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Chapter 6 - Capítulo 6 — Al fin despierto

Capítulo 6 — Al fin despierto

Lo que se veía era surrealista: una pequeña isla rodeada por aguas azuladas y tranquilas, en cuya superficie flotaban algunas hojas de loto. La isla brillaba suavemente, como si fuera una fuente de luz, mientras poco a poco parecía desvanecerse en el agua cristalina.

Sobre ella, el pasto verde resplandecía con un brillo tenue. Diversas flores cubrían su superficie: lirios que danzaban con inocencia al ritmo del viento, rosas que, aunque frágiles, mostraban su valentía al mundo, y flores de loto, tanto pequeñas como grandes, que yacían con dulzura en perfecta armonía.

Entre todas, unas en especial comenzaron a destacarse: las amapolas, con sus pétalos delicados y brillantes, parecían dar la bienvenida al recién llegado. No estaban solas; un aroma profundo e intenso provenía de los jacintos, cuyos tonos azulados añadían aún más calma al ambiente.

Mientras el joven avanzaba con paso armonioso, su mirada se perdía entre la variedad de flores. No podía creer que tantas especies coexistieran en un solo lugar. De vez en cuando, se detenía y miraba hacia atrás: el lago brillaba con luces azul intenso que surgían desde sus profundidades, iluminando las hojas de loto que flotaban a su alrededor. Luego, regresaba la vista al frente y continuaba caminando.

Pronto divisó la raíz de un enorme árbol de durazno que se alzaba en el centro de la isla. Alzó la vista hacia su copa: era de un tamaño inusual, como si tres árboles se hubieran fundido en uno solo, formando un ser majestuoso y antiguo.

-¿Cómo llegué hasta aquí? -murmuró serenamente, dejando que la calma del lugar lo envolviera.

Al llegar al árbol, extendió su mano y lo tocó. En ese instante, una ráfaga de viento sopló con fuerza, elevando los pétalos de las flores que comenzaron a danzar por todo el lugar. Finalmente, el viento perdió fuerza y pasó suavemente por su rostro. El joven cerró los ojos, mientras su larga cabellera oscura se agitaba con elegancia bajo la brisa.

Poco a poco, Yang Feng comenzó a rodear el árbol, hasta que notó que no estaba solo. A unos pasos, se encontraba un anciano. No era encorvado ni desarreglado como suelen imaginarse los viejos sabios; al contrario, era majestuoso. Su larga cabellera plateada caía con elegancia sobre una túnica oscura como la noche misma. Estaba sentado en una silla de bambú, con las piernas estiradas, mirando hacia el lago... o eso parecía, ya que tenía los ojos cerrados. La calma que envolvía el lugar parecía emanar de él. Su presencia era imponente, tan parecida a la de Yang Feng, como si fuera una versión de sí mismo en sus últimos años. Cualquiera se habría estremecido al ver tal semejanza.

El anciano notó la presencia del joven y habló, interrumpiendo el silencio con una voz tranquila:

-¿Qué piensas de este lugar?

Yang Feng no respondió de inmediato. Observó al anciano con detenimiento antes de hablar.

-Es de mi agrado -dijo al fin.

-Seguro que sí.

-¿También le agrada al mayor?

El anciano se tomó su tiempo antes de responder.

-Lo es.

El silencio volvió a instalarse entre los dos. Yang Feng se recostó contra el tronco del gran árbol y cerró los ojos. El tiempo transcurría-lento o rápido, era imposible saberlo y no importaba. Las flores danzaban, las carpas nadaban, y todo parecía olvidar que esos dos estaban allí.

De pronto, fue el anciano quien habló:

-Los monarcas me derrotaron.

No obtuvo respuesta, salvo un leve murmullo del joven:

-Mmm...

