◊ Manuel Alonso ◊
Por primera vez en mucho tiempo desperté a las seis de la mañana.
Era bastante inusual cuando despertaba una hora después de lo habitual, pero supongo que todo se debía al disfrute del sueño que tuve.
Mi sueño se relacionaba con mi paso por el parque de diversiones junto a mamá, aunque a diferencia de la noche anterior, era un niño pequeño y a todas partes iba con ella tomándome de la mano.
Eso me hizo comprender que extrañaba mucho esos días en los que era un niño mimado, y tal vez por eso, me levanté con una idea en mente.
Por lo general, al levantarme, mi rutina mañanera depende de lo que esté haciendo mamá. Es decir, si está preparando nuestras loncheras, voy directo a ducharme, mientras que en caso de que se quede dormida, soy yo quien se encarga de preparar la comida.
Esa mañana, mamá estaba en la sala de estar leyendo algunos documentos; supuse que de su trabajo.
—Ah, buenos días, hijo. ¿Cómo amaneciste? —preguntó mamá al verme.
—Buen día, mamá… Amanecí muy bien, gracias —respondí.
—Hoy solamente te preparé el almuerzo, porque para el desayuno te daré dinero… Y no te niegues a aceptarlo con las excusas de siempre. Recuerda que he ganado dinero extra con las consultorías que brindé en los otros departamentos del bufete —dijo.
—Está bien, en ese caso, iré a ducharme y…
Por vergüenza, me interrumpí a mí mismo porque no sabía cómo pedirle a mamá que secase mi cabello como cuando era niño. Por eso se me quedó mirando con notable confusión.
—¿Sucede algo? —preguntó mamá.
—Bueno, es solo que…, este…, me gustaría que seques mi cabello como antes —musité avergonzado.
—Claro, hijo, con gusto —contestó mamá, a la vez que esbozaba una bella sonrisa.
Entonces, tras ducharme y vestirme con mi pijama nuevamente, me dirigí a la habitación de mamá para que secase mi cabello.
En su habitación, tan ordenada como siempre y en la que se disfrutaba de un delicioso aroma a lavanda, mamá me esperaba con su secadora de cabello, sentada en un sofá pequeño a la vez que me indicaba que me sentase en el suelo frente a ella.
—Hacía mucho que no hacía esto —dijo mamá con un dejo de emoción—. ¿Puedo saber por qué me lo pediste?
Estaba en todo su derecho de preguntar, por eso le conté qué había soñado con el parque de diversiones al que fuimos, aunque en mi sueño, yo era un niño a quien ella llevaba de la mano y mimaba con su cariño maternal.
—Se nota que la pasaste bien ayer… Espero que podamos seguir disfrutando de nuevas y divertidas experiencias, hijo —dijo mamá.
—Yo también lo espero. Creo que lo merecemos después de cinco años sacrificándonos para poder mantener un estilo de vida decente —alegué.
—Así es… Bien, aquí voy —dijo.
Tan pronto encendió su secadora de cabello a una temperatura agradable, mientras masajeaba mi cuero cabelludo, no pude evitar cerrar los ojos y recordar aquellos días en los que podía incluso sentarme en su regazo.
Fue realmente nostálgico estar ahí, y ni siquiera me importó saltarme el trabajo en el restaurante del señor Segovia o llegar tarde al colegio.
Supongo que pasaron unos pocos minutos, pero sentí que fueron horas de relajación y un viaje reconfortante al pasado, aunque una pregunta de mamá me distrajo.
—Oye, ¿quieres que peine tu cabello? —preguntó mamá con un dejo de emoción.
—¿Peinarme? —pregunté confundido.
—Claro… Hace mucho que no peinas tu cabello, lo cual deberías hacer seguido para que no se te enrede —respondió.
—Bueno, está bien, pero, ¿no te quito mucho tiempo? —inquirí.
