Chereads / La cima de los monarcas / Chapter 5 - Capítulo 5 — Acto atroz

Chapter 5 - Capítulo 5 — Acto atroz

Capítulo 5 — Acto atroz

— ¿Esta noche también dormiremos en una habitación, mamá, o volveremos a dormir en las calles? —preguntó con tono preocupado un pequeño niño que aparentaba tener unos cinco años. Tenía el cabello liso y vestía con prendas sucias y desgastadas, mientras iba tomado de la mano de quien supuestamente era su madre.

— Ya no podemos quedarnos ahí, mi pequeño hijo. Primero debo ganar unas cuantas monedas para que podamos volver. Lo poco que tengo solo me alcanza para un par de hogazas de pan y una botella con agua.

La señora vestía una túnica de color rosado opaco, bordada con flores. Su rostro, ya de por sí blanco, parecía aún más pálido de lo usual. Llevaba un peinado voluminoso y llamativo, pero lo que más destacaba en ella era la preocupación reflejada en su expresión. 

Sin monedas no hay comida, ropa, habitación ni una manta para dormir cálidos en las noches frías.

De repente, detuvieron su andar y observaron a una señora mayor, algo curvada por la edad, que estaba frente a ellas. Se dirigieron hacia ella.

— ¡Abuela Zhen! —exclamó emocionado el niño mientras se soltaba de la mano de su madre y corría hacia la anciana.

— Hola, Xiao Lei —respondió la anciana, acariciando gentilmente su cabellera.

— Buenos días, abuela Zhen —dijo amablemente la mujer al llegar frente a la anciana.

— Buenos días, Jie Lin —respondió ella con el mismo tono, mostrando gentileza y cariño a los dos recién llegados.

— ¿Puedo ayudarles con algo? —continuó.

— Dos hogazas de pan, abuela Zhen, y una botella con agua, por favor —pronunció mientras, con esfuerzo, sacaba sus últimos tres peniques.

— Permíteme un momento —respondió la anciana, y sacó un par de hogazas de pan que envolvió en un papel grisáceo. Pero rápidamente añadió una más, y luego la entregó junto con la botella con agua.

— Ten, hija.

— ¡No! ¡No! ¡No! —se apresuró a decir Jie Lin al ver que le daban una hogaza extra—. No puedo aceptar esto, abuela Zhen. Usted logra vivir porque puede vender sus productos, pero si me regala siempre lo que le compro, nada tendrá para comer usted.

Dijo mientras intentaba devolver la hogaza extra de manera gentil.

— Hija, sé lo difícil que la tienes en esta vida. Yo ya soy vieja y torpe, pero tú aún eres joven, tienes mucho camino por recorrer, además tienes un hijo que debe crecer fuerte e inteligente. ¿Cómo lo lograrías si no comen bien?

Jie Lin quedó en silencio. Después de pensar un momento, por fin aceptó la hogaza de pan extra que le ofrecían.

— La amabilidad de la abuela Zhen no la olvidaré, y un día la pagaré multiplicada por cien —pronunció mientras se inclinaba ligeramente en señal de respeto.

— No debes hacer eso, hija, solo cuídense bien.

— ¡Nos vemos, abuela Zhen! —dijo el niño, volviendo a abrazar a la anciana.

— Volveremos pronto, abuela Zhen.

— Aquí los esperaré, entonces.

Con una leve sonrisa, se despidieron y volvieron a retomar el camino.

— Mamá, ¿en qué callejón me quedo esperando esta vez? —preguntó mientras levantaba la cabeza e intentaba ver los lindos ojos de su madre.

— Déjame ver uno que sea seguro.

Mientras ella observaba a su alrededor, el niño habló de nuevo.

— Mamá, ¿cuándo podré comer uno de esos pinchos dulces?

Parece que no lo escuchó, pues ella no respondió. El niño repitió la pregunta, pero nuevamente no obtuvo respuesta.

De repente, la señora divisó un callejón y decidió adentrarse en él, llevando al niño de la mano.

