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Chapter 52 - Capítulo 50: Encontronazo con los Aerithii

El espacio profundo alrededor de Luxaeron Primus siempre había sido testigo de las imponentes flotas de la Dinastía del Caos Ardiente, pero en los últimos días, algo distinto se acercaba a sus dominios. Rivon y Sera, aún en el apogeo de su conquista sobre Valtor III, recibieron informes de una perturbación en las fronteras de su imperio. Una raza hasta ahora desconocida había sido detectada en los límites del sistema: los Aerithii, una civilización alienígena que había evitado el contacto con el Imperio Celestial durante siglos.

Las primeras señales llegaron en forma de destellos fugaces en las pantallas de los sensores. Naves con un diseño elegante y aerodinámico, con superficies cubiertas de energía pura, se movían con una fluidez inquietante entre las estrellas. Los Aerithii no eran una raza que buscara la guerra abierta, pero su presencia y tecnología avanzadas representaban una amenaza directa al dominio de Rivon y Sera.

—¿Qué crees que buscan? —preguntó Sera, mientras ambos observaban los informes holográficos desde la sala de mando de la Devastatrix.

Rivon, sin apartar la mirada de las proyecciones, sonrió con desprecio. —No importa lo que busquen. Si se han atrevido a acercarse a nuestro imperio, significa que están preparados para morir.

Las fuerzas de la Dinastía del Caos Ardiente se pusieron en alerta máxima, las naves de combate y los cañones espaciales planetarios activados para interceptar a las avanzadas Aerithii. Rivon no permitiría que ninguna amenaza externa se acercara tanto a Luxaeron Primus sin pagar el precio.

—Prepárate —ordenó Rivon, su mirada oscura reflejando la emoción de lo que estaba por venir—. Vamos a demostrarles que su elegante tecnología no es rival para el caos que desatamos.

Las naves de combate de Rivon comenzaron a desplegarse, moviéndose en formación para interceptar a la flota Aerithii. Los Guerreros del Deseo Oscuro, listos para el combate, se prepararon para descender sobre las naves enemigas si el combate se volvía cuerpo a cuerpo.

Cuando las primeras naves Aerithii rompieron la barrera de la defensa externa, quedó claro que esta raza no solo era avanzada, sino también poderosa. Sus armas, alimentadas por lo que parecían ser fuentes de energía puramente desconocidas, golpeaban con una precisión escalofriante. Cañones de energía pura atravesaban los escudos de las naves de Rivon, causando explosiones devastadoras en cuestión de segundos.

Pero Rivon no iba a retroceder. El caos que él y Sera habían creado los había preparado para este tipo de enfrentamiento. Las naves insignia como la Devastatrix y la Recolectora de Almas contraatacaron, desatando su propio arsenal de destrucción, cañones de plasma y misiles devastadores que llenaban el espacio con una violencia abrumadora.

—Vamos a demolerlos —dijo Sera, su tono frío mientras observaba las pantallas—. No permitiré que piensen que pueden acercarse a nosotros sin sufrir las consecuencias.

Los Aerithii, aunque poderosos, no estaban acostumbrados al tipo de brutalidad que Rivon y Sera desataban en sus batallas. Las tácticas de la Dinastía del Caos Ardiente eran implacables, golpeando sin misericordia, destruyendo naves y forzando a la flota Aerithii a retroceder lentamente hacia la frontera.

En la Devastatrix, Rivon observaba cada destrucción con una satisfacción oscura. Sabía que esto no era solo una simple batalla, sino un mensaje para todo aquel que osara desafiar su poder.

El enfrentamiento espacial no era suficiente para Rivon. Las naves Aerithii, aunque resistentes y bien equipadas, estaban siendo superadas por la brutalidad y la táctica despiadada de la Dinastía del Caos Ardiente. Pero Rivon quería más. Desde el puente de la Devastatrix, observaba cómo las naves enemigas comenzaban a fracturarse, su elegante diseño cediendo ante los embates implacables de los cañones de plasma.

—Despliéguenlos —ordenó Rivon con una frialdad absoluta.

A su señal, los Guerreros del Deseo Oscuro fueron lanzados hacia las naves Aerithii en una ofensiva salvaje. Transportados por cápsulas de asalto, impactaron en las naves enemigas con violencia, desgarrando el casco de las fragatas y cruceros con explosiones brutales. Los Hijos del Caos Lascivo, liderados por Sera en persona, también fueron liberados, listos para invadir las naves enemigas y desatar una masacre sin igual.

Rivon sonreía, anticipando lo que vendría. Sabía que su hermana estaba ansiosa por probar el poder de sus guerreros en un combate cuerpo a cuerpo. Las fuerzas Aerithii no habían visto nunca algo como lo que Sera y los suyos iban a desatar sobre ellos.