—Para nada… Te haré un peinado que te ayudará a impresionar a esa chica que me presentaste ayer —respondió con voz socarrona.
Hubiese considerado ese comentario como una broma si no fuese por dos factores inesperados que me tomaron desprevenidos y que incluso asombraron a mamá.
Lo primero, fue que al hacer referencia de mi encuentro con Alexa, mi corazón se aceleró tras recordar lo cerca que estuvieron nuestros rostros en la casa embrujada. Mientras que lo segundo fue la ola de calor en mi rostro que le permitió a mamá ser más insistente con su broma.
—Ajá… ¡Así que te gusta esa chica! —exclamó con un dejo de emoción.
—¿¡Qué!? No, claro que no… No digas eso, mamá —reclamé avergonzado.
—No te preocupes, Manuel… Te dejaré más guapo de lo que eres, y te aseguro que esa chica se te acercará sin que siquiera intentes hablarle —alegó con seguridad.
—¡Ya mamá! —reclamé con persistente vergüenza.
A fin de cuentas, tan pronto terminó de peinar mi cabello, le di las gracias a mamá y fui a mi habitación para alistarme e irme al colegio.
Estaba tan avergonzado que ni siquiera me despedí de mamá, aunque antes de subir al ascensor tras salir del departamento, me siguió para despedirme con un beso en mi frente y un abrazo.
♦♦♦
Salí de casa a pocos minutos para las siete de la mañana, y aunque solo faltaba media hora para el inicio de la primera clase, opté por ir al restaurante del señor Segovia y cumplir con mi jornada laboral, ya que a fin de cuentas, no me significaba un problema faltar a las clases de Artes Plásticas.
Es por ello que me tomé mi tiempo para realizar mis labores en el restaurante, aunque hacerlo esa mañana fue aburrido, pues no pude contar con la compañía de mi jefe. De hecho, ni siquiera fue él quien me pagó, sino su esposa, que como siempre se le notaba de mal humor.
A fin de cuentas, me dirigí al colegio con la idea de desayunar un poco más temprano de lo normal y aprovechar mi tiempo a solas para leer, lo cual me vino de maravillas, ya que incluso pude sacar provecho del receso.
Tras finalizar el receso, me dirigí a mi salón de clases y me encontré con Estela, a quien le pedí que me pusiese al día con las actividades de Artes Plásticas, aunque me dijo con desinterés que no hubo nada interesante; se le notaba que no le importaba la asignatura.
Aun así, Estela me facilitó sus apuntes, aunque desde el momento en que nos encontramos, se mostró un tanto asombrada; al principio, supuse que por faltar a clases.
Entonces me dirigí a mi puesto y aproveché la tardanza del profesor para copiar los apuntes de Artes Plásticas, pero antes de hacerlo, fui interrumpido por una chica cuya voz hizo que mi corazón se acelerase.
—Buenos días, Manu —dijo Alexa al saludarme.
«¿Manu?», pensé confundido, aunque reconocí su audacia al mostrarse confiada.
—¿Manu? —inquirió Corina que estaba detrás de ella—. ¿Desde cuándo tienes tanta confianza con él?
El recelo se notó en la voz de Corina, pero no quise prestarle atención.
—Alexa, Corina, buenos días… ¿Cómo están? —contesté con amabilidad.
—Excelente, gracias a Dios… Oye, te vez muy guapo; hacía mucho que no te veía con el cabello peinado —respondió.
—Bueno, desde que le pedí a mi mamá que no me peinase más, dejé de priorizar mi cabello, pero hoy quise hacer una excepción —alegué.
—Óiganme ustedes dos, ¿desde cuándo se llevan tan bien? —preguntó Corina con notable inconformidad.
—Desde anoche que nos encontramos en el parque de diversiones —respondí sin dejarme llevar por su evidente inconformidad.
—Cori, Manuel me protegió de unos chicos que intentaron acosarme y…
—A mí me protegió primero —dijo Corina al interrumpirla.
