◊ Corina Páez ◊
Una vez más, siendo protegida por él, me vi en la obligación de dejarlo solo frente a esos idiotas a los que simplemente no podía ver ni en pintura.
Pero lo que me tenía fuera de lugar no era el terror que experimenté tras ver sus rostros, sino esa sensación en mi pecho que antes era vacío y pasó a ser un conjunto de nuevas emociones que me costó comprender.
El aroma del perfume combinado con desodorante de Manuel se adueñó de un espacio mis recuerdos, así como la forma en que se interpuso ante esos idiotas para protegerme.
Mi corazón latía tan fuerte que por unos instantes me detuve antes de llegar al estacionamiento, lugar en el que esperaría a mamá, quien me avisó que iría en mi búsqueda.
Necesitaba mantener la compostura y no mostrar tal comportamiento inusual ante mamá, aunque tranquilizarme me costó demasiado.
«¿Qué es lo que estoy sintiendo?» Me pregunté, mientras apretaba mis manos contra mi pecho, dónde sentía esa agradable, pero al mismo tiempo, agobiante sensación.
El calor en mi rostro me hizo creer que, a causa del encuentro con esos idiotas, mis defensas bajaron hasta tal punto que me dio fiebre. Incluso toqué mi frente para verificar mi temperatura.
«Creo que es fiebre, aunque no me siento débil», pensé confundida.
Mi corazón seguía latiendo con rapidez y mi rostro se calentó repentinamente.
Incluso sentí cómo el temor desaparecía conforme pensaba en Manuel y la forma en que me dejó refugiarme en él.
Entonces, lo que me atacó fue un agradable mariposeo en el estómago que emergió tras recordar una vez más a Manuel y la forma en que me protegió. De hecho, no pude evitar sonreír y controlar la manera en que mi respiración se aceleró; estaba muy confundida.
A fin de cuentas, cuando logré recuperar un poco la compostura, seguí mi camino y esperé a mamá en el estacionamiento; sentada pude relajarme más rápido.
Mamá llegó al cabo de cinco minutos, y como siempre, su semblante demostraba la severidad que la caracterizaba en el trabajo, aunque tan pronto me vio, se mostró suspicaz.
Tal suspicacia hizo que cometiese algunas torpezas al subir al auto, cómo tropezar y dejar caer mi morral en el asiento. Debido a ello, supe que mi compostura no estaba al cien por ciento recuperada, por lo que una vez más, la ola de calor invadió mi rostro.
Por unos segundos, antes de saludarme, mamá me analizó como si estuviese buscando la causa de mi torpeza, aunque de pronto esbozó una tierna sonrisa y me ayudó a recoger mis cosas.
«¿Por qué sonríe así?» Me pregunté, aunque no le presté mucha atención y terminé de recoger mis cosas para subir.
—¿Te sientes bien, hija? —preguntó mamá con un dejo de preocupación.
—¿Eh? Sí…, sí… Estoy bien —respondí a duras penas.
«¿Por qué estoy tan nerviosa?» Me pregunté extrañada.
—No parece que estés bien… ¿Alguna novedad? —insistió con repentino tono inquisidor.
—Ninguna —musité.
De pronto, cómo si hubiese encontrado una posible causa de mi estado de ánimo, mamá esbozó una sonrisa traviesa y me miró fijamente.
—Dime algo, ¿acabas de despedirte de tu amigo? —preguntó.
Debido a que dio en el clavo, no pude responderle al instante, y peor aún, el calor en mi rostro aumentó hasta tal punto que creí que me desmayaría.
—¡Dios mío, Corina! Estás demasiado roja —exclamó mamá asombrada, aunque sin dejar de sonreír de forma traviesa.
—Pero ya deja de sonreír así, mamá, que me pones más nerviosa —reclamé a duras penas.
—Lo siento, pero es que mis sospechas fueron ciertas… Estás experimentando tu primer amor —alegó mamá.
Ante semejante conclusión, no pude evitar ponerme más nerviosa de lo que estaba, y para ocultar la vergüenza que sentí, oculté mi rostro entre mis rodillas, aunque mamá me regañó por subir los pies en el asiento.
—Enciende el aire acondicionado, por favor —musité.
—Está bien, pero no deberías avergonzarte por lo que sientes, Corina —dijo mamá, luego de encender el aire acondicionado.
—Bueno —musité avergonzada.
—¿Y bien? ¿Le gustaron los cupcakes a tu amigo? —preguntó mamá.
Apenas pude asentir a la pregunta y, a partir de entonces, no quise hablar más al respecto, pues sabía que mamá, con su excelente poder de deducción, sabría mucho sobre Manuel sin siquiera conocerlo en persona.
♦♦♦
Horas más tarde, tan pronto terminé mis deberes domésticos, personales y académicos, tomé mi celular y eché un vistazo a mis redes sociales, empezando por Instagram, ya que quería verificar si Manuel me había seguido como lo prometió.
Pero, antes de centrarme en mi cuenta personal, ingresé a la de mis mascotas, donde había algunas personas interesadas en adoptar dos gatitos.
