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Chapter 37 - A REY MUERTO, REY PUESTO -2-

.... no merecía tal honor, pero eso no lo decides tú, el honor es algo que te dan por el resultado de tus actos y de tus comportamientos.

Me llamó el jefe de la Casa de Atocha porque el Emperador Valerio V quería conocer mi opinión sobre un tema de Estado, un asunto delicado y de mucha discreción. Por cautela un transporte militar camuflado pasaría a recogerme para llevarme al complejo de la Castellana.

Hacía uno de esos raros días de marzo, donde el tiempo primaveral no se decide en abandonar el invierno, fresco y con un cielo gris brumoso. Con más preguntas que respuestas me dejé llevar por mi guía hasta las nobles estancias de un edificio anexo al palacio. Me hizo esperar un momento antes de que las hojas de pino americano se abriesen para invitarme a pasar. Detrás de una mesa de corte renacentista se encontraba sentado mi interlocutor que se incorporó nada más crucé la puerta para saludarme.

- Don Alejandro Rus, soy el general Santamaría, jefe de la Casa de Atocha, encantado de conocerle.

- Me honra con su llamada, le dije, mientras tendía mi mano para estrechar la suya. - Por favor, tome asiento – señalando una silla de confidente frente al despacho.

- Usted dirá.

- ¿Sabe cuál es el motivo de mi llamada?

- Si le he de ser sincero, no. Como presidente de CeCAR he recibido algunas de altos mandatarios y todas por motivos diferentes. Intuyo que será para realizarme alguna consulta o solicitar que intervengamos en un asunto delicado.

- Su intuición no es mala, aunque en el caso que nos ocupa, es para ambas a la vez.

- Cuando guste puede comenzar.

- Resulta evidente que este asunto es muy sensible y confidencial. Quiero que sepa que le

he llamado como profesional de gran prestigio y no como presidente del consejo. Por el momento no conviene dar oficialidad a los temas que aquí se traten.

- Entiendo su petición, le garantizo mi profesional discreción.

- Muchas gracias. El Adalid va a cumplir setecientos sesenta años, suponemos que está llegando al límite de capacidad cerebral y corre el riesgo de sufrir un colapso mental, por lo que se plantea la pertinencia de hacerse una copia integral. Querríamos saber cuál su opinión.

- Técnicamente no hay ningún problema, excepción hecha de los plazos. Legalmente tendría que abdicar. La componente personal es más compleja y debería hablarlo con él antes de que lo viese un equipo de trasvase mental.

- Vayamos poco a poco. ¿Cuáles son los plazos?

- Como el emperador no tiene un clon, estaríamos hablando entre quince y treinta años para obtener su homo-latente. A partir de él en un mes habríamos terminado el negocio.

- ¿Si durante la espera muriese?

- Entonces, si queremos continuar, sería de una versión 2.0 actualizada y por tanto jamás podría gobernar.

- Abdicar por ser un homograma, pondría en cuestión los cimientos del Imperator Republicano.

- No lo creo.

- Piense, ¿qué pasaría cuando el plazo de prohibición que tienen los gobernantes para clonarse venza y él pudiese volver a gobernar?

- Nada, si no ejerciese ese derecho.

- A su edad, ¿de qué tiempo disponemos antes de que se produzca el colapso?

- No lo sé, tendríamos que realizarle una copia mental para ver su nivel de saturación.

- Bueno, por ahora es suficiente, trasladaré al Adalid nuestra conversación y en función

de lo que decida proseguiremos.

- Perdóneme, creo que debería mantener una cita privada con él, independientemente

de la decisión que después tome.

- ¿Por qué lo considera necesario?

- Para hablar del componente personal, es fundamental que, independientemente de los

aspectos técnicos y legales que hemos tratado, le haga llegar toda mi amplia experiencia personal.

- Muy bien, así se lo transmitiré.

Sin decírmelo nos había planteado un nuevo reto que superar, teníamos que mantener la

intimidad de las vivencias secretas y esto chocaba con los procesos de validación psicológica que requería la supervisión de expertos neurólogos. Si no garantizábamos los requisitos de confidencialidad y privacidad, la sociedad no admitiría que una copia integral continuase como mandatario. Reuní a mi equipo para trabajar sobre el asunto.

Al poco tiempo teníamos resuelto el problema de confidencialidad y de la destrucción de ficheros. Diseñamos unos androides que ayudarían al emperador a realizar su optimización y ésta se volcaría sobre unidades de memoria externa al ordenador. Tres cajas azules contendrían las tres copias mentales que serían incineradas tras realizarse la clonación integral. Antes de comenzar la transcripción, una comisión certificaría que todo el sistema fuese correcto.

Sabía que tarde o temprano recibiría otra llamada de la Castellana, la conversación que mantuve con el jefe de la Casa de Atocha era el prólogo, y a ésta, le debían suceder otras hasta que el emperador tomase la decisión. Iba más tranquilo a mi cita, conocía el tema a tratar y lo había trabajado. Como corresponde al inalterable protocolo, el camino recorrido para estrechar la mano del general fue mimético. Esta vez el Adalid quería verme así que me explicó todo lo que debía hacer.

- Señor Rus, ¿le queda claro?

- Perfectamente.

- Si es tan amable, sígame.

Anduvimos por interminables y subterráneos pasillos y diez minutos más tarde llegaba a

una vacía sala amueblada por dos sofás, con su mesilla central y lámpara de pie en su esquina.