Alexa y yo cruzamos miradas al notar la infantil reacción de Corina, quien nos dio la espalda y se dirigió a su puesto.
—¿Deberías hablar con ella? —le pregunté a Alexa.
—Sí, eso haré, disculpa —respondió.
♦♦♦
Horas más tarde, tan pronto finalizó la última clase de mi jornada escolar, tomé mis cosas y salí del salón de clases con la idea de asistir a los entrenamientos de voleibol, aunque no tenía ganas de entrenar.
De hecho, pensé en algunas excusas para evitar el entrenamiento, pero la presencia de alguien inesperado en el pasillo me distrajo, sobre todo porque no estaba junto a sus amigos.
Fue raro toparme con Adolfo en el pasillo, pero más extraña fue la cara de pocos amigos que tenía.
No entendí qué hacía en esa zona del colegio, pues los salones de quinto año estaban en otro edificio.
Lo que pasó entonces fue inesperado, tanto para mí como el resto de los estudiantes que iban de pasada, pues Adolfo se aproximó a mí tan pronto me vio y sin pensarlo dos veces me dio un certero puñetazo en el rostro, a la altura de mi mejilla izquierda.
«La tercera fue la vencida», pensé.
La sorpresa me ayudó a persuadir el dolor en el momento, por eso no sentí miedo de recibir otro golpe cuando me levanté.
Sin embargo, varios estudiantes detuvieron a Adolfo mientras que otros lo delataron sin titubear al notar que el profesor Guillermo Monsalve, el coordinador de tercer año, iba de pasada.
—¿Te desahogaste? —le pregunté a Adolfo mientras me limpiaba el pantalón.
—Gutiérrez, ¿por qué golpeaste a Mora? —preguntó el profesor.
—Es Alonso, profesor —intervine.
El profesor me fulminó con la mirada, aunque volvió a centrarse en quien realmente estaba en problemas.
Adolfo tensó la mandíbula cuando notó que su golpe no me había asustado en lo más mínimo.
—Eso no es su problema, profesor —respondió Adolfo.
—La violencia no está permitida en este colegio, así que tendrás que acompañarme a la oficina del director —replicó el profesor con severidad—. Mora, tú ve a la enfermería y luego te presentas en la coordinación.
—Está bien —respondí, sin quitar la vista de Adolfo.
Solo él y yo sabíamos el motivo de su ataque, pero opté por dejar que se explicase con el director, pues a fin de cuentas, no saldría impune de ello.
Mientras tanto, y tal como ordenó el profesor Monsalve, me dirigí a la enfermería, donde me recibió la doctora Francesca Heredia, quien al notar la forma en que se me hinchaba la mejilla, se levantó de su asiento para atenderme.
—¡Ay, mi niño! ¿Qué fue lo que te sucedió? —preguntó con notable preocupación.
—Me acaban de golpear —respondí—. Disculpe, pero, ¿puedo almorzar aquí?
—Primero tratemos tu herida —dijo con amabilidad.
Conforme trataba mi hinchazón, a la enfermería entraron de repente y con notable preocupación un grupo de chicos con quienes no esperaba encontrarme.
Todos estaban preocupados y desesperados, tanto que la doctora los regañó antes de echarlos de la enfermería.
—Se nota que eres popular —comentó la doctora.
Vaya que estaba equivocada, aunque sí fue raro ver a Estela, Rey, Corina, Anabel, Sofía y Alexa.
—Supongo que sí —dije para seguirle la corriente.
Minutos después, cuando la doctora terminó con su atención y pude salir de la enfermería presionando una compresa fría sobre mi mejilla, me encontré con los chicos que no dudaron en interrogarme respecto a lo que sucedió.
Apenas pude revelar que Adolfo me había golpeado sin explicación alguna, razón por la cual todos se extrañaron, salvo Corina.
—Uh, amigo, eso va a doler mañana —dijo Rey.
