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Chapter 15 - 15. Recuerdos horribles

Su cuerpo, su cabeza, ambos separados el uno del otro. Era obvio que pasaría, pero Aiden no quería morir de una forma tan... humillante. Pensó en la decisión que tomó y cómo lo afectó hasta su último respiro.

Caía en picada, tanto cabeza como cuerpo. El tiempo se ralentizó para él. —Debí haberme ido. Ahora ya es tarde para morir de una manera digna—reflexionó—Soy un idiota y moriré siendo el mismo idiota—extrañas lagrimas relucientes brotaron de su ojo. Estaba viviendo sus últimos segundos de consciencia. Y en aquel emotivo momento lleno de arrepentimientos y dolor por no haber hecho algo por él mismo, vio su vida pasar frente a sus ojos; vida que no recordaba.

Recordó en lo que caía como fue su niñez y el momento que más marcó su vida. Veríamos su pasado y como se creó un monstruo a tal nivel como Aiden.

Con tal solo once años, Aiden acababa de presenciar el asesinato de sus padres. Se hallaba parado delante de los dos cuerpos, los cuales estaban tumbados en la cama. Parecía ser que fueron asesinados mientras dormían porque sus rostros murieron con una expresión de terror. El cadáver de su madre presentaba diecisiete apuñaladas en todo su rostro, la sangre manchó la manta con la que se tapaba. Y el cadáver de su padre presentaba el pecho abierto; una imagen horrible de ver. El cuchillo estaba ensartado en la frente de su papá.

De espaldas, Aiden lloraba. Oh, no, por supuesto que no lo hacía. Ambos brazos parecían haber tomado una ducha de sangre. En su mano izquierda, poseía algo que miraba riendo. Era algo carnoso y muy rojo... ese era... el corazón de su padre. Aiden solo reía y reía.

Aiden, a los once años de edad, fue el culpable de asesinar a su madre y a su padre mientras dormían. No hubo remordimientos, no hubo nada. Disfrutó hacerlo. Tampoco hubo motivo, ni siquiera lo maltrataban. Aiden fue acompañado, criado y amado por sus papás, sin embargo, la gente a veces es perversa.

Se dicen por muchos lados que los seres humanos nacemos siendo buenos y es la sociedad quien lo corrompe. Sin embargo, eso no es cierto; no es cierto porque Aiden nació siendo una bestia traída desde el mismo infierno. No sufría, no lo trataban mal, nada, al contrario, él era el problema, tanto así que consideró ese momento como el más placentero de toda su miserable existencia llena de violencia y sangre.

Los rumores sobre que algo les pasó a los vecinos, es decir, los padres de Aiden, se propagaron rápidamente a la tercera semana. Fue durante un viernes que los vecinos se reunieron para interrumpir la casa.

Anteriormente, en la primera semana, Aiden tardó como unos 4 días en lograr sacar de la habitación a su familia. Después, se sentó y no dejó de mirar los cuerpos. La razón de eso es que quería ver como se descomponían. Y así se quedó por varios días.

Aiden no se alimentó, parpadeó unas cuantas veces y, a pesar de todo, JAMÁS dejó de sonreír.

El grupo de vecinos interrumpió la casa, tumbando la puerta. Al momento de derribarlo, las fosas nasales de todos fueron hundidas en un olor putrefacto y horrible. La casa parecía sacada de un maldito relato de terror. Había una severa humedad en toda la casa, aquel viernes llovía sin parar. Dibujos inquietantes hechos con sangre estampados en la pared le daban un ambiente tenso al lugar. Los vecinos aterrados, decidieron separarse en pequeños grupos para explorar la casa

El primer grupo exploró el lado derecho de la casa. Al final solo pudieron encontrarse con una habitación. Las agitadas respiraciones de todos los de allí demostraban el terror que sentían. Uno de ellos, con la mano temblorosa, abrió la puerta. Dentro vieron un cuarto aburrido, sin embargo, lo grotesco se veía en la cama. Era sangre, pero mucha sangre, solo que ya se veía vieja.

