**Capítulo 4: Despertar en lo Desconocido**
El agotamiento había vencido a Ana. Después de horas de dolor y tensión, su cuerpo no soportó más, y se quedó dormida en la fría oscuridad de la habitación en la que había caído. Los últimos sonidos que recordaba eran los ecos lejanos de la tormenta y el miedo que aún se aferraba a su mente. Pero el sueño profundo la arrastró, dándole un breve respiro del terror que la había consumido.
Al despertar, una luz tenue la envolvía. El polvo ya no volaba alrededor y el aire, aunque todavía pesado, estaba más tranquilo. Se incorporó lentamente, sintiendo cómo su cuerpo protestaba ante cada movimiento. El dolor en su hombro era insoportable y el mareo nublaba su visión. Se arrastró hacia la salida de la habitación, intentando encontrar un camino hacia el exterior.
La salida fue ardua, cada paso una lucha. Se apoyaba en las paredes de la torre, resbalando sobre el polvo y los escombros. Apenas tenía fuerzas, pero la necesidad de sobrevivir la impulsaba. A lo lejos, el viento pasaba suavemente, como si la tormenta hubiera dejado de perseguirla.
Cuando finalmente logró salir de la torre, el mundo a su alrededor se tambaleaba. Su vista se nubló, y antes de que pudiera dar otro paso, su cuerpo cedió. El suelo duro fue lo último que sintió antes de caer en la inconsciencia.
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El calor fue lo primero que percibió al despertar de nuevo, un calor suave y envolvente. Ana abrió los ojos con dificultad, el dolor aún presente en su cuerpo, pero amortiguado. Al principio, todo era borroso, pero poco a poco, su vista comenzó a enfocarse. Estaba acostada sobre una especie de colchón improvisado. Una chaqueta la cubría y sentía un suave peso sobre su frente: un paño húmedo que refrescaba su piel ardiente.
Frente a ella, una joven de piel negra estaba inclinada, concentrada en atender sus heridas. La chica parecía tener su misma edad, y sus movimientos eran suaves y precisos. Ana sintió una punzada de alarma y, de inmediato, intentó incorporarse, pero un dolor agudo en su cabeza la hizo detenerse.
La joven la miró, notando su reacción. —Tranquila —dijo con voz suave—. Estás a salvo ahora.
Ana la miró con desconfianza y trató de hablar, pero el dolor la detuvo. Se llevó una mano a la frente, intentando calmar el punzante malestar en su cabeza.
—No te esfuerces —le dijo la chica mientras ajustaba el paño húmedo sobre su frente—. Soy Nathia, hemos estado cuidándote. Has pasado por mucho, pero estás bien ahora.
Ana intentó hablar de nuevo, apenas un susurro salió de su boca. —¿Dónde… dónde estoy? —preguntó, su voz temblorosa.
Antes de que Nathia pudiera responder, un murmullo gruñón se escuchó desde el fondo de la pequeña tienda donde se encontraban. Un hombre de aspecto fuerte, con barba desaliñada y ojos cansados, estaba de pie cerca de la entrada. —Primero deberías agradecer —interrumpió él, cruzándose de brazos—. Te hemos salvado la vida, ¿o no lo recuerdas?
Ana lo miró confundida, sintiéndose aún más perdida de lo que ya estaba.
—Julián, por favor —dijo Nathia, en un tono suave pero firme, volviendo a atender a Ana—. Está débil y no sabe lo que ha pasado. Dale tiempo.
El hombre, Julián, resopló, girando la cabeza con frustración. —Otra boca más que alimentar —murmuró, mientras se apartaba de la entrada y se alejaba unos pasos, visiblemente molesto.
—No le hagas caso —dijo otra voz, más profunda y calmada. Era un hombre mayor, de unos cincuenta años, que se acercó desde un rincón de la tienda. Tenía la piel curtida por el sol y una expresión tranquila. —Él es así, pero tiene buen corazón. Soy Carl —dijo, inclinándose hacia Ana—. Te encontramos casi muerta cerca de las ruinas. No sabemos cómo lograste sobrevivir a esa tormenta, pero tienes suerte de estar aquí.
Ana intentó procesar la información, pero el dolor en su cabeza y en su cuerpo la hacían difícil concentrarse. Sin embargo, algo seguía preocupándola.
—Mis cosas… —murmuró con esfuerzo, mirando alrededor, pero sin ver ninguna de sus pertenencias.
—¡Tus cosas! —Julián se volvió, visiblemente irritado—. ¿Es lo único que te importa? Deberías estar agradecida por no estar muerta en ese maldito lugar. Nos arriesgamos para salvarte, y ahora estás preocupada por tus cosas.
Ana se estremeció ante el tono brusco de Julián, pero antes de que pudiera responder, Carl le puso una mano en el hombro a Julián, calmándolo.
—Basta —le dijo Carl con un tono firme—. Todos estamos en la misma situación. Ella es parte del grupo ahora, lo quiera o no. Relájate.
Julián soltó un bufido, dándole la espalda a Ana, y murmuró algo más para sí mismo antes de alejarse, visiblemente molesto.
Nathia miró a Ana con una sonrisa tranquilizadora. —Descansa un poco más. Ya habrá tiempo para hablar de tus cosas. Estás a salvo ahora, y eso es lo más importante.