Al entrar al callejón, la escena que encontraron le heló la sangre. Frente a ellos, cuatro cuerpos yacían en el suelo, sus miradas vacías ya habían dejado este mundo. Dos de los chicos estaban de rodillas, envueltos en su propia sangre, uno parecía aún observar el cielo, mientras el otro caía, agotado, hacia el frío suelo. Otro cuerpo yacía boca arriba, con lágrimas secas marcadas en su rostro, como si hubiera llorado antes de partir. El último parecía haber intentado huir, pero cayó de cara al suelo, el golpe tan brutal que su rostro era el más destrozado de todos.

La pared de la derecha estaba parcialmente destruida, con marcas de sangre cubriéndola, las cuales indicaban la lucha feroz que se había librado allí. La sangre de Yang Feng se mezclaba con el caos de la batalla. En el suelo no solo había sangre, también había rastros de una lucha intensa: sudor, escombros, y algunas ratas que merodeaban con gula entre la sangre.

La señora se quedó paralizada, mirando la escena sin poder creer lo que veía.

Pasaron unos minutos hasta que, finalmente, logró gritar.

—¡Aaaahhh! —exclamó mientras dejaba caer las hogazas de pan y la botella con agua, la cual se quebró al impactar contra el suelo, derramando su líquido incoloro.

El niño se sobresaltó e intentó girar la cabeza hacia la misma dirección, pero su madre reaccionó rápido y se lo impidió.

Las personas cercanas al callejón escucharon el grito. Por inercia, muchos se giraron a mirar, y poco a poco comenzaron a acercarse, movidos por la curiosidad; no podrían dormir tranquilos sin saber qué lo había causado.

—¡Santo inmortal! ¿Pero qué ha pasado aquí?

Se empezaron a escuchar diversas voces entre los transeúntes.

—¡¿No son esos los cuatro pequeños bandidos?! —exclamó alguien, haciendo que todos miraran con más atención.

—¡Es cierto, son ellos! —Cuando se escuchó la confirmación, el asombro se apoderó de los presentes.

—Cada quien tiene su final según cómo haya vivido...

—¡Ellos se lo merecían! Muchas veces me robaron las monedas que gané con esfuerzo —dijo alguien con rabia.

—¡Jajaja! ¡Por fin se murieron esas escorias!

—¡Les escupo! ¡Púdranse en el infierno!

Mientras las voces se sumaban al caos, un anciano vagabundo, vestido con ropas gastadas de color azul y verde pálido y un par de sandalias rotas, caminaba entre la multitud. Su larga barba blanca se movía con el viento, y su andar errante iba acompañado de pequeñas risas mientras pedía limosna, las cuales no recibía ya que la mayoría de los que estaban aquí solo tenían para ellos mismos. Era el mismo que le había pedido un penique a Yang Feng.

—Hmm... ¿qué pasó aquí?

Poco a poco se acercó a la escena, y lo primero que notó fueron las voces cargadas de desprecio hacia los jóvenes muertos. Movió la cabeza de un lado a otro con lentitud.

—Vida o muerte, nobles o vagabundos, buenos o malos, humanos o bestias, cielo o infierno... todo pertenece al mundo. Y el mundo sabe cuándo debe recuperarlo.

La justicia es una pobre regla creada por los débiles. Si te tratan mal, defiéndete en el momento, pero no te embriagues con la victoria. No hay gloria en ello, solo libertad.

Te alegra que estén muertos porque eran malos... pero ¿quién te asegura que tú no lo eres? Tal vez robaste, golpeaste, mentiste, incluso mataste.

Todo pertenece a la muerte. Y si no quieres que ella toque pronto a tu puerta, calla... y mírate a ti mismo.

—¡¿Qué estás balbuceando, viejo sucio?! —le gritó un guerrero cercano, intentando agarrarlo por el cuello de sus ropas.

—¡Calma, joven! ¡No le pongas mucha atención a este viejo sucio! —respondió el anciano con una risa, zafándose rápidamente y saliendo corriendo de la escena.

—Tch... dando sermones ese zorro viejo cuando no tiene ni dónde caer muerto —murmuró el guerrero, lanzando una última mirada de desprecio antes de volver su atención a la escena.

