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Chapter 26 - Parte Segunda, Capítulo Noveno.

Se encontraba en el reino de la Arena.Su presencia allí era como una diminuta gota en medio de una tormenta cataclísmica. Aunque podía tener nobleza en la sangre y descender de personas valientes y honorables, en aquel lugar el verdadero soberano era la Arena.El aroma del desierto lo percibía con cada inhalación, y sentía su movimiento en la carreta a medida que avanzaba. El balanceo suave y lento de la madera, acompañado por el traqueteo, hacía que los objetos en el interior se desplazaran con una calma que contrastaba con el caos exterior.Aquella carreta no era lujosa ni ostentosa, ni tampoco una estancia propia de una princesa. Sin embargo, seguía siendo su refugio; el lugar donde compartía recuerdos con esa persona especial.Las cortinas tenían un tono suave y cálido, recordando el rosa ladrillo que aún perduraba entre sus pertenencias. Aunque ya no era una niña pequeña, disfrutaba de tener una variedad de objetos interesantes que evocaban la belleza de los momentos compartidos con su madre.Diversas decoraciones colgaban del techo, tintineando con el movimiento de la carreta. El sonido de los camellos resonaba, y la arena se filtraba a través de las pesadas cortinas. Su pequeña "habitación" consistía simplemente en una cama dentro de la carreta en movimiento. Sin embargo, procuraba mantenerla lo más minimalista posible para no incomodar a quienes se ofrecían a compartir un rato de charla con ella.Los pocos juguetes que habían sobrevivido al paso del tiempo adornaban los rincones del espacio, mientras ella se concentraba en la suave melodía que tarareaba para sí misma.Los sonidos del exterior se entrelazaban con su canción, formando un acompasado coro que no perturbaba su tranquilo cántico de añoranza. Cada nota que emergía de sus labios parecía fundirse con los movimientos de sus dedos, que acariciaban sus cabellos rojizos sin un solo rizo fuera de lugar.Después, se apartó para obtener una mejor vista de su torso en el pequeño espejo. Con una calma casi envidiable, ajustó sus ropas ya arregladas y apretó ligeramente la cinta alrededor de su cintura. No dejó pasar la oportunidad de limpiar la arena que se había colado en su modesto hogar.Su mano se detuvo por un momento cuando llegó a su pecho. Sabía que su breve momento de soledad había llegado a su fin, y se quedó inmóvil durante unos segundos antes de asegurarse de que todo estuviera en orden. Una serenidad placentera, sin presión alguna, se reflejaba en la joven noble y jovial, que se dedicaba a recorrer su país de viento de la mejor manera posible.A sus dieciséis años, Sara había asumido el papel que su madre había desempeñado una vez, cuando tenía exactamente la misma edad.Mucho tiempo atrás, las tierras hermosas que su abuela había gobernado con prestigio se habían derrumbado y transformado en ruinas con el paso de las décadas. Fue su hija, la madre de Sara, quien continuó con aquel liderazgo, sirviendo a todos como reina sin necesidad de un castillo o un vestido que demostrara su autoridad.Compartiendo el mismo nombre que su madre, Sara lideraba a su gente, que la trataba como su princesa. Desde muy joven, la habían cuidado cuando su madre fue llamada por los cielos a una edad muy temprana. Aquí, ella tenía más de una madre, más de un padre y hermanos, así como abuelos, abuelas y hermanas mayores.Todos aquí son más que súbditos o seguidores. Son su familia.El bienestar de ellos era su prioridad, no solo porque era su reina, sino porque su mundo simplemente se derrumbaría si su familia no estuviera con ella. Sus hermanos y hermanas significaban todo para su diversión, sus abuelos para la sabiduría, y sus padres para la igualdad.Todos tenían un motivo para estar cerca de ella, y ella quería asegurarse de mantenerlo siempre así. Por eso, se prometió a sí misma nunca fallarles como su reina.Este viaje era solo uno de los muchos que realizaban las más de cuarenta carretas que la seguían.