Pesadillas, horribles pesadillas, eso era lo que esta tierra hacía muy bien. Me encontraba caminando por el bosque, donde la oscuridad cubría todo a un metro de mí. En mi avance, aparecía una tienda cónica, de donde surgía una figura; saltaba hacia ella, cuchillo en mano y lleno de miedo. Pero al mirar el rostro de mi víctima, solo podía verme a mí mismo. En ese instante, el escenario cambiaba, y ahora sentía el dolor de las puñaladas que alguien me propinaba, viendo a una figura cuya cara permanecía cubierta por sombras. El dolor y la inminencia de mi muerte aumentaban mientras la niebla del bosque se cerraba a nuestro alrededor, cubriéndonos por completo.
Desperté de golpe, gritando y con el corazón acelerado, empapado en sudor. Aún adolorido, me levanté, intentando ignorar todo excepto la sed que me consumía. Salí de la tienda y busqué una de las cantimploras de barro. Una vez calmado el ardor en mi garganta, observé a mi alrededor; el campamento tenía algo distinto. Me llamó la atención la presencia de cuatro personas sentadas y atadas.
Detuve a una de mis súbditas, quien cargaba una cesta sobre los hombros, y le pedí que me dijera dónde estaban los hombres que participaron en las incursiones mientras dormía. Finalmente, ordené una reunión general para que todos se congregaran y me informaran de lo ocurrido, ya que había dormido profundamente.
Primero, se realizaron las dos incursiones restantes. La primera no fue muy provechosa: encontraron otro campamento pequeño, pero había sido destruido. Según mis cazadores, parecía haber sido atacado por lobos; solo hallaron un par de cadáveres, una tienda destrozada, y pocas cosas de valor, entre ellas algunas monedas de cobre. La segunda incursión resultó mejor: era otro campamento de cinco personas, en un estado similar al que atacamos juntos, aunque aquí encontraron resistencia. Además del botín, lograron capturar a una mujer, aunque con los dedos rotos debido a la pelea.
Aparte de los saqueos, nos atacaron mientras dormía. Sin embargo, fueron tan intrascendentes que no me desperté: recibimos de tres a cuatro invasiones, con grupos de entre una y cuatro personas. Dada nuestra superioridad numérica, fueron rápidamente abatidos, y hasta logramos capturar a un hombre. Pero estas batallas no fueron sin costo; uno de mis guerreros recibió un hachazo profundo en el brazo, casi hasta el hueso. Ahora está siendo tratado en el campamento, aunque probablemente su brazo quedará inutilizado por mucho tiempo, lo cual es una gran pérdida de fuerza laboral.
Con los prisioneros aquí, debía pensar en cómo proceder. Mi intención inicial era convertirlos en esclavos, aunque comprendí que eso implicaba un proceso más complicado. Ser prisionero es una cosa; ser esclavo, otra muy distinta. Sin los elementos específicos que facilitarían esta transformación, el trabajo se vuelve arduo. Quizás podría adquirir estos objetos en la tienda, pero no serían baratos. De cualquier manera, tendría que analizar mis opciones.
Sin esos recursos, necesitaría imponerme para quebrar su resistencia, no físicamente, sino psicológicamente. Tenía que hacer que se rindieran ante mí y aceptaran mi dominio. Mientras resistieran, no serían verdaderos esclavos; solo cuando cooperaran, aunque fuera de mala gana, lo habrían aceptado en algún nivel y ganaria la clase. Leí algunas opciones en la Red-Mundial, en los foros de compatriotas del mundo antiguo, y mencionaban distintos métodos: latigazos, tortura, dolor suficiente como para generar obediencia, amenazas… incluso mencionaban la posibilidad de usar violencia sexual para destruir la voluntad, especialmente en las mujeres. Sin embargo, esa perspectiva me repugnaba; en el fondo, sigo siendo alguien empático, amable incluso. Pero no sabía qué hacer con ellos, tampoco podía soltarlos.