—¿Y ustedes qué hacen aquí? —preguntó Anabel a Estela y Rey.
Estela se ensimismó con la pregunta, mientras que Rey frunció el ceño.
—Somos amigos de Manuel —respondió Rey con un dejo de orgullo.
—¿Ustedes? —preguntó Sofía con desdén.
«¿Qué sucede aquí?» Me pregunté confundido.
—Oigan…, oigan… No es necesario discutir por tonterías, soy amigo de todos si eso los hace felices, pero ya es hora de que vayan a casa —intervine.
—¿No tienes miedo? —preguntó Corina.
Su voz sonó particularmente temblorosa, como si estuviese a punto de llorar.
—Para nada… Y bueno, iré a entrenar, así que me despido de ustedes —respondí—. ¡Ah, no! Tengo que ir a la coordinación.
Al despedirme de ellos, me dirigí a la coordinación de tercer año, donde me reencontré con un malhumorado profesor Monsalve.
Este me miró con preocupación tan pronto entré a su oficina, e incluso me dio un trato particular, como si yo fuese un niño.
Cuando tomé asiento frente a su escritorio, me ofreció una taza de té de jengibre y terminó de tomar las notas en su laptop.
Luego, conforme daba un sorbo a mi té, que no me gustó mucho por el picor del jengibre, salió un documento de su impresora.
El profesor Monsalve revisó el documento minuciosamente sin prestarme atención, luego procedió a firmarlo y finalmente sellarlo, esto mientras empezaba a sentirme incómodo.
Sin decir una sola palabra, el profesor me entregó el documento junto a una pequeña nota con la que podía irme a casa bajo reposo, aunque eso se lo regresé.
—¿No quieres ir a casa? —preguntó confundido.
—No hace falta, solo fue un golpe —respondí.
El profesor estudió mi semblante y luego se fijó en mi mejilla; su expresión me transmitió la preocupación que sentía.
—No me parece correcto, lo mejor será que vayas a casa y entregues el documento a tu representante. Es una citación para el 20 de marzo y…
—Disculpe que lo interrumpa, profesor, pero, ¿hace falta tanto protocolo? —pregunté.
—Así es… Gutiérrez afirmó frente al director que te golpeó porque simplemente quiso hacerlo. Eso quiere decir que eres víctima de acoso escolar. Por ende, necesitamos que tu representante entienda que, aunque esta situación se nos escapó de las manos, una de nuestras prioridades es la seguridad de nuestros estudiantes —respondió.
—¿Eso dijo Adolfo? —pregunté confundido.
Que Adolfo recurriese a una mentira me extrañó al principio, aunque luego de pensarlo mejor, y tomando en cuenta que un reclamo de mamá podría terminar en su expulsión, pude llegar a una conclusión que no beneficiaba mi acuerdo con el quinteto de idiotas.
—¡Oye! ¡Mora! Aterriza, muchacho —exclamó el profesor Monsalve mientras chasqueaba los dedos.
—Perdone, profesor… Es que me resulta extraño que Adolfo haya mentido —dije.
—¿En qué mintió? —preguntó el profesor extrañado.
—En que me golpeó porque quiso —respondí.
—¿Qué quieres decir? —inquirió, aún más confundido.
Sabía que, de revelar algo de la verdad entre Adolfo y yo, podía ser perjudicial para mí como estudiante becado, pero era un sacrificio que estaba dispuesto a aceptar con tal de obtener el dinero que les pedí.
La solución no era del todo segura, a pesar de que podía contar con la chica que sería una gran testigo a mi favor, obviamente manipulándola a ella y la situación que llevó a Adolfo a golpearme.
Por otra parte, también tenía que enfrentar la decepción de mamá, pues de revelar un poco de la verdad tras el altercado, pasaba de ser una víctima a un contrincante directo de Adolfo.