Fue entonces que notó a Jie Lin temblorosa mientras su miedo se asomaba en sus lindos ojos claros y abrazaba a su hijo para que este no viera lo sucedido, ¿las hagazas de pan? ¿el agua?, estas cosas las habia olvidado por completo.

—¡¿Qué haces parada ahí, prostituta?! ¡Ve a llamar a los guardias de una vez! —bramó con furia.

El grito sacudió a Jie Lin, que al instante olvido aquello y lo miró con rabia.

—¿Qué? ¿Te molesta que te llamen prostituta, pequeña zorra? ¡Muévete ya, antes de que también te mate!

Sin poder defenderse, solo podía acatar la orden de su enemigo.

— Ven, hijo.

Recogió las hogazas de pan y notó que la botella con agua se había quebrado, dejando el líquido regado por el suelo. Lamentó profundamente la pérdida al verla derramada. Luego tomó la mano de su hijo y lo sacó de la escena, llevándolo cerca de la calle donde se movían las personas.

— Espérame un momento. Iré corriendo a llamar a los guardias y luego nos iremos.

— Está bien, mamá. No tardes mucho.

Le dio un beso en la frente, se despidió y comenzó a correr en dirección a la puerta oeste, donde solían estar los guardias.

---

— Viejo zorro, ¿qué haremos si nos vienen a supervisar y encuentran a estos tres dormidos? —dijo el joven encantador que servía como guardia en la puerta oeste desde hacía apenas tres meses.

— Mmm... Ellos no vendrían a este lugar donde abandonaron a los pobres —respondió el anciano Ma Zhen.

El joven pareció reflexionar por un instante y luego preguntó:

— ¿Por qué te has quedado en este lugar por más de quince años, viejo zorro?

Tocándose la barba, el anciano respondió:

— Prometí que cuidaría de un chico hasta que decidiera salir al mundo.

— ¿Yang Feng?

— Sí.

— Ahora que sabes que se irá, ¿solicitarás un cambio de sector?

— He pasado tanto tiempo aquí que ya me he acostumbrado. La tranquilidad que se respira, beber con mis compañeros... eso es lo que para mí significa vivir. No podría irme de aquí.

— Entonces yo...

De repente, fue interrumpido por unos gritos agudos, provenientes de una mujer que corría desenfrenadamente hacia ellos.

— ¡Hay muertos! ¡Hay muertos! ¡Vengan rápido a ver!

Era Jie Lin, que llegaba jadeando por la carrera. El sudor le caía por la frente y la cabellera, arrastrando consigo el maquillaje que se deshacía en su rostro.

El anciano y el joven se miraron rápidamente. Habían olvidado por completo lo que el chico les había dicho el día anterior.

— Calma, joven. Toma esta botella con agua y cuéntanos qué has visto —dijo el anciano Ma Zhen mientras se la ofrecía y la sostenía para que no la dejara caer.

Ella bebió con rapidez y, tras unos segundos, habló:

— Íbamos pasando con mi pequeño hijo cuando, de pronto, vi hacia un callejón... La escena fue tan grotesca que me paralicé. Había cuatro jóvenes muertos, cubiertos de sangre. Lo mejor es que lo vean por ustedes mismos —dijo temblorosa, ocultando la verdad con sutiles mentiras mientras sujetaba la botella con fuerza, temerosa de volver a soltarla.

Ese muchacho debió causar una gran escena... Vaya forma de comenzar una nueva vida, pensó Ma Zhen.

— Entonces guíanos, joven. Pero espera un momento.

Con la parte sin filo de su lanza, golpeó en el estómago al guardia dormido, el de la cicatriz en el ojo derecho.

El impacto seco lo hizo doblarse y soltar un quejido ahogado al despertar.

— ¿Qué pasó, anciano? —preguntó sin mostrar mucho enojo. El viejo se había ganado el respeto de todos.

— Pequeño bribón, ¿piensas dormir todo el día? Haz guardia mientras nosotros vamos a ver el desastre que dejó el chico.

— Mmm... Está bien.

