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Chapter 51 - Capítulo 49: Ecos de Guerra y Expansión

El sistema Valtor, ubicado a pocos saltos de Luxaeron Primus, era el próximo objetivo de la Dinastía del Caos Ardiente. A diferencia de Aetheros II, Valtor no sería una conquista sencilla. Los informes indicaban que los habitantes del planeta Valtor III, el más importante del sistema, poseían una fuerza militar considerable y una férrea voluntad de resistencia. Este planeta, a pesar de no tener la magnitud de un sistema capital como Aurelia, representaba una amenaza potencial para la expansión del imperio de Rivon y Sera.

Desde el puente de la Devastatrix, Rivon miraba los mapas estelares con una expresión fría. Su mirada estaba fija en el planeta Valtor III, un mundo cubierto por vastos desiertos y ciudades fortificadas, hogar de una raza de humanos adaptados a condiciones extremas. El pueblo de Valtor había sobrevivido generaciones bajo el yugo de guerras internas y ahora preparaba sus defensas para la inminente invasión.

—Ellos lucharán hasta el último hombre —dijo Sera con una sonrisa oscura, mientras miraba los informes tácticos—. Creen que pueden resistirnos.

Rivon asintió, pero no parecía preocupado. Para él, la resistencia solo ofrecía la oportunidad de desatar su verdadera naturaleza. La sangre, la crueldad, y el control absoluto eran la fuente de su poder, y cada batalla lo hacía más fuerte. Sabía que, cuanto más durara la lucha, más intensa sería la euforia que experimentaría cuando el planeta finalmente se arrodillara ante él.

—Dejemos que se preparen —murmuró Rivon, mientras sus dedos tamborileaban sobre el brazo de su trono—. Cuando los enfrentemos, aprenderán lo que significa enfrentarse a la Dinastía del Caos Ardiente.

Las flotas de la Dinastía se preparaban para el asalto, y los cañones de la Devastatrix ya estaban alineados, apuntando a los sistemas defensivos planetarios. El plan era simple: destruir las defensas orbitales y luego descender con las fuerzas terrestres para tomar las ciudades clave. Pero Rivon, con su sed de sangre y poder, sabía que esta batalla no sería tan metódica como la de Aetheros II. Aquí, la violencia sería total.

—Prepárate, Sera —dijo Rivon, con un brillo en los ojos—. Vamos a hacerles entender quiénes somos.

Con esa orden, las fuerzas de la Dinastía del Caos Ardiente se pusieron en marcha. Las naves de guerra irrumpieron en el sistema Valtor como una tormenta de destrucción, disparando sus armas a las defensas orbitales. La resistencia fue feroz, pero para Rivon y Sera, era solo el preludio del caos que desatarían en la superficie.

Desde las profundidades de la Devastatrix, los Hijos del Caos Lascivo se preparaban para el combate. Eran la vanguardia, los guerreros de élite que Rivon había moldeado con su poder. Cuando el bombardeo orbital debilitó las defensas del planeta, Rivon dio la orden de desembarcar.

Las naves de desembarco cayeron sobre la superficie de Valtor III como una lluvia de muerte. Las tropas de la Dinastía se extendieron rápidamente, enfrentándose a la dura resistencia de los soldados de Valtor. Pero, como siempre, la crueldad y la violencia de los guerreros de Rivon prevalecían.

Sera lideraba una de las primeras oleadas, cortando a través de los defensores con la Espada del Caos Tentador en mano, su armadura resplandeciendo con la energía oscura que tanto la definía. Su estilo de combate era implacable, y con cada enemigo que caía bajo su espada, Sera absorbía la energía de sus vidas, alimentando su poder.

Rivon, mientras tanto, desembarcaba en otro frente. Su presencia en el campo de batalla era como una tormenta desatada. Cada paso que daba sobre la arena del desierto dejaba a su paso un rastro de sangre y terror. Con la Lanza del Deseo Oscuro en mano, arremetía contra las líneas enemigas, desmembrando a sus oponentes con una brutalidad que solo aumentaba su éxtasis. Con cada vida que tomaba, el deseo que sentía dentro de sí crecía, y su control sobre los demás se volvía más feroz.