Mientras las cápsulas de asalto chocaban contra el casco de las naves enemigas, los Hijos del Caos Lascivo irrumpieron en el interior con una fuerza devastadora. Sus armaduras negras y adornadas con los símbolos del deseo y el caos brillaban con la luz de las explosiones y el fuego láser. Las armas que empuñaban, imbuidas con el poder del Núcleo del Deseo, se movían con una precisión salvaje, cortando, destruyendo y derramando sangre.

Sera avanzaba al frente de su unidad, una figura imparable de poder y crueldad. Su Espada del Caos Tentador vibraba con energía mientras se movía entre los Aerithii, arrancando gritos de agonía a cada paso que daba. El aura de caos y deseo que la rodeaba impregnaba el campo de batalla, enloqueciendo a los soldados enemigos, haciéndolos vacilar antes de enfrentarse a ella. Pero nadie tenía oportunidad. Cada enemigo que intentaba alzar su arma era derribado con una eficiencia brutal.

—¡Mueran ante el caos! —gritó Sera, decapitando a un comandante Aerithii que se había atrevido a desafiarla.

Mientras tanto, en otra sección de la nave, Rivon sentía el creciente frenesí en su interior. Cada vez que una de sus tropas derramaba sangre, el hambre insaciable que lo dominaba crecía. El caos de la batalla, la masacre incesante que sus guerreros desataban, lo alimentaba de una manera que solo podía entender quien compartiera su vínculo con el Núcleo del Deseo.

—Sangre, siempre más sangre... —susurró, observando los datos tácticos desde su trono en la Devastatrix.

En ese momento, una transmisión llegó desde uno de los generales del frente, su voz entrecortada por el frenesí de la batalla. —Señor, las naves Aerithii... parecen estar cayendo, pero sus tropas en tierra resisten con fuerza. Solicito refuerzos.

Rivon se levantó de su asiento, su presencia oscura llenando la sala de mando. —Yo mismo seré tu refuerzo.

Con una risa oscura que resonó en el puente, Rivon se preparó para unirse a la batalla. Sus ojos brillaban con la promesa de la sangre que derramaría. Sabía que su participación solo aceleraría el desenlace inevitable de la carnicería.

Las tropas Aerithii estaban condenadas. No tenían manera de defenderse de la brutalidad combinada de Rivon y Sera, que ahora lideraban sus fuerzas directamente en la masacre más sangrienta que ese rincón del universo había visto en años.

Las puertas de la nave principal Aerithii se abrieron con un estruendo metálico cuando las fuerzas de Rivon irrumpieron en su interior. El aire estaba cargado con una energía casi palpable, una mezcla entre la tecnología avanzada y la magia antigua que los Aerithii manejaban. La resistencia había sido feroz, pero los soldados de la Dinastía del Caos Ardiente, liderados por Rivon y Sera, habían roto las defensas, desatando una carnicería sangrienta que resonaba en cada rincón de la nave.

Los cuerpos de los Aerithii yacían esparcidos por los corredores, sus formas humanoides elegantemente armadas pero despedazadas por la brutalidad de los invasores. Cada paso de Rivon sobre los charcos de sangre aumentaba el frenesí que lo consumía. Su deseo y lujuria se intensificaban con cada vida que extinguía, cada gota de sangre que caía. Sus ojos, brillantes de placer oscuro, se posaron sobre un grupo que había sido capturado en uno de los salones principales de la nave.

Allí estaban, las hembras Aerithii, de piel pálida y luminosa, una mezcla de belleza alienígena y sofisticación. Su aspecto humanoide era atractivo a los ojos de Rivon: figuras esbeltas, curvas delicadas y unos ojos intensamente brillantes que irradiaban una mezcla de miedo y orgullo. Cada una de ellas llevaba vestimentas ceremoniales que parecían fusionarse con su piel, pero ahora, en su condición de prisioneras, esas ropas estaban rasgadas y ensangrentadas.

Sera, a su lado, observaba en silencio mientras los guerreros sometían a las cautivas, preparándolas para lo que vendría. La atmósfera del lugar estaba cargada de tensión, pero Sera no intervenía. Sabía que el verdadero espectáculo acababa de comenzar. El poder de Rivon no solo residía en su capacidad de destrucción, sino también en su dominio absoluto sobre aquellos que caían bajo su control, y las Aerithii no serían la excepción.

Rivon se acercó a una de las cautivas. Su rostro, aún lleno de una nobleza fría, lo miraba desafiante, pero en lo profundo de sus ojos había miedo. Era el miedo que alimentaba el poder de Rivon. Sin decir palabra, la tomó por el cuello, alzándola con facilidad, sus dedos cerrándose alrededor de su garganta con una firmeza que no dejaba lugar a dudas sobre su destino. Los otros prisioneros observaron con terror cómo Rivon ejercía su dominio.

