Rosina se despertó con enormes ojeras. No durmió bien anoche de tanto frotar su flor hasta que el hedor desapareció, pero eso dejó su núcleo adormecido e hinchado.
—Señorita Rosina, ¿desea desayunar aquí o en el comedor? —preguntó Fina lentamente, asegurándose de no irritar a Rosina.
—En el comedor, por favor —susurró Rosina mientras se levantaba. No se molestó en arreglarse o cambiarse de ropa ya que nadie la vería excepto las sirvientas.
—¡Señorita! —exclamó Sal e inmediatamente tomó una bata y la puso sobre los hombros de Rosina para cubrir su piel desnuda.
Bajaron las escaleras y Rosina olió la fragancia de Draco. Eso empeoró aún más su humor.
—Buenos días, Señorita Rosina —saludó Ferro y miró la tez de Rosina, que no era buena. Sus ojos se dirigieron hacia Fina en busca de respuestas, pero ella negó con la cabeza.
Estaban preocupados por Rosina e intentaron preguntar si se sentía bien, pero terminaron siendo ignorados.