—Lo que quiero decir es que Adolfo y yo tuvimos una discusión ayer… Explicarlo me avergüenza un poco, porque es algo así como un triángulo amoroso —respondí con fingida vergüenza.
—¿Fue por una chica? —preguntó el profesor con repentina decepción.
—Ciertamente… Pero antes de que piense que actuó precipitadamente, debe entender que, como gané la atención de esa chica, provoqué a Adolfo presumiendo el regalo que ella me dio, cosa que volví a hacer esta mañana cuando nos encontramos en el pasillo. Por ende, Adolfo no me golpeó porque quiso.
El semblante del profesor fue tan gracioso que apenas pude contener las ganas de reír. Era evidente que estaba confundido.
—Parece que intentas defenderlo —alegó el profesor.
—Es que, si entrego este documento a mamá, ella armará un escándalo y exigirá que expulsen a Adolfo, y no sería justo que eso pase —dije.
Tras un largo suspiro, el profesor rascó su entrecejo y luego me miró fijamente.
—En ese caso, vayamos a la oficina del director —dijo.
Minutos después, y tal como tenía previsto, Adolfo fue citado una vez más por el director, pero en esa ocasión con mi presencia.
Cuando me vio sentado frente al escritorio, Adolfo frunció el ceño y se negó a sentarse a mi lado, aunque con un llamado de atención hizo caso.
El director Tulio Dávila me conocía bastante bien.
Yo era uno de sus estudiantes más destacados, tanto a nivel académico como deportivo.
Estaba seguro de que me tenía en alta estima, por eso entendí su preocupación cuando vio mi mejilla inflamada, y al igual que el profesor Monsalve, me dio un trato particular.
—¿Por qué me ha citado de nuevo? —preguntó Adolfo con calma.
Evidentemente, Adolfo respetaba la figura del director, pues no fue el mismo tono de voz que empleó con el profesor Monsalve.
El director rascó su entrecejo y dejó escapar un suspiro. Se le notaba frustrado y preocupado. Tal vez porque no se veía seguido la clase de altercados que Adolfo y yo tuvimos.
—Adolfo, acabo de descubrir con la versión de los hechos de Manuel que hay discrepancias entre sus testificaciones, así que dime, ¿por qué recurriste a la mentira? —preguntó el director.
Adolfo abrió los ojos de la sorpresa, e incluso giró en mi dirección, aunque opté por ignorarlo, ya que debía seguir mi plan al pie de la letra.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Adolfo con repentino nerviosismo.
—Manuel afirma que él te provocó, por ende, aunque tu reacción no fue la correcta, está justificada —respondió el director.
—El profesor Monsalve me entregó un documento que cita a mi representante —intervine—, pero, ¿es eso necesario?
Mi pregunta los tomó a todos por sorpresa, y sé que fue arriesgado formular tal cuestionamiento, pero necesitaba que la situación quedase entre nosotros cuatro.
—¿Qué insinúas? —preguntó el profesor Monsalve.
—No insinúo nada, solo quiero que tanto Adolfo como yo reconozcamos que ambos fallamos y nos disculpemos mutuamente —respondí.
—Es muy admirable de tu parte, pero sus comportamientos no pueden quedar impunes —comentó el director.
—Aceptaré cualquier castigo que se me imponga. Es lo que un estudiante destacado debe afrontar por no saber comportarse —dije con fingido arrepentimiento.
El director Dávila cruzó miradas con el profesor Monsalve, y en sus expresiones pude notar una combinación de asombro y satisfacción.
—¿Qué opinas al respecto, Adolfo? —le preguntó el director.
—Está bien, siempre y cuando no tenga que hacer venir a mis padres —respondió.
El director asintió satisfecho y se levantó de su asiento.
—En ese caso, caballeros, ambos serán castigados con dos horas de servicio comunitario… Ayudarán al personal de limpieza a partir de las siguientes horas —sentenció el director.
