El eco metálico de las puertas del salón del trono resonaba mientras los cuerpos de las Aerithii capturadas eran escoltados al interior de Luxaeron Primus. La nave que antes había sido su fortaleza tecnológica ahora no era más que un recuerdo distante. Las pocas que habían sobrevivido a la masacre eran llevadas, desnudas y derrotadas, al corazón del poder de Rivon y Sera.
Sus ojos, antes llenos de orgullo, ahora solo mostraban la aceptación de su destino. La piel de las Aerithii, luminosa y suave, contrastaba con la crudeza de los soldados que las escoltaban. A pesar de sus orígenes nobles y su poder místico, ninguna de ellas podía escapar del destino que les aguardaba. Rivon había tomado una decisión: estas mujeres serían algo más que simples esclavas. Serían trofeos vivientes, símbolos de su victoria sobre una raza que se creía intocable.
Cuando las puertas se cerraron tras ellas, las Aerithii fueron conducidas al gran salón del palacio de Rivon. El ambiente estaba cargado de una energía oscura, casi palpable, que hacía vibrar el aire. El Núcleo del Deseo, escondido en lo más profundo del palacio, ejercía su influencia en todos los presentes. Las esclavas sentían esa presencia sofocante, como si cada respiración las acercara más a la sumisión total.
Rivon, sentado en su trono, las observaba con ojos de lujuria y poder. Su presencia era abrumadora, cada centímetro de su ser irradiaba una autoridad inquebrantable que las Aerithii podían sentir en sus entrañas. Sera, a su lado, compartía esa misma mirada, aunque en sus ojos brillaba una frialdad calculadora. Mientras Rivon buscaba el placer en su dominio, Sera veía una oportunidad para moldear a estas mujeres como herramientas de su poder.
Una a una, las Aerithii fueron obligadas a arrodillarse frente a ellos. La piel de las esclavas, suave y radiante, contrastaba con la crudeza de los suelos de piedra sobre los que ahora se arrodillaban. Las élites del palacio de Rivon observaban en silencio, conscientes de que el destino de estas cautivas no sería como el de otros esclavos. Estas mujeres estaban destinadas a un papel mucho más importante.
Rivon se levantó lentamente de su trono y caminó hacia las cautivas, su mirada fija en la que había resistido más que las demás durante la masacre. Su cabello plateado caía en mechones desordenados sobre su rostro, y aunque su cuerpo temblaba de agotamiento, había un rastro de desafío en sus ojos.
— Tú —dijo Rivon en un tono bajo pero autoritario, inclinándose para alzar su barbilla con un dedo—. Veo que aún tienes algo de espíritu.
La Aerithii intentó apartar la mirada, pero el poder de Rivon la retenía, como una fuerza invisible que la obligaba a someterse. En lo profundo de su ser, sabía que su voluntad sería quebrada tarde o temprano, pero en ese momento, su orgullo ancestral luchaba por no caer.
Sera observaba en silencio, evaluando a las demás cautivas. Su mente ya tramaba los papeles que cada una desempeñaría en la corte. Sabía que Rivon buscaría placer, pero ella quería más. Estas Aerithii serían moldeadas no solo como esclavas del cuerpo, sino también como guerreras y sirvientes leales. Las usaría para controlar y expandir su poder sobre los demás mundos.
Rivon caminó lentamente entre las esclavas, disfrutando del silencio tenso que se cernía sobre ellas. Cada paso suyo era un recordatorio de que ya no eran más que posesiones. La lucha en sus corazones, el último vestigio de su independencia, era algo que él destruiría personalmente.
— Seréis más que simples trofeos —anunció Rivon, su voz resonando por todo el salón—. A partir de hoy, vuestras vidas me pertenecen. No solo me serviréis, sino que aprenderéis a desear servirme.
Su poder, el mismo que hacía que las mujeres no pudieran resistirlo, fluía a través de él. Las Aerithii, a pesar de su entrenamiento místico, sentían cómo su voluntad comenzaba a ceder bajo el influjo de Rivon. Los susurros del Núcleo del Deseo las envolvían, llenando sus mentes con pensamientos de sumisión y servidumbre. Cada una, a su manera, comenzó a sentir el peso de su destino inescapable.
Rivon se detuvo frente a una segunda Aerithii, cuyo cuerpo esbelto y tonificado aún mostraba los signos de batalla. A pesar de las marcas en su piel dorada, su figura irradiaba una belleza exótica que capturó la atención de Rivon. Sus ojos, de un profundo verde esmeralda, lo observaban con una mezcla de miedo y resistencia. Pero, al igual que las demás, la energía del Núcleo del Deseo comenzaba a desarmar las defensas que aún se mantenían en pie dentro de ella.