-No hay a quién culpar, ni razones para aferrarse al pasado. He vivido tanto que las cosas han perdido su valor. Pero... deseo vengar a las tropas que un día me siguieron. Se lo debo -dijo en calma, mientras abría lentamente los ojos. En ellos se encendía un firmamento: estrellas que brillaban con tal intensidad que un mortal común habría convulsionado solo con mirarlos.

-No tengo interés en tu venganza. Solo puedes culparte por tu falta de fuerza -respondió sereno Yang Feng, mientras también abría los ojos.

-Mmm... tienes razón -asintió el anciano-. Pero ellos se interpondrán en tu camino algún día. ¿Qué harás entonces?

-No hay nada que pensar. Si bloquean mi paso... solo les espera la muerte.

El anciano lo observó con atención, como si evaluara cada palabra que decía. Finalmente, volvió a hablar:

-¿No temes que los que están cerca de ti mueran?

Yang Feng respiró profundamente, su voz firme:

-Hace poco entendí que el cultivo se trata de perseguir el Dao y alcanzar la inmortalidad. ¿Cómo podría preocuparme por la muerte de alguien? El camino que quiero no está pavimentado; es rocoso, empinado, y cruel. Eventualmente, algunos morirán. ¿Y qué? ¿No todos los seres somos, al final, de la muerte?

El anciano lo observó por última vez antes de girar la vista hacia el lago, cerrando nuevamente los ojos e inclinando ligeramente la cabeza en la silla.

- Espero ver todo eso. -dijo con un tono más calmado, ya comenzaba a quedarse dormido.

Yang Feng se levantó del pasto y se colocó al lado del anciano antes de hablar.

- ¿El venerable anciano despertará si me encuentro en una situación que no pueda resolver por mí mismo? -preguntó el chico al ver que el anciano se estaba quedando dormido.

- Cada vez que despierte, hará que vuelva a dormir más tiempo. Procura que las veces que lo haga lo valgan.

- Este junior entiende y no lo olvidará.

El anciano no respondió, su rostro seguía viéndose con tanta calma.

- Antes de irme, ¿el flujo de tiempo aquí...?

- Tres veces el del exterior.

No se sobresaltó, sus ojos serenos parecían no sentir emoción.

- Si me disculpa, me iré.

Dando una pequeña reverencia de respeto, el chico se alejó sin hacer ruido.

Mientras caminaba, veía otra vez todo a su alrededor, poco a poco la escena se volvía tenue, hasta que al llegar a la orilla, su cuerpo desapareció.

_ _ _

Lentamente, Yang Feng abrió los ojos, notando un rayo de luz solar que se filtraba por el techo y caía cerca de su rostro. Se levantó y, esta vez, se sintió ligero, como si todo su cuerpo estuviera renovado.

- ¿Cuánto tiempo he estado dormido? -se preguntó en voz baja, pero no recibió respuesta, ya que no había nadie más en el lugar. Algunas de las vendas que había colocado se habían soltado, aunque aún se aferraban a sus pequeños músculos. Con paciencia, las fue retirando y se dio cuenta de que la mayoría de sus heridas ya se habían curado. No sintió ningún tipo de dolor, solo una calma profunda.

Decidió salir de su residencia y se dirigió al río para darse un baño. En la orilla, vio un conejo blanco, con movimientos ágiles y rápidos, bebiendo un poco de agua fresca.

A su alrededor, las mariposas danzaban en el aire de manera armónica, como si todo el entorno estuviera en perfecta sincronía.

Una vez terminado su baño, Yang Feng observó que las prendas que había lavado se habían secado, pero ahora estaban rasgadas por la batalla que había enfrentado. Sin pensarlo, las tomó y se puso a coserlas con una aguja de hueso que llevaba consigo.

El tiempo pasó sin prisa, y cuando terminó de reparar la ropa, pensó para sí mismo:

- Espero que el viejo Du no se enoje por rasgar la túnica que me regaló.

Luego, se dedicó a reparar el techo y limpiar las hojas caídas cerca de la entrada. Cuando terminó estas tareas, sintió que era momento de ir al pueblo.