Adolfo y yo también nos levantamos para regresar y salir de la oficina del director. Así que, dado que no podía cargar con mis cosas mientras cumplía con mi castigo, fui al salón de clases para dejarlas sobre mi escritorio.
Era la una con treinta de la tarde cuando me dirigí a mi salón de clases, por lo que tuve la certeza de que no encontraría a nadie ahí.
Sin embargo, y para mi asombro, sentada en mi puesto estaba Alexa mientras se distraía con su celular; fue realmente inesperado verla.
Ella esbozó una sonrisa cuando notó mi presencia, aunque de pronto se mostró afligida y preocupada, tanto como para acercarse a mí y tomar mi mano.
La audacia de Alexa me impresionó por unos instantes, aunque cuando me guió hasta mi puesto y me pidió que me sentase, intuí que sus intenciones eran tratar la hinchazón de mi mejilla.
De hecho, Alexa revisó su morral y estuvo buscando algo durante unos segundos con un dejo de nerviosismo. Se le notaba la torpeza en sus movimientos, aunque al final logró dar con lo que buscaba; un ungüento para el dolor.
Entonces, destapó el pequeño envase y untó un poco de ungüento en sus dedos. Así que tendí mi mano para que me lo aplicase, pero en vez de ello, Alexa se tomó la confianza de acercarse a mi cara, por lo que intuitivamente la retuve.
—¿Eh? ¿Qué sucede? —preguntó confundida.
—Nada… Es solo que invades mi espacio personal —respondí con notable nerviosismo, a la vez que una ola de calor empezó a invadir mi rostro.
—¿No quieres que trate tu herida? —inquirió.
Pareció sentirse afligida ante la forma en que intenté alejarme de ella, por eso me detuve y, en pocas palabras, cedí a su amabilidad.
—Es mi venganza por hacer que me avergonzase frente a mis padres —dijo con repentina voz traviesa.
—¿Venganza? ¿En serio? —repliqué con voz socarrona.
—Solo déjame aplicarte el ungüento, no seas tan infantil —dijo, a la vez que fruncía el ceño.
Alexa, sin lugar a dudas, tenía un encanto arrollador que se me dificultó ignorar.
De hecho, conforme más se acercaba a mí, mis nervios aumentaban hasta tal punto que quise escapar, pero no quería que se burlase de mí.
—Está bien, adelante —musité con un dejo de vergüenza.
Si bien se mostró audaz, era evidente que Alexa estaba tan nerviosa como yo, pues se notaba un leve temblor en sus manos.
Aun así, fue cuidadosa y delicada al momento de aplicarme el ungüento, razón por la cual me tranquilicé un poco.
La forma cuidadosa en que Alexa me aplicó el ungüento fue reconfortante y refrescante por el componente mentolado. Sus ojos se centraron en el área afectada y masajeó con sumo cuidado hasta que se aseguró de aplicarlo correctamente.
—Muchas gracias —dije, tan pronto terminó.
Mirándola fijamente a los ojos, descubrí un brillo particular que los hacía más hermosos de lo normal.
Ella desvió la mirada y se ruborizó de repente.
Alexa no respondió a mi gratitud, ya que volcó toda su concentración en un acto tan simple como guardar el ungüento en su morral.
Tras hacerlo, como si no pudiese evitarlo, centró su mirada en la mía con valentía, razón por la cual fui yo quien se sintió nervioso; mi corazón se aceleró tanto que creí que sufriría una taquicardia.
No sé qué tipo de expresión hice, pero supongo que fue lo suficientemente relajante como para que Alexa se calmase e incluso esbozase una hermosa sonrisa que me cautivó.
«¡Oye…, oye…, oye!», pensé alarmado, pues no era propio de mí dejarme llevar en ese tipo de situaciones.
—Bien, ya me voy —dijo, y de pronto salió con una caminata rápida del salón.
«¿Qué fue eso?» Me pregunté, a la vez que tocaba mi pecho. Mi corazón latía con rapidez.