La cautiva intentó resistirse, pero pronto sus movimientos se volvieron espasmódicos. Rivon la soltó, permitiendo que su cuerpo cayera al suelo, jadeante y débil. Mientras tanto, la sangre manchaba sus manos y la sensación de control absoluto sobre las Aerithii le daba una embriagadora sensación de poder. Las demás prisioneras sabían que no tenían ninguna esperanza. Las élites de la Dinastía del Caos Ardiente las rodeaban, y la cruel mirada de Rivon se cernía sobre ellas.

Sera observaba desde un rincón oscuro, sus labios curvándose en una sonrisa mientras sus ojos seguían cada movimiento de Rivon. Lo que antes había sido un símbolo de poder y fortaleza, esas mujeres intocables con sus cuerpos perfectos y sus orgullosas posturas, ahora estaban reducidas a simples objetos de su placer. Rivon no necesitaba pedir nada, solo tomarlo, y ellas no podían hacer más que ceder.

El ambiente en la sala estaba cargado de una energía pesada, densa, mientras cada prisionera era sometida. Los gritos ahogados y jadeos reverberaban por las paredes, mezclándose con el sonido húmedo de los cuerpos encontrándose. La sangre corría lentamente, pero eso solo parecía aumentar el deseo de Rivon, haciéndolo más intenso con cada contacto, cada movimiento. Él las manejaba con precisión, con una crueldad calculada, como si conociera cada punto exacto para quebrarlas, para hacerlas rendirse sin dejar ni un rastro de resistencia.

Las mujeres, que al principio trataban de resistir, pronto cayeron una tras otra. Sus cuerpos reaccionaban al toque de Rivon, convulsionando bajo su control, atrapadas en un ciclo de placer que no podían detener. Él disfrutaba cada segundo, saboreando el poder absoluto que ejercía sobre ellas, sintiendo cómo sus gritos de placer se entremezclaban con la agonía. No era solo sexo, era un acto de dominación total, una entrega forzada que Rivon reclamaba con cada embestida, cada caricia cruel que las hacía temblar.

Sera lo observaba todo, su mirada fija en los cuerpos entrelazados, en la forma en que Rivon, sin siquiera esforzarse, las hacía rogar con sus gemidos. Ella disfrutaba del espectáculo, sabiendo que lo que presenciaba era mucho más que simple deseo. Rivon las tenía completamente a su merced, y él lo sabía. Su sonrisa se ensanchaba con cada sumisión, su poder crecía con cada gota de sudor, con cada jadeo sofocado. Las mujeres no eran más que instrumentos para su placer, y eso lo volvía insaciable.

La habitación se llenaba de calor, el sonido de piel contra piel resonaba en el aire mientras Rivon continuaba, implacable, reclamando cada cuerpo con una brutalidad precisa, un dominio que no dejaba lugar para el consentimiento. Las prisioneras, agotadas, solo podían responder a su voluntad, sus cuerpos traicionándolas mientras eran consumidas por el deseo que él les imponía.

Sera dio un paso adelante, acercándose más, deleitándose en cada detalle. La escena que se desarrollaba ante sus ojos era una declaración de poder, una muestra de que Rivon no solo había reclamado sus cuerpos, sino también sus almas. Cada una de ellas, marcada para siempre, su resistencia quebrada, y todo bajo la mirada atenta de Sera, quien disfrutaba cada segundo, sabiendo que su control sobre todo lo que tocaban iba más allá de la carne, más allá del placer.

Al final, no quedaba más que silencio roto por respiraciones entrecortadas, cuerpos temblando, y la satisfacción plena de Rivon, quien se alejaba, dejando atrás un rastro de sumisión y placer que él mismo había creado.

uando finalmente terminó, el salón estaba cubierto de cuerpos derrotados y mentes quebradas. Las Aerithii que habían sobrevivido no eran más que sombras de lo que fueron, sus espíritus completamente destruidos por el dominio despiadado de Rivon. Los restos de sus armaduras y cuerpos magullados decoraban el salón como testigos de la crueldad y el deseo insaciable de los invasores.

Rivon se incorporó, la sangre aún goteando de sus manos, su mirada imperturbable mientras contemplaba la devastación que había causado. Sabía que, aunque los Aerithii habían sido guerreros formidables, no eran rivales para la fuerza imparable de su Dinastía. Las estrellas eran suyas para tomar, y cada nuevo enemigo solo reforzaba su convicción de que su poder era absoluto.

Sera se acercó a su lado, sus ojos brillando con la misma lujuria de poder que emanaba de su hermano. Juntos, contemplaron a las pocas cautivas que aún respiraban. Sabían que su conquista no terminaba aquí. Los sistemas vecinos pronto compartirían el mismo destino, y Rivon ya sentía el anhelo de más sangre, más dominación, y más deseo desatado.