Clei contempló su reflejo en el espejo, las alas eran como un recordatorio constante de su caída. El traje azul brillante y blanco le confería una apariencia regia, pero su corazón estaba lleno de dudas y anhelos. Deymon, su compañero de tantos años, lo observaba con nostalgia y cariño. Los recuerdos de su juventud, cuando volaban juntos por los cielos, se entrelazaban con la realidad presente.
"¿Recuerdas cuando éramos jóvenes?" Clei suspiró, sus ojos fijos en las alas que ahora temia expandir sobre el cielo . "Éramos pocos, pero éramos felices en aquel bosque. Tú me llevabas a volar, y la gente decía que parecía parte de la luna."
Deymon sonrió, sus dedos acariciando las plumas largas y majestuosas . "Eras como un fragmento de la noche, un misterio que me atrapaba. Pero ahora eres un príncipe, parte de la realeza. No olvides tu deber y tu coraje."
Clei asintió, aunque sus pensamientos se desviaron hacia Nat, novio de Deymon. ¿Qué pasaría si confiaba en él? ¿Y si su lealtad estaba mal colocada? Las alianzas con Abraxus y Asmodeo pesaban sobre sus hombros, y la luna, siempre vigilante, parecía compartir su inquietud.
"Gracias, Deymon", murmuró Clei, alejándose hacia la puerta. "Es hora de enfrentar a los impacientes señores del infierno. Y sí, Nat debe estar buscándote."
El castillo, una vez en ruinas, ahora bullía de vida. Niños jugaban en los patios, y los sirvientes iban y venían. Clei se preguntó si algún día podría volar de nuevo, si sus alas encontrarían la fuerza para elevarlo más allá de las preocupaciones y las traiciones que lo acosaban.
Con un último vistazo a Deymon, Clei salió al mundo exterior, donde los destinos se entrelazaban y los secretos acechaban en las sombras. El príncipe avanzó, y sus alas como un recordatorio de su fragilidad y su valentía.