En Luxaeron Primus, las sombras del caos continuaban extendiéndose. Las sirvientas Aerithii, Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, se encontraban en formación en la sala del trono, donde Rivon y Sera observaban desde sus tronos, satisfechos con los avances en su imperio recién establecido. La mirada de Rivon se posaba sobre las Aerithii, quienes habían cumplido todas las expectativas y más en las recientes campañas.
Había llegado el momento de cumplir una promesa que les había hecho tiempo atrás.
— Habéis servido bien, muy bien, — comenzó Rivon, levantándose de su trono. Su voz era suave, pero cargada de poder. — Me habéis demostrado vuestra devoción en el campo de batalla y más allá. Y ahora, como os prometí, recibiréis una recompensa por vuestra lealtad.
Las sirvientas no dijeron nada, pero la tensión en el aire era palpable. Habían esperado este momento desde que Rivon les habló por primera vez de un "regalo" reservado para quienes cumplieran con sus expectativas. Ahora, ese momento había llegado.
Rivon alzó la mano, y los Sacerdotes del Deseo Oscuro trajeron varios cofres oscuros adornados con inscripciones místicas y símbolos del caos. Cada cofre estaba sellado con la energía del Núcleo del Deseo, pulsando con un poder sombrío. Los ojos de las Aerithii se abrieron levemente, sin poder ocultar del todo su curiosidad.
— Estas armaduras han sido forjadas para vosotras, — dijo Rivon, su sonrisa volviéndose oscura mientras los cofres eran abiertos uno por uno. — Son elegantes, sensuales, pero también mortales. Un reflejo de quienes sois ahora bajo mi mando.
Las armaduras dentro de los cofres brillaban con una luz siniestra. Cada pieza era única, adaptada específicamente a las características de cada sirvienta. Eran obras maestras de diseño, fusionando lo estético y lo funcional. Las piezas tenían líneas elegantes, estilizadas para resaltar la belleza física de las portadoras, pero también estaban llenas de elementos oscuros, adornos afilados y detalles sangrientos, como si cada armadura hubiera sido bañada en la sangre de los enemigos caídos.
Nyxalia fue la primera en avanzar, observando la armadura destinada a ella. Era de un metal negro azabache, con detalles rojos como la sangre. Tenía un aire sensual, con líneas que acentuaban su figura, pero al mismo tiempo irradiaba peligro. Rivon le hizo un gesto para que se acercara.
— Esta será tu nueva piel en el campo de batalla, — dijo, su voz ronca mientras la observaba. — Cada vez que la sangre de tus enemigos la toque, se volverá más fuerte. Úsala bien, y tu poder crecerá junto a ella.
Nyxalia asintió, tomando la armadura con devoción, sin palabras. Sentía el peso de la responsabilidad y el honor que venía con ella.
A Lyrissia le correspondió una armadura adornada con grabados místicos, canalizando el poder estratégico que siempre había poseído. Sus líneas finas y afiladas la hacían parecer más una cazadora mortal que una guerrera convencional. Rivon se detuvo frente a ella y le entregó una daga que acompañaba la armadura, forjada en el Núcleo del Deseo, capaz de desgarrar no solo carne, sino también el alma.
— Esta daga te permitirá acabar con aquellos que se atrevan a desafiarme en silencio. Que tu lealtad sea letal, — le dijo Rivon, y Lyrissia inclinó la cabeza en agradecimiento.
Thalennia, con su conexión mística, recibió una armadura que brillaba con destellos oscuros y púrpuras, reflejando su dominio sobre las artes oscuras. Rivon le entregó un bastón adornado con runas que canalizaban el poder del Núcleo del Deseo.
— Con esto, tus habilidades mágicas no tendrán límite. Cada hechizo lanzado te unirá más a mí, — dijo Rivon, sabiendo que Thalennia utilizaría ese poder para devastar a sus enemigos.
