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Chapter 6 - Episodio 4: The genocidal has returned.

Victor aterrizó con fuerza junto al guardia caído, el suelo crujió bajo sus pies. La ira burbujeaba en su interior, conteniéndose apenas mientras se inclinaba hacia el guardia, que yacía aturdido, con los ojos abiertos de par en par por el miedo. La explosión lo había dejado aturdido, y aún trataba de comprender lo que acababa de suceder cuando Victor lo levantó del suelo con una sola mano, como si no pesara nada.

-¿Dónde están los asesinos que contrató Lila para matar a una chica? -la voz de Victor era baja, pero cargada de una amenaza palpable, el tipo de voz que uno sabía que no toleraría una respuesta equivocada-. Algunos ya los he eliminado, pero necesito la ubicación de los demás. Voy a acabar con todos.

El guardia, con el corazón desbocado, intentó hablar, pero su garganta parecía cerrada por el terror. Apenas podía respirar, y mucho menos articular una respuesta coherente. Victor, cada vez más impaciente, lo sacudió bruscamente, acercándolo más a su rostro, sus ojos brillando con un peligro latente.

-¡Habla ya! -exigió, su voz un rugido contenido que resonó en los muros del castillo.

El guardia, con lágrimas de desesperación asomando en sus ojos, finalmente logró hablar. Su voz era un hilo tembloroso, impregnada de un miedo visceral.

-Ellos... ellos están esparcidos por todo el reino -logró decir, cada palabra un esfuerzo hercúleo-. Algunos están en la ciudad capital, otros... en los alrededores... pero... hay uno... en el bosque oscuro, más allá de las colinas. Él... él es el líder... el más peligroso.

Victor lo soltó, y el guardia se desplomó en el suelo, jadeando, tratando de recobrar el aliento. Victor permaneció inmóvil por un instante, procesando la información, sus pensamientos ya maquinando su próximo movimiento. Sabía que el tiempo era crucial, y que cada segundo perdido podría significar la muerte de esa chica que había jurado proteger.

Sin una palabra más, Victor se giró bruscamente y se alejó, la determinación endureciendo sus rasgos. Sus pasos resonaron en el silencio que dejó a su paso, mientras se dirigía hacia la salida del castillo. Sabía que su misión aún no había terminado; no descansaría hasta que cada uno de esos asesinos estuviera muerto, hasta que la amenaza que Lila había desatado fuera erradicada de una vez por todas.

El guardia, aún en el suelo, observó la figura de Victor desaparecer en la oscuridad, sintiendo un alivio momentáneo al darse cuenta de que había sobrevivido, aunque el eco de la furia de Victor seguía resonando en su mente, como una sombra que nunca lo abandonaría.

Victor había comenzado a alejarse, sus pasos firmes resonando contra el suelo del reino. Estaba concentrado en su misión, listo para dejar el castillo atrás y continuar su caza. Sin embargo, algo dentro de él se agitó. Una oscuridad que había estado latente, esperando su momento para surgir. Apenas llegó a las puertas del reino, se detuvo y levantó una mano al aire, una sonrisa torcida apareciendo en su rostro.

-Gracias por tu servicial ayuda, mocoso -dijo, con un tono frío y calculador. Sus ojos, que un momento antes estaban llenos de determinación, se tornaron rojos, y una energía siniestra comenzó a emanar de su cuerpo. El verdadero peligro, el lado oscuro de Victor, había despertado.

Evil Victor había tomado el control.

Con una risa baja y perversa, Evil Victor levantó la mano hacia el cielo, concentrando su poder. La energía se acumuló rápidamente, formando una esfera brillante que pulsaba con una fuerza destructiva inimaginable. La oscuridad de su poder se hizo tangible, extendiéndose como una sombra amenazante sobre el reino.

-Es hora de que sientan el verdadero terror -murmuró para sí mismo, disfrutando de la anticipación del caos que estaba a punto de desatar.

Sin un segundo de vacilación, Evil Victor lanzó la técnica. La esfera de energía explotó en cientos de misiles que se dispersaron en todas las direcciones. Eran como estrellas fugaces, pero en lugar de desear, las galaxias y planetas a los que se dirigían solo podían esperar la destrucción. Los misiles cruzaron los cielos, viajando más allá del reino, superando la velocidad de la luz, alcanzando planetas, reinos, y galaxias enteras.