Incluso intenté seguirla, pero debido a que se me hacía tarde, ignoré esa idea y me dirigí al depósito de mantenimiento y limpieza.
Minutos después, fui recibido por el personal de mantenimiento, donde también me topé con Adolfo.
Entre los miembros del personal de mantenimiento, una mujer era quien estaba a cargo y me envió junto a Adolfo a los baños en el edificio principal para que nos encargásemos de su limpieza; era donde estaban los salones de primer y segundo año.
—¿Solo los baños? —pregunté.
—El director me informó que son solo dos horas de castigo… Con los baños será suficiente —respondió la señora.
—Bueno, está bien —dije.
De camino al edificio principal, con todos los implementos y productos de limpieza necesarios, Adolfo y yo no nos dirigimos la palabra.
Fue un poco tranquilizador que no hablásemos, pero esa tranquilidad desapareció cuando fuimos interceptados por Álvaro y Jairo, quienes se extrañaron con mi presencia, aunque al ver mi moretón en la mejilla, se dejaron llevar por la curiosidad.
—¿Fue Adolfo? —me preguntó Jairo con voz socarrona.
—Sí —respondí a secas.
—¿Adónde van con esas cosas? —preguntó Álvaro.
—A limpiar uno de los baños del edificio principal, es nuestro castigo por pelearnos —respondí.
Álvaro se mostró confundido y miró a Adolfo con recelo, mientras que Jairo no dejaba de sonreír, evidentemente complacido por el daño en mi mejilla.
—Bueno, ya no nos hagan perder el tiempo —intervino Adolfo con un dejo de rabia.
—Está bien, nos vemos mañana —respondió Álvaro para despedirse.
Jairo solo asintió y le dio un par de palmadas en el hombro a Adolfo, como si lo estuviese felicitando por lo que me hizo.
Entonces, nos establecimos en uno de los baños que, aunque no estaba del todo sucio, se evidenciaban los rastros de los estudiantes con falta de higiene personal. Así que pusimos manos a la obra y empezamos con nuestra labor.
Tal como esperaba de Adolfo, no tenía una mínima idea de lo que eran las labores de limpieza, así que me vi obligado a enseñarle la forma de limpiar los cristales y qué tipos de productos usar.
No era nada del otro mundo para mí limpiar un baño, de hecho, las labores de limpieza se me daban mejor que cocinar, por eso terminé rápido con mi parte.
Incluso, tuve tiempo de ayudar a Adolfo, quien, asqueado por una sustancia pegajosa en uno de los espejos, me pidió que me encargase de limpiarlo.
Yo puse los ojos en blanco y le dije que solo era cera para el cabello, razón por la cual se avergonzó y desvió la mirada.
—Menos mal que no te encargaste de los inodoros —dije.
Él no respondió al instante, pues siguió centrado en su labor hasta que terminó con el último espejo.
—¿Por qué? —preguntó minutos después de mi comentario.
—Porque al parecer estos mocosos no saben orinar, todos los inodoros estaban salpicados con orines —respondí.
—No me refiero a eso —dijo.
—¿Entonces? —repliqué.
—¿Por qué le dijiste todo eso al director? —inquirió confundido.
Tal vez pensó que estaba siendo condescendiente con él, pero no se trataba de eso.
La verdad es que quería evitar a toda costa su expulsión y que, de ese modo, una parte importante del dinero que le pedí a él y sus amigos se redujese.
—¿Creíste que te dejaría escapar tan fácilmente? —pregunté conforme trapeaba los urinales, que por suerte no estaban salpicados de orines a su alrededor.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con persistente confusión.
—Yo no sé si buscabas que te expulsasen a propósito, pero no podía permitir que eso sucediese y te fueses sin pagar la parte del dinero que les pedí. Así que actué antes de que te salieses con la tuya —respondí.
