El hermano Galleus avanzaba a la cabeza de su escuadrón en medio de la implacable tormenta de nieve azotando la pelada extensión, recubierta en nieves perpetuas. Siguiéndolos estaban el cuarto batallón, regimiento 443 de los Guerreros de Hielo de Valhalla, flanqueados por una formación blindada del regimiento 56 de la Guardia de Hierro Mordiana y, en el centro, una delegación inquisitorial protegida por un pelotón de Hermanas de Batalla. Quién era aquel lord inquisidor al que escoltaban hasta este páramo olvidado era un misterio, conocido solamente por el maestro de capítulo Valrak y el propio primarca Guilliman.
Todo estaba tan desolado, de hecho, que no faltó mucho antes de que Mordach, portaestandarte de los Reclamadores de Dorn y segundo al mando en la formación astartes, preguntase:
- ¿Seguro es sensato emplear nuestros recursos en esta roca muerta? Cualquier otro lugar en este sector maldito merece más nuestra atención...
- Tal vez no - replicó Galleus - Pero no es nuestra tarea cuestionar decisiones bendecidas por el Dios Emperador. Su sirviente ha venido aquí por una razón, y eso me basta.
Tras caminar varios metros más se encontraron en la cima de una baja colina, y ante ellos una terrible escena se alzaba, retorciendo sus entrañas como si fuese la primera vez que lo viesen:
- He ahí, hermano Mordach. Veamos si vale la pena.
Abriendo sus negras fauces tras la cortina de helado granizo y viento, esculpido en la ladera de una montaña, se levantaba una abominable obra de impura arquitectura. Sus grises columnas redondeadas, cubiertas de patrones grabados, parecían emitir una iridiscencia purpúrea y fuego, un olor a ozono que permeaba de estática el aire que les llegaba a través de los respiradores. A la gigantesca entrada de esta casa de blasfemia conducía una vía de piedra que apestaba por su antigüedad, flanqueada de columnatas rematadas con estatuas entunicadas, sentadas a pierna cruzada. En una de las montañas cercanas, otra estructura, con un domo roto, se levantaba reflejando aquel mismo brillo:
- ¡Ese es nuestro objetivo, avancen!
Aquel fue el llamado del comandante encargado de la Guardia Imperial, comunicándose por vox a todos los canales locales. Una segunda voz reemplazó a la primera, más carrasposa:
- ¡Siervos de Aquel en la Santa Terra! - exclamó - ¡Mirad ante ustedes la marca de la herejía!¡Hagan de este un día glorioso, derriben esa guarida pagana y no dejen una piedra en pie!¡Sus ángeles serán nuestros testigos el día del reencuentro, Ave Imperator!
Las tropas pegaron vítores levantando sus armas, y las columnas avanzaron con mayor prisa, antecedidos por una fila de land crawlers equipados con palas frontales, y un lanzallamas de plasma que se activó de inmediato, convirtiendo la nieve frente a ellos directamente en vapor:
- Espero que tengas razón, hermano - dijo Mordach, viendo la nube levantarse - Sería una pena no unirnos a la búsqueda final por perder el tiempo en esta roca.
Galleus no dijo nada y solamente observó como, entre las columnas, avanzaban unos pequeños tanques sin armamento principal, adelantándose a la formación entera. Estos treparon por la barrera de hielo mientras los landcrwalers se detenían por un breve instante, siguiendo su ruta, las bases de las columnas grabadas. Justo cuando estaban a medio camino, sin embargo, una de ellas explotó, enviando una onda de choque que hizo temblar el chasis de los acorazados y obligando a los soldados a taparse la vista. En el siguiente instante, el lanzallamas de un landcrawler también estalló, cuando un rayo púrpura emergiendo de la nieve lo impactó:
- ¡A sus posiciones!
- ¡Listos!
- ¡Preparen armas!
Estos y otros gritos de los oficiales llenaban el ululante aire ventisco, mientras la guardia levantaba sus armas láser, buscando a qué apuntarle. Pronto lo encontrarían, cuando unos seres humanoides brotaron reventando el hielo y el suelo congelado; estos eran solamente una imitación, desde sus músculos marcados hasta sus ojos, cabezas, manos y pies no eran más que algo parecido a corteza de árbol y piedra, pulidos, tallados. Todos llevaban harapos irregulares de un cuero como petróleo, fijado con clavos que sangraban ámbar espeso.