Debido a ello, estuve durante unos minutos acordando un encuentro para entrevistar a los interesados y que viesen a los gatos que tenía en mi galpón.
Por fin, cuando terminé de pactar ese encuentro y pasé a mi cuenta personal, me encontré con la decepción de no encontrar una notificación relacionada con Manuel, así que me entristecí un poco.
Por suerte, esa tristeza duró pocos segundos, ya que apareció una notificación de WhatsApp con el nombre de mi grupo de amigas.
No tenía muchas ganas de hablar con ellas, pero con tal de olvidar por unos instantes la existencia de Manuel, entré a la conversación.
Corina: Hola, chicas.
Anabel: Es que es un idiota… ¿Quién se cree para tratarme así?
Sofía: Ya llegó Cori… Amiga, ¿Qué hiciste después de la última clase?
Alexa: Corina, hola, nos tenías preocupadas.
Anabel: Cori, amiga, que bueno que estás aquí… Quería aconsejarte respecto a Manuel.
Creí que hablando con mis amigas podría olvidarme por unos minutos de la existencia de Manuel, pero no fue así.
Alexa: Más que aconsejarla, Anabel, lo que intentas es tratar de poner a Cori en contra de Manuel.
Anabel: No se trata de eso… Corina, amiga, tienes que saber que Manuel es un imbécil.
Sofía: Ay, Anabel, por amor a Dios. Deja tu ego a un lado y acepta que Manuel simplemente no se dejó llevar por tu belleza.
Corina: Si invadiste su espacio personal, lo cual creo que hiciste, Anabel, entonces te aseguro que se molestó contigo.
Anabel: ¿Eh? Cori, ¿tú también estás del lado de Manuel?
Alexa: Bueno, ciertamente Manuel fue un tanto severo contigo, Anabel, eso lo reconozco.
Anabel: ¡Alexa! ¡Te amo!
Sofía: Y por eso, Anabel sigue siendo caprichosa… La consientes demasiado, Alexa.
Corina: A todas estas, ¿qué consejo querías darme, Anabel?
Anabel: Cori, fue un error que le hayas regalado cupcakes a ese idiota… Ahora tendrás que aguantarlo todos los días detrás de ti, y lo mejor es que evites a ese perdedor.
Alexa: No es bueno juzgar un libro por su portada, Anabel.
Sofía: Dejando de lado el "consejo" de Anabel, Corina, ¿por qué le regalaste cupcakes a Manuel?
Alexa: Es cierto, me intriga eso y el temor que mostraste frente a Álvaro cuando fue a nuestro salón.
Anabel: ¿Qué te hizo Álvaro?
Mis amigas tenían derecho a saber la verdad, pero no podía arriesgarme a revelar todo, pues fácilmente podían decirle a mis padres. Por ende, preferí maquillar un poco el suceso que casi desgració mi vida.
Corina: Bueno, esto quiero que lo mantengan en secreto, ya que no me gustaría que Manuel se haga popular y pierda esa paz que tanto disfruta.
Pensé que me responderían con algún mensaje casual, pero se mantuvieron expectantes.
Corina: Lo que pasó fue que tuve una discusión con Álvaro, y cómo estaba acompañado de sus amigos, creyó que intimidarme sería una buena idea. Pero gracias a Dios, Manuel apareció de repente y me defendió mediando con ellos. Por ende, creí que una forma de mostrar mi gratitud era preparándole unos cupcakes.
Alexa: Sabía que Manuel es un buen chico.
Anabel: No sabía eso.
Sofía: Corina, para ser honesta, no te creo nada, pero si no quieres hablar de ello, te comprenderé hasta que estés lista.
Sabía que Sofía no me creería. Su perspicacia le permitió mantenerse suspicaz hasta el momento en que estuviese lista.
Sofía: Cuando estés lista, estaré para ti, y creo que las chicas también.
Anabel: Siempre puedes contar conmigo, Cori.
Alexa: Y conmigo también. Te quiero mucho, Cori, y apreciaría que te apoyes en mí como lo hago yo contigo.
De repente, la puerta de mi habitación se abrió, razón por la cual me asusté y casi dejé caer mi celular. Por eso, envié un mensaje rápido a mis amigas con el que pretendí despedirme.
Tras cerrar la puerta de mi habitación, Carolina avanzó hasta mi cama, cruzó los brazos e hizo un puchero.
No supe la razón de su molestia, pero tampoco quise preguntarle, pues dado que usualmente era caprichosa, siempre actuaba así por cualquier tontería.
—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Carolina con notable molestia.
—¿A ti qué te pasa? —repliqué confundida.
—Pensé que yo era tu confidente —respondió a modo de reclamo.
—¿Qué quieres decir? —insistí con persistente confusión.
—Mamá me dijo lo de tu amigo en el colegio —reveló.
Por alguna razón, me sentí nerviosa de un momento a otro, y una vez más, tal cual sucedió con mamá, empecé a sentir cómo mis mejillas se calentaban.
—¡Ves! Estás toda roja, sí te gusta ese chico —exclamó mi hermana.
—¿Eso qué tiene de malo? —repliqué avergonzada.
