labios. Extendía sus brazos hacia adelante, y en uno de ellos la carne había cedido, dejando el hueso visible.
Eso no era una persona. No podía serlo. Ningún ser humano podría moverse así, menos aún sin gritar de dolor con esas heridas.
"¡Alto!" grité, intentando buscar algún atisbo de respuesta. Pero lo único que hizo fue acelerar su paso, sus dientes al descubierto en un gesto que parecía más animal que humano. "¡Tú, dispárale!", le ordenó al arquero a mi lado, quien parecía petrificado por el terror.
El arquero tragó saliva con fuerza, tensó su arco y disparó. La flecha impactó en el costado del estómago del ser. Este se tambaleó ligeramente por el golpe, pero, para nuestro horror, siguió avanzando como si nada. Ni siquiera sangraba.
"¡Dispárenle a la cabeza! Si se acerca demasiado, use las lanzas, pero no se acerquen. ¡Manténganse lejos!" La orden salió de mi boca mientras el miedo me atenazaba el pecho. Sabía lo que era esa cosa. Lo había supuesto, y ahora lo confirmaba: Zombies . No temía tanto al poder individual de esas criaturas, sino al caos que su existencia podía desatar.
Mis hombres apretaron con fuerza sus armas y obedecieron. Los arqueros dispararon, aunque cerrar a la cabeza no era tarea fácil, especialmente para quienes no eran realmente arqueros. Algunas flechas impactaron en el cuerpo, sin causar más que retrasos momentáneos. Finalmente, una de ellas se clavó profundamente en el cráneo de la criatura, atravesando su cerebro. El cadáver viviente se desplomó en el suelo, inerte una vez más.
[1/50]
"¡Maldita sea!", grité al confirmar cuál era el desastre.
El insignificante alivio de haber derrotado a uno se esfumó de inmediato cuando, entre las sombras del bosque, vi cómo más figuras comenzaban a emerger. Algunas eran tan lentas como la primera... pero otras no.
"¡PREPÁRENSE!" vociferé. "¡RÁPIDO! ¡MENSAJEROS, INFORMEN A TODOS! ¡NOS ATACAN MUERTOS VIVIENTES! ARCOS Y LANZAS PRIMERO, NO SE ACERQUEN. ¡MANTÉNGANSE LO MÁS ALEJADOS POSIBLE DE ELLOS Y ATAQUEN DESDE DETRÁS DE LA EMPALIZADA! ¡Y, POR ENCIMA DE TODO, ¡APUNTEN A LA CABEZA!"
Di mis órdenes mientras empuñaba mi espada, observando cómo los zombies se acercaban cada vez más. Sabía que este lugar tenía su base en cuentos de terror, y hasta ahora, mis suposiciones lo confirmaban. Pero algo me heló aún más la sangre: ¿Qué tan antiguos eran esos cuentos? ¿Y qué tan cerca estábamos de un verdadero apocalipsis zombie, como los que representan las historias modernas?
Pude ver cómo algunos zombies se acercaban, pero no todos eran iguales. Los había como el anterior: lentos, descompuestos, claramente cadáveres andantes. Sin embargo, otros se movían con una velocidad casi humana, y sus heridas no eran tan graves como para delatarlos de inmediato. Parecían personas al borde de la muerte más que muertos vivientes. Aunque eran pocos en número, estos últimos me inquietaban mucho más.
Los arqueros dispararon, pero sus ataques apenas causaron daño. Quizás sus arcos carecían de la potencia suficiente, porque pocas flechas lograban penetrar la carne podrida de los zombies. Y aunque impactaran sus cuerpos, no servía de nada; incluso si sus piernas quedaban inutilizadas, las criaturas seguían avanzando, arrastrándose por el suelo con una persistencia aterradora.
Cuando alcanzaron la empalizada, comenzaron a golpearla con una ferocidad animal, tratando de llegar hasta nosotros. Agradecí haberla construido, incluso si su propósito original era mantener a raya a animales salvajes. Ahora nos protege de algo mucho peor. Enfrentar a los zombies cuerpo a cuerpo habría sido un suicidio, especialmente viendo la fuerza descomunal con la que atacaban.
Mis hombres, siguiendo mis órdenes, atacaban con lanzas desde detrás de la empalizada o desde las plataformas de los arqueros. Sin embargo, dañarlos desde la distancia era complicado. Perforar sus cráneos, la única forma efectiva de matarlos, requería precisión y fuerza.
El hedor de la putrefacción llenaba el aire, cada vez más intenso. Mis hombres gritaban mientras trataban de hundir las puntas de sus lanzas en los ojos de los zombies, pero esto solo parecía avivar el hambre insaciable de los no muertos. La empalizada resistía, aunque los ataques constantes comenzaban a deformarla. Afortunadamente, cumplió su cometido: nos daba tiempo. Ninguno de ellos había logrado atravesarla.
Con el puesto defendido y los gritos de batalla resonando a mi alrededor, decidí abandonar el área para inspeccionar las demás defensas. Los zombies no atacaban desde una sola dirección, como lo hicieron los lobos; nos estaban rodeando. Aunque con solo 50 individuos, rodear completamente el campamento era difícil.