Uno de ellos comenzó a disparar más de aquellos rayos desde las puntas de sus dedos, a una sola mano, con una mueca de fría satisfacción; varios valhallanos salieron volando por los aires, pero pronto la barricada de decenas de láseres hizo que su superficie se prendiera en llamas. Este y varios más cayeron desintegrándose en pedazos de carbón al rojo vivo, mientras una docena de sus iguales se elevaban varios pies en el aire, disparando una andanada de relámpagos; el que estaba al centro, sonriendo, no vio lo que lo golpeó. El cuchillo del hermano Galleus se hundió en su cabeza maderosa, y ambos descendieron haciendo un cráter; la criatura se quebró, mientras el marine se levantaba, comunicándose por vox con sus hermanos:
- Lleguen a los cyclops, no permitan que los destruyan.
Recibiendo su respuesta positiva, los vio correr de prisa hacia estos. Desde la colina, el estandarte del capítulo ondeaba con fuerza, y tras contemplarlo por una fracción de segundo, levantó su pistola bolter, haciendo un agujero en el pecho de un humanoide, procediendo a partirlo por la mitad de un puñetazo en tanto otro se lanzaba, creando garras envueltas en agua a presión alrededor de sus manos. El adamantio de su hombrera reflejó el primer zarpazo, mientras que los landcrawlers restantes habían vuelto a encender sus lanzallamas, abrasando la nieve y a algunos humanoides más con ella.
De un lado a otro del frente, se había comenzado a crear una media luna donde cientos de aquellas aberraciones, usando poderes de la disformidad, masacraban tropa tras tropa, solo para ser enfrentados por dos más iguales a esa, molidos por el fuego de rifles láseres y autocañones. Más adelante, los otros hermanos de batalla estaban tan rodeados como su líder, recibiendo daños cada vez mayores, y algunas mellas más a su armadura; Mordach bajaba su espada sierra por el torso de una criatura, partiéndola a la mitad en medio de sus repugnantes risas, derritiendo el chorro de ámbar resultante parte del puño en su blasón. Con furia, arrojó el cuerpo hacia otro, que fue derribado por el rifle volkite pesado del hermano Haellan, quien enseguida se cubrió de una ronda de rocas disparadas a alta velocidad por un tercer ser desde su boca.
- ¡Apesta a la disformidad aquí, hermanos!
- ¡¿Y recién te das cuenta?!¡La brujería en la fachada seguro no decía nada!
Aquel que ironizaba era el hermano Valtur, quien blandía su hacha de poder a dos manos contra el cráneo de un monstruo más, partiéndole la cabeza, que rezumó el aroma de savia amarga. Los cyclops podían continuar, y estaban a punto de llegar gracias a la distracción que los astartes representaban:
- ¡Morirán, impuros!
Se sorprendieron al ver que uno de los seres, distinto a los otros, les gritaba, cargando un aura de energía disforme a su alrededor, gruñendo con odio. El exterior de su cuerpo era cubierto con una falsa piel, de apariencia cerosa y color de porcelana, y su rostro parecía haber sido tallado del más fino mármol, una especie de máscara mortuoria de alguna deidad olvidada de penetrantes ojos negros. A una velocidad imposible de seguir, golpeó a Haellan en el costado, hundiendo el adamantio de la armadura en la carne del marine, quien rugió de dolor e intentó contragolpear; el ser, sin embargo, se desvaneció una vez más, escupiendo fuego sobre Mordach a quemarropa, quien se cubrió, intentando darle con su bólter, pero fallando cada tiro.
Detrás, Galleus podía escuchar el ronroneo de la última fila de acorazados acercarse lentamente:
- Los Thunderer, ¿por qué no han llegado?
Este esquivó con habilidad ataques de energía provenientes de tres criaturas que le rodeaban con sonrisas en sus rostros, disparando su bolter, y reflejando los tiros que podía con su espada de poder. Varias quemaduras se esparcían ya por la armadura, pero todavía la carga de los monstruos no le había pasado demasiada factura:
- ¿Eso es todo, abominaciones? ¡¿Ni siquiera son capaces de servir a sus amos infernales?!¡Pues enfrenten la furia de un hijo de Dorn!