— Buenos días. — Saludó la jovencita, radiante, apartando la cortina rosa de su carreta. Inhaló el aire fresco del desierto que siempre había conocido desde niña, y disfrutó de la familiar paz que lo impregnaba. — Parece ser un buen día hoy, ¿no crees?Un hombre que caminaba junto a su carreta se sorprendió al verla y le devolvió una cálida sonrisa desde el suelo arenoso.— Buenos días, Sara-sama. ¿Descansaste bien? — Le saludó. Su rostro y presencia eran más que familiares para ella. —Cuando Sara, la chica de dieciséis años, asintió en respuesta, el caminar del hombre pareció tornarse más tranquilo, como si el hecho de que ella hubiera descansado bien fuera suficiente para él. Como lo haría el padre que ella nunca llegó a conocer.Sara llevó su mirada a todas partes, observando el familiar escenario que se extendía ante ella. El amarillo del desierto llenaba su vista, complementado por una variedad de colores que se desplegaban a su izquierda, como reflejos de la intensa luz del sol matutino.Su carreta encabezaba la larga fila de caravanas dirigidas por camellos. Aunque rara vez se veían a estos animales como meros animales de carga, para Sara eran mucho más que eso. Eran parte de su familia, criados específicamente para este trabajo.Desde que tenía memoria, Sara había viajado por todo el país del viento. Cuando sus padres se conocieron, su madre ya estaba inmersa en este viaje, cuidando de su propia gente que vivía de manera clandestina y pacífica.Desde que pudo comprender su entorno, su madre le había hablado sobre la importancia de esas personas para ella. Sin un lugar fijo donde quedarse y siendo parte de todos los rincones, todos los descendientes de Roran eran una sola familia.Como la hija de su madre, Sara tenía el deber de protegerlos y respetarlos como tal.Para todos, ella era "Sara-sama".Siempre había sido así. Aunque ella anhelara una cercanía más íntima, jamás sería llamada de otra manera.— Hoy está soplando más brisa de lo habitual... — Comentó Sara, observando los cielos en busca de alguna anomalía. —— Sí... tal vez se deba a que nos estamos alejando de las zonas montañosas, Sara-sama. — respondió el hombre más cercano a ella, escudriñando también el horizonte en busca de señales. —Sara lo miró con una curiosidad inocente en su rostro, y el hombre soltó una leve risa al notarlo.— Todas las tierras rebosan de vida, Sara-sama. Y cuando dejamos atrás los confines, la energía natural fluye con libertad. — Explicó el hombre, vestido con ropas de colores apagados y con un pañuelo atado en la cabeza. Había estado caminando durante horas. — Puede sonar extraño, ¿verdad?— ¡No! — Negó Sara rápidamente. — No es eso, es solo que nunca había escuchado algo así.— Oh... ¿de verdad? — El hombre abrió ligeramente los ojos, sorprendido por la respuesta. Aquello era una revelación para él. — Qué curioso... ¿Acaso su madre, Sarah-sama, no le contaba historias similares?— ¿Historias?— Sí, relatos que narran el despertar de las tierras.Sara escuchaba atentamente las palabras del hombre sin interrumpirlo. Historias del pasado más remoto siempre habían sido parte de su entorno, sustituyendo los cuentos infantiles convencionales. Sin embargo, se dio cuenta de que había muchas historias que tal vez su madre desconocía, ya que perdió a su abuela a una edad temprana.Convivir con su gente le había brindado una gran cantidad de relatos fantásticos y difíciles de creer a primera vista. Pero cuando esos relatos eran narrados con la misma expresión sincera que el hombre tenía, era difícil para ella no ser cautivada por ellos.Se recostó en los brazos, apoyándose en la ventana de madera de su carreta. Podía sentir que había expresado algún tipo de emoción que provocaba una conexión, ya que el hombre no se sintió incómodo al decidir compartirle un fragmento de lo que había mencionado.La pañoleta de Sara se movía suavemente con la brisa peculiar del desierto. Su color verde opaco adornaba su rostro como un símbolo de su aprecio, incluso antes de su nacimiento. A simple vista, nadie podría imaginar que ella era la heredera de una ciudad ahora considerada en ruinas.