Chereads / BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 31 - Parte Primera, Capítulo Doceavo: El Verdadero Misterio Está En El Cielo.

Chapter 31 - Parte Primera, Capítulo Doceavo: El Verdadero Misterio Está En El Cielo.

En el mundo de los shinobi, donde el chakra fluye como un río incesante, los días avanzan como hojas llevadas por el viento. Cada rayo de sol que acaricia la aldea de Konoha parece llevar consigo un susurro, un murmullo que se esparce como polvo dorado por las calles y senderos.Las gentes de Konoha y más allá están envueltas en rumores, como si un secreto ancestral hubiera sido desenterrado y compartido solo en susurros clandestinos. El rumor, como una semilla plantada en la tierra fértil de la imaginación, comienza modesto, como un susurro al oído de un conocido en un rincón oscuro de un bar.— ¿Has oído hablar de los portales?La frase flota en el aire, apenas percibida por aquellos que están demasiado ocupados con sus vidas cotidianas. Pero, como la brisa suave que acaricia el rostro, el rumor persiste. Se arraiga en la conciencia colectiva, como las raíces de un árbol que penetran profundamente en la tierra.— Dicen que personas extrañas están apareciendo de repente. Cuando veas a alguna de comportamiento extraño, jamás les abras la Puerta...Las palabras se convierten en un murmullo constante en los pasillos de las viviendas, en los puestos de los mercaderes y en las conversaciones junto al fuego en las noches tranquilas. En cada esquina de la aldea y en cada rincón del mundo shinobi, el rumor se convierte en una leyenda que se cuenta una y otra vez.— Un hombre apareció muerto justo después de surgir, como si lo hubiera arrastrado el viento. ¡Oh, pero yo he oído que solo quedan sus ropas rasgadas!— En mi aldea, una niña llegó sana y salva desde otro mundo.Las historias se entremezclan con lo extraordinario y lo inexplicable. Se habla de portales interdimensionales que se abren y cierran sin advertencia. De repente, los bosques son testigos de avistamientos de animales extraños, y el chakra parece agitarse como si también estuviera inquieto por estos eventos.Con cada día que pasa, los rumores van desde los más simples hasta los más fantásticos. Al principio, la gente habla de extrañas distorsiones en el espacio-tiempo. Se decía que las antiguas barreras que protegían aldeas enteras se veían forzadas a ser desactivadas debido a la incertidumbre y la tensión interna. Templos antiguos, cuyos sellos habían permanecido intactos durante generaciones, veían cómo se rompían, liberando poderes que nadie sabía cómo interpretar, incluso si nunca existió tal poder.A medida que el mundo se tambaleaba bajo esta incertidumbre, Boruto y sus amigos avanzaban notablemente en su entrenamiento. A pesar de que algunos de sus compañeros de equipo podían resistirse al esfuerzo, ellos persistían. Cada día se levantaban con determinación en sus ojos, listos para desafiar los límites de sus habilidades. Bajo la sabia mirada de Mirai, entrenaban al aire libre, donde el viento soplaba como un eco de su dedicación.La pelinegra los observaba desde la distancia, una sonrisa en sus labios mientras sus pupilas seguían cada movimiento, cada técnica perfeccionada. Se tomaba un tiempo para evaluar cada paso, cada avance, cada estrategia que se avecinaba. Su mente estaba enfocada en la misión, una que podría cambiarlo todo. En una realidad ajena, ella era otra persona; una Mirai distinta a la que los niños veían cada mañana al despertar rodeados de las paredes de rocas.Mirai estaba decidida en no revelarles nada, aunque eso significase poner su propia vida en riesgo. Lo que la llevaba a ausentarse más de una vez en los encuentros con la Gran Anciana, en los que la pobre mujer se veía obligada a cubrirla con una mentira para no levantar sospechas.Mirai sabía que más de uno no era idiota. La única razón por la que no se encienden las alarmas hacia ella es porque están tensos. La Anciana les había asignado noches de explicación tras explicación, y mientras más se adentraban en las consecuencias, más