Zephyra y Aelynn, las dos maestras de la tecnología y la guerra aérea, recibieron armaduras ligeras pero reforzadas, con detalles que resaltaban su velocidad y agilidad en el combate. Para Zephyra, Rivon había preparado una espada de energía, forjada con la misma fuerza que su voluntad. A Aelynn, le entregó un rifle que disparaba rayos canalizados directamente del Núcleo, una arma de precisión mortal.
— Vuestras armas son una extensión de vosotras, — dijo Rivon, mientras las dos Aerithii se inclinaban ante él. — Úsalas bien, y no habrá enemigo que escape de vuestra furia.
Sera observaba todo desde su trono, con una sonrisa de aprobación. Sabía que estas armas y armaduras no solo servirían para destruir a los enemigos de la Dinastía del Caos Ardiente, sino que también reforzarían el control absoluto que Rivon tenía sobre sus sirvientas.
— Ahora estáis completamente equipadas para servir a nuestro imperio, — añadió Sera. — Vuestro destino es llevar el caos y el deseo a cada rincón de esta galaxia.
Rivon sonrió, complacido con la sumisión total que veía en los ojos de sus sirvientas. Ellas no necesitaban hablar para mostrar su devoción. Las armaduras y armas eran símbolos de ese vínculo inquebrantable entre ellas y su amo. Ahora, estaban listas para cumplir cualquier orden que se les diera, ya fuera en la cama o en el campo de batalla.
— Si cumplís bien vuestras tareas en el próximo combate, recibiréis un premio aún mayor, — murmuró Rivon, acercándose a cada una con una sonrisa oscura.
Las sirvientas Aerithii inclinaron la cabeza en señal de aceptación. El poder del Núcleo del Deseo, la promesa de más caos y sangre, las mantenía bajo el control absoluto de Rivon.
Las sirvientas Aerithii, ataviadas con sus nuevas armaduras, se mantenían en formación frente a Rivon, cuya presencia dominaba el salón del trono con un aire imponente. Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn no necesitaban palabras para expresar su devoción; sus ojos reflejaban una mezcla de admiración, deseo y sumisión absoluta. Cada una de ellas entendía el significado de sus nuevas armas y armaduras: no eran solo herramientas de destrucción, sino una extensión directa de la voluntad de Rivon.
Rivon observaba con satisfacción mientras las sirvientas se ajustaban a su nueva indumentaria. Sabía que esas armaduras elegantes y sensuales no solo las harían letales en combate, sino que también serían una declaración de su poder sobre ellas, un recordatorio de que todo lo que eran y serían se lo debían a él.
— Hoy no solo portáis estas armas y armaduras, — continuó Rivon, paseándose lentamente frente a ellas. — Portáis mi voluntad. Y en el próximo combate, será vuestra oportunidad de demostrarme cuán leales sois a mí.
Cada palabra resonaba en el salón, impregnada con la energía del Núcleo del Deseo. Las Aerithii, con la cabeza inclinada, aguardaban las siguientes órdenes.
— Si cumplís mis expectativas en la batalla que está por venir, os prometo algo más, — añadió Rivon, acercándose a Nyxalia. Su voz era suave, casi un susurro, pero cargada de una amenaza implícita. — Un premio digno de vuestra lealtad.
Nyxalia, la líder de las sirvientas, levantó la cabeza ligeramente, pero no se atrevió a mirarlo directamente a los ojos. Sabía que Rivon siempre cumplía sus promesas, y el premio que insinuaba no podía ser otro que un acceso aún mayor al poder que emanaba del Núcleo del Deseo.
Rivon avanzó hasta Lyrissia, pasando una mano por la hoja afilada de su nueva daga. La estratega, siempre calculadora, observaba sin pestañear, esperando la prueba que Rivon les pondría a todas. Su cuerpo se tensó al sentir la energía oscura que recorría la hoja, consciente de que pronto esa misma energía cortaría la vida de sus enemigos.
— Te has ganado este lugar, Lyrissia, — dijo Rivon, deteniéndose frente a ella. — Haz que tu lealtad sea tan afilada como esta hoja.
