La luz de la luna se filtraba a través de los árboles, proyectando sombras plateadas en el suelo. Annie mantenía su mirada al frente, sus pensamientos acelerados. La tarde había sido inesperadamente agradable, lejos de la tensión que había anticipado. Aún así, no podía evitar la sensación de que necesitaba mantener su distancia de Damien.
Cuando llegaron al borde del sendero del bosque que llevaba a su casa, Annie se detuvo abruptamente. Damien se detuvo junto a ella, mirándola con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—No es necesario que me acompañes hasta mi casa —dijo Annie, su voz firme pero suave—. Puedo seguir sola desde aquí.
Damien frunció el ceño, una sombra de preocupación nublando sus rasgos.
—Es tarde, Annie. Me sentiría mejor si te viera llegar sana y salva a casa.
Annie negó con la cabeza, una pequeña sonrisa jugando en sus labios.
—Soy un lobo, Damien. Puedo defenderme contra cualquier humano que pueda cruzarse en mi camino.