se fijaban en evitarlas.Le parecía bajo, pero necesario; tenía que aprovechar ese miedo y luto, y ponerse a trabajar en su asunto.En las calles bulliciosas de Konoha, Sumire caminaba con un niño diferente cada día. La tensión y el nerviosismo eran palpables en algunos de ellos, sus ojos llenos de incertidumbre. Pero todos estaban decididos a seguir adelante. Los llevaba en tareas simples, como comprar alimentos frescos en el mercado, donde el bullicio de los vendedores creaba una sinfonía vibrante, o recoger hierbas medicinales en el bosque, donde la naturaleza les susurraba secretos antiguos.La adaptación era lenta pero constante, como el fluir tranquilo de un río que poco a poco forma su camino a través de las piedras. Konoha, con su aroma a hojas verdes y tierra fresca, estaba comenzando a sentirse como un hogar una vez más para estos niños que habían enfrentado tanto en tan poco tiempo. Himawari, con su espíritu resiliente, lideraba el camino, demostrando algo que solo ella misma era capaz de ver, y que solo un par de personas en esa realidad lo entenderían. Ella no había cambiado, y no lo iba a hacer. Ella iba a adaptarse.En medio de todo esto, los pueblerinos cuyos templos habían sido afectados por la inestabilidad de sus sellos, reafirmaban su fe. La tensión colectiva hacia la religión crecía, y las antiguas oraciones resonaban con un nuevo significado. La esperanza se convertía en un faro en la oscuridad, guiando a aquellos que buscaban respuestas en un mundo en constante cambio.En medio del torbellino de misterio y temor que envolvía al mundo shinobi, un hombre se destacaba, desafiando las olas colectivas de incertidumbre y caos que se cernían sobre la tierra. Su figura solitaria avanzaba con determinación, desafiando todas las consecuencias temporales que pudieran presentarse. Cada paso resonaba en la distancia, marcando su presencia, pero su rostro permanecía envuelto en un manto de sombras, un enigma en medio del caos, que contrastaba con su mera presencia llamativa y hasta un punto, sabia y carismática.El hombre había recorrido kilómetro tras kilómetro en su búsqueda de respuestas. Había enfrentado desiertos abrasadores y aguas turbulentas, todo en su incansable búsqueda de la verdad. Sin embargo, todo lo que encontraba eran discursos que se asemejaban a los que había escuchado anteriormente.Un hombre, aparentemente perturbado, le había hablado de la llegada de los portales mientras sostenía un libro religioso en la mano.— Están aquí. — Había murmurado con voz temblorosa. — Ellos vienen por nosotros... están aquí.La discreción era algo que el hombre de edad avanzada y experiencia en batallas tomaba en serio, pero no podía ignorar las expresiones desgarradoras del devoto. Cuando le preguntó más, el hombre perturbado entró en una especie de histeria, agarrándose la cabeza y con expresiones de profundo terror.— ¡Están aquí! ¡Dios mío...! ¡¡Están...!!El protagonista de esta historia, inquebrantable en su búsqueda de la verdad, continuó explorando diferentes opiniones y relatos mientras avanzaba por el país del fuego. Cada aldea, cada rincón que visitaba, le proporcionaba una pieza del rompecabezas. La versión que comenzó a tomar forma era aún más aterradora:"Personas han aparecido para destruirlo todo. Incluso aquellos que emergieron de los portales han arrasado con pueblos enteros en cuestión de días."El hombre, implacable en su búsqueda de información, recopilaba datos en las cercanías de los pueblos afectados. Estaba en medio de una investigación cuando un croar repentino lo hizo detenerse en seco. Se giró hacia la fuente del sonido y vio a un sapo saltar sorprendentemente alto y aterrizar en su hombro. Esto era notable ya que el hombre era imponente en estatura y tamaño, y el sapo parecía diminuto en comparación.El sapo abrió su boca, y el hombre extrajo una carta. La leyó con atención, sus cejas frunciéndose ligeramente en concentración. Era un mensaje de un informante, y después de un breve tic en su expresión, supo que debía llevar este informe directamente a Tsunade, la