— Los ninjas sobreviven gracias al chakra. Nosotros, las personas comunes, aunque no seamos shinobi, también vivimos gracias a esa misma energía. Sin embargo, desconocemos en gran medida el alcance y la importancia de la energía vital de la tierra. Son muy pocas las personas que pueden percibir su existencia, y de esas pocas, la mayoría opta por vivir en lo más oculto de la naturaleza para no perturbar su equilibrio.— ¿Por qué sería perturbador, Otto-san? — preguntó Sara. —— Bueno... mi abuelo solía decir que el mundo debe estar en equilibrio, al igual que la sociedad. Si no hay pobres, no puede haber ricos. Para que alguien viva, otro debe morir. El equilibrio vital en la naturaleza sigue esta regla basada en la igualdad y la sabiduría. Nunca debe ser manipulado por el poder. Y si alguien descubre el secreto de la vitalidad de la naturaleza pero no encuentra un descendiente digno para transmitir ese conocimiento, entonces está destinado a perecer sin compartir su sabiduría. De todas formas, muy pocos conocen de su existencia en el mundo.— Ya entiendo... entonces, aprenderlo sería inútil. — Opinó Sara, a lo que Otto asintió. — Sería incluso contraproducente, ¿no lo crees? Si aquel que descubre los secretos de la vitalidad no encuentra un heredero adecuado, ¿no nos dejaría a los que buscamos conocimiento en una situación difícil?El señor Otto quedó un tanto sorprendido por el planteamiento de su joven Reina. Sara tenía una insaciable sed de conocimiento y nunca dejaba escapar una duda.— Bueno... pregunté algo similar a mi abuelo en su momento. — Respondió Otto — .Sara pareció entusiasmada y asomó un poco más la cabeza por la ventana.— ¿Qué te respondió?Una sonrisa se dibujó en el rostro del señor Otto, un hombre de estatura baja y cabello negro, siempre con un pañuelo en la cabeza. Su apariencia nunca variaba a los ojos de Sara; siempre estaba ocupado y necesitaba secarse el sudor.Sara esperó pacientemente una respuesta sabia mientras la brisa acariciaba su piel. El perfil de su Ayudante más cercano, evocaba recuerdos nostálgicos, como si estuviera desenterrando memorias del fondo de su mente.— Me dijo que no siempre se puede ayudar a todos. — Dijo Otto. —Sara sintió como si burbujas de aire frío estallaran sobre sus dedos.— Verá, Sara-sama, este mundo es vasto... No todo se reduce al país del viento y al desierto. — Mencionó el hombre de ojos oscuros, observando el camino y ajustando la velocidad para mantenerse al ritmo de la carreta de Sara. — Así como usted está dispuesta a ayudar a los demás, hay personas que no la ayudarán a usted. Incluso si tiene dieciséis años, incluso si viene de otro país. Y hay momentos en los que no hacer algo bueno por los demás es, de hecho, hacer algo bueno por ellos.— Otros... — Susurró Sara, recordando la emoción que solía sentir al escuchar las historias de sus cuidadores. — Eso no parece correcto...— Oh, pero usted no debe preocuparse por eso, Lady Sara. — Respondió Otto. — Así como el mal puede ser interpretado como bien, el bien también puede ser percibido como mal. Una persona puede sacrificarse, haciendo el bien para otros, pero causándose daño a sí misma.— ¿Qué clase de lógica es esa...?— Lamento si parezco demasiado desalentador, Sara-sama. Le ruego que me disculpe por mi falta de solemnidad. — Se disculpó Otto con sinceridad, reflejando todos los años que había pasado cuidando de Lady Sara. Sus palabras sacudieron a Sara de su ensimismamiento, pero su mente seguía divagando. — En fin, eso es lo que implica la vitalidad de las tierras, Sara-sama. Es algo tan complejo que escapa a nuestra comprensión. Así como el bien y el mal tienen significados diferentes para cada persona, la vitalidad varía en las tierras desprovistas de montañas o vegetación. Estamos en el desierto, donde la vitalidad es mayor cuanto más desolado sea el entorno. Al menos, eso es lo que mi abuelo solía decir.— Otto...Sara se vio detenida por un instante.Las palabras del señor Oto resonaban en su mente, envolviéndola en un torbellino de pensamientos. En ese momento, no tenía control sobre su mente ni sobre su cuerpo."Este mundo es demasiado grande..."