Cada misil llevaba consigo una fracción del poder de Evil Victor, suficiente para devastar todo a su paso. Las explosiones resonaron a lo largo del cosmos, extinguiendo vidas, destruyendo civilizaciones, y sumiendo planetas en la oscuridad. La risa de Evil Victor se mezcló con el eco de las destrucciones, un sonido que resonaría en los rincones más remotos del universo.

Al borde del reino, Evil Victor observó la devastación con una satisfacción cruel. Había dejado su marca en el universo, un recordatorio de que la oscuridad que él representaba era infinita y estaba dispuesta a consumirlo todo.

-Ahora saben lo que significa enfrentar la verdadera oscuridad -susurró, mientras la energía a su alrededor comenzaba a calmarse, su cuerpo lentamente regresando a la normalidad. Pero la sombra de Evil Victor permanecía, siempre lista para regresar cuando fuera necesario.

Victor, ahora de vuelta en control, sintió la pesadez del acto, pero su misión no había terminado. Los asesinos aún vivían, y aunque una parte de él lamentaba la destrucción causada, otra sabía que este era el precio que el universo debía pagar por haberse cruzado en su camino. Sin mirar atrás, se encaminó hacia el bosque oscuro donde lo aguardaba su próximo objetivo, decidido a terminar lo que había comenzado.

Las siete diosas, Lilith, Selene, Morrigan, Freya, Hécate, Ishtar y Kali, emergieron de entre los escombros, sus rostros cubiertos de ceniza y polvo. La devastación que las rodeaba era inmensa; su planeta, antaño un paraíso de belleza y poder, estaba ahora sumido en el caos. Los bosques sagrados, que durante milenios habían sido refugio de vida y magia, yacían reducidos a cenizas. Los ríos, antes cristalinos, ahora corrían oscuros y contaminados, llevando consigo los restos de lo que una vez fue.

Lilith, la primera en recobrar la compostura, se levantó con un grito ahogado, observando el daño con una mezcla de rabia y desesperación. Su poder ancestral, que alguna vez había mantenido la tierra fértil y protegida, se sentía ahora como una burla ante la devastación. Selene, la diosa de la luna, miró hacia el cielo, pero incluso su astro estaba cubierto por una densa nube de oscuridad, apagando la luz que tanto la guiaba.

-Esto... -murmuró Selene, su voz temblando de incredulidad-. Este desastre no puede ser real.

Morrigan, la diosa de la guerra y la muerte, apretó los dientes con furia contenida. Sus ojos, usualmente llenos de confianza y poder, ahora ardían con una ira intensa. La diosa no podía recordar la última vez que había sentido tal impotencia. Todo su entrenamiento, toda su preparación para la guerra, se sentía inútil frente a la destrucción que habían presenciado.

-Ese bastardo... -escupió Morrigan, con la voz ronca por la furia-. Nos pagará por esto.

Freya, la diosa de la fertilidad y el amor, cayó de rodillas al ver los campos arrasados. El dolor en su pecho era insoportable, como si cada planta, cada criatura que había perecido, hubiese dejado una cicatriz en su corazón. Su amor por la vida, su poder para hacer florecer todo lo que tocaba, ahora parecía un recuerdo lejano.

-No podemos dejar que esto quede así -dijo Freya, aunque su voz se quebró al pronunciar las palabras.

Hécate, la diosa de la magia y la encrucijada, cerró los ojos, intentando canalizar su poder para revertir el daño, pero ni siquiera ella podía deshacer lo que había sido destruido por la fuerza oscura de Evil Victor. La energía negra impregnaba la tierra, corrompiendo todo a su paso, resistiendo los intentos de la diosa por purificarla.

Ishtar y Kali, ambas diosas del poder y la destrucción, se miraron entre sí, reconociendo en la otra el mismo deseo de venganza. Ellas eran fuerzas destructivas por derecho propio, pero esta aniquilación sin propósito, sin razón, había dejado un sabor amargo en sus bocas.

-Esto no puede terminar aquí -dijo Kali, su voz un susurro lleno de promesas oscuras-. Este acto merece represalias. Nos las pagará con creces.

