Estábamos en tercer grado. Era el primer dÃa de clases. Los maestros solÃan permitir que los estudiantes se sentaran con sus amigos el primer dÃa. Al no tener un mejor amigo, me senté en el último banco vacÃo, con la esperanza de que alguien se sentara a mi lado.
No es que no tuviera amigos. En realidad, todos mis compañeros de clase eran amigos mÃos, pero ninguno lo suficiente como para llamarlo mi mejor amigo.
Suspiré con fuerza, deseando que la maestra asignara compañeros hoy, para no tener que quedarme sola.
Nuestra maestra, la señora Noah Andrew, nos estaba enseñando matemáticas.
Nos asignó nuestros números de lista.
Al final de la clase, nos pidió que formáramos dos filas, una para los niños y otra para las niñas, según la estatura.
Como era más alta que las demás niñas de mi edad, sin dudarlo me fui a parar al final de la fila.
La maestra nos asignó nuestros asientos.
Los estudiantes más altos fueron colocados al fondo del aula.
Siendo una niña de ocho años, me sentà un poco excluida.
Yo, la niña más alta de mi clase, me senté junto al niño más alto.
Michael Stokes.
Y ese fue el dÃa en que todo cambió.