Luego, se detuvo frente a Thalennia, quien sostenía su bastón con firmeza. El poder místico que irradiaba del arma parecía estar a la par con su conexión con las fuerzas oscuras. Rivon la observó con detenimiento.
— Usa tus habilidades para destruir a cualquiera que se interponga en nuestro camino. Y recuerda: cuanto más caos desates, más fuerte te volverás.
Zephyra y Aelynn esperaban con una frialdad letal, conscientes de que sus roles en la batalla serían cruciales. Rivon se detuvo ante ellas, sonriendo al ver cómo sus ojos brillaban de determinación.
— Vuestras armas tecnológicas son un reflejo de vosotras mismas: rápidas, mortales y precisas. No falléis.
Rivon se retiró unos pasos, permitiendo que el silencio se asentara en la sala del trono. Las sirvientas Aerithii, completamente equipadas y listas para la batalla, se sentían como depredadoras aguardando a ser liberadas sobre sus presas. El premio prometido por Rivon flotaba en el aire, inalcanzable aún, pero tan palpable que casi podían tocarlo.
— En el próximo combate, — continuó Rivon, con una sonrisa cruel curvándose en sus labios, — quiero ver el caos y la destrucción personificados en vosotras. Quiero ver la sangre de nuestros enemigos correr, sus cuerpos destrozados por vuestras manos. Y si lo hacéis bien… si superáis mis expectativas, os daré lo que más deseáis.
Las sirvientas inclinaron la cabeza, entendiendo perfectamente lo que se esperaba de ellas. Rivon no toleraba fallos, y el precio por no cumplir con sus expectativas era siempre la muerte o algo peor.
Sera, que había estado observando desde su trono, se levantó y caminó hacia las Aerithii, su mirada fría y calculadora. Sabía que estas mujeres no solo eran armas vivientes, sino también una extensión del control absoluto que ella y Rivon ejercían sobre todo lo que tocaban.
— Vuestra lealtad se demuestra no solo en el campo de batalla, sino en cada momento, — dijo Sera con un tono bajo pero lleno de autoridad. — Hoy, lleváis estas armaduras, pero recordad que aún tenéis mucho que probar. El caos es vuestra nueva naturaleza, y cuanto más os hundáis en él, más os elevaréis en nuestro favor.
Con esa declaración, las sirvientas sabían que su siguiente combate no sería simplemente una batalla, sino una prueba para demostrar su lealtad y valía ante los ojos de Rivon y Sera.
— Ahora, id, — ordenó Rivon, — y preparaos para lo que viene.
Las Aerithii se retiraron en silencio, sabiendo que en su próxima batalla se jugarían mucho más que la vida.
Las sirvientas Aerithii se retiraron de la sala del trono en silencio, sus nuevas armaduras brillando bajo las luces tenues de los pasillos de la Devastatrix. A cada paso que daban, sentían el peso de la promesa de Rivon, una mezcla de temor y deseo recorriendo sus cuerpos. Sabían que el próximo combate definiría su lugar definitivo junto a él, y ninguna estaba dispuesta a fracasar.
La nave de guerra rugía mientras se dirigía hacia su próximo objetivo: un mundo fortificado por rebeldes humanos que habían desafiado la expansión de la Dinastía del Caos Ardiente. Rivon había elegido ese planeta para que sus sirvientas pudieran demostrar su lealtad en el campo de batalla.
Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn se dirigieron hacia la cámara de preparación, donde ajustaron sus armas y revisaron cada detalle de sus nuevas armaduras. Aunque no hablaban entre ellas, la tensión en el aire era palpable. Cada una sabía que este combate no solo sería un enfrentamiento contra sus enemigos, sino también una competencia implícita por la aprobación de Rivon.