— Esta también —dijo Rivon, sin necesidad de más palabras, señalando a la segunda esclava. Sabía que su resistencia solo haría más satisfactorio su eventual sometimiento.
Sera, mientras tanto, continuaba evaluando a las Aerithii restantes, acercándose a las que consideraba más útiles para sus propios fines. Mientras Rivon se centraba en las dos más rebeldes, Sera ya estaba planeando cómo podría utilizarlas para manipular a otros, quizás incluso como espías o herramientas de negociación.
— Son perfectas —murmuró Sera, con una sonrisa fría—. Hermosas y letales, como toda buena arma debe ser.
Sera caminó entre ellas, tocando el rostro de una de las más jóvenes, una Aerithii de piel pálida y cabello oscuro que apenas podía mantener el contacto visual. Estaba rota, mucho antes de haber sido traída ante ellos, pero Sera veía potencial en ella. Quizás no sería una guerrera, pero su belleza sería útil para distraer a los enemigos, atraerlos hacia trampas mortales o corromper sus voluntades con la influencia del Núcleo.
— Tú serás mía —dijo Sera, su voz como un susurro venenoso—. Te moldearé hasta convertirte en la sombra que destruirá a mis enemigos sin levantar una sola arma.
La joven Aerithii no dijo nada, pero su respiración temblorosa y los ojos vacíos hablaban por sí solos. Sabía que su destino estaba sellado. Ya no era una guerrera; ahora era una herramienta bajo la dominación de Sera.
Rivon, por su parte, levantó a la primera Aerithii, sujetándola por la muñeca con una fuerza que dejaba en claro que la resistencia no sería tolerada. La obligó a ponerse de pie frente a él, observando su cuerpo tembloroso bajo el peso de su dominio. El poder del Núcleo del Deseo no solo le permitía controlarlas, sino también alimentar su lujuria a través de la sumisión de estas criaturas.
— Lucharás —ordenó Rivon con una sonrisa cruel—. No en el campo de batalla, sino aquí, bajo mi mirada. Y cuando tu voluntad se quiebre, serás mía para siempre.
La Aerithii apretó los dientes, tratando de reunir cualquier fragmento de orgullo que aún pudiera quedarle. Pero Rivon sabía que no había escapatoria. Su mirada ardía con deseo y control, y cada segundo que pasaba bajo su escrutinio la acercaba más a la rendición total.
Las otras esclavas, observando el destino de su compañera, comenzaron a comprender que no había escape. El poder de Rivon y Sera sobre ellas era absoluto, y cualquier resistencia solo prolongaría lo inevitable. Algunas, las más sabias, ya aceptaban su destino. Sabían que su vida como Aerithii había terminado, y ahora solo existía la posibilidad de sobrevivir bajo las órdenes de sus nuevos amos.
Los susurros del Núcleo del Deseo envolvían la sala, filtrándose en la mente de cada una de ellas, alimentando sus pensamientos con imágenes de sumisión, placer y servidumbre. Rivon podía sentir cómo las barreras mentales de las esclavas comenzaban a desmoronarse una por una. El momento en que se entregarían por completo estaba cerca, y él saboreaba la anticipación.
Sera, siempre calculadora, observaba cómo la influencia de Rivon y el Núcleo corroían la voluntad de las Aerithii. Sabía que, en poco tiempo, estarían completamente entregadas a sus amos. Sin embargo, su mente iba más allá del simple placer; ella las vería como piezas clave en el tablero de poder que ella y Rivon estaban construyendo.
— La resistencia es inútil —murmuró Rivon, acercándose a la Aerithii que seguía de pie frente a él—. Todo lo que deseas, todo lo que temes, ahora me pertenece.
El silencio se rompió cuando la Aerithii finalmente dejó caer la cabeza, incapaz de resistir más. Rivon sonrió, sabiendo que había ganado, y con una sola palabra selló su destino.
— Arrodíllate.
Sin más resistencia, la Aerithii se arrodilló ante él, su espíritu roto, lista para aceptar su nueva vida como esclava personal de Rivon.
Con las Aerithii arrodilladas ante ellos, la atmósfera en la sala era densa, cargada de la energía oscura del Núcleo del Deseo. Rivon y Sera intercambiaron una mirada de comprensión; las nuevas esclavas estaban completamente sometidas, y lo que vendría a continuación marcaría el comienzo de su nueva vida bajo el dominio absoluto de la Dinastía del Caos Ardiente.