El olor del cuarto era deplorable, asqueroso y horrible. De los que estaban presenciando semejante aberración, uno de ellos vomitó.

El segundo grupo se interesó en la parte izquierda de la casa, la cual era pequeña. Al explorar el pasillo encontraron dos habitaciones. La primera, que fue revisada por dos personas, solo era un cuarto normal decorado con figuras de acción y una cama pequeña decorada con pegatinas de rayos y... flores; algo raro.

Otros dos fueron a la próxima habitación. Aquel cuarto parecía ser un baño. Determinados, se encaminaron a abrir la puerta, sin embargo no esperaban ver la cabeza de su vecina en la bañera junto a la cabeza de su vecino. Las cabezas de los padres de Aiden estaban allí con agua mezclada con la sangre.

Y el último grupo, se encargó de ver la parte central del hogar. Sus pies se mantenían en la sala, pero faltaba una sola habitación: la cocina.

Pasaron de largo la sala llena de dibujos con sangre. Miraron el suelo y observaron un rastro de sangre que los llevaba al mismo lugar al que se dirigían. Tragaron saliva y, temerosos, abrieron la puerta que los haría ver lo mierda que puede ser el mundo.

Once años, once malditos años tenía un monstruo como Aiden. Mordisqueaba como un lobo, sin algún tipo de remordimiento o asco, el torso de su madre.

El torso de su madre se encontraba acostado en el comedor con el estómago abierto. Las moscas inundaban el lugar, ese cuerpo ya estaba en muy pésimo estado y, aun así, Aiden comía del torso. Sorprendido por la mirada de terror y asco de los vecinos, preguntó—¿Pasa algo?—dijo mientras seguía comiendo. Al ver que no respondieron, les sonrió con amabilidad, dejando ver sus dientes manchados en sangre.

Varios minutos después, todos los rumores sobre que pudo haberles sucedido a los vecinos, fueron todos aclarados. La noticia causó revuelo rápidamente en el vecindario: Aiden fue encontrado comiéndose a sus padres. Madres asustadas, niños llorando y padres afuera, todos golpeaban brutalmente a Aiden.

—Ojala mueras, puto niño—dijo uno de los que pateaban a Aiden

—Eres un enfermo, mereces morir—dijo alguien más

Sonriente, Aiden seguía soportando el horrible dolor.

Todos esos golpes, todas esa patadas, todo hacía que su vida estuviera en juego. El dolor que experimentaba era tan horrible como el inframundo, no obstante Aiden reía. Siguió riendo hasta quedar inconsciente.

Entre la multitud de personas que patearon, ridiculizaron, golpearon, escupieron y humillaron, hubo alguien que anunció unas palabras—Déjenmelo a mí.

Ocultado entre las montañas del pueblo donde Aiden pasó su infancia, el sol adoptó un intenso naranja; eran las 06:33. Siendo cargado por el hombre, Aiden despertaba. Para cuando despertó, fue lanzado abruptamente. Rápido se quejó—¿¡Qué te pasa, imbécil!?

Ese hombre no contestó. Cerró una puerta tipo reja con candado y se fue.

—¡Maldito, regresa! ¿¡Quién eres!? —exclamó. Entrelazó sus dedos en la puerta jaula. Concentrado en reclamarle al hombre, no se fijó atrás.

Grrr. Gruñidos sonaron, dos bestias se preparaban para atacar al niño. Aiden se sorprendió, las palpitaciones de su corazón aumentaron de manera desenfrenada, aquellas bestias con imponentes colmillos gruñían, atacarían. Eran dos perros.

Ahora, Aiden analizó bien donde estaba. Los alrededores componían lo que era una jaula, probablemente la jaula donde se mantenían los perros.