¿Se refería a su juventud? ¿Estaba preocupado por ella por alguna razón en particular? ¿Tenía alguna idea de lo que Sara estaba enfrentando en ese preciso momento?Su cuerpo se tambaleaba ligeramente con el movimiento de la carreta, pero su mirada seguía fija en Oto. Pensó haber encontrado un rostro y un nombre que coincidían con las palabras del hombre, pero no llegó a ninguna conclusión. Se le escapaban.Había algo en la forma en que hablaba Oto, en su expresión... Era similar a alguien que Sara había conocido hace mucho tiempo, pero no lograba recordar quién. Una figura imponente frente a los ojos de una Sara más joven, parada bajo una luz cegadora en la penumbra. Aunque su silueta estaba envuelta en tela y adornada con collares de madera, su corazón se llenó de calidez al recordar lo que esa figura le había entregado aquella noche.Fue hace años, poco después de la pérdida de su madre.Desde entonces, las brisas del desierto siempre tuvieron un significado especial para ella.— ¡Ah! ¡Qué bueno es tomarse un descanso!— Me duele el trasero... necesito estirar las piernas un poco.— ¡Yo también!Después de dos horas de viaje, con solo un par de rocas como compañeras, los habitantes de Roran detuvieron sus carretas para un merecido descanso. Los niños más jóvenes salieron corriendo de sus improvisados hogares sobre ruedas, dejando un rastro de huellas diminutas e incontables en la arena.Los adultos comenzaron a montar pequeñas carpas para resguardarse del sol. Después de viajar toda la noche, siempre hacían una pausa para el almuerzo. Clavaron palos en la arena para sostener las gruesas telas que los protegerían del calor, mientras que los ancianos eran acompañados por sus familias hacia la sombra.Todo era parte de la rutina, nada se les escapaba.El sonido de las ollas, los hombres preparando las fogatas, las telas ondeando al viento antes de ser colocadas en el suelo como una gran mesa para la comida...Sara había vivido este escenario todos los días de su vida y no cambiaría nada al respecto. Aunque era una forma de vida pintoresca (y lo sabía), nunca lamentaría haberla elegido. Conocía otras aldeas y ciudades con costumbres y creencias distintas, y entendía lo diferente que podría ser vivir como lo hacían en Roran.Pero los habitantes de Roran nunca lamentaron su estilo de vida. Anhelaban la libertad y lo demostraban viviendo sin ataduras. Nunca se quedaban en un solo lugar y, de vez en cuando, regresaban a las ruinas para que Sara revisara el sello que protegía el misterioso poder de Roran.Cada pausa en el viaje era una oportunidad para Sara de visitar el reino que su abuela y su madre tanto amaban.Saliendo de su carreta, Sara caminaba hasta la última de la fila de familias que la seguían. Siempre que hacían una parada, se aseguraba de recorrer todo el camino hasta la última carreta, acariciando a cada camello y asegurándose del bienestar de cada familia.En su camino, era saludada constantemente por niños y adultos por igual. Respondía con sonrisas y conversaciones cortas, mostrando su cercanía con su comunidad.Con el tiempo, la comunidad creció. Aunque los camellos eran suficientes, a menudo se necesitaban dos para jalar tres carretas atadas en fila. Esto facilitaba la movilidad entre las carretas.Sara encontraba placer en observar a su gente bajo la sombra de las carretas, sabiendo que estaban cómodos y felices. Cada día, era una oportunidad para ejercitarse y conversar con ellos.— ¡Buenos días, Sara-sama! — Saludó alegremente uno de los niños que jugaban en la arena. —— Buenos días.— ¿Cómo ha estado, Sara-sama? — Preguntó un joven mientras levantaba las carpas. —— He estado muy bien, gracias por preguntar.