El aire a su alrededor estaba impregnado de tensión, los restos de su furia aún chispeaban en el ambiente. Sus ojos dorados permanecían fijos en Ryan, amplios e inocentes en los brazos de Annie, pero no había lugar a dudas. Era su hijo.
Su hijo.
Una mezcla de emociones inundó a Damien, golpeándolo como un tsunami. La rabia corría por sus venas. La traición le dolía profundamente. Pero bajo la ira, bajo el dolor, había algo todavía más fuerte: una abrumadora sensación de amor. Su lobo aullaba en su interior, reconociendo la conexión al instante, sus instintos cobrando vida.