Luxaeron Primus brillaba bajo el resplandor oscuro del Núcleo del Deseo, un planeta imbuido en caos, deseo y dominación absoluta. Rivon, sentado en su trono, estaba rodeado por sus cinco esclavas Aerithii: Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn. No eran simples guardianas ni guerreras; ellas vivían para él, siguiéndolo a donde fuera, sirviendo en cada aspecto de su vida, desde la guerra hasta los placeres más oscuros. Sometidas y leales, su devoción era absoluta y silenciosa.
Sera, siempre a su lado, las había entrenado personalmente, moldeando sus habilidades para asegurarse de que fuesen las armas perfectas para su hermano. Sin embargo, su lealtad no era a Sera, sino a Rivon, y ellas lo sabían. Sus cuerpos y mentes estaban preparados para cualquier orden que él les diera, y mientras permanecían a su alrededor, guardaban un silencio atento, observando todo con disciplina inquebrantable.
Mientras Sera entrenaba a las tropas en el campo de batalla, las alarmas comenzaron a sonar, interrumpiendo la aparente tranquilidad de Luxaeron Primus. Un mensajero corrió hacia ella, su respiración agitada mientras le entregaba las noticias.
— Mi señora, los Aerithii han lanzado un ataque a gran escala. Naves enemigas están bombardeando nuestros sectores más externos sin descanso. Las fuerzas están movilizándose, pero las oleadas son constantes.
Sera asintió lentamente, su rostro frío e imperturbable ante las noticias. Sabía que esto no sería un simple ataque. Los Aerithii no eran conocidos por retirarse fácilmente. Era un enfrentamiento inevitable que tarde o temprano llegaría.
Sin perder un segundo, Sera caminó hacia Rivon, que ya se había puesto de pie, con una expresión de oscuro placer en su rostro. A su lado, sus esclavas permanecían como sombras vivientes, listas para cumplir sus deseos.
— Están aquí, hermano. Han comenzado a atacar en oleadas, como anticipamos, — dijo Sera con calma, sus ojos evaluando la situación.
Rivon sonrió, su voz resonando con una mezcla de excitación y poder. — Entonces, es hora de llevarles nuestra bienvenida. Que nuestros ejércitos se preparen... esto apenas comienza.
Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn no necesitaban órdenes directas; ellas ya sabían que pronto entrarían en acción, siguiendo a Rivon en la batalla como siempre lo hacían, sin vacilar, sin cuestionar. Los Aerithii habían cometido un error al atacar, y pronto lo pagarían con sangre.
Rivon paseaba lentamente frente a sus cinco esclavas, las mujeres que una vez habían sido poderosas guerreras Aerithii y que ahora no eran más que sombras silenciosas bajo su dominio. Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn mantenían sus cabezas inclinadas, esperando las palabras de su amo. Sus cuerpos, cubiertos con armaduras ligeras, pero aún sensuales, estaban listos para la batalla que se avecinaba. Aunque sus ojos ya no tenían el brillo de la rebeldía, sí irradiaban la peligrosa calma de la obediencia absoluta.
Rivon, con una sonrisa de satisfacción, disfrutaba del poder que tenía sobre ellas. Había moldeado sus mentes y cuerpos, quebrándolas hasta convertirlas en armas letales, completamente leales a él. Pero no solo eran armas para la guerra, sino también instrumentos de su placer personal. Aquellas mujeres servían a múltiples propósitos, y Rivon tenía la intención de aprovecharlas en cada uno de ellos.
Caminó lentamente hasta detenerse frente a Nyxalia, su favorita. Tomó su mentón con firmeza, obligándola a levantar la vista y encontrarse con sus ojos. Su piel estaba fría al tacto, y aunque el miedo aún residía en lo más profundo de su ser, ahora estaba dominado por el deseo de complacerlo.
— Hoy os enfrentaréis a vuestra verdadera prueba, — dijo Rivon, su voz cargada de poder. — Vais a salir al campo de batalla y demostrarme que sois dignas de estar a mi lado. Quiero ver de lo que sois capaces fuera de mi cama.
Nyxalia asintió lentamente, sin decir una palabra. Sabía que cualquier error en el campo de batalla sería castigado severamente. Su cuerpo estaba entrenado para el combate, pero ahora debía luchar no solo por su vida, sino por el favor de Rivon.
El oscuro salón resonaba con las pisadas de Rivon mientras continuaba paseando frente a sus esclavas, observándolas con detenimiento. Lyrissia, la estratega entre ellas, era la siguiente. Ella había sido una mente brillante entre los Aerithii, pero ahora usaba ese intelecto solo para servir a Rivon. Él se detuvo frente a ella y la miró con una mezcla de curiosidad y desprecio.
— Lyrissia, — dijo lentamente, — espero que tus habilidades estratégicas no se hayan marchitado con tu voluntad. Hoy tendrás la oportunidad de demostrarme si aún sirves para algo más que calentar mi cama.
