Cassandra despertó al son de unos ligeros ronquidos. Su cabeza se sentía pesada y su cuerpo adolorido. Lentamente se sentó en la cama y encontró a alguien sosteniendo su mano.
Al mirar en esa dirección, encontró el rostro de Siroos muy cerca de su mano. Estaba dormido en una silla, su enorme mano descansando sobre la de ella en un agarre delicado. Las preocupaciones grabadas en su frente sombreada de arena en forma de crestas de un desierto.
El fuego todavía crepitaba en la chimenea, dando un brillo anaranjado al cabello de Siroos. No pudo evitar observar sus rasgos afilados, todo en él parecía haber sido sumergido en acero y forjado en hierro.
Y se preguntó si su corazón poseía misericordia o si sería tan abusivo como la mayoría de los Alfas eran conocidos por ser. Tenía un temperamento y no mostraba rastros de remordimiento o misericordia hacia la gente a la que había matado.