— Venga a tomar algo con nosotros cuando pueda, Sara-sama. — Pidió amablemente una madre, mientras cargaba a su hijo en brazos desde el interior de su carreta. —— Ahí estaré, no me espere demasiado. — Respondió la pelirroja, mirando hacia atrás después de pasar de largo. —Esa mañana, Sara siguió su rutina habitual, sin omitir ningún paso. Normalmente, su paseo por las carretas duraba una hora o media hora como máximo. Siempre se tomaba el tiempo para sumergirse en las historias de las personas, sin apresurarse hasta llegar a la última carreta.Sin embargo, esa mañana fue diferente.Finalmente llegó a la última carreta, como de costumbre. Se quedó más tiempo del habitual, ya que consideraba que, al ser la última carreta, no era apropiado simplemente saludar y marcharse sin mantener una conversación adecuada.Esa vez, una anciana que se sentaba sobre sus rodillas debajo de una carpa armada por sus nietos, la invitó a sentarse. Sara aceptó gustosa.Los placeres de la vida se manifestaban en estos momentos simples. Dividir su tiempo para estar con todas las personas que pudiera, compartiendo momentos especiales. Este era uno de tantos que había acumulado, y aún habría más cuando regresara sobre sus pasos.Sin embargo, justo cuando estaba por dar el tercer sorbo de té, se escucharon más de un jadeo tras ella, y la temperatura del aire descendió bruscamente.Sara notó la palidez en el rostro de la anciana que compartía el té con ella, lo que la llevó a girarse para ver qué estaba ocurriendo.En cuestión de segundos, todo pareció silenciarse en su entorno.La capa de ese hombre revoloteaba al son del viento, produciendo un sonido que resonaba como un ominoso presagio para los habitantes de Roran. Su sombrero baquero, lo suficientemente grande como para ocultar su rostro, alertaba a Sara sobre el peligro que se acercaba hacia ella.A medida que el silencio se extendía, las personas a su alrededor mantenían una distancia prudente, temiendo el próximo movimiento.— La Reina de la desaparecida Ciudad de Rouran, Sara... — La voz del hombre sonaba casi amigable. — Es un placer conocerla, Joven Reina y Heredera del sello.La alerta se encendió en todo el mundo, pero especialmente en los ojos de Sara, quien se levantó de inmediato y se colocó frente a la anciana temblorosa que estaba detrás de ella.Un gesto de desprecio se reflejó en su rostro pálido.— ¿Quién es usted? ¡Gente extraña y sospechosa como usted no es bienvenida en mi comunidad!— ¿Oh...?Finalmente, el hombre se volteó para enfrentarla directamente.Tenía entre cuarenta y cincuenta años, con una piel blanca pero una presencia ominosa. Las cicatrices surcaban su rostro, desde su ojo derecho hasta la mandíbula, marcando su historia de batallas y peligros.Sus ropas oscuras y opacas lo hacían parecer un forajido, con la mirada dura aunque carente de expresión. A pesar de eso, logró entablar un diálogo con Sara, mostrando una jovialidad fingida en su presencia.— Entiendo, entiendo. Cuando mencionas "comunidad", te refieres a este espectáculo de caravanas. — Dijo el hombre con una falsa condescendencia, aferrándose al sombrero para evitar que el viento se lo llevara. — Eres bastante modesta, señorita, al distinguir entre lo refinado y lo ordinario a tu edad. Eres una líder admirable. Digna de respeto.Sara escuchaba cada palabra sin moverse de su lugar. No sabía qué buscaba ese hombre, pero tenía una intuición de sus posibles motivaciones. Sin embargo, no podía simplemente abandonar a su gente y huir.Un creciente temor se apoderó de ella cuando el hombre la miró fijamente con su único ojo sano, y por instinto, hundió más sus pies en la arena al notar la quietud del hombre encapuchado. Parecía completamente tranquilo.Ella y su gente eran la presa de este desconocido.— Es una lástima que una joven como tú tenga un puesto tan importante... Un adulto debería tomar las decisiones por ti. — Sus palabras hicieron que Sara se tragara en seco. — ¿Quién sería tan insensato como para dejarse gobernar por una niña?Sara temblaba en su lugar mientras una cascada de pensamientos inundaba su mente, pero enseguida apartó esos pensamientos para concentrarse únicamente en las personas que estaban bajo su cuidado.Y Sara contuvo un grito.— ¡No!— ¡Deja en paz a Sara-sama!Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, demasiado rápido como para que pudiera lanzar una advertencia. En el momento en que estaba a punto de hacerlo, el estruendo de la detonación casi le hace explotar los tímpanos, desencadenando un coro de gritos entre la gente de Roran.Sus piernas ya no respondían, dejándola paralizada mientras observaba cómo el hombre que había intervenido en su defensa caía al suelo como un fardo de carne. Al verlo desplomarse, su esposa no tardó en gritar pidiendo ayuda, y la amenaza se intensificó cuando los demás hombres se dieron cuenta de que sus armas eran inútiles.Los ojos de Sara se abrieron de par en par.— ¡Este hombre es...!Como si pudiera leer sus pensamientos, el hombre la miró entre los gritos y el llanto. Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios, y un terror abrumador la invadió por completo. Comenzó a sudar, mientras la mente de Sara divagaba entre las personas que clamaban impotentes, sin poder hacer nada más.El hombre se inclinó hacia adelante, desencadenando otro susurro colectivo que advirtió a Sara del siguiente movimiento. Pero cuando ella notó el brillo metálico sobre el cuero de su sombrero, ya era demasiado tarde.En los labios del hombre, pudo discernir las palabras: "Te encontré".Y luego, todo se sumió en la oscuridad, como si un enorme abismo la engullera hasta lo más profundo del mar.Y su nombre fue pronunciado en un último alarido desgarrador.En la distancia, el sonido de la arena se hacía presente. Era un sonido inconfundible para su oído.Todo estaba oscuro, sin poder ver ni sentir nada. Su conciencia regresaba lentamente, como un flujo de agua débil de una manguera, mientras el aroma de la arena y la tierra volvía a sus sentidos.Sara sintió el peso de su cuerpo y el vaivén en su estómago. No tenía sensación en sus extremidades y, al mismo tiempo, las sentía pesadas, incapaces de moverse por alguna fuerza externa.Cuando finalmente logró abrir los ojos, lo único que vio fue arena. Pero no era el paisaje hermoso y familiar que solía encontrar reconfortante. Era simplemente arena.La arena se extendía ante ella, marcada por huellas profundas, mientras la sangre pulsaba en su cabeza. La vista se le nublaba y una opresión en el pecho dificultaba su respiración.Fue entonces, al ver cómo las huellas se alejaban y eran reemplazadas por otras nuevas, al notar la altura desde la que estaba y la imposibilidad de mover sus manos o pies, que se dio cuenta de los últimos eventos que recordaba.Había sido secuestrada.— ¿Disfrutó de su siesta, señorita?Esa voz...Era la misma del hombre que había dirigido el ataque y disparado contra su gente... él mismo, el hombre con aspecto de vaquero ensangrentado.— Tenga paciencia, aún no conocerá a mi cliente. — Le habló el hombre mientras caminaba con tranquilidad. — Primero debo asegurarme de que todo esté en orden.Sara, recobrando la conciencia, intentó mirar más allá de su propia espalda, sobre el hombro derecho del sicario, pero le fue imposible.Sus pasos eran firmes y el peso de Sara no representaba un problema para el sicario. El trayecto duró apenas unos minutos, durante los cuales la pelirroja se preguntaba constantemente cómo iba a salir de esa situación.La idea había cruzado su mente en repetidas ocasiones desde que comenzó a preocuparse, pero nunca imaginó que actuarían con tanta rapidez. Ni siquiera tuvo la oportunidad de llegar hasta allí...— ¡Hm!BOSH.La joven se vio obligada a exhalar todo el aire que le quedaba en los pulmones cuando fue arrojada al suelo arenoso. Apenas pudo mitigar su caída y soltó el grito más agudo que pudo emitir debido a la falta repentina de aire.Un dolor punzante se apoderó de sus muñecas. Había caído sobre ellas, que estaban atadas justo detrás de su espalda. Aunque apenas estaba recobrando el conocimiento, pudo observar sus tobillos y, para su alivio, estos no estaban sujetos como sus muñecas.Sara se movió entre sus ataduras lo mejor que pudo para acomodarse y sentarse más cómodamente. En un silencio que le pareció interminable, su cabello se ensució mientras intentaba liberarse. Todo esto a la vista del hombre que la había capturado, sabiendo que podría perder la vida en cualquier momento a manos de él.Percibió sus pasos, que la rodeaban con una calma inquietante. En ese momento, se sentía como un ratón frente a un gato hambriento. Sara solo podía mantener la cabeza baja, sin atreverse a decir nada, mientras tenía a su gente en mente.