Quinta Hokage de Konoha.El informante en la carta revelaba la identidad de la mano derecha de Tsunade, mediante una mención directa: Jiraiya, uno de los legendarios Sannin. El hombre estaba preparado para entregar su reporte a Tsunade, consciente de que la situación requería la atención más inmediata. La oscuridad de los tiempos actuales se profundizaba aún más, y el mundo shinobi se tambaleaba al borde del abismo.Un bostezo grotesco rompió el silencio en la árida llanura. Sentado en una roca desgastada por el tiempo, Hidan, el miembro religioso de Akatsuki, se estiró con cansancio extremo. A su lado, Kakuzu, su compañero, estaba igualmente exhausto. Habían pasado una semana completa, más cinco interminables días, extrayendo el bijū de la Jinjuriki de la Nube. Los relámpagos distantes en el horizonte y las nubes oscuras que se arremolinaban alrededor daban testimonio del poder que habían liberado.Hidan se quejó en voz alta, como de costumbre, mientras sus huesos crujían en protesta por la prolongada lucha. Ambos vestían la característica capa negra de Akatsuki, adornada con los llamativos patrones rojos que representaban su organización. La capucha de Hidan estaba caída, revelando su rostro lleno de cicatrices, y su cabello blanco desaliñado. Kakuzu, en cambio, tenía una mirada fría y severa bajo su capucha, ocultando la mayoría de sus rasgos.— ¡Maldición, Kakuzu! ¿Cuándo demonios terminará esto? — Exclamó Hidan, su voz áspera con agotamiento. —Kakuzu, como era su costumbre, respondió con su tono serio y sarcástico.— La paciencia no es precisamente tu virtud, ¿verdad, Hidan? Aun así, este bijū resultó ser más obstinado de lo que esperaba.— Deberías haber arrancado esa cosa en un solo intento, viejo agarrado. — Replicó Hidan, con su confianza inquebrantable. —El mercenario miró al cielo inquietante y respondió:— Hemos durado más de lo previsto. Además, hay algo extraño en el chakra de este bijū. Incluso el líder tuvo dificultades para entender esta anomalía.Hidan frunció el ceño, su arrogancia momentáneamente eclipsada por una inquietante sensación de intriga. No le gustaba cuando las cosas no salían según lo planeado.— ¿Qué diablos estás insinuando, Kakuzu?— No lo sé con certeza, pero hay algo inusual en esta extracción. — La voz de Kakuzu se volvió más seria. —Antes de que pudieran profundizar en esa conversación, Hidan se estiró una última vez, como si quisiera aliviar el dolor en sus articulaciones. En ese momento, Kakuzu habló con un tono de voz inusualmente serio, y sus palabras resonaron en el aire pesado:— Es hora de que nos dirijamos a Konoha para reclamar lo que es nuestro.La expresión de Hidan cambió a una mezcla de intriga y anticipación mientras se ponía de pie. Sabía exactamente a qué se refería Kakuzu, pero, aun así, quiso cuestionarle.Hidan se puso de pie con una mirada desafiante en sus ojos, su rostro contorsionado en un gesto de confusión y grosería.— ¿A qué diablos te refieres, Kakuzu? — Espetó, enzarzándose en su característica actitud terca y confrontativa. —Kakuzu lo miró fijamente, con la paciencia de un hombre que había soportado las excentricidades de Hidan durante mucho tiempo. Sin embargo, esta vez, sus palabras sonaron más severas.— Hemos pasado demasiado tiempo aquí, y no quiero correr el riesgo de que el cadáver se pudra hasta el punto de ser irreconocible. — El tono de Kakuzu indicaba que no había espacio para argumentos. —Hidan gruñó en descontento, pero finalmente cedió ante la lógica de su compañero. Con un resoplido de disgusto, se puso de pie y comenzó a seguir a Kakuzu, quien se adelantó a caminar lentamente. Cada paso de Kakuzu parecía deliberado, como si estuviera midiendo cuidadosamente su progreso.Mientras lo seguía, Hidan notó algo extraño. Una sensación incómoda se apoderó de él, aunque no pudo poner el dedo en qué estaba mal. Siguió caminando, aunque sus piernas parecían un poco dormidas por la postura anterior. El sol estaba oculto tras las nubes oscuras y opresivas que ahora dominaban el cielo, dándole al paisaje un aire aún más sombrío.Kakuzu finalmente se detuvo, y Hidan, sin demostrarlo, sintió un alivio temporal en sus piernas. Miró a su compañero con una mezcla de curiosidad y descontento, mientras murmuraba con cansancio.