—El sol se derramaba sobre mi espalda mientras trabajaba incansablemente y sentía el sudor escurrirse desde la frente hacia todo mi cuerpo.
—Me sentía mareado, pero sacudí mi cabeza para despejarme y continué mi trabajo.
—Se puso extremadamente oscuro y el instructor vino hacia mí.
—El látigo estaba en sus manos.
—Vi a los otros trabajadores a quienes sabía que eran esclavos parados y burlándose de mí.
—Ellos querían verme recibir el castigo.
—No has terminado tu trabajo, ¿verdad? —dijo él—. Treinta latigazos con la caña.
—Pero he terminado señor —dije yo.
—Él frunció el ceño y luego me hice a un lado para mostrarle todo el campo masivo que estaba libre de malas hierbas y había sido preparado para la siembra.
—Su boca estaba abierta, igual que todos los que estaban mirando.
—P-p… pero eso es imposi-ble —dijo él incrédulo.
—Me quedé allí esperando sus próximas instrucciones.
—Hubo un murmullo entre la multitud.
—Entonces él frunció el ceño hacia mí.