Entre los dos le atacaron, arañándolo. Extremadamente asustado, Aiden trató de golpear a uno de los dos, sin embargo mordieron su puño por reacción. Gritando, intento zafarse, aunque sin poder.

Otro de los perros comenzó a mordisquearle la pierna, incrementando su tortura. Usando la pierna libre, pateó en la cara a un perro, causando que se echara para atrás.

En un movimiento brusco, Aiden agitó su pierna lado y lado, y el perro que lo mordía se movía con él. El otro perro se aventó a atacar, no obstante, atacó al segundo perro por error. Quien le mordía la pierna, arrancó la carne, pero rápido se defendió por instinto del ataque accidental del otro perro.

—Ah, mierda—Aiden se agarró la pierna que le mordieron debido al dolor.

Los caninos se atacaron entre sí. Se soltaron por un momento para gruñirse y volvieron a atacarse. Aiden aprovechó para escapar. De inmediato comenzó a escalar la jaula, que más bien parecía un corral.

Su pierna mordisqueada le jugó en su contra y cayó a la mitad de llegar arriba. Cayó al suelo de espaldas.

Nuevamente, oyó un solo gruñido detrás de él. —Oh, mierda—observó una piedra que tomó del suelo, ya que todo su cuerpo buscaba la forma de no morir.

El perro atacó, pero Aiden, con todas sus fuerzas y con ayuda de la piedra, le plantó un estrepitoso golpe en la cara. Aquel perro siguió atacando, alcanzó a rasguñarle la cara

Durante 40 minutos, Aiden batalló contra un perro. Ya estaba afuera de la jaula, ensangrentado, con diversos arañazos, una de sus piernas mordisqueada, sus dientes sangrando, su nariz rota, pero... sonriendo—Ja, sigues tú, puto imbécil—dijo señalando la casa del tipo, ya que estaba en su patio trasero.

Detrás de él se podía ver al perro con la cabeza aplastada y con varias mordidas en el cuerpo; mordidas humanas.

Dio el primer paso.

Dio el segundo paso.

Dio el tercer paso, pero su pierna no aguantó ni él. Cayó al suelo, desmayándose.

Pasaron varias horas. Dieron las dos de la mañana y nadie notó que él estaba allí. Despertó con un centenar de hormigas comiendo su pierna, aunque... ¡aguantó el dolor! Se levantó, esta vez sin sonreír.

La luna se veía amarilla esa noche; resplandecía. Aiden caminó a la casa, esperando vengarse cruelmente de la persona que lo trajo allí.

Buscó una posible entrada, no obstante todo estaba cerrado. —Buscaré por las ventanas—se acercó a la primera y, sorprendentemente, estaba abierta.

Entró con cautela, al entrar notó el lugar donde se encontraba parado: Era una sala. Ordinaria, fuera de lo común. Tenía todo lo que podía tener: un televisor plano, sillones con un exquisito color dorado intenso combinado con café. Nada importaba, rápido buscó alguna puerta, fijándose en la primera que observó. Caminó lentamente, giró la perilla, ante sus ojos vio una cocina convencional.

Las suaves respiraciones de Aiden le hacían sentir tranquilidad, ignorando que su cuerpo agonizaba. Caminó deslizando sus dedos por la encimera de la cocina, enfocando su ver en un taco de cuchillos, donde había uno.

Suspiró y, con su mano herida, extrajo el cuchillo. Continúo analizándolo, observando su eficaz filo; perfecto para matar.

Durante esa fría noche el ambiente se tornaba denso, un extraño sentimiento de terror habitaba los aires. Todo el vecindario dormía plácidamente, algunos animales hacían lo mismo. Pero algunos monstruos atacan de noche, y sí, allí estaba Aiden, subiendo al segundo piso de la pequeña casa para matar al tipo que lo hizo sufrir.

La razón de que esa noche se sintiera tan tenebrosa era porque un monstruo rondaba por el vecindario.