Rivon, sin apartar su mirada de la Aerithii que había caído primero, caminó lentamente hacia ella. Sus pasos resonaban en el frío suelo de metal, mientras la mujer, con la cabeza aún inclinada, temblaba de miedo y de algo más profundo que comenzaba a brotar en su interior. El Núcleo del Deseo se manifestaba en cada gesto de Rivon, su presencia era como una fuerza magnética que la arrastraba cada vez más hacia él.
— Ahora, tú eres mía —murmuró Rivon, su voz baja pero cargada de poder.
Tomó su mentón con firmeza, obligándola a mirarlo a los ojos. La Aerithii, ya rota, no intentó resistir. Su voluntad, una vez orgullosa y guerrera, ahora se había desvanecido completamente bajo el control de Rivon. Era un cascarón vacío, a la espera de ser llenado con el oscuro deseo que él proyectaba.
A un lado, Sera observaba, con una sonrisa suave pero fría en sus labios. Había seleccionado a sus propias esclavas, las que serían entrenadas en tácticas de guerra y espionaje, moldeadas a su imagen. Mientras Rivon disfrutaba del control físico y mental de sus nuevas esclavas, Sera visualizaba un futuro más estratégico para las suyas. Sabía que su poder no solo debía reflejarse en el placer y la dominación, sino también en la lealtad absoluta y el potencial de destrucción.
— Prepáralas para sus nuevas tareas —ordenó Sera a un grupo de Sacerdotes del Deseo Oscuro que habían estado observando desde las sombras. Estos sacerdotes, entrenados en las artes del caos y la manipulación, tomarían a las esclavas y las adoctrinarían aún más, preparándolas para servir tanto en la cámara como en el campo de batalla.
Los sacerdotes asintieron y comenzaron a mover a las esclavas, separándolas según las instrucciones de Sera. La frialdad en el rostro de los sacerdotes contrastaba con la emoción latente en los ojos de Rivon. Para él, la sumisión de las Aerithii era un arte, una danza oscura que le otorgaba un placer indescriptible.
— No te preocupes, querida —murmuró Rivon a la Aerithii que seguía bajo su control—. Pronto entenderás que este es el único lugar donde realmente perteneces.
Con un gesto suave pero firme, la levantó y la llevó hacia la plataforma donde las demás esclavas estaban siendo preparadas para sus nuevas vidas. Mientras caminaban, Rivon sintió cómo la energía del Núcleo del Deseo se intensificaba en su interior, alimentando su poder y reforzando su control sobre las mujeres a su alrededor. Era un ciclo interminable: cuanto más sometía, más poder obtenía, y cuanto más poder tenía, más fuerte se volvía su dominio.
Sera, por su parte, dirigió a los Sacerdotes hacia las que había elegido, señalando a cada una de ellas con precisión. Estas mujeres serían algo más que simples esclavas. Sera las moldearía para que fueran sus sombras, sus espías, sus agentes del caos. Con un entrenamiento adecuado, serían enviadas a infiltrarse en las facciones rivales, sembrando discordia y confusión mientras cumplían con los deseos de su ama.
— Recuerden —dijo Sera, su voz firme pero sin alzarla—. Estas mujeres no son simples cuerpos, son armas. Y las armas más poderosas son aquellas que nadie espera.
Los Sacerdotes asintieron una vez más, llevándose a las esclavas hacia las cámaras de entrenamiento. Allí, las Aerithii experimentarían un proceso de transformación, no solo física, sino también mental. A través de rituales oscuros y brutales entrenamientos, sus espíritus serían destrozados, moldeados y luego reconstruidos según la voluntad de Sera y Rivon.
La sala quedó en silencio, con solo Rivon y Sera observando cómo sus nuevas adquisiciones eran llevadas a sus destinos. Ambos sabían que el futuro de su dinastía no solo dependía de sus ejércitos, sino también de la lealtad absoluta de sus esclavas. Estas Aerithii, aunque capturadas en combate, pronto se convertirían en piezas clave de su expansión.
— Este es solo el comienzo, Rivon —dijo Sera, caminando a su lado—. Nuestras esclavas serán más que entretenimiento. Serán la llave para destruir a nuestros enemigos desde dentro.
Rivon asintió, sin apartar su mirada de las Aerithii que desaparecían por los pasillos oscuros del palacio.
— Lo sé, Sera —respondió, su tono firme pero lleno de satisfacción—. Y cuando seamos dueños de esta galaxia, todos sabrán lo que significa estar bajo nuestro poder.