— ¿Qué está sucediendo...?Kakuzu, aún mirando hacia adelante, respondió con voz imperturbable.— Nada, Hidan. Simplemente estás siendo igual de holgazán.La respuesta de Kakuzu no satisfizo completamente la curiosidad de Hidan, pero estaba demasiado agotado para seguir insultando. Se dio la vuelta y siguió a Kakuzu, con la punta de la lengua llena de insultos sin sentido hacia el hombre que tenía en frente.El día se extendía sobre el paisaje, pero estaba lejos de ser un día común y corriente. El sol se escondía detrás de densas nubes grises que oscurecían el cielo, proyectando sombras profundas sobre la tierra. El aire estaba cargado de una extraña tensión, como si el mundo mismo anticipara el inminente cambio que se estaba desencadenando sin su conocimiento.En medio de este escenario ominoso, dos hombres avanzaban con determinación. Vestidos con sus característicos abrigos negros adornados con nubes rojas, Kakuzu y Hidan llevaban consigo una oscuridad que parecía emanar de su presencia. Eran figuras conocidas en el mundo shinobi, aunque sus verdaderos roles y objetivos permanecían ocultos a la mayoría. Aquí, en esta ruta desconocida hacia Konoha, sus papeles se desarrollaban en un rumbo que, si bien iba a ser conocido en algún momento en el futuro, todavía estaba envuelto en un velo de misterio y presagio.El destino de aquellos involucrados en su camino estaba en juego, y la muerte parecía ser la única juez de sus destinos. Las circunstancias los habían llevado a este punto, donde cada paso que daban resonaba como un eco ominoso en un bosque sombrío. La tierra bajo sus pies parecía impregnada de un sentimiento inquietante, como si la naturaleza misma estuviera observando y esperando.El sol del día se cernía sobre el paisaje desértico, bañando todo con su resplandor dorado. Mirai se encontraba de pie en un punto de salida singular, que parecía emerger como una colina en medio del vasto desierto. Vestida para el frío, llevaba una capa amarilla que cubría su uniforme de Chunin, habiendo dejado de lado su chaleco debido a experiencias pasadas en el Ocaso Oculto. Su rostro, normalmente serio pero confiado, ahora reflejaba una mezcla de seriedad y temor.Esta salida subterránea era un lugar oculto y aislado, alejado de miradas curiosas y senderos conocidos. Era como un santuario secreto en medio del desierto, solo accesible para aquellos que conocían su ubicación precisa.A su lado, dos subordinados de la Gran Anciana, vestidos con simples taparrabos y rostros ocultos tras telas que solo dejaban ver sus ojos, la observaban con atención imperturbable. Mirai podía sentir sus miradas intensas, aunque sus expresiones estaban ocultas bajo esos velos misteriosos.La Gran Anciana, líder de su clan, estaba de pie unos pasos más allá. Sus arrugadas manos sostenían un bastón ornamentado, y sus ojos penetrantes se mantenían fijos en Mirai mientras ella preparaba su mochila. Había sido testigo de la tensión y el miedo en los ojos de Mirai antes de emprender esta misión, y aunque su semblante era indiferente, había un rastro de preocupación en su mirada.Mirai se volvió hacia ellos, lista para avanzar hacia lo desconocido. Había tomado la decisión de no informar a los jóvenes ninjas sobre la verdadera naturaleza de su misión. Sabía que, si supieran que iba a una tarea clandestina para protegerlos, se sentirían inquietos y preocupados. No sería sorprendente que más de uno la siguiera sin su conocimiento, exponiéndose al peligro inminente.Y eso era lo último que deseaba. Había visto un listado de precios por las cabezas de los ninjas del futuro durante su tiempo en el Ocaso Oculto, y no quería que los niños estuvieran en peligro.Sin embargo, la Gran Anciana no estaba de acuerdo con esta elección. Creía que la verdad debía ser revelada, que los niños debían conocer los riesgos que enfrentaban. Mirai comprendía su perspectiva, pero