Al llegar, tendré que averiguar por qué ese inmortal vino a este pueblo, y también cuándo planea marcharse. Mientras tanto, debo evitar llamar la atención para no ser presentado ante él. Además, necesito convencer al anciano para que me proporcione los alimentos... aunque en eso ya tengo cierta ventaja. Durante el tiempo que me queda, me dedicaré a cultivar con determinación, sin descuidar la comida ni el descanso. Todo en el mundo sigue un flujo natural. ¿Quiero poder? Entonces entrenaré, descansaré y, cuando menos lo espere, lo alcanzaré. De eso no tengo dudas.

Mientras caminaba, se encontró con ardillas y gatos monteses, hasta que, por fin, llegó a la puerta oeste, donde vio a algunas personas.

- ¡Hola, chico! Me dijeron que por fin te vengaste de esos pequeños bandidos -saludó un guardia que parecía tener unos cuarenta años, con rostro grueso y un fuerte olor a cerveza barata.

- No era venganza, solo dificultaban mi paso. Pero tú, viejo Lao Chun, intenta no beber tanto todos los días.

- Jajaja, eso no lo puedo prometer, muchacho. Sabes que el significado de la vida para mí es beber.

- Entiendo, entiendo -respondió Yang Feng mientras le daba una palmada en la espalda al hombre-. Por cierto, ¿cómo trataron ese asunto?

- El anciano Ma Zhen dijo que dejaste un desastre completo y tuvo que llamar hasta la sede para limpiarlo todo.

- Mmm... ¿y dónde están todos ahora?

— Fueron a la sede a proporcionar información y a cobrar el sueldo que les debían. 

— ¿De verdad? ¿Y tú? 

— Jajaja, lo reclamé la semana pasada. Verás, chico, cuando estás viejo, siempre necesitas adelantos de salario. Jajaja.

— Eso lo sabré cuando llegue a esa edad, entonces, viejo Lao Chun. Si me disculpa, iré a ver al anciano Du. 

— ¡Ve, ve!

Ambos se despidieron, pero después de caminar unos pasos, Yang Feng se detuvo y se giró hacia atrás.

- Viejo Lao Chun, ¿cuánto tiempo dormí?

El guardia se puso pensativo al escuchar la pregunta. Tras un momento de reflexión, respondió con tono incierto.

- Mmm... a ver... ese día me emborrraché... luego también... pero el siguiente no... ¡Ya lo tengo! Estuviste durmiendo ocho días completos.

- Gracias.

Ocho días aquí... entonces, en el lugar donde estuve antes, han pasado veinticuatro. Si pudiera usar ese sitio para meditar, el tiempo avanzaría más lento y podría salir antes al mundo.

Para algunos, este tiempo debió parecer mucho, como si se hubiera desperdiciado en sueño en lugar de aprovecharlo en otras tareas... Pobres mentes. El descanso también es parte del flujo de la vida. Duermo ocho días, veinticuatro, incluso un año, ¿y qué? Si duermo, es porque el cuerpo lo necesita. Luego despertaré y recuperaré ese tiempo con mayor fluidez. Si no lo hiciera, siempre estaría agotado, consumiendo más energía y, por tanto, acortando mi esperanza de vida. ¿Por qué querría eso? ¿Me juzgarán por dormir? ¿Me llamarán perezoso? Nada de eso importa.

Mientras se encontraba sumido en sus pensamientos, sus pasos lo fueron guiando hacia el pueblo. Las calles, llenas de gente y de vida, estaban colmadas de negocios, de gritos de comerciantes, de murmullos que iban de un lado a otro.

-¡Sí, al parecer el inmortal está buscando buenos prospectos!

-Llevaré a mi hijo para que lo vea. Si el santo inmortal lo bendice, será la gloria de nuestra familia...

Yang Feng solo escuchaba mientras seguía caminando.

Así que a eso vino.

