**Capítulo 6: La Oscuridad Acecha**
El grupo había salido en busca de comida antes de partir hacia el norte. No había muchas opciones, pero cualquier cosa era mejor que nada. Carl, con su habitual calma, lideraba el grupo mientras rastreaban la tierra seca en busca de algo que pudieran cazar o recolectar. Nathia y Ana caminaban juntas, escaneando el suelo por cualquier señal de vida.
Después de unas horas, se toparon con varios gusanos de tierra y una docena de ciempiés, criaturas que ya habían aprendido a apreciar, aunque su aspecto seguía siendo desagradable. Jimmy y Patricia fueron los primeros en atrapar a los ciempiés, mientras Julián y Carl recolectaban los gusanos con cuidado. Era una cosecha modesta, pero suficiente para subsistir durante un tiempo más.
—Será mejor que partamos antes de que anochezca —dijo Carl, mirando el cielo. Las nubes de polvo comenzaban a oscurecer el horizonte, y sabían que las criaturas misteriosas no tardarían en salir una vez que el sol se ocultara.
No tardaron mucho en ponerse en marcha, cada uno con su pequeño botín de alimentos, pero el peso de lo desconocido colgaba sobre sus cabezas como una sombra. A medida que caminaban, el viento frío les recordaba que estaban solos en un mundo hostil. El norte les prometía un respiro, pero todavía tenían que sobrevivir al presente.
Cuando la noche cayó, encontraron un pequeño refugio entre escombros de un edificio abandonado. Parecía ser lo suficientemente seguro para esconderse y esperar hasta que el amanecer les permitiera seguir su viaje. Se acomodaron como pudieron, con Carl manteniendo la calma y los demás instalándose en silencio.
Pero entonces, Ana escuchó algo. Un sonido rasposo, suave, pero persistente, que venía desde la oscuridad. *Las criaturas.*
Nathia, que estaba cerca de ella, comenzó a temblar visiblemente. Sus manos apretaron los bordes de su chaqueta, y su respiración se volvió rápida y superficial. Ana, con el cuchillo firmemente agarrado en su mano, apretó los puños. No podía mostrar miedo ahora. Tenía que mantenerse firme, no solo por ella misma, sino por los demás.
Se acercó a un pequeño agujero en la pared de escombros y observó hacia afuera, tratando de no hacer ningún ruido. Lo que vio le hizo contener el aliento. Una figura oscura, alta y delgada, se movía entre las sombras. Sus ojos rojos brillaban como brasas en la oscuridad, pero lo que más le impactó fue la velocidad con la que se desplazaba. Era casi imposible de seguir con la mirada. No sabía si era un ser mutado o algo más, algo desconocido, pero no había tiempo para entenderlo.
*No puedo decírselo a los demás*, pensó Ana, *si levanto la voz, lo oirán*.
Carl, que también había percibido el peligro, les hizo una señal de silencio con el dedo. Ninguno debía moverse ni emitir el más mínimo sonido. Todos entendieron de inmediato. Julián se acercó a su esposa Leticia, abrazándola con fuerza, como si en ese gesto pudieran protegerse mutuamente de lo que acechaba fuera.
Ana y Nathia se mantuvieron juntas, Nathia temblando de miedo, mientras Ana intentaba mantenerse firme. A su lado, Patricia se acurrucaba, buscando la seguridad en la cercanía de los demás. Jimmy, aparentemente ajeno al peligro, se había recostado contra unos escombros y, con los brazos cruzados, había comenzado a quedarse dormido.
El silencio era opresivo, interrumpido solo por el sonido del viento golpeando las ruinas y el ocasional movimiento de las criaturas en la oscuridad. Ana sentía el sudor frío bajando por su espalda, pero no se atrevía a moverse.
Las criaturas, con sus ojos rojos, se acercaban cada vez más. Ana seguía observando por el agujero, pero no podía hacer nada más que vigilar. Las figuras se movían rápidamente, casi como si estuvieran cazando algo, pero no sabían qué. Cada paso de las criaturas resonaba con una extraña precisión en la oscuridad, como si fueran depredadores en busca de su presa. Cada vez que pasaban cerca del refugio, Ana temía que pudieran escucharlos, que uno de ellos detectara el más mínimo movimiento o el latido acelerado de su corazón.
La tensión en el grupo era palpable. Nathia intentaba mantener la calma, pero no podía evitar que sus manos temblaran. Ana, con el cuchillo aún en la mano, se mordía el labio, luchando contra el impulso de huir o hacer algo. Carl, por su parte, se mantenía impasible, observando cada detalle con cautela.
Pasaron lo que parecieron horas. Las criaturas seguían rondando, pero afortunadamente no se acercaron lo suficiente como para descubrir su escondite. Ana sabía que era cuestión de tiempo antes de que pasara algo. Afuera, la noche seguía siendo un manto oscuro e impenetrable.
Finalmente, las criaturas comenzaron a alejarse. Los ojos rojos desaparecieron en la distancia, y el sonido de sus pasos se desvaneció en el silencio de la noche.
Cuando Ana se atrevió a mirar de nuevo, ya no había rastro de ellos. No podía estar segura de si se habían ido del todo o si simplemente estaban esperando en algún lugar, acechando en la oscuridad.