sus acciones eran impulsadas por un deseo ardiente de proteger a los jóvenes de cualquier daño innecesario.Un pesado silencio llenó el aire, solo interrumpido por el ligero crujir de la tela cuando Mirai cerró su mochila. La tensión era palpable, y los subordinados permanecían en silencio absoluto, como si fueran guardianes de un antiguo secreto.Finalmente, Mirai, con la mochila ajustada a su espalda, dio un paso adelante. La Gran Anciana seguía sin mirarla directamente, pero Mirai podía sentir la mirada de evaluación de la anciana sobre ella. Con temor en su voz, Mirai susurró un:— Aquí voy. — Apenas audible. —Entonces, la Gran Anciana dio un paso al lado de Mirai, su voz distante, pero con un temblor apenas perceptible mientras le decía:— Ten mucho cuidado.La despedida carecía de efusividad, pero estaba cargada de una preocupación silente. Un aura de incertidumbre se aferraba al ambiente mientras los dos subordinados permanecían en silencio, observando el momento que se avecinaba.Mirai podía sentir cómo la piel de sus dedos se adhería a las correas de la mochila debido al sudor que brotaba de sus manos. Se preguntaba cuándo había llegado todo a sentirse tan abrumador.No hacía mucho tiempo, solía completar misiones mucho más peligrosas que esta sin despeinarse. Incluso podía pasar hasta diez días lejos de casa sin causar ningún alboroto. Pero esta vez era diferente, y lo sabía.Mientras observaba el sendero que tenía por delante, repitió una y otra vez en su mente: "Tres días. Solo tres días." Su misión tenía una duración exacta de tres días, y en ese tiempo, no le sorprendería que más de una ceja se alzara al darse cuenta de su ausencia.El tic-tac del reloj en su cabeza, se convertía en un recordatorio constante de que el tiempo estaba en su contra. Cada paso que daba parecía más lento, como si el mundo a su alrededor se desacelerara. Cada paso era un peso adicional en su mente, recordándole la magnitud de lo que dejaba atrás.La tierra desértica que yacía desolada a unos cuantos pasos ascendiendo, se volvieron frías cuando una voz, lo suficientemente brusca y corriente para ser de un niño de doce años, optó por dejar clara su presencia.— ¿A dónde vas con todas esas cosas?El mundo de Mirai se detuvo en el instante que se pronunció la primera palabra.Durante estos últimos días, no había escuchado tan claramente esa voz como lo habría hecho en los tiempos pacíficos de su hogar. Incluso hacerlo estando a un paso del aire libre, le provocó un aire que hizo a su corazón revolotear.La voz de Shikadai se escuchaba tan diferente en las circunstancias actuales.— ¿Y por qué te vas sin decir alguna palabra? — El interrogatorio del joven Nara resonó con claridad, su voz cargada de frustración al no recibir respuesta. Mirai sintió un sobresalto en el pecho cuando el tono de Shikadai se tornó más insistente. — ¡¿Piensas irte a un supuesto entrenamiento sorpresa, y esperar que todos lo aceptemos sin más?! ¡¿Qué es lo que planeas hacer?— ¡Oye, chico, baja la voz!La Abuela, aún intentando mantenerse neutral ante la decisión de Mirai, colocó una mano en el pecho del joven Nara para detener su avance. Había compartido algunas palabras vagas con Mirai en los últimos días, y no deseaba que ningún niño abandonara la seguridad del hogar sin un motivo justificado, especialmente no para enfrentar un peligro desconocido.Iwabee, el mayor del grupo, permanecía dentro de la casa, ajeno al conflicto que se desarrollaba entre casi hermanos. No podía permitir que Shikadai causara disturbios por una disputa trivial, especialmente considerando el cataclismo que amenazaba a la aldea.Mirai se quedó quieta, sintiendo la furia de Shikadai ardiendo detrás de ella, conteniéndose para no involucrar a los demás en la discusión.— ¿Qué significan todos estos secretos? ¡No pienses que soy un idiota que no sabe lo que está pasando! ¡Sé perfectamente de lo que eres capaz!— ¡Nara-kun, cállate! — La mujer le espetó en un susurro agudo. —Sin embargo, el joven estaba ardiendo de ira, su voz estridente y sus ojos penetrantes hacían palpitar la sien de Mirai.