El sol despuntaba en el horizonte, bañando con su luz dorada el Museo de las Espadas. Los primeros rayos del día iluminaban las vitrinas de cristal, creando reflejos que danzaban sobre las superficies pulidas de las legendarias armas. Un grupo de guerreros y espadachines se encontraba reunido, sus miradas llenas de expectativa y admiración. Hoy era un día especial: Nariaki, el hijo de la reina Ezquiso, iba a elegir a su espada.
Nariaki entró al museo con pasos firmes, irradiando la majestad propia de su linaje. Su figura se reflejaba en los cristales que custodiaban las espadas, y a cada paso suyo, una vibración sutil recorría la sala. Los presentes contenían la respiración, maravillados al ver cómo las espadas reaccionaban a su presencia, vibrando con una intensidad que sugería una conexión profunda y misteriosa. Algunas incluso saltaron ligeramente hacia él, como si reconocieran a su futuro portador.
Los estudiantes observaban con envidia y admiración la gran cantidad de opciones que tenía Nariaki. A pesar de esto, él se mantenía indiferente, sus ojos escudriñando cada espada con una mezcla de desinterés y juicio severo.
—¿Es que no hay una espada capaz de emitir energía o al menos que sea elegante? —preguntó Nariaki, su voz resonando con autoridad, dirigiéndose al encargado del museo, un hombre anciano con ojos sabios y una calma imperturbable.
—Veo que ninguna de estas espadas es capaz de complacerlo. En el área de adelante tenemos las espadas que muy pocas veces han vibrado —respondió el encargado, señalando hacia una sección más adentrada del museo.
Para Nariaki, estas espadas no eran más que objetos monótonos, nada que se diferenciara de una espada común. A su lado, sus 3 sombras, guerreros hábiles y leales, compartían su desprecio silencioso. A sus doce años, Nariaki ya había demostrado un semi-dominio de la espada, una hazaña incomparable, y los otros 3 tambien.
Mientras el encargado señalaba las escaleras que conducían a la sección donde se guardaban las espadas menos activas, un sonido fuerte y abrupto resonó en el museo. La sala entera quedó en silencio. En uno de los cubículos, una espada oxidada vibraba de manera errática, casi como las alas de una abeja atrapada en un frasco. Nariaki, con una mezcla de sorpresa y curiosidad, miró al encargado.
—Esa espada no tiene lealtad. Normalmente vibra hacia cualquier persona que pase cerca
. Quizás, al estar frente a alguien como usted, reacciona de esta forma —explicó el encargado, aunque su voz denotaba una inquietud oculta.
Los aspirantes a espadachín murmuraban entre ellos, sus voces llenas de especulación.
—Alguien de nosotros está haciendo que esta espada actúe así —comentaban algunos.
—Debe ser Nariaki o uno de los 3 espadas sagradas, quizás porque ya son capaces de usar un dominio —decían otros.
- O sera porque nariaki es de la casa frenia y es especial su presencia?
Pero sus palabras fueron silenciadas abruptamente cuando la espada oxidada golpeó el cristal una vez más, creando una grieta en la superficie. El cristal, cuya dureza era comparable al metal más pulido del reino de Ezquiso, no debería haberse dañado tan fácilmente. La espada continuaba golpeando, y todos en la sala sentían sus corazones apretarse con cada impacto.
—¿Qué está pasando? ¿Cómo es posible que una espada haga esto? —se preguntaban, susurros llenos de asombro y temor.
Los ojos de Nariaki brillaban con una mezcla de fascinación y reconocimiento. La espada oxidada comenzó a brillar con una intensidad cegadora, envuelta en una energía que la transformaba ante sus ojos. La oxidación se desvanecía, revelando un filo tan perfecto y pulido que parecía una obra de arte viviente. El mango, tallado en la piedra más fina, reflejaba una elegancia imposible de describir con palabras.
La espada, ahora resplandeciente, golpeó una vez más el cristal, rompiéndolo en mil fragmentos que cayeron como lluvia de diamantes. Intentó escapar, pero chocó contra una barrera invisible, una creación del mismísimo Overlord.
—Esa barrera fue creada por el mismísimo Overlord. Jamás nadie ha podido atravesarla, pues nadie debería siquiera saber que en este museo hay una —gritó Nariaki, su voz resonando con una mezcla de admiración y sorpresa.
Los presentes observaban, sus ojos abiertos de par en par, sin poder creer lo que veían. La espada, envuelta nuevamente en energía, adoptó la forma de una sombra de una chica zorra de nueve colas y, corriendo en el aire, lanzo una sombra de luz a La barrera, que había sido inquebrantable durante siglos, se rompió bajo la fuerza del ataque.
salió disparada como una supernova, destruyendo el techo de concreto reforzado del museo. La velocidad y el poder con que se movía dejaban una estela de asombro y miedo entre los presentes.
—No hay duda alguna, esa espada debe ser la más poderosa del mundo. Pues las espadas legendarias son aquellas que poseen un alma, No debería haber alguien capaz de tan siquiera portarla —murmuró Nariaki, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y determinación.
Ese día nació una leyenda: la de la espada más leal, que esperó pacientemente el nacimiento del único ser que podría empuñarla. Todos los que alguna vez pensaron en tocarla se sentían ahora aliviados, seguros de que, aunque vibrara ante ellos, esta espada habría acabado con sus vidas si hubieran intentado empuñarla.