—Nada, Corina, pero pensé que me lo dirías a mí primero… Siempre nos contamos nuestros secretos, y me duele un poco que fueses con mamá primero —respondió con un dejo de tristeza.
—Me vi obligada a hacerlo —repliqué a modo de excusa.
—Entiendo —musitó ella.
Pensé que la conversación acabaría ahí, pero de repente, mi hermana se entusiasmó y me pidió que la acompañase al estudio de mamá, aunque antes fuimos a la cocina para preparar té de manzanilla y tomar algunas galletas de avena.
Minutos después, cuando nos establecimos en el estudio de mamá, nos sentamos en un cómodo sofá una al lado de la otra, como solíamos hacer al momento de confesar nuestros secretos.
Yo me hice la distraída con tal de evitar el interrogatorio que estaba por empezar, pero Carolina no es alguien fácil de persuadir.
—Y cuéntame, ¿cómo es tu amigo? ¿Es lindo? ¿Es alto? ¿Qué cosas le gustan? O mejor dicho, ¿tú le gustas? Bueno, es obvio que le tienes que gustar. Después de todo, eres hermosísima.
La lluvia de preguntas cayó tan repentinamente que ni siquiera pude responder.
Además, mi corazón se aceleró porque no había pensado en esas cosas.
—¡Cori! No me dejes con la intriga —reclamó Carolina.
—Dame unos segundos, por favor, no sé cómo responder —dije avergonzada.
—¿Es el primer chico que te gusta? —preguntó.
«El primer chico que me gusta», pensé, y como si estuviese en modo automático, empecé a sonreír; apenas asentí para responderle a mi hermana.
Carolina se emocionó y dejó escapar un grito de alegría; su emoción fue contagiosa y refrescante.
—¡Eres tan tierna, Cori! Pero me entristece que te guste un chico —dijo.
—¿Qué sentiste la primera vez que te gustó un chico? —pregunté.
Carolina era más popular que yo. Incluso había tenido un novio en su primer año como universitaria.
—La verdad es que se sintió bonito al saber que un chico me gustaba, pero cuando me le acerqué para conocerlo, la atracción se esfumó hasta que simplemente dejó de gustarme. Por eso te pregunté cómo es tu amigo —respondió.
Con esa respuesta, me pregunté a mí misma si todo lo que sentí al despedirme de Manuel era porque me empezó a gustar, pues, como nunca me había gustado un chico, no estaba segura de las sensaciones que se experimentaban.
—Él es enfocado y serio. Distante y reservado. Es responsable con sus estudios y amable aunque no lo parezca —dije con un dejo de vergüenza.
Mi hermana se mostró confundida, como si no le convenciese mi respuesta.
—Pero, ¿es lindo? —insistió.
—La verdad es que no sé cómo responderte, ya que aunque no le presta atención a su apariencia, tiene ojos preciosos y una sonrisa que lo hace ver encantador, y vaya que es inusual verlo sonreír —respondí.
—Y, ¿es alto? Dime, ¿qué cosas le gustan?
—Bueno, yo creo que para su edad tiene una estatura promedio, y sobre qué cosas le gustan, leer es algo que hace a menudo.
La forma en que Carolina me analizó me causó temor, pero supongo que estaba llegando a una conclusión distinta a la de mamá.
—Y, ¿tú le gustas? —preguntó.
Ante esa pregunta, se generó un enorme vacío en mi pecho.
Yo me podía permitir tener dudas respecto a mis sentimientos, pero en cuanto a Manuel, dado su comportamiento, tuve la certeza de que no sentía nada por mí.
—Me temo que no le gusto —respondí con un dejo de tristeza.
—¿Cómo estás tan segura? —insistió.
—Tengo esa certeza… Es el único chico que no me da un trato especial ni está pendiente de mí. Tampoco me ha hecho un cumplido como la mayoría de los chicos y mucho menos toma la iniciativa para conversar conmigo —respondí.
—Qué ironía… Es posible que te guste un chico al que no le gustas —dijo.
No pensé que esas palabras me afectarían tanto, pues sentí un repentino vacío en mi pecho cuando Carolina lo dijo como si nada.
Pero, en ese momento, cuando había perdido todas las esperanzas, por impulso eché un vistazo a mi cuenta de Instagram.
Lo que noté entre mis noticiones me hizo sonreír y llenó el vacío que generó en mi pecho; Manuel cumplió su promesa.
Claro está que no todo fue bueno, pues su cuenta de Instagram apenas contaba con tres publicaciones, y una de ellas me asombró tanto como a mi hermana.
—La mayor razón de su felicidad —comentó mi hermana.
Se refería a la descripción de su última publicación, en cuya fotografía aparecía junto a una hermosa chica que lo abrazaba.
Ambos sonreían y se veían bien juntos, y era evidente que la estaban pasando genial, pues en el fondo se notaba un parque de diversiones.
—Al parecer, tiene novia —dijo mi hermana.
—Sí —musité.
A partir de entonces, me desanimé tanto que preferí subir a mi habitación, aunque en el fondo, tenía la intención de investigar un poco la vida de Manuel, y para hacerlo, era necesario contarle a mis amigas de ese detalle.