— ¡No! ¡No permitiré que te vayas sin decirme a dónde vas! — Las palabras de Shikadai salieron como un rugido agudo mientras las lágrimas afloraban en sus ojos. —Mirai no podía soportar ver a Shikadai en ese estado. Se sentía atrapada en un dilema cruel, debatiéndose entre la necesidad de proteger a los niños de la verdad y la preocupación genuina por el bienestar de Shikadai.Por un lado, no podía revelar la verdadera naturaleza de su misión. Sabía que si Shikadai y los demás se enteraban, su preocupación podría llevarlos a tomar acciones impulsivas que los pondrían en peligro. Pero, por otro lado, no podía soportar verlo llorar y enojarse de esa manera.La voz de la Gran Anciana, esta vez, resonó con mayor autoridad y decisión:— Shikadai, este es un asunto de los adultos. Mirai tiene que partir por razones importantes... es un poco delicado.Shikadai pareció tambalearse ante las palabras de su abuela, pero su determinación no flaqueó. Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y, con una mirada desafiante, replicó:— Entonces, ¿por qué no me dice a dónde va? No me quedaré aquí sin saber nada.Mirai observó a Shikadai, su mente trabajando a toda velocidad en busca de una respuesta que protegiera su secreto y tranquilizara al niño. La tensión en el aire era palpable, con todos los ojos puestos en ella.Sin embargo, a los motivos de Shikadai por intervenir en la partida secreta de Mirai se sumaba una carga emocional profunda.— Siempre has sido negligente cuando se trata de sentimientos, eso es muy típico de ti. — Dijo con furia, sus ojos verdes lanzando dardos hacia la espalda de Mirai, exigiendo respuestas. Un tono que resonaba con desesperación se filtraba entre su enojo. — Estamos en el pasado, y todos estamos haciendo todo lo posible para evitar terminar como nuestros padres. ¿Crees que me quedaré aquí, escuchando lo mismo una y otra vez, mientras tú te desvaneces durante días? ¿Con quién crees que estás tratando, Mirai?El silencio de Mirai persistió hasta que el viento del desierto emitió un susurro audible. La ira de Shikadai era comprensible, incluso para ella misma.A pesar de que mentirles significaba para ella protegerlos, sabía que no sería lo mismo para todos. Especialmente para Shikadai, quien no era conocido por ignorar su entorno y dejar pasar los problemas, incluso si lo involucraban. No sorprendía que fuera él quien estuviera aquí, expresando su descontento de manera palpable frente a una Mirai que guardaba silencio.Con cada grito sincero, el frío opresivo se desvanecía, y Mirai dejaba atrás la duda que la había detenido inicialmente. Observaba el ascenso que la llevaría al exterior, a solo unos pasos de distancia. Había hecho una promesa, y para cumplirla, tenía que llevar a cabo ciertas cosas, aunque eso significara enfrentarse a la incomodidad.La anciana permanecía serena, solo frunciendo ligeramente el ceño para recordarle al Nara que se mantuviera discreto. Aunque él parecía al borde de la explosión, con el ceño fruncido, se contuvo para darle a Mirai la oportunidad de ser sincera con él.Esperaba una respuesta clara y comprensible, algo simple en lo que pudiera participar, como solía ser cuando Mirai lideraba. Sin embargo, la respuesta que recibió fue completamente diferente a lo que esperaba. La alumna de su padre soltó unas simples palabras:— Regresa al refugio.Shikadai parpadeó un par de veces, sus ojos entrecerrados en una mezcla de sorpresa y desconcierto. La Mirai que conocía nunca había sido tan fría y distante. Sus respuestas breves y su actitud desafiante eran desconocidas para él. Intentó encontrar alguna señal en su mirada, pero Mirai no lo miraba a los ojos, lo que solo lo desconcertó aún más.Mirai reafirmó su determinación sin siquiera voltear a mirarlo. Su voz, cargada de seriedad, resonó en el aire frío del desierto:— O regresas por ti mismo, o te hago regresar.El torrente de enojo ardiente inundó a Shikadai desde lo más profundo de su ser. La furia le subió por la garganta mientras miraba a Mirai con incredulidad. Su voz sonó áspera y llena de frustración cuando respondió:— ¿Quién demonios te crees que eres? ¡¿Desde cuándo actúas así?!Mirai guardó silencio, sin ofrecer ninguna respuesta.