El campo de batalla se convirtió en un infierno sangriento, donde los soldados de Valtor eran destrozados sin piedad. Rivon se movía como una fuerza imparable, disfrutando de cada grito de terror, de cada gemido de dolor. Y con cada gota de sangre derramada, su poder se multiplicaba, su desenfreno sexual despertando con la violencia de la batalla.

— ¡Esta es nuestra voluntad! —rugió Rivon, su voz resonando por encima del caos. Sus tropas lo seguían, inspiradas y aterrorizadas por igual. Sabían que la victoria era inevitable, pero también comprendían que estaban ante algo más grande que una simple conquista.

La batalla de Valtor III estaba en marcha, y aunque los defensores luchaban con todo lo que tenían, sabían que la Dinastía del Caos Ardiente no se detendría hasta que su planeta estuviera bajo su control absoluto.

La masacre acababa de comenzar.

El suelo de Valtor III se teñía de rojo bajo el sol abrasador. Las dunas del desierto, antes tranquilas, ahora eran campos de cadáveres destrozados, una escena de muerte y destrucción desatada por la furia implacable de la Dinastía del Caos Ardiente. Los gritos de los moribundos resonaban en el aire, mezclándose con el sonido de las explosiones y el choque de las espadas. Los guerreros de Rivon y Sera no solo se limitaban a luchar; desataban una violencia brutal, sin reservas, aniquilando todo a su paso.

Rivon, en el centro del campo de batalla, era una fuerza desatada, como un dios de la guerra caminando entre mortales. Su armadura negra y ornamentada, la Armadura del Deseo Oscuro, brillaba con un resplandor siniestro, reflejando la luz del sol mientras se movía con una velocidad y precisión letales. En su mano, la Lanza del Deseo Oscuro cortaba el aire y la carne con una facilidad perturbadora, atravesando cuerpos y destruyendo armaduras como si fueran de papel.

Cada enemigo que caía bajo su lanza era un nuevo escalón en la espiral de poder y placer que Rivon sentía. Sus ojos brillaban con un deseo insaciable mientras su arma se hundía una y otra vez en la carne de los soldados de Valtor. Sus gritos de dolor, el crujido de los huesos, y la sangre que brotaba en chorros eran una sinfonía que aceleraba su pulso, encendiendo en él un desenfreno sexual que se fusionaba con la violencia.

Uno de los soldados intentó enfrentarse a Rivon, levantando su espada con desesperación, pero su intento fue inútil. Rivon lo desarmó con un golpe brutal de su lanza, y antes de que pudiera reaccionar, lo agarró por el cuello. Con una sonrisa fría y despiadada, levantó al hombre, aplastando su tráquea con sus propias manos mientras lo observaba morir lentamente. La sangre brotó de su boca, gorgoteando con un sonido repugnante mientras Rivon disfrutaba de cada segundo de su sufrimiento.

—¡No tienen escapatoria! —gritó, su voz resonando por el campo de batalla. El aire alrededor de él parecía vibrar con una energía oscura, alimentada por la muerte y el caos que lo rodeaba.

En otro sector del campo de batalla, Sera avanzaba con la misma ferocidad. A diferencia de Rivon, su estilo era más refinado, pero no menos letal. La Espada del Caos Tentador se movía con una gracia casi artística, desmembrando a los soldados de Valtor con movimientos rápidos y precisos. Cada corte estaba calculado, cada embestida destinada a maximizar el dolor antes de la muerte.

Uno de los comandantes de Valtor, un hombre corpulento con una armadura pesada, intentó detener a Sera, blandiendo su enorme hacha. Con un rugido, se lanzó hacia ella, pero Sera esquivó el ataque con facilidad, su cuerpo moviéndose con una agilidad inhumana. Antes de que el hombre pudiera levantar su arma de nuevo, Sera ya estaba a su lado, su espada cortando limpiamente a través de su abdomen. La sangre brotó en un torrente, y el hombre cayó de rodillas, sus manos tratando inútilmente de contener las vísceras que se desbordaban.

Sera no mostró piedad. Con un giro rápido, cortó la cabeza del comandante, su cuerpo cayendo pesadamente al suelo mientras la sangre empapaba la arena a sus pies. Observó la escena por un momento, sus ojos brillando con satisfacción mientras el caos se extendía a su alrededor. Los soldados de Valtor, aterrorizados por la brutalidad que estaban presenciando, comenzaron a retroceder, pero no había escapatoria.