Lyrissia asintió con la cabeza, su mirada llena de una sumisión absoluta, pero dentro de ella hervía la necesidad de cumplir con las expectativas de su amo.
Thalennia, la tercera de sus esclavas, era la más misteriosa. Su conexión mística con los poderes de los Aerithii la había convertido en una de las guerreras más temidas de su raza, pero ahora, bajo el control de Rivon, sus habilidades mágicas eran utilizadas para el caos y la destrucción en nombre de la Dinastía del Caos Ardiente.
Rivon se detuvo frente a ella y, sin necesidad de palabras, ella comprendió lo que se esperaba de ella. Thalennia podía sentir el poder del Núcleo del Deseo fluyendo a través de su cuerpo, corrompiendo cada fibra de su ser. Rivon le exigía que canalizara ese poder, que lo usara para devastar a los enemigos de su imperio. Ella ya no era una simple hechicera; era un arma viviente al servicio de su amo.
— No me falles, Thalennia, — murmuró Rivon, su voz como una caricia oscura que envió escalofríos por la columna de la mujer. — Quiero ver cómo tus dones mágicos arrasan a nuestros enemigos. Si lo haces bien, recibirás el premio que tanto ansías.
Zephyra y Aelynn, las dos últimas de las esclavas, eran las guerreras tecnológicas. Expertas en las armas y tácticas de los Aerithii, habían sido las responsables de comandar flotas y batallones en las guerras de su raza. Ahora, sus habilidades eran propiedad de Rivon, y él las usaría para expandir su imperio.
— Zephyra, Aelynn, — dijo Rivon mientras las miraba con sus ojos penetrantes. — Espero que vuestras habilidades en combate sean tan buenas como vuestro rendimiento en otras… áreas. Hoy me lo demostraréis.
Las dos mujeres asintieron, completamente silenciosas. Sus cuerpos estaban tensos, preparados para lo que estaba por venir. Sabían que Rivon las pondría a prueba en el campo de batalla, y el fracaso no era una opción. Si querían seguir disfrutando de su favor, debían cumplir con sus expectativas.
Rivon se giró, observando a todas sus esclavas en conjunto. La tensión en la sala era palpable, y el silencio que las envolvía era solo roto por la voz imponente de su amo.
— Hoy, — comenzó nuevamente, su tono más oscuro y amenazante, — tenéis la oportunidad de demostrar vuestro valor. Si lo hacéis bien, si me complacéis en el campo de batalla tanto como lo hacéis en mi cama, recibiréis el premio que os prometo. Pero si alguna de vosotras me decepciona, el castigo será severo.
Las esclavas permanecieron quietas, asimilando sus palabras. Sabían que Rivon no bromeaba. Él no toleraba la mediocridad. Un fallo en el campo de batalla significaba el castigo más cruel, y ninguna de ellas estaba dispuesta a enfrentarse a ese destino.
Rivon sonrió, una sonrisa que no contenía compasión ni amabilidad, sino pura autoridad.
— Id ahora, — ordenó, señalando hacia la puerta del salón. — Luchad en mi nombre. Y recordad, os estaré observando. Hacedme sentir orgulloso… o sufrid las consecuencias.
Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn se giraron al unísono, marchando hacia la batalla. Sus pasos resonaban en la sala mientras se alejaban, sabiendo que en las próximas horas debían derramar sangre por su amo. El campo de batalla las llamaba, y con él, la oportunidad de demostrarle a Rivon que su lealtad no solo se reflejaba en la sumisión, sino también en la muerte que podían provocar en su nombre.
Rivon las observó marchar con satisfacción. Sabía que el poder del Núcleo del Deseo las impulsaba, y su lealtad hacia él era incuestionable. Hoy sería la prueba final, una en la que su recompensa no solo sería la victoria militar, sino también el placer de ver a sus sirvientas destrozar a sus enemigos con la misma devoción con la que le servían en la intimidad.
Sera, que había estado observando todo desde el fondo de la sala, se acercó lentamente, sonriendo.
— ¿Y si fallan, hermano? — preguntó con una voz suave pero firme.
Rivon no apartó la vista de la puerta por la que habían salido sus esclavas.
— Si fallan, Sera, — dijo con frialdad, — no volverán a ver la luz del día.
Las cinco esclavas de Rivon —Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn— avanzaban en completo silencio mientras la nave de transporte atravesaba las capas de atmósfera de Luxaeron Primus. En su interior, el frío metal de la nave vibraba con la energía de los motores, pero dentro de la mente de las esclavas solo había una cosa: servir a Rivon en cada aspecto posible.