— Eiji-san... le disparó a Eiji-san con algo. — Pensó. Miró temerosamente de reojo a su captor, quien la observaba desde arriba, bajo su sombrero y capa. Tenía la apariencia de un hombre refinado pero peligroso. — Le disparó... cuando Eiji-san no representaba ninguna amenaza.Sara se estremeció, sintiendo cómo la arena cedía bajo su peso mientras aquel hombre se acercaba con paso firme, sus botas resonando en el silencio del desierto.— Pero qué descortés de mi parte. Aún no me he presentado, ¿verdad?El hombre hizo una breve reverencia quitándose el sombrero, mientras observaba con detenimiento a la joven Sara, quien lo miraba con incredulidad.Una mirada fría y penetrante la examinó desde su único ojo funcional.— Me llaman Mezu. Un placer, joven Reina de Roran.— M-M-Mezu...— Así es. — Mezu confirmó el temor de la muchacha. Luego, con una falsa comprensión, inquirió: — Supongo que mi nombre le resulta desconocido, pero... ¿usted sabe exactamente lo que estoy buscando, verdad?Los ojos de Sara se abrieron de par en par. Parecían querer salirse de sus órbitas ante la intensidad de la mirada de Mezu, y el sudor frío comenzó a recorrer su cuerpo.Un torbellino de recuerdos la asaltó de golpe, haciendo que un grito se ahogara en su garganta mientras se levantaba, dispuesta a huir lo más rápido posible.Pero fue en vano.Sus piernas no respondían, adormecidas por el tiempo en el que Mezu la había cargado, y al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que había perdido por completo de vista a la gente de Roran.Fue arrastrada hacia atrás por el cuello de su ropa y arrojada violentamente al suelo, rodando varias veces por la arena como si fuera un desecho. Cada vuelta la golpeaba con la abrasiva textura del suelo, quemándola y desorientándola aún más. El mundo giraba a su alrededor, los colores se mezclaban y la luz del sol le perforaba los ojos. La sensación de ardor en su espalda se intensificaba con cada segundo, mientras luchaba por recuperar el aliento y la conciencia. Solo podía ver a Mezu, apuntándole con algo que no pudo identificar de inmediato, su expresión imperturbable.— No sé por qué eres tan importante o por qué quieren tu muerte. Tu historia de reinado no me interesa en lo más mínimo, señorita. — Su voz era fría y desprovista de emoción, mientras un clic resonaba, advirtiendo la gravedad de la situación. —Finalmente, la mente semiconsciente de Sara logró reconocerlo como una amenaza.— Solo busco respuestas, ¿dónde está el sello? — El tono de Mezu era firme, exigiendo una respuesta. —Una oleada de pánico recorrió el cuerpo de Sara. ¿Cómo podía saber este hombre sobre el sello? Había tomado todas las precauciones para protegerlo, incluso en caso de ser capturada.— Dicen que llevas un objeto importante contigo, pero no intentes engañarme, tus trucos no funcionarán conmigo. — La voz de Mezu era implacable. —Sara se sintió abrumada por una mezcla de confusión y miedo. ¿Cómo era posible que él supiera sobre el sello? Había planeado meticulosamente para evitar que cayera en manos equivocadas. Pero ahora, frente a Mezu, se enfrentaba a una realidad escalofriante.— ¿Que cómo es que Lo sé? — Intervino Mezu, interrumpiendo los pensamientos de Sara mientras yacía estupefacta en el suelo. — Te paseas felizmente con un sello poderoso dentro de tu bata. Sé que te diriges hacia la aldea de las campanas, señorita. — La oscuridad se apoderó del semblante de Mezu, su instinto y sed de sangre causaron un escalofrío en la pelirroja. — Quizás nadie sepa lo que hacen allí... pero nosotros sí.Sara solo pudo quedarse en silencio, con el corazón palpitando tan fuerte que apenas podía escuchar sus propios pensamientos. La aldea de las campanas... un lugar secreto, conocido solo por unos pocos. ¿Cómo podía este shinobi conocer su ubicación y sus secretos?Tratando de mantener la compostura, Sara se movió torpemente en sus ataduras, arrastrándose por el suelo. Recordó las historias de su madre, las hazañas del príncipe y las luchas por la paz. Pero entre todos esos recuerdos, resonaban las palabras de Oto-san.Debió haber sabido que estos momentos de recuerdo serían un presagio ominoso. Y cuando creía que su captor estaba disfrutando de su desesperación por escapar, la aparición repentina de más personas a su alrededor la sumió en una desesperanza casi melancólica.