—Amargo. —Aries hizo una mueca por lo amargo de la medicina que Abel le daba.
—Abre la boca.
—¿Eh? —Ella levantó las cejas pero aún así abrió la boca por instinto. Antes de que pudiera reaccionar, Abel le metió algo en la boca.
—¿Qué... —Aries se detuvo cuando el sabor amargo fue reemplazado por algo dulce, derritiéndose en su boca.
—Les dije que trajeran dulces ya que seguías quejándote de su sabor amargo. —Abel se encogió de hombros con despreocupación—. ¿Feliz?
La comisura de sus labios se estiró en una sonrisa, asintiendo como respuesta. —Mejor.
—Bien.
Abel movió la cabeza ligeramente, manos sobre sus piernas cruzadas. Aries se apoyaba en el cabecero mientras Abel estaba sentado en la misma cama, frente a ella.
—Ahora, vuelve a dormir. —Él la ayudó a acostarse, arropándola cuidadosamente.
—¿Te irás? —preguntó ella hasta que la manta cubrió sus labios.
—¿Quieres que me vaya? —Aries sacudió la cabeza por instinto y una sonrisa apareció en sus labios—. Entonces me quedaré.