—¿Qué le está pasando? —preguntó César. Sus pupilas temblaban confundidas y ansiosas.
—Un efecto secundario —respondió el hombre—. Puede suceder —contestó con bastante calma.
—¡Puede matarlo! —grité—. ¡La forma en que su temperatura está cayendo! ¡Lo matará!
—Sí —respondió con calma y eso me cabreó muchísimo.
—¡Entonces qué hacemos! —le grité con ira.
—Mantenedlo caliente durante unas horas —habló con calma—. Hasta que se despierte. No había señal alguna de que se agitara incluso cuando lo mirábamos furiosamente como perros sedientos de sangre.
Dirigí mi cabeza hacia la jefa de las criadas —¡La sauna! —Todos me miraron— ¿Está lista la sauna?
—No, pero la tendremos preparada inmediatamente.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó César.
—Llenaremos la bañera en veinte a treinta minutos —la jefa de criadas se volvió—. Vamos —ordenó a todos los sirvientes con ella que entraran.