— No eres la única que se preocupa por lo que sucederá si nos quedamos aquí. ¡Todos lo hacemos! Pero...El hijo de Shikamaru se detuvo, esperando desesperadamente recibir al menos una mirada de sinceridad absoluta. Sin embargo, al enfrentarse al mismo aire frío, su sangre hervía aún más, y sus ojos ardían bajo la presión.— ¡¿Qué te hace pensar que puedes tomar decisiones por nosotros sin consultarnos?! ¡¿Crees que puedes cargar con todo el peso del mundo solo porque fuiste alumna de mi padre?!El tono de Shikadai era desafiante, pero también llevaba consigo una pizca de dolor y confusión. Durante días había observado a Mirai, notando su comportamiento extraño y sus conversaciones secretas con la anciana. La tensión había ido en aumento, y Shikadai finalmente había explotado.Mientras las palabras de Shikadai llenaban el aire, los dos subordinados de la anciana intercambiaban miradas nerviosas. La atmósfera se volvió aún más tensa, como si estuvieran parados en medio de un campo de batalla emocional.Finalmente, Mirai se giró hacia Shikadai, sus ojos encontrando los suyos. A pesar de su determinación previa, había un destello de dolor en su mirada.— No entiendes, Shikadai. No puedo permitir que todos ustedes se involucren en esto. Hay cosas que desconocen, peligros que no les concierne Solo... Deja que yo me ocupe de esto. — Explicó Mirai con una firmeza cargada de preocupación. —El rostro de Shikadai se convirtió en una tormenta de emociones en pleno auge. Sus ojos se abrieron tanto que parecía que podría tragarse todo el horizonte. Su boca se entreabrió en una mueca de asombro y rabia, y por un momento, su mente se inundó de recuerdos borrosos.Recordó la muerte de su padre, Shikamaru, quien había fallecido en sus brazos mientras le encomendaba una tarea a Mirai. A pesar de que había pasado mucho tiempo, esa imagen seguía persiguiéndolo, y la sensación de impotencia que había experimentado en ese momento lo atormentaba en sus pesadillas.También recordó a su madre, cuya muerte había sido un misterio que nunca se había resuelto por completo. La última vez que la vio, ella había estado enferma por circunstancias sombrías, y Shikadai se culpaba por no haberla atendido.Sus amigos, Inojin y ChouChou, estaban en el refugio, y Shikadai había observado cómo sus rostros se volvían cada vez más apagados. La preocupación por ellos también se había sumado a su creciente enojo.Y luego, Moegi-sensei, su querida maestra, que había muerto cumpliendo con su deber. Todo esto había dejado una marca profunda en él, y ahora se encontraba enojado por cómo todo esto había afectado a quienes amaba.— ¡¿Y tú sí?! ¡¿Qué tanto sabes del mundo exterior si también eres una maldita refugiada?! — Explotó Shikadai, utilizando un lenguaje fuerte y directo para expresar su frustración ante la aparente arrogancia de Mirai. —En el tenso ambiente, cuando parecía que la situación estaba al borde de explotar en una pelea, la mochila de Mirai cayó pesadamente al suelo, rompiendo el silencio con un golpe sordo. Todos los presentes se tensaron, la anciana y sus subordinados listos para intervenir en caso de necesidad.Mirai avanzó hacia Shikadai con determinación, agarrándolo por los hombros con firmeza. Sus ojos rojos destellaban con una intensidad vengativa, proyectando una figura imponente y amenazante mientras hablaba en un tono severo.— No, no tengo ni la más remota idea de lo cruel que puede ser el mundo. ¡Ninguno de nosotros lo sabe! ¡Porque fuimos criados en una era de paz! — Sus palabras resonaron en el aire, impactando a Shikadai, que la miraba con sorpresa, la oscuridad nublando su rostro. — Todo eso ya no existe, y si me quedo aquí jugando a la familia feliz, sin tener la más mínima idea de cómo enfrentarme al mundo pasado, todos enfrentaremos otro cataclismo. Muchos de tus amigos morirán si no hago lo correcto. ¿Quieres que eso ocurra? ¿Inojin-kun? ¿Chouchou-chan? ¿Boruto-kun? — Continuó Mirai, su voz perdiendo la intensidad de un grito, pero manteniendo su severidad. —El corazón de Shikadai latía con fuerza en su pecho, sus emociones agitadas por las palabras de Mirai. La anciana trató de intervenir, pero el silencio se había apoderado del lugar. Todos permanecían fríos y congelados, mientras Shikadai quedaba paralizado bajo la mirada penetrante de Mirai.