Vestidas con sus armaduras ligeras y afiladas, que permitían agilidad en combate, las esclavas estaban completamente preparadas. Sus rostros no reflejaban duda alguna, pues el Núcleo del Deseo ya había despojado cualquier traza de independencia de sus mentes. Solo existía un propósito: cumplir con cada orden de su amo. Cada respiración que tomaban, cada pensamiento que cruzaba sus mentes estaba lleno del poder de Rivon.
La nave descendió con suavidad en el hangar donde Rivon y Sera los esperaban junto a una flota de guerreros. A su alrededor, los preparativos para la ofensiva contra los Aerithii estaban en marcha. Tropas armadas y listas para el combate marchaban en filas, mientras las naves de guerra se alineaban, esperando las órdenes de sus líderes.
Rivon y Sera se encontraban al pie de la rampa de la nave de transporte. La figura de Rivon, imponente y envuelta en su armadura negra con símbolos oscuros del Núcleo del Deseo grabados en ella, proyectaba una presencia que hacía que todo el que se encontrara cerca sintiera una mezcla de temor y admiración. Junto a él, Sera lucía igual de letal, con su armadura afilada y un aura de poder imponente que resonaba a través de las filas.
Las esclavas descendieron de la nave, una tras otra, sus movimientos sincronizados, sus ojos bajos, pero con una obediencia ciega que se percibía en el aire. A pesar de su apariencia física impresionante, su verdadero poder residía en la devoción absoluta hacia Rivon. Como sombras leales, caminaron hasta situarse frente a su amo, arrodillándose sin decir una sola palabra.
Rivon sonrió al verlas, disfrutando del control que tenía sobre ellas. Sera, a su lado, observaba en silencio. Había sido ella quien las había entrenado en las artes de la guerra y la táctica, pero sabía que su lealtad pertenecía completamente a Rivon. Estas mujeres no solo eran guerreras expertas, sino también sus esclavas personales, y Rivon se deleitaba con esa realidad.
— Levantaos, — ordenó Rivon, su voz resonando con autoridad absoluta.
Las cinco esclavas se pusieron de pie de inmediato, esperando las próximas palabras de su amo.
— Hoy es el día en que demostráis vuestro verdadero valor en el campo de batalla, — dijo Rivon, recorriendo a cada una de ellas con la mirada. — Si sois tan letales en combate como lo sois en mis cámaras, recibiréis una recompensa que superará vuestros sueños más oscuros.
Las esclavas permanecieron inmóviles, sus respiraciones casi imperceptibles mientras sus corazones latían solo por Rivon. Sabían que no podían fallar. Sus cuerpos estaban listos para el combate, sus mentes centradas en una sola misión: cumplir con las órdenes de su amo y recibir su favor.
Sera, a un lado, intercambió una mirada con Rivon.
— Estas mujeres están listas, Rivon. — comentó Sera, con una sonrisa fría. — Las entrené personalmente. No fallarán.
Rivon asintió, satisfecho con la preparación de sus esclavas. Se giró hacia el comandante de la flota, un hombre alto y robusto, cubierto de una armadura pesada que resonaba con el poder del Núcleo del Deseo.
— Prepara a la flota, — ordenó Rivon con un tono que no permitía cuestionamientos. — Los Aerithii han cometido el error de desafiarnos. Hoy, no solo aplastaremos su ataque, sino que los destruiremos hasta el último de sus guerreros.
El comandante inclinó la cabeza respetuosamente y comenzó a dar órdenes a sus oficiales. Las naves de guerra, listas para el combate, comenzaron a rugir mientras se preparaban para partir hacia la batalla. Los cielos de Luxaeron Primus se llenaron con el estruendo de los motores encendidos, y las tropas comenzaron a embarcarse en sus respectivos transportes.
Rivon se volvió hacia sus esclavas una vez más, su mirada penetrante clavándose en cada una de ellas.
— No olvidéis lo que os he dicho. Hoy demostraréis vuestro verdadero valor. Y si lo hacéis bien… — Rivon sonrió de manera cruel — seréis recompensadas como ninguna otra.
Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn asintieron levemente, sin pronunciar palabra alguna. Sus destinos estaban ligados al éxito de esta batalla, y harían lo que fuera necesario para cumplir con las expectativas de su amo.
Sera, al ver el intercambio, asintió con aprobación. Las esclavas estaban listas, los soldados estaban preparados, y la flota estaba a punto de lanzarse al combate.
— Partimos, — ordenó Rivon, alzando una mano en señal de comando.
Las esclavas de Rivon, fieles y completamente sumisas, le seguirían a donde fuera. Sabían que, en cuanto el combate comenzara, demostrarían no solo su lealtad, sino también la destreza que Sera había inculcado en ellas. La batalla contra los Aerithii era solo el inicio de su verdadera prueba, y Rivon estaría observando de cerca cada uno de sus movimientos.
La gran flota de la Dinastía del Caos Ardiente comenzó a elevarse en los cielos, con Rivon, Sera y sus sirvientas marchando al frente, preparados para arrasar con sus enemigos.