Los seres se abalanzaron de uno a uno, dos, tres, ocho, doce, y pronto fue cubierto por un mar de manos deformes, astilladas por el filo de su hoja, mutiladas por el campo de energía rodeándola. Fueron golpeados, sus pechos reventados con los últimos tiros de su bólter, uno fue pisoteado con tanta fuerza que estalló en astillas gritando hacia el inmaterium de donde procedía, mientras la onda expansiva resultante hacía retroceder por un momento a los otros. Un grupo de guardias mordianos, revestidos en uniformes térmicos del mismo azul que su atuendo típico, avanzaron con sus bayonetas en una carga fervorosa, viendo cómo Galleus partía a uno con su espada, estallando en un juego de luces chispeantes, un ataque psíquico parado a la mitad.
El landcrawler más cercano estalló, abrumado por atacantes; uno de estos sacó al conductor estirando de forma grotesca su brazo, inyectó sus raíces en él, absorbiendo su vida hasta solo dejar una momia reseca detrás. Las criaturas que combatían al marine miraron por un momento, recordando su propia hambre, pero dándole a los mordianos suficiente tiempo para separarse en dos filas, una primera que astilló sus pantorrillas con las bayonetas, mientras la segunda llenaba de agujeros sus torsos. Más humanoides salieron por sus flancos, disparando relámpagos y fuego, chamuscando al pequeño grupo; quien parecía ser su sargento había tirado una granada justo a tiempo para hacerla estallar en la cabeza de uno de ellos.
Galleus, viendo el lamentable estado de los mortales que se habían sacrificado para protegerlo, se plantó en su posición de batalla, mirando a un lado y a otro, listo para la carga final de sus enemigos. Justo al levantar su espada, el tiempo se detuvo, cuando todo el sonido de la batalla rodeándole se vio absorbido en un indefinido vacío, solo para ser reemplazado por un inmenso estruendo que habría reventado los oídos de cualquiera cerca de él. En un segundo, el fuego radiante se levantó frente al maligno templo, y se pudo oír el eco de grandes bloques de piedra impactando la superficie, seguido de una ráfaga de aire que habría congelado la piel de cualquiera y una ilógica avalancha de la propia nieve, que engulló todo delante del estandarte, que aún ondeaba.
Parecía que por varios minutos, el silencio había vuelto a la llanura helada, pero pronto, en el viento, se pudieron escuchar los ronroneos de enormes motores, seguidos de la aparición de siluetas, que pasaron flanqueando la colina semienterrada entre estalactitas de hielo enormes. Un último vehículo, de color negro, el triple de grande, también llegó a ese lugar, escoltado por un contingente armado de infantería; no eran guardias imperiales, por sus variopintas apariencias se podía decir que eran una especie de cohorte privada, manumisos de quien estuviera en el interior. Al pasar, dos de estos sacaron incensarios dorados, bamboleándolos de un lado a otro, al tiempo que quienes iban detrás hacían el signo del aquila imperial, al girar su rostro al estandarte, en señal de respeto.
El frente de aquella estructura había sido derribado, y luego de que disipara el polvo, era muy fácil contemplar el gigantesco ídolo. Se trataba de la estatua de una persona, envuelta en un pesado ajuar, al puro estilo tradicional de los de su inmunda estirpe; lo que la distinguía de un sirviente del Emperador o de cualquier abhumano, atado al servicio eterno para lavar el pecado de su mutación, eran dos bizarros cuernos coronando su cabeza. Estos tenían forma de hojas de trébol, curvadas hacia dentro y mirándose de filo entre sí, siendo de este modo una especie de burla al propio Culto Imperial, o eso creían en ese punto la mayoría de integrantes de aquella cruzada salvadora.
- Tenemos el objetivo en la mira - afirmó el oficial de tanques.
La fila que ahora levantaba sus cañones estaba compuesta por completo de thunderers, tanques de asedio humildes pero versátiles que sus conductores habían aprendido a apreciar durante su tiempo en servicio. Más de una vez decidieron la victoria en nombre de la humanidad, no solo en esta región ignota, sino también en mil diferentes guerras a lo largo y ancho de Su Imperio; esta vez solo era una más.
- ¡Fuego!¡Destruyan a ese falso dios!
La artillería pesada estalló expulsada, resonó con un soplido decreciente en el aire, y cayó con mortal precisión sobre el monumento, reduciéndolo parte por parte a escombros. El torso con media cabeza restantes cayeron hacia delante, quebrándose como se quebraron todos aquellos constructos heréticos que pretendieron proteger.