Tras considerarlo, decidí que no estaba preparado para llegar a esos extremos. Ni tortura severa ni violaciones; optaría por algo más moderado, quizás unos latigazos. Aunque, sin un látigo adecuado, apenas podría usar el palo con el que azotamos al burro. Tenía que comenzar de alguna forma, endurecerme y adquirir el carácter necesario para fundar este imperio. No quería que lo ocurrido en mi primera incursión volviera a repetirse.
Ordené que trajeran al prisionero masculino, bien atado. Lo arrodillaron frente a una caja y lo obligaron a extender las manos, palmas abajo, sobre la superficie. Las otras tres prisioneras también fueron llevadas cerca, lo suficiente para que no se perdieran detalle de lo que ocurría.
"Seré directo con ustedes: están aquí porque maté a sus amigos, conocidos, amantes… o tal vez familia, no lo sé. Ahora son mis prisioneros, pero no puedo darme el lujo de alimentar más bocas si no obtengo algo a cambio." Improvisé, tratando de mantener un tono duro e intimidante. "Así que estas son sus opciones: se rinden, aceptan servirme como esclavos y viven un poco más… o mueren lentamente mientras practico con ustedes."
Con una seriedad más intensa, bajé el palo con fuerza sobre los dedos del prisionero.
*THUMP*
"AAAHH!!" Aullo de dolor.
*¡THUMP!*
No me contuve, aunque sabía que demasiada fuerza podría inutilizarle las manos, y necesitaba que fuera útil. Ajusté la intensidad, golpeando repetidamente sus manos, brazos, hombros y costillas, ignorando sus gritos y el llanto ahogado de las mujeres que lo observaban. Fueron cinco o seis golpes antes de que me sintiera agotado, aunque no sé si físicamente o de otra forma. Mis hombres lo arrastraron de regreso a su sitio, amarrándolo de nuevo con rudeza.
Luego, trajeron a las mujeres, una por una, frente a la caja, cada una llorando y resistiéndose.
"Por favor, no…" suplicó una de ellas.
¡THUMP!
"¡IAAYYY!"
No fui tan brutal con ellas; solo les di dos golpes en las manos a cada una antes de que se las llevaran. La primera, con rasgos que sugerían ser de un pueblo neutro, imploró con lágrimas, mientras que las otras dos, al parecer [Aldeanas Transilvanas]n ativas de esta región, soportaron el dolor en silencio, aunque igual se les notaba el sufrimiento.
Los prisioneros ahora estaban asustados y adoloridos, vigilados de cerca por cuatro de mis hombres en todo momento. Quizás exagero con las precauciones, pero no quiero correr riesgos. El resto del campamento volvió a sus labores, aunque aumentamos la cantidad de personas patrullando. Las 24 horas aún no terminan y podríamos sufrir ataques incluso durante la noche. Por ello, la vigilancia nocturna será mayor: catorce personas en total, diez para el campamento y cuatro para los prisioneros, en turnos rotativos cada tres o cuatro horas.
He dejado de intentar participar en estas vigilancias; entendí que tratar de igualarme a los demás trabajadores no siempre es lo más adecuado. Soy débil, y si pretendo mantener mi posición como líder y amo de esclavos, debo mostrarme imponente, aunque eso no significa que no pueda ser compasivo en ciertos momentos. Sin embargo, hoy ha sido un día difícil. He hecho cosas que nunca imaginé, cosas que me revuelven el estómago, y no quiero saber de nada más complicado que dormir o, al menos, dejarme caer sobre una piel de animal y descansar.
...
El otro día terminó con solo una invasión más durante la noche. Aunque logramos repelerla, fue algo arriesgado. Eran tres personas, una de ellas armada con un arco que hirió a uno de nuestros hombres. Afortunadamente, la herida no fue grave. No tomamos prisioneros; era de noche, y el riesgo era demasiado. Atacamos para matar.
