—Abel... —Abel abrió los ojos de golpe, actuando por instinto ante la mano que se acercaba a él. En un estado aturdido, Abel agarró la muñeca de Aries, abalanzándose sobre ella hasta inmovilizarla. Su otra mano rodeó su cuello, mientras que la otra sujetaba su muñeca contra su costado.
Todo lo que podía ver era rojo; igual que el fuego abrasador que no me mató, lo que resultó en torturas continuas solo para matar a un monstruo como él.
—Ah... bel... —Aries se quejó, sin aliento por la presión que aumentaba alrededor de su cuello. Él la mataría. Ella lo miró a los ojos, viendo lo vacíos que estaban, como si no pudiera verla.
Usando la fuerza que le quedaba, llamó. —Soy yo... —elevando su mano libre para acariciar su mejilla—. ...Abel.