Juntas, las siete diosas se unieron, formando un círculo alrededor de lo que quedaba de su planeta. Levantaron sus manos, uniendo sus poderes para intentar reparar lo que podían, pero la magnitud del daño las superaba. Las diosas, a pesar de su fuerza y habilidades, sabían que esto era solo el comienzo. La guerra contra Evil Victor y aquellos que se habían cruzado en su camino no había hecho más que empezar. La venganza de las diosas sería implacable y devastadora, un castigo acorde a la destrucción que él había causado.

Victor avanzaba lentamente por los bosques devastados, sus pasos resonando en la quietud que seguía a la destrucción. Los árboles, que antes se alzaban majestuosos, ahora yacían destrozados, sus troncos quebrados y sus hojas carbonizadas. El aire estaba impregnado del olor a humo y tierra quemada, mientras pequeños incendios aún ardían en las raíces de lo que alguna vez fue un bosque vibrante y lleno de vida.

A medida que avanzaba, Victor notó movimiento entre las sombras. Figuras se alzaban tambaleantes entre los escombros, sus cuerpos maltratados por la catástrofe. Eran los asesinos, aquellos que habían sobrevivido al apocalíptico ataque de Evil Victor. Sus rostros estaban cubiertos de ceniza y sangre, y sus ojos reflejaban el horror y la desesperación de un enfrentamiento que nunca habían imaginado.

Victor los observó con una mezcla de odio y desprecio. Para él, estas criaturas no eran más que instrumentos de Lila, marionetas en un juego de muerte y destrucción. Su presencia en aquel bosque arruinado, en lo que una vez fue un reino hermoso, sólo avivaba la furia que ardía en su interior.

Uno de los asesinos, un hombre corpulento con cicatrices que le cruzaban la cara, intentó alzarse con dificultad, apenas capaz de sostenerse en pie. Victor lo miró con una fría indiferencia antes de acercarse. El asesino, con una mirada de terror, intentó retroceder, pero sus piernas ya no le respondían. Victor no tuvo piedad. Con un movimiento rápido y preciso, extendió su mano, rodeando el cuello del hombre, y lo levantó del suelo sin esfuerzo alguno.

-¿Dónde están los demás? -preguntó Victor, su voz baja y cargada de amenaza.

El asesino intentó balbucear una respuesta, pero el miedo le paralizó la lengua. Victor apretó su mano un poco más, sintiendo el pánico en los ojos del hombre, hasta que finalmente este logró señalar hacia el corazón del bosque, donde se escondían los pocos sobrevivientes restantes.

Sin decir una palabra más, Victor lo soltó, dejando que el cuerpo del hombre cayera al suelo con un golpe sordo. Sin embargo, no le dio tiempo de recuperarse. Con un giro de su mano, desató una ráfaga de energía que incineró al asesino en un instante, dejando tras de sí nada más que cenizas.

Victor continuó su marcha, decidido a acabar con los últimos rastros de la amenaza que Lila había desatado. Mientras caminaba, su odio crecía, alimentado por la devastación que veía a su alrededor, por la destrucción de todo lo que era bello y puro en aquel reino. A lo lejos, podía ver cómo se levantaban columnas de humo, señalando los lugares donde los misiles de energía habían caído, desintegrando todo a su paso.

Cada paso lo acercaba más a su objetivo. No habría misericordia, no habría compasión. Los asesinos pagarían por sus crímenes, y él se aseguraría de que nadie quedara vivo para seguir con el legado de Lila. Los sobrevivientes se convertirían en testigos de la furia de Victor, su presencia un recordatorio de que la venganza, aunque dolorosa y brutal, era inevitable.

Victor, dominado por una furia implacable, se lanzó a una velocidad infinita hacia los asesinos que quedaban. Con movimientos fulminantes, extendió sus manos y con un giro certero les arrancó las cabezas a dos de ellos, que rodaron por el suelo entre gritos de terror.

Sin detenerse, Victor creó una poderosa barrera de energía a su alrededor, una esfera impenetrable que comenzó a expandirse rápidamente. Los asesinos restantes, aterrorizados, intentaron huir, pero fue inútil. Al entrar en contacto con la barrera, sus cuerpos fueron desintegrados al instante, sin dejar rastro.

