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—¡Joven maestro! —exclamó Alix sorprendida y se levantó.
—¡¿Cómo podía ser!! —pensó en su mente.
Caishen rió entre dientes y negó con la cabeza, era tan divertido molestarla. Le gustaba que sus emociones y reacciones fueran tan fáciles de leer. Era como un libro abierto.
—¿En qué piensas? —le preguntó él.
—Que debo alejarme de ti, oh, eres un hombre tan peligroso —respondió ella con un tono juguetón en su voz.
Él giró su silla de ruedas, pero no sin antes decirle, —Realmente piensas demasiado. Estaba mirando tus dedos, hoy no llevas puestos los guantes.
Ella miró sus dedos hacia abajo y sonrió jubilosa en su corazón porque podía volver a sentirlos. Se los había pellizcado la noche anterior, los había flexionado todo lo que pudo y les había dado docenas de besos.
Aunque los pellizcos dolían, era un dolor dulce porque significaba que sus dedos finalmente estaban sanando.