Adolfo dejó de limpiar y giró en mi dirección. Su rostro se enrojeció de la rabia, pero por alguna razón se contuvo.
—Hagas lo que hagas, no escaparás, así que no pierdas tu tiempo en artimañas tontas —dije—, si no fuese porque el profesor Monsalve mencionó que asumiste la culpa de tu acto, no hubiese hecho nada al respecto.
—¿Qué necesidad? Dime, ¿qué maldita necesidad tienes de pedirnos esa cantidad de dinero? —preguntó frustrado.
Yo dejé de limpiar y lo miré fijamente.
—Si no consigo el dinero…
Me interrumpí para explicárselo con una pantomima, pues con mi mano apunté a mi cabeza como si fuese un arma y dramaticé un disparo.
Adolfo abrió los ojos con asombro, pero de pronto esbozó una sonrisa burlona y me retó.
—¿De verdad piensas que te voy a creer? —preguntó.
Ciertamente, exageré un poco mi respuesta, aun cuando podía ser una posibilidad por tener una deuda con la mafia.
—Si me crees o no, me vale mierda, lo único que me importa es el dinero que me conseguirán —respondí.
—¿Y si me niego a conseguir mi parte? —insistió.
Ante su pregunta, me mostré pensativo.
Adolfo provenía de una familia adinerada y eran pocas las amenazas que podían tener efecto en él. Así que, tras unos segundos de reflexión, me centré en la figura pública de su hermano mayor.
—En otras noticias, el beisbolista profesional Arnaldo Gutiérrez enfrenta un problema familiar que lo ha alejado de los terrenos de juego. Tras obtener un permiso por parte de la directiva de su equipo, volvió a su país para apoyar a su hermano, quien está involucrado en el caso de abuso sexual de una menor de edad… El joven Adolfo Gutiérrez se encuentra bajo arresto preventivo en la correccional de menores, esperando junto a sus cómplices, la sentencia del juez.
Mi imitación de un presentador de noticias no fue la mejor, pero por lo menos logré lo que quería; acorralar a Adolfo.
—Imagina todos los problemas que le ocasionarías a tu hermano, que en poco tiempo podría firmar un gran contrato millonario con uno de los equipos más importantes de las ligas mayores… Podrías ser tú quien acabe con su carrera —dije.
—Maldito —musitó Adolfo.
—La imagen pública influye mucho en los contratos deportivos —insistí—, pero bueno, creo que como buen hermano menor, no querrás perjudicarlo, ¿verdad?
Adolfo no respondió a mis palabras. Tan solo siguió limpiando hasta que terminamos y me dejó a solas con todos los implementos y productos de limpieza, aunque, por suerte, llegó un señor del personal para supervisar y ayudarme.
A todas estas, podría decir que cumplí con el objetivo que me propuse, aunque más tarde, cuando llegué a casa, me enfrenté al escándalo de mamá al ver las secuelas del golpe que recibí.
Más allá de su desesperación y preocupación, se dejó llevar por la rabia al decir que iría al colegio para formalizar un reclamo, y que no descansaría hasta que expulsasen a mi agresor o se disculpase conmigo.
No fue fácil lograr que se calmase.
Incluso tuve que mentirle al decir que ya se habían disculpado conmigo, tanto Adolfo como sus padres.
También le dije que el director estaba tomando cartas en el asunto y que suspendería a Adolfo por una semana.
—¡Qué inmaduro! ¿Cómo se atreve a dañar tu lindo rostro? —exclamó preocupada mientras me untaba ungüento para el dolor.
—No es para tanto, mamá —dije.
—¿No es para tanto? ¿Cómo no? —preguntó desesperada y furiosa.
—Maten la calma, al final salí ganando, creo —respondí.
El semblante de mamá cambió de repente; pasó de la rabia a la confusión.
Mientras que yo, por alguna razón, me puse nervioso, pues la imagen que se proyectó en mi mente fue la de Alexa sonriendo.