La implacable fuerza de Victor arrasaba todo a su paso, convirtiéndose en una tormenta de destrucción que barrería con cualquier vestigio de la presencia de Lila y sus secuaces. Su ira era un huracán de poder que no se detendría hasta erradicar por completo a los responsables de la devastación que azotaba aquel reino.

Conforme la barrera se expandía, Victor avanzaba inexorable, consciente de que su misión no terminaría hasta que el último asesino hubiera sido exterminado. Nada ni nadie se interpondría en su camino, pues su determinación era inquebrantable y su sed de venganza, insaciable.

Victor permaneció en el centro de la destrucción que él mismo había desatado, con el cuerpo cubierto de sangre y el pecho subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. Sus ojos, antes llenos de odio y furia, ahora reflejaban una mezcla de agotamiento y un vacío profundo. Había arrasado con todos los asesinos, eliminando cualquier rastro de vida que estuviera relacionado con Lila y su maldad.

A su alrededor, los restos de los cuerpos desintegrados de sus enemigos se mezclaban con el paisaje devastado. El aire estaba cargado con el olor acre de la energía quemada y la tierra carbonizada, y el silencio que seguía al caos era casi ensordecedor.

Victor cayó de rodillas, apoyando las manos en el suelo como si el peso de su propia furia finalmente lo hubiera alcanzado. Sentía el cansancio apoderarse de su cuerpo, como si la inmensidad del poder que había desatado hubiese drenado cada onza de su energía. Respiraba pesadamente, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, pero no había alivio en sus ojos. La venganza le había dado un propósito, pero ahora, al estar solo entre las ruinas, parecía preguntarse si había encontrado algo más que desolación.

La sangre en sus manos y la devastación a su alrededor eran testigos mudos de la masacre que había ejecutado. La furia que lo había consumido estaba empezando a disiparse, dejándolo con una sensación de vacío, como si el odio que lo había mantenido en pie durante tanto tiempo hubiera dejado un abismo en su interior.

Mientras permanecía ahí, solo con sus pensamientos, Victor comprendió que aunque había destruido a sus enemigos, la batalla interna que libraba aún estaba lejos de terminar.

Victor, aún jadeando y con la mirada oscura, se levantó del suelo. Sabía que su tarea no estaba completa. Había cumplido con su venganza en parte, pero las diosas que alguna vez lo habían torturado y la infame Lila seguían con vida. No podía permitir que siguieran existiendo; debía erradicar cada vestigio de su maldad.

Con determinación, avanzó por el devastado paisaje. Los bosques que una vez fueron majestuosos ahora estaban en ruinas, las energías que había liberado habían dejado el planeta casi irreconocible. Pero él sabía que las diosas aún estaban ahí, ocultas entre las sombras, recuperándose del caos que él había causado.

Victor concentró su energía, sintiendo el poder fluir nuevamente en su interior, reparando los desgastes de la batalla anterior. Levantó la mirada, su expresión endurecida. Con un movimiento de la mano, abrió un portal que lo conduciría al escondite de las diosas. Ellas podían ser poderosas, pero no estaban preparadas para la furia desatada de alguien que había perdido todo y no tenía nada más que su venganza.

Atravesando el portal, Victor apareció en un vasto templo en ruinas, donde las siete diosas lo esperaban. Lilith, Selene, Morrigan, Freya, Hécate, Ishtar y Kali, rodeadas por un aura de poder, se preparaban para el enfrentamiento final. Sus ojos brillaban con la misma arrogancia que mostraron cuando lo sometieron a su tortura, pero ahora había una chispa de preocupación, una duda que no existía antes.

-Viniste por tu muerte -dijo Lilith, la más altiva de todas, con una sonrisa maliciosa.

Victor no respondió con palabras, sino con una explosión de energía que se extendió por todo el templo, desmoronando columnas y partiendo el suelo. Las diosas se vieron obligadas a reaccionar rápidamente, invocando sus poderes para contrarrestar el ataque.

