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Temprano la siguiente mañana desperté en la cama de Alfa Xaden y me giré hacia un lado.
Observé cómo los rayos del sol iluminaban la habitación y tomé un profundo respiro por lo agradable que era.
Nunca antes había tenido la oportunidad de ver el amanecer desde una habitación tan gloriosa.
El rincón en el que había dormido en la manada era frío, oscuro y solitario.
Esta era la primera vez que presenciaba algo así.
Me estiré lentamente y los recuerdos de lo sucedido anoche me golpearon.
Me había sorprendido tanto verlo salir airado y dejar la habitación.
No entendía. Quería desaparecer de la vista tan rápido que había roto la puerta de entrada.
Suspiré y me giré.
¿Debía abandonar la habitación? ¿Qué me iba a pasar? ¿A dónde podría ir?
Todas estas cosas me pasaron por la mente mientras la ya dañada puerta se abría.
Era un anciano con una cajita el que entró.
Me aparté, insegura de quién era este hombre.
—No te apartes de mí, chica —dijo el hombre.