Carl se levantó lentamente, su rostro serio pero aliviado. Hizo un gesto para que todos permanecieran tranquilos por un rato más, asegurándose de que el peligro había pasado.
Ana soltó un suspiro de alivio, pero sabía que aquello no había terminado. Esas criaturas seguirían cazando. Y el norte, aunque prometedor, era solo una esperanza entre muchas incertidumbres.
Pronto tendrían que moverse de nuevo.
El grupo se mantenía en completo silencio mientras escuchaban los aterradores sonidos que venían de afuera. Parecía como si algo horrible estuviera ocurriendo en la oscuridad, justo fuera de su escondite. Los chillidos resonaban en el aire, un sonido agudo y desesperado, similar al de un insecto herido, pero mucho más grande, mucho más aterrador. Ana podía sentir cómo el eco de aquellos ruidos penetraba su mente, haciéndola temblar de pies a cabeza.
—¿Qué es eso? —susurró Nathia, con la voz quebrada por el miedo. Sus ojos estaban abiertos de par en par, clavados en la pared de escombros como si en cualquier momento esa cosa fuera a atravesarla.
Ana apretó el cuchillo con más fuerza. Habían cubierto los suministros con arena, esperando que eso despistara a las criaturas, pero no había garantías. Afuera, los sonidos de la batalla continuaban. Las criaturas parecían estar atacándose entre ellas, y eso era lo único que los mantenía a salvo por ahora.
—Están comiéndose entre ellas —murmuró Carl, apenas audible, desde su posición. Estaba arrodillado junto a la entrada del refugio, observando la oscuridad por una pequeña abertura en los escombros. Su rostro estaba tenso, sus ojos entrecerrados, tratando de descifrar lo que ocurría afuera sin hacer ningún ruido.
Julián, que estaba junto a Leticia, apenas se movía. Mantenía una mano sobre su cuchillo, preparado para lo peor, pero no hacía nada. El sonido de los chillidos lo tenía completamente alerta,en esa tierra hostil cualquier movimiento en falso podia condenarlos a todos.
Los chirridos se intensificaron, como si una de las criaturas estuviera siendo despedazada por las demás. Los gritos agudos eran desgarradores, hacían que todo el grupo se sintiera pequeño e indefenso ante el terror que acechaba afuera. Ana sentía su corazón acelerarse, pero trataba de mantenerse serena. No podía permitirse perder el control, no ahora.
—Una de ellas está siendo devorada —dijo Jimmy, quien se había despertado por el ruido. Su rostro mostraba una mezcla de fascinación y horror—. Parece que ni siquiera entre ellas están seguras.
—Eso no nos hace menos vulnerables —respondió Julián en voz baja, con tono serio. Su rostro estaba endurecido por la tensión, pero su mirada no se despegaba de la entrada.
Los chillidos se prolongaron, cada vez más fuertes, como si la criatura herida estuviera siendo desgarrada viva. El sonido era tan espeluznante que Patricia se cubrió los oídos, incapaz de soportarlo por más tiempo. Nathia se aferró a Ana con fuerza, sus manos temblorosas buscando consuelo en el contacto humano.
Ana intentó calmarla con una mirada. Pero sabía que era inútil, todos estaban igual de asustados. La única diferencia era que cada uno lo ocultaba de forma distinta.
—Sea lo que sea, esas cosas están distraídas por ahora —dijo Carl, aún vigilante—. No podemos confiarnos, pero si siguen matándose entre ellas, podría darnos una oportunidad de movernos en cuanto amanezca.
El ruido afuera comenzó a disminuir lentamente, hasta que solo quedaron los ecos de los chillidos lejanos. Una de las criaturas parecía haber sido devorada por completo, y el grupo permanecía inmóvil, temiendo que lo peor aún estuviera por venir.
—Están llenas… por ahora —dijo Leticia en voz baja, con la mirada en el suelo. Julián apretó su brazo con suavidad, intentando darle un poco de consuelo.
Carl se levantó, dándole una última mirada a la abertura antes de girarse hacia los demás.
—Esos sonidos nos compraron un poco de tiempo, pero no podemos quedarnos aquí para siempre. Tan pronto como amanezca, tenemos que movernos. Estas criaturas no son estúpidas. Si se quedan sin presas afuera, vendrán por nosotros.
Ana asintió, sus pensamientos aún envueltos en el sonido del chillido final de la criatura devorada. Era un recordatorio de lo rápido que podían convertirse en una simple presa, si bajaban la guardia por un segundo.
—¿Crees que en el norte las cosas sean diferentes? —preguntó Ana, con la voz cargada de incertidumbre.
Carl sacó las semillas secas que había guardado en su bolsillo, mostrándoselas nuevamente.
—No lo sé, Ana, pero estas son nuestra esperanza. Donde podamos plantar esto, puede haber agua. Y si hay agua, tal vez podamos reconstruir algo, al menos por un tiempo.
Ana observó las semillas con una mezcla de escepticismo y esperanza. En medio de todo ese caos, esas pequeñas semillas representaban una promesa, la promesa de un futuro que tal vez nunca llegaría. Pero por ahora, era todo lo que tenían.
Mientras la noche continuaba, los sonidos de las criaturas se apagaron lentamente. Pero el miedo permanecía, inquebrantable, mientras el grupo esperaba en la oscuridad, Esperando el amanecer para emprender el rumbo.
Fin del capitulo.