El combate fue feroz, un torbellino de luces y sombras, de energía pura y fuerza bruta. Las diosas desataron toda su furia, utilizando sus habilidades más letales para intentar acabar con Victor, pero él se movía con una precisión y una ferocidad inigualables. Uno a uno, los poderes combinados de las diosas comenzaban a debilitarse frente a la implacable determinación de Victor.

Finalmente, con un último grito de rabia, Victor invocó su ataque más devastador, una técnica que fusionaba toda su ira, dolor y deseo de justicia en una sola explosión de energía purpúrea. -¡Despair Nova! -gritó, liberando una ola de energía que se extendió como una supernova.

El templo fue envuelto en un resplandor cegador, y cuando la luz se desvaneció, solo quedaban los restos chamuscados de lo que alguna vez fueron las siete diosas. Victor, agotado pero victorioso, respiraba con dificultad. Sabía que Lila había estado observando, y que su tiempo de vida estaba contado.

Sin perder un momento, se giró, sus ojos ardiendo con la llama del odio. No tenía intención de dejar a Lila escapar esta vez. La persiguió hasta su fortaleza, donde la encontró esperándolo, con una sonrisa sardónica en su rostro.

-¿Realmente crees que puedes matarme? -se burló Lila, preparándose para el combate final.

-No lo creo, lo sé. -respondió Victor con una frialdad glacial. El enfrentamiento entre Lila y Victor era de proporciones épicas, una batalla que resonaba en el tejido mismo del universo. Cada golpe intercambiado entre ellos desataba explosiones de energía pura que sacudían el cielo y destrozaban el terreno bajo sus pies. El aire vibraba con la intensidad de su poder, y el propio espacio parecía temblar ante la magnitud de la contienda.

Victor, consumido por una ira implacable, dejaba traslucir en su rostro lo que alguna vez fue su raza: una especie temida por todo el cosmos, conocida por su fuerza inigualable y su sed insaciable de venganza. Sus ojos brillaban con un fuego que reflejaba el terror que su raza había infundido en el pasado. Las líneas de su rostro se endurecían con cada golpe, sus músculos se tensaban y cada fibra de su ser se concentraba en una sola misión: destruir a Lila.

Lila, por su parte, no se quedaba atrás. Su poder, que había crecido con cada alma que había consumido, se manifestaba en una tormenta de energías caóticas que la rodeaban como un manto oscuro. Su risa malévola resonaba como un eco perturbador, pero en su mirada había una mezcla de desafío y temor. Sabía que Victor no era un enemigo común, y que el precio de su victoria sería alto.

Cada choque de sus ataques creaba ondas expansivas que devastaban el paisaje circundante, reduciendo montañas a polvo y evaporando océanos en segundos. El cielo, antes azul y sereno, se tornaba en un remolino de nubes oscuras y relámpagos, como si el universo mismo reaccionara a la batalla que estaba presenciando.

Victor, en un arranque de furia, canalizó el legado de su raza en un solo ataque. Sus puños se envolvieron en una energía púrpura oscura, un remanente de la fuerza ancestral que corría por sus venas. Con un rugido que resonó en todos los rincones del planeta, lanzó un golpe directo al corazón de Lila, una explosión de energía que destrozó el aire mismo, creando una onda expansiva que se extendió en todas direcciones.

Lila contraatacó con una barrera de energía oscura, pero el impacto fue tan devastador que la barrera se resquebrajó, y por primera vez, el rostro de Lila mostró un atisbo de verdadero temor. Los destellos de la batalla iluminaban el rostro de Victor, mostrando un ser que ya no era simplemente un hombre, sino la encarnación viviente del terror que su raza alguna vez había representado.

Lila intentó retroceder, lanzando una andanada de ataques para ganar distancia, pero Victor estaba imparable. Cada explosión, cada onda de energía que desataban solo alimentaba más su ira. Su rostro, tenso y sombrío, era un recordatorio de la furia inhumana que una vez había aterrado a civilizaciones enteras.

Finalmente, Victor concentró todo su poder en un último golpe, uno que no solo acabaría con Lila, sino que también sellaría el destino de todo aquel que alguna vez se había atrevido a desafiarlo. Con un movimiento fluido, cargó su energía hasta el límite y la liberó en un torrente que atravesó el cuerpo de Lila, destrozando su esencia misma.