—No hay misericordia para los débiles —susurró Sera, mientras sus tropas avanzaban, aplastando la resistencia con una crueldad inhumana.

El suelo temblaba bajo el peso de los Hijos del Caos Lascivo, la unidad de élite que Rivon y Sera habían formado para las batallas más sanguinarias. Cubiertos con armaduras oscuras, sus rostros ocultos bajo máscaras grotescas, los guerreros avanzaban sin mostrar emociones, implacables en su misión de exterminio. Cada golpe de sus armas destrozaba carne y hueso, y su avance era imparable. Los soldados de Valtor no tenían ninguna posibilidad contra ellos.

En medio del caos, Rivon se lanzó hacia otro grupo de soldados que intentaban formar una línea de defensa. Con un rugido, arremetió contra ellos, su lanza cortando a través de varios hombres de un solo golpe. La sangre salpicó su rostro y armadura, pero lejos de detenerlo, solo lo excitaba más. Su respiración se aceleraba, y con cada muerte, sentía cómo el deseo dentro de él crecía, una necesidad insaciable de dominar y destruir.

Los pocos soldados que quedaban retrocedieron, intentando huir, pero Rivon no les permitió escapar. Los persiguió con una velocidad brutal, derribándolos uno por uno, arrancando sus corazones con las manos desnudas, sintiendo el calor de la sangre correr por sus dedos. Su éxtasis alcanzaba nuevos niveles, y cada muerte lo hacía más poderoso, más sediento de sangre y placer.

La batalla en Valtor III no era solo una guerra. Era una masacre.

Las defensas del planeta comenzaron a colapsar bajo la presión. Los cañones de las defensas planetarias fueron destruidos por los bombardeos de las naves de la Dinastía del Caos Ardiente, y las ciudades empezaron a caer una por una. En cada rincón del planeta, la resistencia se desmoronaba, y las tropas de Rivon y Sera avanzaban sin piedad, destruyendo todo a su paso.

Las calles de las ciudades de Valtor III eran ríos de sangre, y los cadáveres se apilaban en las esquinas. Los pocos civiles que no habían huido fueron cazados y masacrados sin piedad. Nadie estaba a salvo de la furia de Rivon y Sera.

En el corazón de la batalla, Rivon se detuvo un momento, respirando profundamente, su pecho alzándose con cada inhalación. Sus ojos brillaban con un deseo oscuro y peligroso, y una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Miró a su alrededor, observando el caos que había desatado, y sintió que el poder dentro de él alcanzaba un nuevo nivel.

El desenfreno del caos no había terminado.

Con la caída final de Valtor III, la batalla no había concluido. Rivon y Sera, conscientes de que la masacre era solo el principio, dieron paso a la siguiente fase de su campaña: la recolección de esclavos. El caos que habían desatado no solo era un arma de destrucción, sino también de dominación. El planeta derrotado se convertiría en una fuente inagotable de mano de obra para la expansión de la Dinastía del Caos Ardiente.

Bajo las órdenes de Rivon, los Hijos del Caos Lascivo comenzaron la búsqueda sistemática de los sobrevivientes. Nadie era dejado atrás, ni los heridos ni los que intentaban ocultarse entre las ruinas. Los guerreros de élite, implacables en su misión, registraban cada rincón de las ciudades destrozadas, arrastrando a los civiles, soldados derrotados, y líderes caídos hacia los enormes transportes que esperaban para llevarlos al infierno que les aguardaba en Luxaeron Primus.

Las calles de Valtor III, todavía húmedas con la sangre derramada, resonaban ahora con los gritos de los capturados. Los soldados de Rivon no mostraban piedad, y aquellos que intentaban resistirse o escapar eran brutalmente golpeados o ejecutados en el acto. Para Rivon, los esclavos que se rendían con facilidad eran los más valiosos. La resistencia solo mostraba debilidad, y en su imperio, la debilidad no tenía lugar.

—¡Agrupad a los más fuertes! —ordenó Rivon, su voz resonando por los campos de escombros. Los soldados obedecieron de inmediato, separando a los más robustos y aptos para el combate, apartando a los que podrían ser entrenados para convertirse en guerreros devotos del caos y el deseo. Los débiles, los ancianos, y los heridos fueron llevados aparte para un destino diferente: trabajos forzados o sacrificios rituales en honor al Núcleo del Deseo.