El oficial recibió una comunicación por vox:
- Capitán Sobastian Trevern...
Este se petrificó, su aliento nebuloso congelándose antes de responder:
- I...Inquisidor...
- Lord Inquisidor Melech para usted.
- Por supuesto, mi lord, perdóneme...
- Sí, sí...ahora quiero que aplanes la montaña entera, y no pares hasta que hayas terminado, ¿entiendes?
- Pero...mi lord, toda la roca...podría venírsenos encima si...
- No fue una pregunta. Última oportunidad.
Tal y como cualquier vasallo en el millón de mundos, Sobastian había escuchado los relatos casi míticos de aquellos que bajaban del cielo, los que se llevaban a los niños que se portaban mal, aquellos emisarios, recordatorios de que nada podía escapar a los ojos del Emperador.
De que todos los transgresores de Su Santa Palabra pagaban el precio. Siempre.
El oficial, con las manos frías de terror, logró componerse lo suficiente como para tomar su vox y pronunciar:
- ¡Abran fuego ya!
Aunque desconcertados, los artilleros hicieron su trabajo, y en cuestión de segundos, nuevos proyectiles cayeron sobre las ruinas, uno tras otro, sin parar, sobre las cimas de aquellos montes. El templo del domo roto a la derecha de donde estaban también acabó siendo alcanzado, colapsando tras cinco o seis rondas más sobre sí mismo, no dejando más que un suelo de retazos. Los minutos pasaron, y las explosiones continuaron mientras la formación geológica mostraba trizas, y grandes piedras caían reventándose entre sí, al menos las que la carga melta no vaporizaba.
Solamente una de las Hermanas de Batalla pudo verlo, mientras descendían por la rampa del enorme tanque negro, un órgano de 14 tubos que también se unió a la demolición. Primero pensó que era un error del sistema de reconocimiento en su visor dual, pero la señal no desapareció, sino que el espíritu máquina insistía en avisarle a la sorora militante Lucessa Franquia con palabras binarias de la presencia de una forma de vida, enterrada bajo el hielo cerca de su posición.
- ¿Puede ser este un engaño del Archienemigo, superiora Mirina?
- ¿De qué estás hablando? - preguntó la aludida.
- Signos vitales a dos metros de profundidad, allá...
La superiora miró en la dirección que Lucessa señalaba con un dedo, pero tras unos momentos, negó con la cabeza:
- Debes hacerte revisar ese casco. Has estado actuando de forma errática desde esa última misión.
- Pero...
- No se diga más, ahora tras de mí, debemos bajar...
Apenas terminó de decir esa frase, algo surge entre la nieve, poniendo en alerta al pelotón, que comienza a disparar. Lucessa es la primera en recibir el perfil del objeto, y deja de atacar:
- ¡¿Qué haces hermana?!
- ¡No es un enemigo, superiora!
Las demás se dieron cuenta también, y con temor reverencial recorriéndoles la espina, bajaron sus bólter y se prosternaron frente a aquella figura:
- ¡Espera...!
Lucessa corrió hacia él sin oír a su superiora. Estaba herido, y su armadura en terrible estado, al punto de que uno de sus brazos estaba aplastado, y su pecho tenía un agujero carbonizado que iba de lado a lado. A pesar de que apenas se había logrado arrodillar, ya la sobrepasaba en estatura; pero ella no tuvo miedo, llegando cerca de él, tendiéndole su mano ¿pues cómo podría haberle temido?
Si era uno de Sus Ángeles, que había bajado con ellos a pelear la misma batalla:
- Hermana - murmuró este - Reporta tu estado, ¿la demolición procedió...según lo planeado?
- Nuestra tarea está casi completada, mi señor.
Ella le tomaba la mano con las dos mientras le ayudaba como podía a ponerse en pie:
- Lo que el lord Inquisidor vino a buscar...
- Se encuentra en este lugar, en un área subterránea.
- No perdamos tiempo, entonces - exclamó, llamando a las demás hermanas - iré al frente, estén preparadas, podrían haber más criaturas allí dentro. O peor.
La hermana hizo una reverencia, mientras el astarte le decía solo a ella:
- Deja ir mi mano, hermana. Aún respiro.
Ella de inmediato soltó y retrocedió:
- Perdóneme, mi señor.