-Al final no encontraron al culpable del asesinato de los cuatro pequeños bandidos, ¿verdad?

-No, pero escuché rumores... dicen que fue solo una persona la que lo hizo.

-¿¡Una!?

-¡Llévenlos, llévenlos! ¡Fideos calientes, recién hechos, solo cinco peniques!

-¿Cinco? ¡Mejor róbame a plena luz del día, vieja bruja!

-Señor, las cosas están caras...

-¡Globos, globos! ¡Llévese el globo del divino dragón y que la prosperidad inunde su hogar! ¡Por solo un penique!

-Mamá, mamá, cómprame uno...

-Al volver, hijo...

De pronto, un anciano fue arrojado fuera de un restaurante y cayó justo a los pies de Yang Feng, quien se detuvo y lo miró.

-¡No vuelvas por aquí, viejo sucio! ¡Si te veo otra vez, haré que los guardias te saquen! -gritó furioso el dueño del restaurante.

El anciano, sin perder la compostura, se levantó, se sacudió el polvo y respondió entre risas:

-¡¿Quién vendría a tu tugurio apestoso, viejo rancio?!

-¡Maldito...! -el dueño se lanzó en su dirección, pero el anciano salió corriendo a toda prisa.

Yang Feng no se entretuvo más y siguió su camino, sin prisa.

Desde atrás, el anciano lo miró con una sonrisa juguetona.

-Qué chico tan interesante... -dijo, acariciando su barba blanca. Era el anciano del penique.

Los susurros continuaban a su alrededor, pero uno en particular volvió a captar su atención: la voz de un niño de unos cinco años.

-Mamá, mira, son los pinchos dulces... ¿me compras uno, por favor?

-Hoy no, hijo. Será en otra ocasión.

-Pero... pero yo lo quería hoy... -dijo entre sollozos.

-Discúlpame, hijo. Trabajaré duro para poder comprarte uno, pero por ahora solo podemos gastar en hogazas de pan -respondió una mujer vestida con ropas sencillas: era Jie Lin.

Yang Feng se acercó lentamente y habló con voz serena:

-Chico, ¿quieres un pincho dulce? Tómalo, yo pagaré por él.

-¿¡En serio, joven!? ¿¡Puedo!?

-Sí. No te preocupes.

-No, joven. No podemos aceptar su buena voluntad -intervino Jie Lin, algo apenada.

-No se preocupe, señora. Tómelo como un gesto amable, sin más.

-¿Entonces sí puedo, mamá? -preguntó el niño, ilusionado.

-Está bien -dijo, rindiéndose ante la alegría de su hijo.

-Señor, ¿puede darme un pincho dulce, por favor?

El comerciante observó primero al niño, luego a Yang Feng, quien asintió con un gesto.

-¡Claro, chico! Este es para ti -dijo, entregándole el dulce con una sonrisa.

-¡Muchas gracias, señor! ¡Gracias, joven! -exclamó el niño, inclinándose con gratitud.

-No fue nada -respondió Yang Feng, mientras entregaba los dos peniques correspondientes.

-Si me disculpan, debo seguir mi camino.

-Muchas gracias, joven, por su amabilidad -dijo Jie Lin, con una sonrisa que ocultaba el cansancio.

-Que el santo inmortal lo acompañe -agregaron ambos mientras lo veían alejarse.

Mi filosofía de dormir cuando es necesario no aplica a todas las situaciones. La mujer cansada me lo ha demostrado. Todos vivimos circunstancias distintas, y es esa condición la que define si podemos descansar o no. El precio de dos peniques por esa revelación ha sido una buena inversión.

Su mente se volvía cada vez más serena. Se expandía, reflexionaba, absorbía cada detalle, cada palabra. Casi nada escapaba ya a su atención.

Su figura se fue perdiendo entre la multitud, con paso firme pero sin apuro.

-Mamá, ese chico es una buena persona.

-Lo es, hijo... lo es.

Continuará.