La nariz de Tholarián se dilató en rabia mientras decía con desdén.
—Cumplirás tu deber e irás con el Alfa Dusartine como anuncié.
—Soy tu hija. ¿Cómo puedes empujarme a los brazos de un asesino? —preguntó Cassandra, con la voz tensa, buscando cualquier misericordia en el rostro de su padre. Siroos esperaba tales palabras de su compañera después de lo que había hecho en la arena.
—¿Te atreves a preguntar eso después de que me robaste esa gema? Una palabra más y olvidaré que eres mi hija. Castigaré... —Tholarián ni siquiera había terminado la frase cuando Siroos gruñó amenazadoramente.
—Nadie le pondrá un dedo encima o lo cortaré en un millón de pedazos. No faltes el respeto a mi compañera. Puede que sea tu hija, pero deberás actuar con respeto.
Los ojos de Tholarián, más fríos que el hielo, parpadearon hacia Siroos y la habitación tembló con su magia. Danzaba en las puntas de sus dedos; ráfagas de ella salían disparadas y giraban en el aire, cargándolo.