- Llámame hermano Mordach...
- Lucessa. - asintió ella.
Tras aquel intercambio, continuaron su camino, punto para el cual las andanadas de artillería apenas se habían detenido, convirtiendo los montes al frente de ellos en mesetas hirvientes, como el suelo de curvados azulejos de piedra, el cual en partes también se podía ver cómo había cedido. Los thunderer se mantuvieron en línea mientras que el tanque del inquisidor avanzó lentamente por detrás de la comitiva armada y las hermanas con el guerrero transhumano al centro; las estatuas profanas que daban la bienvenida por el camino principal ahora yacían destruidas a sus pies.
Pronto aquella sinfonía de destrucción se detuvo frente a un enorme trozo de loza inclinado hacia dentro:
- Mordach, ¿no es así?
- Mi lord...
- La hermana superiora Mirina tiene en su mano el auspex; los guiará a la posible localización del objeto, que según lo que recabé debería hallarse bajo un sarcófago en el subnivel más profundo. Cuando lo encuentres, asegúrense de que esté intacto, e insisto, no jueguen con él.
- Entendido.
- Uno de sus apotecarios vendrá a esta ubicación cuando termine la extracción. Diré que sirvieron bien...
El vox se apagó, y Mirina se acercó, mientras ya bajaban por escombros purpúreos:
- Es por aquí, síganme.
Se internaron en la oscuridad del subsuelo, encontrando a los lados de las cuarteadas paredes una serie de mosaicos, con escenas que graficaban múltiples aspectos de vida cotidiana para la corrupta raza de mutantes que había erigido el templo. Aquellos seres, de hecho, tenían una apariencia mayormente humana, juvenil inclusive, tanto en proporciones corporales como en forma de comunicarse, al menos en el materium, pero con la piel completamente pálida, el cabello gris violáceo, y tal como en la estatua, portaban cuernos, cuya forma variaba de un ser a otro. El marine observaba con detalle, grabándolo todo para su posterior registro en los archivos del propio Melech; definitivamente no permitiría que la corrupción de semejantes visuales se transmitiera a sus demás hermanos de capítulo, y él mismo sería largamente probado por hacer esto.
- Todos estos murales, si los estoy deduciendo bien...cuentan un relato...peculiar... - dijo la dialogata.
- Resistan la tentación, hermanas - cortó Mirina - no miren a las imágenes de falsa alegría y belleza. Son ilusiones para arrastrarnos a la comodidad, y que bajemos la guardia.
- Una armadura de desagrado, como San Macario enseñaba... - acotó la dogmata.
- Que Él en Terra nos cubra con su luz... - murmuró Lucessa.
Se encontraron ante un agujero cuadrado, que por la demolición había quedado inclinado y con suficientes "escalones" como para permitir deslizarse y regresar, aunque con dificultad.
- Por aquí, bajemos...de prisa, que ya no soporto rodearme...de tanta inmundicia.
Descendieron con todo el cuidado que podía ameritar la urgencia que tenían por librarse del vaho húmedo saliendo por todas partes. El resto de la cohorte se diseminó en las galerías que dejaron atrás, buscando cualquier rastro de impureza a ser purgado, tomando sus rifles laser, hachas, martillos, picos, y procediendo a destruir cada vasija, cada relieve, cada efigie y azulejo en las paredes que se les pusiese delante. Así, mientras las órdenes y gritos junto con demás ruidos de cosas rompiéndose se apoderaban de aquel lugar, el hermano Mordach mantenía su bólter en una mano, rodeado por la procesión de sororas cuyas armaduras negras contrastaban con sus telas y las faces de sus cascos, que brillaban en un intenso amarillo.
Recorrieron pasillos y más pasillos, hasta que se comenzaron a cruzar con cuartos donde solamente existía una cosa; grandes vasijas de arcilla blanquecina, con tapas de madera sellándolas. Cuarto tras cuarto mostraba lo mismo, lleno de suelo a tope con aquellos recipientes; pronto el suelo comenzó a inclinarse, y se encontraron un pasillo más amplio que los otros, el cual tenía escalones amplios. La superiora no perdía el auspex de vista, estaban mucho más cerca ahora, lo que la hizo adelantarse más que los demás, desapareciendo por un momento en las tinieblas, y haciendo al al marine avanzar con más prisa todavía, buscándola:
- Hermana superiora, espérenos...