— ¿Chico? —susurró Jie Lin, pensativa.

— Vamos.

Mientras caminaban, empezaban a escuchar los comentarios de las personas sobre aquella escena.

—¡Sí! Dicen que encontraron a los cuatro muertos —decía una señora andrajosa a otra.

—¡¿A los cuatro?! Por fin dejaron este mundo...

—Si entre mortales nos matamos, ¿qué nos queda por esperar de los inmortales? —comentó un hombre que aparentaba estar en sus cuarenta, moviendo la cabeza con indignación.

Estas palabras llegaron a oídos de los tres. Jie Lin parecía no prestarles atención, el anciano Ma Zhen apenas dirigió una mirada en esa dirección y suspiró. El único que parecía reflexionar sobre ello era el joven encantador, que mantuvo esas palabras en su mente mientras llegaban a la escena.

—Si me disculpan, ya no podré acompañarlos más. Debo regresar con mi hijo y seguir nuestro camino.

—Está bien… gracias por avisarnos.

—Gracias a usted, gran guardián, por su amabilidad al darme una botella con agua.

—No fue nada.

Sin más, ambos siguieron su propio camino.

—Disculpen todos, ya estamos aquí. Pedimos su cooperación para que desalojen la escena cuanto antes. Nosotros nos haremos cargo a partir de ahora —anunció el joven guardia.

—Al fin llegaron —dijo con arrogancia el guerrero que había enviado a buscarlos—, pero yo me quiero quedar aquí, así que se aguantan.

—Mmm...

—Déjeme este asunto, guardia superior Zhen —intervino el joven encantador con una mirada fría, cerrando los labios como una bestia a punto de atacar.

—Ya hay cuatro, no sumes uno más—respondió el anciano Ma Zhen con ironía.

Con un ágil movimiento hacia el frente, el joven golpeó con la parte sin filo de su lanza el estómago del guerrero, haciendo que este se doblara y comenzara a toser mientras caía. Al levantar la vista, notó la fría mirada del joven y, rápidamente, se incorporó y salió corriendo de la escena sin decir una palabra más.

Poco después, ya solo quedaban los dos guardianes de pie.

—¡Santo inmortal! Ese chico es un tigre entre los tigres —exclamó el joven, aún asombrado mientras observaba la escena.

—Sin duda, siempre logra sorprenderme.

—Viejo zorro, mira a esta bola de manteca… jajaja ¿cómo logró matarlo? Ese chico está fuera de mis capacidades.

—Mira la pared y dime qué crees que pasó ahí.

El joven observó y quedó pensativo. Se acercó, contempló la escena con atención y luego habló.

—Fue lanzado contra la pared con gran fuerza. Luego lo rodearon y lo golpearon.

—Tus sentidos han mejorado mucho —dijo el anciano, elogiándolo.

—Jajaja, jugar al Go con un viejo zorro hace milagros. Pero me da curiosidad saber de qué está hecho ese chico. ¡Mira que aguantar tantas ráfagas de golpes!

El anciano no respondió, solo asintió en silencio.

Después de un rato de imaginar toda la escena, comenzaron a mover los cuerpos hacia una orilla y a cerrar el callejón. Solo hasta entonces, el anciano volvió a hablar:

—Ve por un caballo y dirígete a la sede central. Informa lo sucedido y pide personal de limpieza y una carreta con mantas gruesas para transportar los cadáveres.

—A sus órdenes —respondió el joven antes de marcharse.

Mientras ellos trataban con la escena atroz, a unas cuantas cuadras se desarrollaba otra historia. Una tranquila, en la que se disfrutaba el pan de cada día.

—El gran guardián es una persona amable, mamá. Mira que regalarnos una botella con agua.

—El gran guardián se preocupa por todos en esta zona. Es una buena persona. Si tengo la oportunidad, le pediré que te enseñe a leer y escribir —dijo, acariciando con amor y ternura el cabello liso de su hijo.

—¿¡En serio!? Muchas gracias, mamá.

Ambos estaban sentados al borde de la calle, compartiendo la poca agua y dando mordiscos a sus hogazas de pan.

Continuará.