Aiden llegó al segundo piso, este solo lo constituían dos habitaciones. Su instinto asesino lo llevaba al cuarto del final del pasillo. Así que, caminando, se dirigió a la puerta del cuarto. Aquellas infames pisadas descalzas sonaban secas, por otro lado el frío que sentía por no tener playera lo mataba, gracias a dios parte de su short gris aguantó la ardua batalla contra el perro.

Pensaba en un vacío blanco, su mente no tenía nada.

Llegó. Y allí estaba, una puerta imponente con un acabado de madera oscura y decorada con pequeños ángeles, aparte la perilla pintada de un plateado hermoso, que perdió brillo esa noche.

Giró la perilla con delicadeza, cuidando de no realizar un mínimo ruido.

Abrió, siendo recibido por ronquidos causados por aquel tipo, el que lo metió en una jaula con perros. La furia y locura de Aiden alcanzaron su mayor límite, sin embargo se mantuvo callado y sereno.

El tipo dormía en su cama, alrededor de la habitación estaban colgados unos dos cuadros, uno de ellos de Iván el terrible y su hijo. Aiden pensó que era un cuadro muy extraño para una casa normal. El segundo cuadro no lo analizó, pues se concentró en liquidar al hombre.

Se acercó todavía más al hombre al punto de rozar su cuerpo con la cama. Aiden apretó con fuerza el mango del cuchillo.

Los ojos del hombre se abrieron cuando un perforante cuchillo le atravesó la cabeza. Logró moverse un segundo, pero era muy tarde. El hombre murió. Toda la sangre recorrió su piel morena y sus rizos castaños quedaron empapados en sangre.

Aiden no experimentó ningún tipo de emoción, nada. Salió de la habitación unos minutos después. El cuerpo del hombre presentó una deformidad espantosa debido a cientos y cientos de apuñaladas. —Esta noche tú y todos los que me hicieron daño morirán—mencionó Aiden. Sus manos, su rostro, su tétrica sonrisa, todas manchadas de sangre.

Caminó por el largo pasillo, pero una inquietud lo perturbó: ¿Qué había en esa otra habitación?

Sin nada que temer abrió la puerta. Una cuna con una habitación de color rosa y decoraciones de princesa habitaba allí.

—¿Qu-qué? —su voz tembló. La rama de un árbol chocó contra la única ventana de la habitación, como consecuencia los llantos de un bebé empezaron a sonar.

Postró sus manos dentro de la cuna y cargó al bebé. Lo alzó, viendo a una hermosa niña de aproximadamente 8 meses. La cargó y se la llevó al primer piso de la casa mientras tarareaba una canción. El cuerpo de Aiden era destrozado por cada paso —Aun aguanto —dijo.

Fue a la sala y lo dejó en el sofá dorado con café —No te preocupes, debes tener a tu mamá —Aiden se sentó junto al bebé, esperaría a la madre de la niña. En la mesa de centro había un tazón y un diario.

Revisando el diario encontró que lo escribió aquel tipo "Ethan Jackson". Revisó y encontró varias notas y relatos de como peleaba con su esposa pero también de como la amaba.

"Querida Sara, solo quiero que estés mejor. Sé que no han sido los mejores días, pero ruego porque te sientas mejor".

Leyó más.

"Te amo, Sara, por favor, no quiero que me olvides"

Continuó.

"Sarita, hija mía, tú mamá se irá y no sé cómo será la vida después de eso".

Las notas siguieron.

"Tengo miedo, Sara, te amo"

"Ha pasado, me siento muy triste. Sara me ve llorar. Todavía me siento triste y no sé qué hacer para dejar de hacerlo, ojalá el cáncer no te hubiera llevado"

Los ojos de Aiden se cristalizaron para caer en forma de gotas. Ya no sonreía.