Lila gritó, un sonido que resonó como una maldición final antes de que su cuerpo se desintegrara en partículas de oscuridad, disipándose en la nada. La tierra tembló, el cielo rugió, y el silencio cayó de golpe, como un manto sobre el campo de batalla.

Victor, de pie en medio de los restos humeantes, respiraba con pesadez, su cuerpo agotado por la intensidad de la lucha. Pero en su rostro, la expresión de terror que había infundido en tantas especies se mantuvo. Sabía que, aunque Lila había caído, la oscuridad dentro de él nunca desaparecería por completo. Y en ese momento, Victor comprendió que, aunque había ganado, la victoria tenía un precio que siempre llevaría consigo: el recordatorio de lo que alguna vez fue, y de lo que había perdido en el proceso.

Victor se quedó de pie en el centro del campo de batalla, su cuerpo cubierto de polvo y escombros, respirando pesadamente. El aire estaba cargado con el humo y el residuo de la devastación que había causado. Las esferas de energía, las ondas de choque y los destellos de luz que una vez habían definido el combate, ahora se disipaban en la distancia, dejando solo un terreno arrasado y un silencio abrumador.

A pesar de la magnitud de la batalla y el costo físico que había soportado, su rostro estaba marcado por una sonrisa cruel. La expresión en sus labios no reflejaba alivio ni satisfacción, sino una oscura satisfacción que venía de haber eliminado a aquellos que alguna vez lo habían desafiado y, más que nada, de haber vengado sus pérdidas y humillaciones.

Sus ojos, aún brillantes con el remanente de la furia que había desatado, recorrieron el campo de batalla desolado. Los cuerpos y fragmentos de las diosas y sus secuaces estaban esparcidos por doquier, un testimonio silencioso del caos que había desatado. La escena, aunque desoladora, era también un monumento a su poder y a la furia que había canalizado en cada golpe.

Víctor dejó escapar un suspiro, agotado pero satisfecho. La sonrisa en su rostro se mantuvo, no por el triunfo, sino por la brutalidad con la que había cumplido su misión. Era una sonrisa que hablaba de una venganza completa, de una deuda saldada, y de una victoria que, aunque amarga, había sido absolutamente suya.

Mientras la calma descendía sobre el lugar, Víctor miró al horizonte, donde el cielo comenzaba a despejarse lentamente de las nubes oscuras que habían cubierto el campo de batalla. Su respiración, aunque todavía agitada, se volvía más regular. Cada inhalación y exhalación parecía llevar consigo el peso del combate, mientras el mundo a su alrededor comenzaba a regresar a una tranquila desolación.

Con un último vistazo a la devastación que había causado, Víctor giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la distancia. La sonrisa cruel en su rostro permanecía, un recordatorio de la furia incontrolable que había desatado y de la amarga victoria que había conseguido. En su mente, ya no había más enemigos que enfrentar, sino un vasto y solitario camino hacia lo desconocido, donde la furia y la venganza se convertirían en su única compañía.

Víctor observó el campo de batalla en ruinas, su respiración todavía agitada pero comenzando a calmarse. La adrenalina que lo había impulsado durante el combate se desvanecía, dejando a su paso una sensación de agotamiento y claridad. La furia que lo había llevado a destruir sin piedad comenzaba a disiparse, y con ella llegaba una mezcla de emociones complicadas.

El campo, antes lleno de una furia destructiva, ahora mostraba los vestigios de una devastación profunda. Los cuerpos y escombros esparcidos por doquier eran un recordatorio visual de la magnitud del enfrentamiento. Víctor observó las secuelas de su propia furia, la sangre, los restos y el daño irreparable que había causado. La realidad de lo que había hecho empezó a calar en él, y una sensación de asco se apoderó de su ser.

A pesar del horror de la escena, había una satisfacción innegable en su interior. Había logrado su objetivo. Las diosas y sus secuaces, aquellos que habían contribuido a su sufrimiento y humillación, estaban vencidos. La satisfacción de haber cumplido con su venganza era palpable, y aunque la violencia y el caos dejaban una marca en su alma, también lo hacía el sentido de justicia que sentía.