Tras un par de minutos de angustia, llegaron a un salón cuadrangular, en cuyo suelo y paredes se formaban en filas y columnas de lo que parecían criptas en forma de cerrojo, las cuales estaban mirando siempre al tragaluz del centro. Mirina paseaba lentamente, dando vuelta con crispación para contemplar aquella escena:
- Estamos en el lugar...el objeto debe estar por aquí.
Finalmente, las dudas aquejando la mente del astarte se hicieron manifiestas:
- Es un cementerio pagano...nada bueno puede aguardar en estas tumbas.
- Debe estar cerca, es nuestro deber encontrarlo.
- ¿Sabes siquiera lo que estás buscando?
- No es lo que haya aquí lo que importa, sino completar la tarea...
- Hermana.. - dijo la dogmata - Tal vez deberíamos purgar este agujero también. Con promethium.
- Todavía no - exclamó ella por vox, levantando la mano - Lo encontré. Está debajo de este...
Mirina había llegado a una tumba casi al otro extremo de la cámara, y la tocaba con la otra mano. Tomó su bólter, y abrió fuego, pero los tiros simplemente rebotaron en la misteriosa superficie, similar a baldosa verde, haciendo fantasmales ecos, que se ampliaban y parecían reírse entre las sombras. Mordach avanzó a paso firme, seguido por las sororitas, hasta alcanzarla; para cuando estuvieron junto a ella, esta llevaba un rato tratando de romper la tumba con su espada de poder, pero igual que con el arma anterior, el campo de fuerza rebotaba como si fuera de hule.
- Yo lo haré - dijo él.
Con su único brazo útil, hundió los dedos en la parte baja del túmulo, haciendo que, de inmediato, su guantelete se pegara con un potente arco electromagnético a la superficie. Intentó zafarse, sin efecto, y cuando las demás hermanas se dispusieron a ayudarle con el poder de sus propias armaduras, sus propias manos, codos, y antebrazos quedaron pegados a la tumba a medio levantar:
- Solo puede haber una salida a esto - dijo la superiora.
Esta sacó de su cinturón un cilindro brillando de color naranja, pegándolo a la parte superior con un pitido triple, seguido de un trinido electrónico. Este pitó por varios segundos más hasta que finalmente, el recipiente estalló en una llamarada capaz de hacer las corazas de ceramita negra arder como láminas de metal líquido. No fue por suerte el caso, al estar ellas del otro lado, derritiéndose en cambio la parte superior, que cayó al suelo como goma hirviendo; pudieron sentir cómo la fuerza atractora se apagaba, al volver el sarcófago más pesado.
Se hicieron a un lado, dejándolo caer. Se partió a la mitad, ya abierto, revelando ante ellos una visión increíble:
- Esto es brujería, ¿Qué más si no? - dijo la dogmata.
- Pero nada de esto tiene sentido - añadió Lucessa - se suponía que este lugar...era antiguo.
- Que Dorn me maldiga si no estoy viendo lo que veo...
Dentro de la tumba, no solo estaban los restos raídos de algún atuendo putrefacto, cubriendo a su vez una decrépita momia rodeada de tesoros valiosos, o reliquias manchadas, sino más bien lo contrario. La superiora había sido la primera en verlo, al estallar la tapa en llamas y desintegrarse, llevándola a apoyarse, inclusive hasta ahora, en una tumba contigua fruto de la perplejidad; esta parecía ser, realmente, la mayor prueba a su fe en mucho tiempo, incluso tras lo que había visto en esta misma campaña. Dentro, yacía el cuerpo, totalmente prístino e inmaculado de una mujer joven, con un traje monopieza ceñido, sujetando entre sus brazos un artefacto metálico grabado en líneas y puntos, con un número en el borde inferior; una fecha en alto gótico, que no podía ser sino...la de aquel mismo día.
- Una plantilla estándar - susurró la dialogata - y su dueña. Viva.
Era verdad. El pecho de la mujer, aunque débilmente, se movía, de arriba a abajo, respirando una vez más. Sin ningún aviso, el cuarto entero comenzó a temblar, y una serie de gritos como de multitud salieron por entre los pasillos y cuartos vetustos, junto con quebradizos sonidos. Pisadas, masivas en numero, y se estaban acercando.
El redondo rostro de la rediviva volvió a coger color, y sus ojos rasgados se abrieron, pesados.