El prisionero masculino intentó escapar en medio del ataque, pero recibió un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. Por desgracia, el golpe resultó en una contusión grave y, aunque sobreviviera, parecía claro que no recuperaría sus facultades mentales. Viéndolo esa mañana, decidí ponerle fin a su miseria, haciéndolo yo mismo. Quería redimirme por mis errores anteriores, sentir en carne propia el peso de la muerte, pensando que eso me endurecería. Entre lágrimas, le corté el cuello y observé cómo, lentamente, dejaba de moverse mientras la sangre se agotaba. No creo que olvide esa escena nunca, ni estoy seguro de poder dormir una noche entera después de esto.
Busqué el río para limpiarme, aunque más para purgar la culpa que para quitarme la sangre. Me sentía como la peor basura de este mundo. Algunos hombres me acompañaron, pero apenas me di cuenta de su presencia.
Cuando volvimos al campamento, ocurrió otro incidente: una de las prisioneras intentó suicidarse, mordiéndose la lengua en un intento desesperado de escapar de este destino cruel. Lo que nadie menciona es que este tipo de muerte es dolorosa y lenta. No pudimos hacer nada más que verla desangrarse lentamente. Pedí a mis hombres que terminaran con su sufrimiento, ya que aún no podía hacerlo yo mismo con una mujer inocente.
Sentí que algo en mí se había roto; todo se volvía sombrío y gris. Por un momento, pensé que esta vida no era para mí. Si no fuera porque sé que no puedo morir realmente, tal vez habría considerado el suicidio para escapar. Creo que comenzaba a entender por qué los [Aldeanos Transilvanos] eran tan apáticos; se habían insensibilizado ante la vida, y yo sentía que podría terminar igual.
No sabía si podía mantener a las dos prisioneras restantes sin que algo similar les ocurriera. Me encontraba en un trance, viendo solo la oscuridad a mi alrededor. Tomé decisiones que, en otro momento, jamás habría considerado, dejando que la crueldad me consumiera. Inspirado en los relatos de incursiones vikingas, di la orden a mis hombres de que podían "divertirse" con las prisioneras, siempre y cuando lo hicieran lejos, donde no pudiera oírlas. Era cruel, sí, pero al menos, pensé, si esas mujeres iban a morir de todos modos, servirían para aliviar la frustración de mis seguidores.
Luego, me retiré a la choza de barro, intentando evadir todo sumergiéndome en la Red-Mundial, tratando de distraerme. Nunca he sido de los que beben, pero en este momento, no desearía nada más que algo, alguna droga quizás, que me hiciera olvidar todo.
...
Mi ánimo fue mejorando poco a poco. Con el sistema de chat, además de entretenerme con los comentarios graciosos de otros extranjeros sobre este mundo medieval, también pude contactar a mi familia. No lo había hecho antes, pues dudaba de si esta familia, tan parecida a la de mi antiguo mundo, era realmente la mía. Sin embargo, entre tanto agobio, necesitaba sentir algo de calidez y seguridad, y ellos me lo dieron.
Primero están mis padres, quienes, como el resto de mi familia, están viviendo de forma independiente, no formando un imperio como yo. Ellos habitan en el país de Albion, uno de los reinos del continente Aurelia, al que intenté entrar la primera vez ya que es equivalente a Europa en mi antiguo mundo.
Son campesinos bajo el mando de un señor feudal. Cuentan con una pequeña granja que trabajan todos los días hasta el agotamiento, pero, a pesar de los impuestos, llevan una vida relativamente segura. Al llegar a este mundo, debatieron qué tipo de vida llevar y, por suerte, encontraron una oportunidad en la ciudad donde aparecieron, donde un convoy de mensajeros del señor feudal ofrecía pequeñas parcelas de tierra a quienes estuvieran dispuestos a trabajarla. Aunque nunca habían trabajado en una granja así, tomaron la oportunidad como un medio para obtener la protección de alguien con poder. A su edad, preferían una vida tranquila antes que arriesgarse en guerras o conquistas, como yo.