— ¿Sus compañeros? — Se preguntó a sí misma, luchando contra la desesperación que la envolvía. —Pero antes de que pudiera asimilar su derrota, sintió la presencia del primer hombre sobre ella cuando una sombra oscura la envolvió por completo. Aunque tenía las manos atadas, le resultaba difícil girarse boca arriba... pero lo sabía.— No es propio de una señorita provocar a la gente. — Escupió Mezu con un tono lento y ominoso que parecía sentenciar su destino. — Hemos de sacarte la información a las malas entonces, Se-ño-ri-ta.La desesperanza la invadió por completo. Un golpe de calor la ahogó, anhelando que este tormento acabara con su vida para evitar lo que estaba a punto de sufrir.Su mente se aclaraba, trayendo consigo malas noticias. Quería sumirse en la inconsciencia nuevamente para escapar de la realidad que se avecinaba.El círculo de figuras oscuras se cerraba lentamente a su alrededor, como el tic-tac de un reloj que marcaba el tiempo que le quedaba. Escuchaba el sonido de la Arena, consciente de que su tiempo se agotaba y de que nunca volvería a ver a su gente: padres, tíos, abuelos, hermanos y hermanas...Cuando cerró los ojos, su mundo se sumió en la oscuridad en un instante. Sin embargo, esta vez, pudo sentir algo.Un sacudón brusco y un tirón firme en la parte trasera de su ropa. Una suave tela acarició su rostro y lo mantuvo oculto por unos instantes. Un estallido similar a una explosión levantó la arena, que se dispersó en todas direcciones, mientras ráfagas de viento la abrazaban.Por instinto, mantuvo los ojos cerrados, con las manos atadas a la espalda. Se sintió como una carga, siendo balanceada con cuidado casi perfecto. A diferencia de su captor, quien la arrojó sin consideración, esta persona que la sostenía tenía un cuidado absoluto para evitar que impactara contra el suelo.La tierra nubló completamente su entorno, y aún podía sentir las presencias enemigas que la rodeaban. Su estómago se revolvió con cada movimiento, y cuando finalmente su cabello logró ondear en el aire, Sara abrió los ojos.La arena chocó contra sus párpados varias veces, y luchó consigo misma para ver lo que realmente quería creer.Una figura femenina, de apariencia casi andrógina, observaba el horizonte con una atención envidiable a pesar de la arena en el aire. No parecía verse afectada por las condiciones adversas y permanecía alerta en todo momento. El agarre en la cintura de Sara era firme y seguro. A pesar de ello, Sara sintió una sensación de calma al percatarse de la determinación inquebrantable en el rostro de esta persona, de aspecto pálido y algo demacrado.Se quedó anonadada.La figura tenía una belleza única, lejos de la perfección convencional. Era una perfección imperfecta.La suciedad y el sudor cubrían su cuerpo, y Sara podía percibirlo incluso estando cerca de ella.Al estar cerca de la chica, Sara notó que estaba luchando por mantener controlada su respiración. El brillo en sus ojos y su aguda atención al entorno indicaban que esta joven ya estaba bastante exhausta.Entonces, algo duro presionó contra sus costillas y Sara dirigió su mirada hacia allí.Vestida con ropas amarillas de viaje, una joven armada y exhausta se ocultaba, lista para la batalla.Fue en ese momento que las palabras de Oto-san resonaron en la mente de Sara.—"Una persona puede sacrificarse, haciendo el bien para otros, pero daño para sí misma.""Usted no tiene que preocuparse por eso, Lady Sara".Cuando la Heredera del Sello finalmente comprendió su situación, el sonido del choque de metal llenó todo el desierto.