"Desde que ella se ha ido la vida no tiene sentido. Hija mía, eres lo único que me queda y prometo cuidarte para siempre. Tu padre te ama y hará todo lo posible de protegerte de las malas personas"

"He contratado a una niñera"

"El hijo de uno de los vecinos, creo que se llama Aiden, ha destruido las macetas de una vecina, lo he visto. Que horrible niño, espero se componga"

Las siguientes notas eran recientes:

"Hace mucho que no veo a dos de los vecinos, no los conozco pero me saludan cada que voy a trabajar"

"He oído que probablemente algo le paso a los vecinos y el vecindario se juntará para ir a su casa para ver que les sucedió"

"Estoy muy enojado, acaban de despedirme de mi puto trabajo. Necesito desquitarme con algo. Creo que acompañaré a los vecinos a explorar esa casa"

"Sara, tengo miedo. Maté a un niño peligroso, lo dejé con los perros que me pediste botar porque eran peligrosos. Lo maté porque quería cuidar a nuestra hija, pero a cambio de eso, yo me volví ese tipo de personas. Te extraño, Sara".

Las notas pararon ahí. Aiden lloraba silenciosamente. Dejó el diario, pero se encontraba ansioso y por accidente tiró el tazón gris que estaba al lado del diario —Mierda —el tazón cayó y se regó un polvo gris: cenizas. Aiden entendió todo. La mujer de Ethan murió de cáncer poco después de que Sarita, la bebé que cargó y tenía al lado, naciera.

Sintió culpa, porque dejó a una bebé sin sus padres. Miró el techo de la casa llorando.

Rápido agarró a la bebé. Buscaba una puerta, hasta que la encontró. Ahora estaba en un garaje.

Allí había un coche negro algo pequeño. También había herramientas. Colocó al bebé en el piso. El bebé solo lloraba sin para.

—No te preocupes, Sarita, te sacaré de todo esto—dijo Aiden hurgando entre varias herramientas, agarrando un enorme martillo. Miró a Sarita —Lamento haber matado a tus padres, yo no quiero que sufras...—dijo alzando el martillo sobre la cabeza del bebé.

De pronto, un golpe carnoso se escuchó y los lloriqueos pararon. Aiden mató a la niña.

Se daría un martillazo en la cabeza, pero una mano lo detuvo. -¡¡Quiero morir, suéltame!! Soy un monstruo -expresó Aiden lloriqueando.

—No, no lo eres. Tú eres fuerte -habló una voz muy grave

—¿¡Quién te crees!? Suéltame, no quiero hacerte más daño

—Quiero proponerte algo

—¡¡¡No, quiero morir!!!

El hombre no contestó nada, pero tomó de la cabeza con sus enormes manos a Aiden. El niño de once dejó de llorar y, de hecho, ahora se mostraba confundido —¿Ah? ¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy?—preguntó Aiden. Parecía ser que borraron sus recuerdos. Aiden por poco volteaba y vería al bebé muerto, pero un portal se llevó al mismo bebé. Después se descubrió la identidad del misterioso hombre.

—Mi nombre es Aedus y trabajas para mí. Ven conmigo, curaré tus heridas

—¿Por qué estoy tan lastimado?

—No te preocupes por eso. Ahora ven, todo estará bien -mencionó Aedus.

Aiden se alegró por sus palabras y tomó de la mano a Aedus, quien abrió un portal enfrente de ambos y se adentraron en él. Luego el portal se cerró.

Lo que Aiden no supo hasta el día de su muerte oficial, es que Aedus le había lavado el cerebro para usarlo. Aiden nunca pudo morir en paz o arrepentirse de sus pecados en ningún momento de su vida, todo porque Aedus le borró los recuerdos.

Ahora, finalmente la cabeza y el cuerpo de Aiden chocaron contra el piso. Fue decapitado por Steve con motivo. Aiden merecía morir, pero nunca pudo, ya que Aedus lo revivía cada que lo hacía, hasta que al final se cansó. No importa que pasado tan horrible tengas, nada justificará tus malas acciones.

Aiden perdió la vida sin poder arrepentirse verdaderamente de todo. Cayó al lado de una flor podrida.