Víctor se dejó caer de rodillas en medio de la devastación, su cuerpo cansado y su mente abrumada por la intensidad de lo que había experimentado. La sonrisa cruel se desvaneció, reemplazada por una expresión de contemplación profunda. El rostro de un hombre que había desatado un poder inimaginable y ahora estaba confrontando el peso de sus acciones.

Con una mezcla de cansancio y reflexión, Víctor se quedó allí, observando el terreno desolado. La satisfacción por haber derrotado a sus enemigos se entrelazaba con el asco y la tristeza por la violencia y destrucción que había causado. En ese momento, comprendió la complejidad de su propio viaje: la lucha no solo había sido contra sus adversarios, sino también contra las sombras de su propia alma.

Finalmente, se levantó lentamente, sintiendo el peso de su misión cumplida y de las consecuencias de su furia. Mientras se alejaba del campo de batalla, sus pensamientos estaban mezclados entre el alivio de haber vengado su sufrimiento y la inquietante reflexión sobre el costo de su venganza. El camino por delante era incierto, pero el eco de la batalla resonaba en su mente, un recordatorio de la línea difusa entre justicia y destrucción.

Víctor atravesó el portal y emergió en su universo, el familiar entorno le recibió con un aire de normalidad que contrastaba profundamente con el caos que acababa de dejar atrás. Al observar a su alrededor, notó que todo estaba tal como lo había dejado, sin signos evidentes de cambio.

Sin embargo, al revisar la hora y la fecha en su dispositivo, la realidad lo golpeó con una claridad devastadora. Aparentemente, en su universo, solo habían pasado unas dos semanas, mientras que en el universo de las diosas el tiempo había transcurrido de manera mucho más lenta. El peso de la discrepancia temporal era abrumador. Aunque había vivido intensos dos años de sufrimiento y venganza en el otro universo, en el suyo, el tiempo había avanzado de manera insignificante.

Mientras caminaba por el lugar, la realidad de la discrepancia temporal se asentó sobre él. El tiempo, que había sido un aliado en su búsqueda de venganza, ahora parecía una cruel paradoja. Sus 26 o 27 años de edad en ese universo parecían una broma frente a la magnitud de lo que había enfrentado y logrado en el otro universo.

Víctor se detuvo en medio de su camino, observando el entorno que ahora parecía ser un eco distante de las horribles batallas que había librado. Su cuerpo, todavía cargado de cansancio y la marca de las cicatrices de su travesía, sentía la desconexión entre el tiempo vivido y el tiempo real.

El peso de los dos años de combate y venganza, junto con el impacto de regresar a una realidad en la que todo continuaba casi sin cambios, era una carga pesada. Sus logros y sufrimientos parecían desvanecidos en la rutina cotidiana de su universo. La distancia entre lo que había experimentado y el tiempo que había pasado en su propio mundo se hizo palpable, y Víctor quedó en un estado de contemplación profunda, confrontando la disparidad entre el pasado reciente y la aparentemente normalidad de su regreso.

Mientras avanzaba por su mundo, el eco de la batalla y el peso de su misión cumplida se entrelazaban con la realidad de su entorno actual, creando un sentido de desorientación y melancolía. El tiempo había pasado de manera diferente en cada universo, y Víctor se encontraba ahora en un espacio donde su experiencia y su vida parecían estar en dos tiempos distintos, enfrentando el desafío de reconciliar ambas realidades.

Víctor llegó a su hogar, y la escena que lo recibió era un faro de calidez y normalidad en medio del tumulto de sus recientes experiencias. Al abrir la puerta, sus ojos encontraron a sus esposas, Luci y María, esperándolo con una mezcla de preocupación y alivio.

Luci, con lágrimas en los ojos, y María, con una expresión de afecto intenso, lo abrazaron con fuerza. El contacto cálido y reconfortante contrastaba profundamente con las frías y duras batallas que había enfrentado. Sus brazos se envolvieron alrededor de él, brindándole una sensación de pertenencia y amor que había echado tanto de menos durante su tiempo en el otro universo.

José, su hijo pequeño, se aferró a la pierna de Víctor con un abrazo ansioso, levantando la cabeza para mirar a su padre con admiración y afecto. El abrazo de José, aunque pequeño en comparación con el de las dos mujeres, era igualmente significativo, una representación pura e incondicional del amor familiar.