Dispersos a lo largo de la empalizada, hombres y mujeres luchaban con determinación. Me sentí aliviado de ver que seguían mis órdenes al pie de la letra. Las precauciones ralentizaban la eliminación de los zombies, pero protegían nuestras vidas.
Cuando llegué a una de las puertas, encontré una gran concentración de ellos. Tomé una lanza y me uní al combate, aunque sabía que mi habilidad palidecía frente a la de mis hombres más fuertes. Incluso ellos tenían dificultades para acabar con estas criaturas. Mi ayuda era mínima, pero hice lo mejor que pude.
Poco a poco, el número de zombies disminuyó. Sin embargo, me di cuenta de algo alarmante: algunos de los caídos seguían moviéndose. El marcador no cambiaba.
"¡Asegúrense de perforar el cerebro de los cadáveres, aunque parezcan inertes!" ordené rápidamente. También mandé a algunos mensajeros a difundir la instrucción.
Finalmente, el marcador mostró [50/50] . Un suspiro de alivio recorrió el campamento, pero el momento se interrumpió abruptamente cuando un nuevo mensaje apareció frente a mis ojos:
[Algunas de las acciones del participante han provocado cambios en el desastre actual. Acción cometida: dejar muchos cadáveres a la intemperie.]
[Desastre de Lyricus ascendido a nivel 2.]
Mi respiración se detuvo. Con horror, vi cómo el marcador anterior desaparecía y era reemplazado por otro:
[0/100]
Los gemidos de los zombies se intensificaron desde el bosque. Más criaturas comenzaban a emerger, muchas más que antes. Algunas eran difíciles de ver, ya que varias antorchas habían sido derribadas o apagadas por el ataque inicial.
"¡Prepárense, esto aún no ha terminado!" grité con desesperación al ver cómo aumentaban los números de los zombies, entre ellos algunos más rápidos y fuertes que los anteriores.
Ordené a los arqueros que no escatimaran flechas. Ahora había suficientes objetivos como para vaciar sus aljabas sin remordimientos. Al mismo tiempo, los sonidos de batalla en las demás direcciones se volvieron más intensos, indicando que el peligro nos rodeaba completamente. Sabía que no podíamos sostener este ritmo por mucho tiempo.
"¡Todo aquel que no pueda pelear, refúgiese en las casas! ¡Enciérrense y no salgan bajo ninguna circunstancia!" grité a los civiles. Mientras tanto, los no muertos seguían atacando la empalizada sin descanso. La estructura temblaba y crujía bajo el constante embate de los golpes, astillándose poco a poco. A pesar de nuestros esfuerzos por detenerlos desde la seguridad del campamento, no pudimos contenerlos por completo.
El desastre llegó cuando pasó una sección cercana de la empalizada, abriendo una brecha pequeña pero mortal. Vi a mis hombres intentar contener a los zombies, pero sabía que era peligroso acercarse.
"¡Alejense!" grité mientras corría hacia ellos.
Uno de mis soldados, armado con una lanza, trató de detener a un zombie particularmente fuerte. Sin embargo, al estar demasiado cerca, perdió el control del arma. El no muerto se abalanzó sobre él con una fuerza inhumana, mordiendo su carne y arrancando un trozo de piel con facilidad. Las uñas del monstruo se desgarraron su brazo, dejando heridas profundas.
Otro soldado, armado con un garrote, golpeó la cabeza del zombie, logrando apartarlo momentáneamente, pero más criaturas comenzaban a colarse por la brecha. Cuando llegué para ayudar, vi cómo los soldados formaban un círculo improvisado alrededor del agujero. Usaban sus lanzas para mantener a los zombies a raya clavándolas en sus cuerpos y empujándolos mientras los arqueros y los combatientes a corta distancia intentaban destruir sus cabezas con ataques precisos.
Me reconfortó ver que mis hombres no eran inútiles. Habían aprendido a adaptarse rápidamente a esta amenaza y estaban improvisando contramedidas. Sin embargo, el ruido de la lucha parecía atraer a más zombies de las cercanías que aun luchaban por atravesar la empalizada, guiándolos directamente hacia nuestra posición.
Con mi espada en mano, salté hacia el centro de la brecha para unirme al combate. Solo podía esperar que las demás secciones de la empalizada no hubieran caído y que no enfrentáramos más problemas graves.
Concentrándome en los enemigos frente a mí, realicé un corte como había practicado. Mi espada atravesó la carne del zombie con cierta resistencia, pero logrará retirarla con rapidez y continuar mi ataque. Apunté al cuello y la cabeza, donde sabía que podía causar el mayor daño. El arma de nivel plateado que portaba marcaba una gran diferencia. Un corte bien ejecutado podía destruir a un zombie de un solo golpe, aunque mi falta de fuerza limitaba la efectividad de mis ataques.
Incluso el hombre que había sido mordido, sangrando profusamente y claramente debilitado, seguía de pie. Con un coraje desesperado, trataba de ayudarnos a contener a los no muertos, a pesar de que todos sabíamos lo que le esperaba. Seguíamos luchando, pero la presión aumentaba con cada segundo que pasaba.