— No te pediré que lo entiendas, te lo estoy exigiendo. — Dijo Mirai con firmeza, sus ojos ya no brillaban de la misma manera, pero seguían siendo amenazantes. — Tu deber como Chunin es cuidar a los de menor rango. Por lo tanto, es tu deber mantener el control en mi ausencia. Eres lo suficientemente inteligente como para saber a lo que está en juego si hay un revuelo entre los demás. No permitas que nadie se entere, y colabora con la abuela.Shikadai permaneció congelado, su mente y su cuerpo en un estado de turbulencia. Sus manos temblaban ligeramente, su ira aún presente a pesar de la intensa conversación. Mirai le dio un último asentimiento severo, y Shikadai pudo sentir el peso de su mirada en su espalda mientras ella se alejaba.Aun cuando sus palabras eran suaves, el tono de Mirai resonaba con firmeza. Shikadai la observó mientras ella se ponía la mochila, sintiéndose impotente e inquieto. Sus puños se apretaron con fuerza, sus labios se fruncieron y su ceño se arrugó mientras la veía alejarse. Una mezcla de emociones lo invadió, y no sabía cómo procesar todo lo que acababa de suceder.Mirai permanecía de espaldas a él, a la anciana y a sus subordinados, en un silencio tenso. Shikadai tenía la sensación de que sus acciones hablaban de una determinación férrea, pero al mismo tiempo, detectaba una profunda confusión y conflicto interno en su postura rígida.La mente de Shikadai era un torbellino de emociones mientras retrocedía, aceptando la dura realidad de su situación. Había querido desesperadamente hacer algo por sus padres, completar lo que sus muertes habían dejado en el aire, ser útil como ninja. Él era un Chunin, y su deber no era quedarse sentado, esperando ser protegido.Sin embargo, se sentía limitado por el miedo y la incertidumbre sobre lo que les esperaba afuera. La sensación de impotencia lo abrumó mientras regresaba al lado de la anciana y sus subordinados. Nunca creyó que el Boruto de once años, estudiante de la Academia y necesitado de atención y protagonismo, sería la viva imagen de su sentir actual; un reflejo de lo que Shikadai sentiría solo medio año después.La anciana, con la mirada puesta en la tormenta emocional que embargaba a Shikadai, decidió romper el incómodo silencio. Su voz, serena pero cargada de sabiduría, resonó en el aire:— Shikadai, entiendo tu frustración y tu deseo de proteger a tus amigos. Sin embargo, Mirai carga con un peso que quizás no puedas comprender completamente. Ha tomado esta decisión por motivos que solo ella conoce.Shikadai asintió con pesar, manteniendo la mirada fija en el suelo mientras la figura de Mirai se alejaba con su mochila llena de secretos y responsabilidades.— Espero que algún día puedas comprender su elección, incluso si no la apruebas. Por ahora, debemos continuar con nuestro deber y cumplir nuestras responsabilidades en el refugio. La seguridad de todos depende de ello.Con un suspiro resignado, Shikadai se volvió para seguir a la anciana y sus subordinados de regreso al refugio. Mientras avanzaban, la imagen de Mirai quedaba atrás, pero sus palabras resonaban en la mente de Shikadai.Ese día, en medio del desierto y la incertidumbre, Shikadai había enfrentado una verdad dolorosa: ser un Chunin no garantizaba que siempre pudiera proteger a quienes amaba, ni le otorgaba el derecho a hacerlo.La fragilidad de la vida y las decisiones difíciles que los ninjas debían tomar se volvían cada vez más evidentes.Mientras caminaba hacia el refugio, Shikadai sabía que, a pesar de todo, seguía siendo solo un niño. Aunque había nacido en el seno de la mente de Konoha, había aprendido que aún le quedaba mucho por descubrir sobre el mundo y sobre sí mismo.