Luego de ellos estaba Laila, mi hermana menor, con 21 años. Que gracias a sus clases de idioma y su conocimiento historico, supero la trivia y termino en Attera, otro pais de Aurelia, auqnue algo lejos de Albion.
Luego está Laila, mi hermana menor, de 21 años. Gracias a sus estudios en idiomas y su conocimiento histórico, superó la trivia y terminó en Attera, otro país de Aurelia, aunque algo lejos de Albion.
En nuestro mundo moderno, Laila estudiaba finanzas y economía, pero aquí eligió un camino distinto. Sabía que la protección que recibimos los extranjeros no duraría para siempre y quería tener los medios para defenderse. Descubrí algo interesante hablando con ella: solo quienes fundan sus propios reinos pueden elegir una clase y habilidad directamente. Los que optan por "Vivir su propia aventura" aparecen en ciudades donde pueden escoger las mismas clases, pero necesitan asistir a un centro de entrenamiento y/o estudiar un libro para aprender las habilidades de verdad.
Laila eligió la clase de [Milicia], así que tuvo que entrenar un mes en el cuartel de su ciudad. Admito que a mí también me habría servido ese entrenamiento. Eligió esa clase porque es barata y simple. Aunque no tiene que pagar el entrenamiento, el fondo inicial que recibe cada uno varía según la clase elegida, como si se cobrara por adelantado. Ella usó el excedente para otros fines, aprovechando su habilidad con el dinero.
Resultó que también tiene bastante talento en combate; siempre ha tenido buena condición física y seguro que sus atributos físicos rondan por lo menos los 8 puntos. Me contó que recibió elogios de sus "instructores serios e intimidantes" y que logró subir su habilidad de [Golpe miliciano] a nivel plata en ese tiempo. Incluso le ofrecieron trabajo en el cuartel, diciendole que tiene un futuro prometedor. Ademas, me contó que en realidad, ella siente que está a medio camino de alcanzar el nivel oro en su habilidad. Eso si que es tener talento.
Actualmente, trabaja para el cuartel de su ciudad, pero no le gusta el ambiente. Aunque Attera no es el país más religioso de Aurelia, es uno de los más devotos, y ella, que ha sido atea desde que tengo memoria, teme que si alguien descubre su falta de fe, le traerá problemas. Está buscando mercenarios o comerciantes que viajen a otros países para irse con ellos. Espero que tenga suerte y le vaya bien.
Por último, está nuestro hermano menor, Ian, de 17 años. Si Laila tiene talento intelectual y físico, Ian destaca en el área espiritual. Su nivel de Fe alcanza los 87 puntos, lo cual es bastante bueno, y al elegir la clase de sacerdote, su Fe aumentó 10 puntos más, alcanzando los 97, casi lo suficiente para ser considerado un "Sacerdote verdadero", alguien que puede progresar en su clase y habilidades sin problemas. Aunque aún no alcanza ese nivel, su talento en esta área es notable, y seguramente tendrá pocas dificultades en su camino hasta el final.
Ian decidió unirse a Luxaltis, el país más grande y centro religioso de Aurelia. Sin embargo, no permanece en las ciudades principales, ya que aunque vivir en Luxaltis es lujoso, también es caro. Siguiendo el consejo de amigos, se mudó a una zona más periférica del continente, donde el lujo es menor, pero la vida es más asequible. Allí se unió a una iglesia y se inscribió para aprender su clase sacerdotal, lo cual le tomará de tres a seis meses. Pasará aún más tiempo antes de que reciba el título oficial de sacerdote.
Conversar con ellos fue un alivio, aunque me hizo notar que entre los tres hermanos, yo era el único de bajo talento y solo lo compensaba por mi extraña civilización doble. Por mi parte, les conté que estaba fundando un imperio, aunque evité mencionar detalles sobre mi civilización particular. Mi secretismo me ganó algunas regañinas y burlas por no saber bien dónde estoy o por no haber prestado atención al lugar al que me enviaron. Al final, fueron ellos quienes lograron sacarme de mi estado de ánimo depresivo.