Ana asintió débilmente, aunque su mente seguía llena de preguntas. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Dónde estaban realmente? Pero el dolor y el agotamiento eran demasiado, y antes de poder hacer otra pregunta, cerró los ojos, dejándose llevar nuevamente por el cansancio.
** Nuevos Rostros en un Mundo Roto**
Pasaron varias horas antes de que Ana volviera a abrir los ojos. El dolor había disminuido, pero su cuerpo aún se sentía débil. Mientras miraba a su alrededor, notó que ya no estaba Julián el hombre gruñon. Estaba recostada en una cama hecha de mantas viejas y cajas de madera, dentro de lo que parecía ser una habitación de un edificio abandonado. Las paredes estaban cubiertas de grietas y manchas de humedad. El aire era pesado, pero había una extraña sensación de tranquilidad en ese lugar.
A un lado de la habitación, dos figuras la observaban con curiosidad. Un chico y una chica, ambos aproximadamente de su misma edad, estaban sentados en una pila de escombros improvisada como sillas.
—Oh, ya despertaste —dijo el chico, rompiendo el silencio con una sonrisa amigable—. Hola, soy Jimmy y ella es Patricia. Qué bueno que estés mejor. —Hizo un gesto hacia una figura más atrás—. La señora que está recostada en la pared es Leticia, aunque ahora está descansando.
Patricia, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se inclinó un poco hacia Ana con una mirada cálida. —¿Cómo te sientes? —preguntó—. ¿Estás mejor? ¿Tienes hambre?
Jimmy levantó una mano, riendo un poco. —Espera, Patricia, no la canses con tantas preguntas, pero seguro que tiene hambre —dijo, volviendo a mirar a Ana con expectación.
Ana, aún un poco desorientada, asintió con timidez. —Sí, un poco de hambre —admitió, sintiendo un nudo de vergüenza en su estómago por depender de desconocidos.
Patricia sonrió de oreja a oreja, feliz de ser útil, y corrió hacia una pequeña caja metálica cerca de la pared. Regresó rápidamente con algo envuelto en un paño sucio. Lo desenvolvió frente a Ana, revelando lo que parecía ser una criatura asada. Era extraña, parecida a un ciempiés mutado, con patas enroscadas y un cuerpo brillante que crujía bajo la luz tenue.
—Se ve asqueroso, lo sé —dijo Patricia con una sonrisa torcida—, pero sabe delicioso. Jimmy y yo lo encontramos cerca de aquí. Anda, cómelo. Necesitas recuperar fuerzas.
Ana miró la criatura con desconfianza, pero su estómago rugió, traicionando su hambre. Con una mueca, tomó un pedazo y lo mordió, esperando lo peor. Para su sorpresa, la carne, aunque extraña a la vista, tenía un sabor jugoso, como si fuese una mezcla de pollo y algo ligeramente dulce. Sorprendida, comenzó a comer con más rapidez, devorando el espécimen con ansias.
Jimmy soltó una carcajada al ver la escena. —¡Vaya, sí que tenías hambre! —dijo, divertido.
Ana se detuvo de repente, bajando la cabeza con vergüenza. —Lo siento… —murmuró.
—No tienes nada que sentir —dijo Jimmy con una sonrisa comprensiva—. Todos hemos pasado por lo mismo. Sé lo duro que es el mundo ahí afuera. Si no me hubiese topado con este grupo, yo también estaría muerto, o peor, sería comida para esas cosas mutadas que deambulan por ahí. —Se le nubló un poco la mirada al recordar su propio pasado, pero la sacudió con un leve suspiro.
Patricia se sentó a su lado, dándole una palmadita en el hombro. —No te preocupes, todos somos una familia aquí. Y ahora, tú también formas parte de nosotros.
Ana tragó saliva, aún procesando todo. Apenas los conocía, pero había algo en su amabilidad y en la manera en que hablaban que la hacía sentir… segura. Quizá era el cansancio o el simple alivio de no estar sola, pero por primera vez en mucho tiempo, se sintió como si pudiera bajar la guardia, aunque solo fuera por un momento.
—Gracias —murmuró, aún mirando hacia el suelo—. No sé cómo agradecerles por todo lo que han hecho por mí.
Jimmy negó con la cabeza, cruzándose de brazos. —No necesitas agradecer nada. Aquí todos sobrevivimos ayudándonos. Así es como funciona. Pero eso sí, debes prepararte para lo que venga. Este mundo no perdona, y aunque ahora estás con nosotros, siempre hay que estar alerta.
Patricia asintió con seriedad, aunque aún mantenía una sonrisa tranquilizadora. —Tienes razón. No sabemos qué puede pasar mañana, pero por ahora, solo descansa.
Ana asintió, sintiendo el peso de las palabras de Jimmy. El mundo había cambiado, y ahora lo entendía más que nunca. Estaba viva, pero el peligro acechaba en cada rincón. Sabía que debía fortalecerse, encontrar su lugar en este nuevo grupo y en este mundo destrozado. Pero, por ahora, el cansancio la volvió a arrastrar, y se dejó caer en la improvisada cama, prometiéndose a sí misma que no dejaría que su debilidad la volviera vulnerable otra vez.
El silencio volvió a llenar el cuarto mientras Jimmy y Patricia intercambiaban miradas, ambos sabiendo que la verdadera prueba para Ana aún estaba por venir.
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Fin del capitulo.