Desde las alturas de una colina cercana, Sera observaba la recolección con una frialdad calculadora. Sus ojos brillaban con la misma crueldad metódica que había mostrado en el campo de batalla. Sabía que cada esclavo capturado, cada vida destruida, no solo era una victoria militar, sino una consolidación de su poder y el de Rivon. Su Guardia del Deseo Inquebrantable se mantenía a su lado, listos para intervenir si era necesario, aunque su mera presencia ya era suficiente para mantener el orden.

—Aquellos que sobrevivan al proceso de selección serán entrenados —dijo Sera en voz baja a sus comandantes. —Haremos de ellos una nueva legión. Los Siervos del Caos Tentador crecerán, y el próximo planeta caerá aún más rápido.

Los prisioneros eran alineados frente a las tropas, atados con cadenas y con los rostros ensangrentados y llenos de miedo. Los altos mandos de Valtor III, ahora prisioneros, fueron tratados con especial desprecio. Despojados de sus insignias y ropas, fueron presentados como un espectáculo de humillación ante los soldados de Rivon. Su derrota no solo había sido física, sino también psicológica.

Uno de los líderes de Valtor, un general de alto rango, fue llevado ante Rivon, quien lo observó con desdén. El hombre, herido y despojado de su orgullo, intentó hablar, pero las palabras se ahogaron en su garganta cuando Rivon le clavó la mirada. No había necesidad de discursos ni súplicas. Rivon levantó su lanza, apuntando directamente al corazón del general, y con un rápido movimiento, lo atravesó sin esfuerzo. El cuerpo cayó pesadamente al suelo, mientras la sangre se esparcía en un charco oscuro a los pies de Rivon.

—Los débiles no tienen cabida en mi imperio —murmuró Rivon, observando cómo el resto de los prisioneros temblaba de terror.

El proceso de selección continuó con una brutal eficacia. Los soldados más fuertes fueron apartados, sus cuerpos aún cubiertos de polvo y sangre, pero ahora encadenados y derrotados. Serían llevados a Luxaeron Primus para ser convertidos en los próximos guerreros de la Dinastía, adoctrinados y transformados en instrumentos de guerra bajo el mando de Rivon y Sera.

Mientras tanto, los débiles y los no aptos fueron agrupados en caravanas que los llevarían a sus destinos de esclavitud. Los más jóvenes y físicamente capaces serían usados como trabajadores en los campos y fábricas del imperio, mientras que los más desafortunados serían sacrificados en los oscuros rituales que alimentaban el Núcleo del Deseo. La máquina del imperio no se detenía, y cada ser capturado tenía un papel que cumplir, ya fuera en vida o en muerte.

Sera descendió de la colina, acercándose a Rivon, quien aún se encontraba observando la recolección.

—¿Satisfecho? —preguntó ella, con una sonrisa fría en los labios.

Rivon asintió lentamente, mirando a los prisioneros con una mezcla de desdén y satisfacción. —Esto es solo el principio. Luxaeron Primus se llenará de su carne. Pronto, no habrá ningún rincón de esta galaxia que no sienta el peso de nuestra dominación.

Sera se detuvo a su lado, observando cómo los últimos prisioneros eran subidos a las naves de transporte. —El siguiente planeta será aún más fácil de tomar. Con cada victoria, nuestras fuerzas crecen, y nuestro control se vuelve más absoluto.

Con los esclavos capturados y las defensas de Valtor III destruidas, las naves de la Dinastía del Caos Ardiente comenzaron a despegar. El planeta, ahora reducido a escombros, era solo un eco de lo que había sido, una advertencia para cualquier sistema vecino que se atreviera a resistir. Las estrellas que rodeaban a Valtor III brillaban con una luz fría y distante, pero en el horizonte, nuevas conquistas esperaban.

Rivon y Sera subieron a su nave insignia, Devastatrix, observando desde los puentes cómo los transportes llenos de esclavos se dirigían de regreso a Luxaeron Primus. Cada paso de su expansión estaba asegurado, y con la recolección completada, era hora de planear el próximo movimiento. La sangre derramada en Valtor III solo había alimentado más el deseo de Rivon, quien sentía cómo el poder dentro de él crecía con cada victoria.