Una vez listas, se dirigieron a la bahía de desembarco, donde las fuerzas de la Dinastía ya se preparaban para la invasión. Los soldados, alineados en filas perfectas, cargaban sus armas mientras las sirvientas pasaban entre ellos, moviéndose como sombras silenciosas. A su paso, algunos soldados las observaban con temor y respeto, conscientes de que aquellas mujeres ya no eran simples guerreras. Eran las sombras personales de Rivon, y cualquiera que se interpusiera en su camino lo pagaría con la vida.
El rugido de los motores resonó por toda la bahía de desembarco mientras las plataformas de lanzamiento se abrían. Fuera, el planeta objetivo se veía en la distancia, un orbe oscuro con defensas preparadas para resistir cualquier ataque. Sin embargo, Rivon no tenía dudas de que la victoria sería suya.
Sera, siempre calculadora, observaba desde un monitor de mando, evaluando cada movimiento de las fuerzas a su disposición. Sus ojos fríos se posaron un momento sobre las sirvientas Aerithii, sabiendo que su desempeño en la batalla sería clave. Con una simple orden, el ataque comenzó.
Los primeros impactos sacudieron la superficie del planeta, donde las defensas rebeldes intentaban resistir el asalto implacable de la Dinastía. Las naves de la flota de Rivon bombardearon las fortalezas enemigas, reduciéndolas a escombros mientras las tropas terrestres se desplegaban rápidamente en las áreas desprotegidas.
Nyxalia y sus compañeras se lanzaron al combate con una precisión brutal. No era solo una batalla; era una exhibición de poder, un espectáculo que debían dominar para cumplir con las expectativas de Rivon. Cada una de ellas se movía como una extensión de la voluntad de su amo, sus nuevas armas destrozando a los soldados enemigos con facilidad.
Nyxalia, la primera en cargar, era una bestia desatada en el campo de batalla. Su espada resonaba con la energía oscura del Núcleo del Deseo, cortando a través de las líneas enemigas sin esfuerzo. Su armadura, aunque elegante y sensual, no restaba ni un ápice de letalidad a sus movimientos. Cada golpe que asestaba era una obra de arte sangrienta, su cuerpo danzando entre los cadáveres que iba dejando a su paso.
A su lado, Lyrissia utilizaba su intelecto estratégico para dirigir pequeños grupos de soldados hacia los puntos débiles de las defensas enemigas. No necesitaba alzar la voz ni dar órdenes, pues su mera presencia y gestos precisos bastaban para coordinar a las fuerzas de la Dinastía con una eficiencia despiadada.
Thalennia, en su conexión mística, desataba tormentas de energía oscura sobre los rebeldes, desintegrando a cualquiera que se atreviera a resistirse. Los gritos de los soldados enemigos resonaban en el aire mientras sus cuerpos eran reducidos a cenizas bajo la furia mística de la sirvienta.
Zephyra y Aelynn, por su parte, eran una máquina de destrucción tecnológicamente avanzada. Zephyra había adaptado las armas de su armadura para disparar ráfagas de energía que atravesaban las líneas defensivas, mientras Aelynn, en su posición de avanzada, se encargaba de destrozar cualquier nave enemiga que intentara huir del planeta.
Rivon observaba desde una colina cercana, satisfecho con el caos que sus sirvientas habían desatado. El combate se tornaba cada vez más violento, y con cada vida arrebatada, el Núcleo del Deseo latía más fuerte, alimentando su poder y avivando sus deseos más oscuros.
En el campo de batalla, las sirvientas, cubiertas de sangre y cenizas, continuaban su matanza. No había duda en sus movimientos, solo una brutal eficiencia que reflejaba su total entrega a Rivon. Y aunque no lo sabían aún, cada muerte, cada gota de sangre derramada, las acercaba más al premio que su amo les había prometido.
— Seguid, mis sombras, — murmuró Rivon para sí mismo, deleitándose en la visión de sus sirvientas sometiendo a sus enemigos. — Demostradme que sois dignas de todo lo que os he dado... y de mucho más.
El combate continuaba, pero la victoria ya era segura. Y mientras la sangre seguía derramándose, Rivon sabía que el verdadero caos estaba solo comenzando.