Con las Aerithii ya completamente sometidas tras su captura, la transformación final de sus vidas había comenzado. Las cinco mujeres, que una vez habían sido guerreras orgullosas y poderosas, ahora estaban a merced de Rivon y Sera. Nyxalia, Lyrissia, Thalennia, Zephyra y Aelynn, antes figuras emblemáticas de la resistencia Aerithii, ya no tenían más voluntad propia. La energía del Núcleo del Deseo las había consumido desde lo más profundo, quebrando sus mentes y cuerpos hasta que su lealtad se consolidó de manera absoluta.
En el trono, Rivon observaba a las Aerithii mientras se arrodillaban sumisas ante él. Ya no había rebeldía en sus ojos, solo una devoción insaciable que el Núcleo del Deseo había implantado en cada una de ellas. Cada mirada que Rivon les dirigía era un recordatorio de su nueva vida, de que ahora no eran más que herramientas de placer y destrucción en su imperio creciente.
Nyxalia, quien había sido una de las líderes más destacadas entre los Aerithii, se levantó con un temblor en sus manos. Rivon se acercó lentamente, su mirada llena de autoridad y poder. Tomó a Nyxalia del mentón, obligándola a levantar la vista. El miedo y el deseo se entremezclaban en sus ojos.
— Tu voluntad ya no te pertenece, Nyxalia, — dijo Rivon en un tono bajo, pero cargado de control. — Ahora servirás solo a mí, y cumplirás cada deseo que yo tenga.
Nyxalia asintió, sus labios temblorosos incapaces de emitir palabra alguna. Sabía que la lucha había terminado. Ya no era más la guerrera que una vez lideraba ejércitos. Ahora, no era más que una extensión del poder de Rivon, su más fiel sombra.
A su lado, Lyrissia y Thalennia esperaban su destino, cada una completamente entregada al poder del Núcleo. Lyrissia, quien había sido una estratega brillante, ahora sería la espada y la mente de Rivon, su consejera en tiempos de guerra. Sin embargo, no solo su intelecto sería aprovechado, sino también su cuerpo, ahora dedicado a satisfacer los oscuros deseos de su amo.
Thalennia, con su conexión mística con las fuerzas de los Aerithii, sentía cómo el Núcleo del Deseo la atravesaba, desmoronando cualquier resquicio de resistencia. Sus habilidades mágicas ahora serían moldeadas para servir a los rituales oscuros de Rivon y Sera, convirtiéndola en una herramienta esencial para sus conquistas.
Zephyra y Aelynn, que habían sido guerreras y maestras de la tecnología de los Aerithii, también estaban listas para servir. Zephyra, quien había dominado las armas tecnológicas de su raza, ahora se encargaría de mejorar las armas y defensas del ejército de Rivon, pero también estaría a su disposición en cualquier otro sentido. Aelynn, la piloto más hábil de su flota, se convertiría en la sombra en los cielos, la encargada de llevar a cabo las misiones más delicadas en nombre de Rivon.
— No sois simplemente esclavas — dijo Sera, dando un paso adelante. — Sois ahora nuestras guerreras, nuestras sombras más leales. Serviréis en el campo de batalla y en nuestras cámaras, cumpliendo cada orden, cada deseo sin dudar.
Los ojos de las Aerithii brillaban con una sumisión absoluta, su espíritu roto y su voluntad entregada a sus nuevos amos. Ya no existían para ellas más propósitos que complacer a Rivon y Sera, ya fuera en la guerra o en la intimidad del palacio.
— Levantaos, — ordenó Rivon, y una a una, las Aerithii se pusieron de pie, sus cuerpos preparados para servir en cada sentido imaginable.
Sera, observando a las mujeres, sonrió con frialdad. No solo serían espías y guerreras, sino también sirvientas y esclavas sexuales que acompañarían a Rivon en cada campaña. Las Aerithii eran ahora sombras permanentes en la vida de ambos, y su lealtad sería eterna.
— Llevadlas a las cámaras — ordenó Sera a los Sacerdotes del Deseo Oscuro, quienes inmediatamente tomaron a las Aerithii para comenzar su entrenamiento en las artes del espionaje y la guerra.
Antes de que se las llevaran, Rivon las miró por última vez, complacido con lo que había logrado.
— Recordad, — dijo en un tono grave, — ahora vivís solo para servirme.
Con sus nuevas sombras a su lado y el poder del Núcleo creciendo, Rivon y Sera se preparaban para llevar su conquista más allá de las estrellas, y las Aerithii, completamente sometidas, serían sus instrumentos para ello.