Víctor se dejó caer al suelo, sintiendo el peso de su cuerpo y la carga emocional de todo lo que había experimentado. El contacto con su familia le permitió un momento de desahogo genuino, un escape de la tensión acumulada y el sufrimiento que había soportado. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, una mezcla de alivio, agotamiento y un desahogo profundo tras las intensas batallas y el tiempo distorsionado que había vivido.

Entre los abrazos y los susurros reconfortantes de sus seres queridos, Víctor permitió que el cansancio y el estrés se desvanecieran lentamente, dejándose envolver por la calidez de su hogar. En esos momentos, el rastro de la furia y la devastación que había dejado atrás se desvaneció, reemplazado por el amor y la tranquilidad que solo su familia podía ofrecerle. La conexión con ellos le ofreció una nueva perspectiva, recordándole que, a pesar de las pruebas que había enfrentado, su hogar y su familia eran su verdadera fortaleza y refugio.

Luci se levantó del abrazo y se dirigió a otra habitación con una sonrisa en el rostro. Víctor, aún en el suelo, notó cómo Luci regresaba con un pequeño envoltorio en sus brazos. La figura de la niña era delicada y pequeña, su cabello aún era un enredado de suaves hebras, y sus ojos brillaban con curiosidad.

Al acercarse, Luci le entregó a Gaby a Víctor con una ternura indescriptible. La niña, aunque apenas tenía una corta edad, miró a Víctor con una mezcla de asombro y alegría. Víctor, con los ojos llenos de emoción, tomó a Gaby en sus brazos, sintiendo la calidez de su pequeño cuerpo contra el suyo.

Con un esfuerzo visible, Gaby miró a Víctor, sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y, en un tono suave y vacilante, dijo sus primeras palabras: "Papá."

Las palabras de Gaby, aunque simples, fueron un bálsamo para el alma de Víctor. Un torrente de emociones lo abrumó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, no de tristeza, sino de una profunda felicidad y gratitud. El sonido de la palabra "papá" resonó en su corazón, un recordatorio tangible de la familia que había regresado para darle la bienvenida.

Luci y María se unieron a él, sus rostros reflejaban una mezcla de alegría y amor. José, que había estado observando desde un lado, se acercó para ver a su nueva hermana con una mirada de admiración. La escena era una manifestación de amor y unión, un faro de luz en medio de la oscuridad que Víctor había enfrentado.

En ese momento, Víctor se permitió sentir una paz que había estado ausente durante tanto tiempo. La presencia de Gaby, con su primer llamado de "papá", era una promesa de un futuro lleno de esperanza y redención. Víctor abrazó a Gaby con ternura, sintiendo que, a pesar de todas las batallas y el sufrimiento, el amor de su familia era la recompensa más preciosa que podía recibir.

Víctor, con el corazón aún palpitando por la sorpresa y el amor recibido, se permitió finalmente relajarse. El peso de las batallas, las pérdidas y la venganza se disiparon en el aire cálido de su hogar. A medida que el bullicio de la sorpresa se asentaba, Víctor se tumbó en el sofá con un suspiro de alivio, sintiendo el peso de la fatiga de su cuerpo y mente.

Luci y María se encargaron de preparar una comida especial para celebrar su regreso, mientras José y Gaby jugaban alrededor de la casa, llenando el ambiente con risas y alegría. El hogar, aunque simple, estaba lleno de una calidez y una serenidad que Víctor no había conocido en mucho tiempo.

Con una taza de té en la mano y su familia alrededor, Víctor se permitió cerrar los ojos y sumergirse en el presente, lejos de las guerras y los enfrentamientos. Se sentía agradecido por la oportunidad de disfrutar de momentos simples y preciosos, rodeado de aquellos a quienes amaba.

Mientras el día se desvanecía en una suave tarde, Víctor se permitió finalmente un descanso genuino. Sabía que el camino hacia adelante sería lleno de desafíos, pero en ese momento, en la tranquilidad de su hogar, encontró un respiro que había anhelado durante tanto tiempo. El tiempo de recuperación y reflexión estaba a su alcance, y con ello, la posibilidad de construir un futuro más brillante para él y su familia.

Fin.