—Señor Reimann, mucho gusto soy Montserrat Walton —la mira atentamente, recuerda a una amiga de su infancia, pero la mujer que está frente a él solo tiene en común el nombre y el color de los ojos. Es muy hermosa y segura, algo que nunca fue la Montserrat Fischer que conoció.
—Señorita Walton, venía a pedirle a mi asistente para que programase una reunión —ella levanta su ceja, fingiendo sorpresa, pero su infiltrado le informó que el plan ya se había echado a andar.
—¿Eso significa qué ha pensado en mi propuesta? —Montse se muestra segura cuando por dentro su corazón acelera los latidos. La enamoró de ese hombre su nobleza, su sencillez y sus letras; si ellas pudieran cubrir su cuerpo, sería más que un Dios griego y tendría a miles de mujeres detrás de él.
—Así es… podemos pasar a mi oficina —asiente, mientras Sarah respira, dejándose caer en la silla y se recrimina por su maldita manía de no poder callar y decir las cosas como se le vienen a la cabeza.
Ingresan a la oficina y Patricio la invita a tomar asiento. Mientras trata de recobrar el aire, ese lugar le trae tantos recuerdos, los cuales bombardean su mente, que por un momento se pierde en ellos.
—¿Señor Reimann le sucede algo? —Montserrat, pregunta, sabe que el estar allí no es fácil para él.
—Disculpe, señorita, este sitio me trae muchos recuerdos… —pronuncia en medio de un suspiro—. Por favor, tome asiento y cuénteme su propuesta—. Ella saca de su maleta una carpeta y comienza a hablar.
—Sé muy bien que la Editorial lleva años en números rojos, estoy dispuesta a asociarme e invertir, pero tengo tres condiciones: primera, que usted esté al frente físicamente; segunda, seré la vicepresidenta… Entenderá que debo proteger mi inversión. La tercera es que usted sea el encargado de escoger las obras literarias y contactar a los escritores —achica sus ojos. Esa última condición no la logra entender, hay personal especializado en cazar esos talentos porque deberá ser él.
—¿Por qué quiere asociarse con mi editorial? — Ella conoce las finanzas y quiere poner su dinero, allí es algo que no comprende.
—Le seré muy sincera, sus padres fueron grandes amigos de los míos y cuando necesitaron una mano, ellos se la dieron. Véalo cómo la forma de devolverles el favor —lo dice, mirándolo directamente a los ojos sin titubear, dejando ver la sinceridad en sus palabras. Él asiente, sus padres eran personas muy generosas.
—¿Por qué debo ser yo el que escoja las novelas?
—Sé de su talento, considéreme una de sus fieles admiradoras. «EL SECRETO DE LA OSCURIDAD» es magistral — lo menciona con una sonrisa en los labios. Realmente allí se enamoró de él, ya que ese fue el primer libro que escribió, de los cuales se vendieron cientos de ejemplares.
—Gracias por sus halagos —manifiesta con timidez Patricio, mientras su rostro se tiñe de color carmesí—. ¿Sabe que escoger a los escritores y sus obras implica estar viajando constantemente?
—Lo sé, pero por el mal momento que está pasando la Editorial, no podría pensar en alguien más. —Patricio no tiene mucho que reflexionar, es eso o vender el castillo. Desde la muerte de sus padres no se monta en un avión, pero llegó el momento de salir de su caparazón y enfrentar la vida.
—Por lo que veo, ya tiene el contrato redactado —ella asiente y se lo pasa. Lo revisa minuciosamente, tomándose su tiempo en leer cada una de las cláusulas
—. Todo está en orden —menciona; sin embargo, al firmar, siente que acaba de hacer un pacto con el diablo. Ella toma el documento y lo firma, mientras sonríe.
—Enviaré a mi abogado a que lo registre y nos traiga las copias —manifiesta Montserrat.
Ella es una extraña porque debería confiarse; algo dentro de él le dice que no vaya con los ojos cerrados. Recuerda que su asistente es abogada en derecho financiero, por lo tanto, sugiere que también vaya su asistente. A pesar de su impertinencia, la siente una persona de confianza.
—Quisiera que también fuera mi asistente —Montse levanta una ceja—. Entenderá que son negocios.
—Señor Reimann, no le veo inconveniente—. Salen de la oficina y se dirigen al escritorio de Sarah.
—Señorita Smith, el abogado de la señorita Walton vendrá para llevar este documento a autenticar, quiero que usted lo acompañe y no lo pierda de vista.
—Por supuesto, señor Reimann puede contar con ello —Sarah piensa «¡No es tan ingenuo como se creería!». Montserrat, sabe que ella no se prestará para cambiar el cuerpo del documento y dejar solo las firmas como tenía planeado. Pero ya encontrará la forma de incluir otras cláusulas.
—¿Qué tal si comenzamos a trabajar desde ya? —pregunta Montse.
—Me parece bien, pero primero déjeme mostrarle su oficina —ese lugar ya no conserva la esencia de su madre, puesto que es utilizado en ocasiones por su padrino, al que ahora deberá decirle que lo ha reemplazado en su cargo.
Ingresan al recinto, el cual es elegante, pero no se siente acogedor.
—¿Puedo llevar a cabo cambios?
—Será tu lugar de trabajo, por lo tanto, creo que es lo justo —ella asiente.
Horas después de revisar las novelas y de deliberar, deciden que la primera escritora a la que deberá visitar está en Uruguay, a 16 horas en avión y tres horas más en automóvil.
… Tres días despué.
En el Aeropuerto Internacional de Carrasco, en Uruguay, está descendiendo de un vuelo comercial Patricio y el calor que allí hace es infernal.
—Montse, no pretendas interferir, aceptaste mis condiciones, así que mantente alejada —vocifera Carlo, su padre, con el que realizó un trato para así poder rescatar la editorial. Mientras ella suspira, sabe que la primera prueba de su gran amor será…