Me dijo que esperase y se marchó, instantes más tarde volvió junto con el emperador. Breves presentaciones y fría soledad. El general abandonó la estancia para dejarnos en la intimidad de nuestra conversación.

- ¿Vale la pena vivir eternamente? – rompió el silencio con esta sencilla pregunta. - No lo sé, ¿por qué me lo pregunta?

- ¿No es usted uno de los creadores de este negocio?

- ¿Y?

- Debería saberlo.

- Para ello tendría que haber traspasado la barrera y vivirla.

- ¿Qué es para usted vivir la eternidad?

- Por lo menos llegar al final de un segundo ciclo de vida.

- Tan corta le parece la inmortalidad.

- No hablo de lo largo que sea, pero para opinar debo, al menos, conocerla.

- ¿Sólo habla de lo que conoce?

- Con sentido, sí.

- Entonces, hábleme de usted.

Y pasé dos horas hablándole de mí, él únicamente escuchó, atentamente, sin interrumpir,

sin molestar, sin preguntar, en silencio escuchó y me observó, no perdiendo ningún detalle. De este modo, mantuvimos secretas conversaciones en las que fuimos profundizando en sus temores, en sus dudas y en los miedos cotidianos que envuelven a todo mortal. Algunos de los cuales yo, por mi condición de estar secretamente clonado, había superado y no podía exteriorizar. Otros, como el vacío de mi soledad o las nuevas inquietudes que ahora tenía, se

las fui desvelando con delicada cautela.

Con el tiempo descubrí que nuestra relación basculaba en confidente amistad. Su

preocupación más íntima no era su inmortalidad, era la inmortalidad de la institución que él representaba, era hacer inmortal al Imperator Republicano y para eso él debía ser efímero, debía morir, sin su muerte la institución no tenía sentido. Su origen es la transmisión del gobierno, de padres a hijos. Además, lo debe ejercer con sabiduría y, para ello, el primogénito prepararse para cuando tenga que desempeñar esta función. Su carácter hereditario era y es la esencia de la institución y ello implicaba su muerte. Sofía, su primogénita, tenía que reinar, que gobernar sin tutelas y sin las ataduras del pasado. El Adalid lo intuía y sabía que su eternidad acabaría con gobierno imperial, convirtiéndolo en un ser tremendamente infeliz. En el fondo, él también quería descansar en paz.

El tiempo apremiaba y en las conversaciones que manteníamos se podía apreciar.

- ¿Debes tener más o menos mi edad? – Me preguntó un día a traición, no porque la

pregunta lo fuese, sino por la plática que iniciaba. - Nolosé.

- Yo sí, – sentenció con categórica voz – tienes mi edad, eres cincuenta años mayor. ¿Te has planteado clonarte?

- No tengo sus preocupaciones.

- No seas esquivo y responde a mi pregunta con un monosílabo.

- Sí.

- ¿Por qué no lo has hecho?

- Ahora no lo necesito. – Sin mentir, me escabullí ante su imprecisa pregunta. –

- ¿Cómo lo sabes?

- La última vez que medí mi capacidad mental era inferior al noventa por ciento.

- De eso hace más de sesenta años.

- Tal vez, no lo recuerdo.

Era un hombre que dejaba espacios y sabía cuándo no los tenía que ocupar. Estas preguntas

no estaban dirigidas a mí, yo era el espejo en el que buscaba sus respuestas y no pude dárselas. Creía que se encontraba preocupado porque su ciclo terminaba, pero lo que le urgía era desenmarañar la traición que se estaba urdiendo antes de tomar su última decisión, hacerse

una clonación integral o morir.

- Presiento que alguien de la lista de los mortales ha transgredido la prohibición.

- Es una grave acusación, ¿en que la basa? – respondí a su pétrea afirmación con una

pregunta antes de que mi sangre se helase y así tener tiempo de preparar mi respuesta.

Dos bandos enfrentados unían sus fuerzas para evitar que el nuevo mundo se constituyese. Por un lado, los radicales de Clownot que lideraban el movimiento anticlonación, con más de cinco centésimos de lucha, quería impedir la clonación y matar a los clonados. Nació cuándo se hizo público el proyecto Hera, argumentaban que sustituirnos a Dios traería su enfado y la aniquilación del hombre. De otro lado los oligarcas que, ante el sueño de vida infinita, querían implantar una clonocracia y perpetuarse en el poder eternamente. Ambos habían unido sus fuerzas luchando primero para destruir el sistema y después se batirán entre ellos para

imponer su criterio. El que perdiese sería barrido y el resto del mundo sometido.

Hacía mucho que me había autorizado, en confidencial secreto, para cultivar a su homo- latente. Sabía que estaba casi maduro y viendo que el tiempo no corría a su favor se decidió

a dar el salto.

- ¿Podemos alumbrar a mi homograma?

- Sí, para activarlo se requiere la autorización del CeCAR y su abdicación.

- Necesito que me ayudes. – Me dijo el emperador – Pretendo preparar una mascarada

con mi clonación. Quiero que mis enemigos crean que voy a abdicar para alcanzar la inmortalidad.

- No lo entiendo, qué ganará con ello.

- Que se descarten y descubrirlos.

- Si renuncia, nadie moverá ficha.

- Les sacaré de su escondite, les obligaré a dimitir. Atraparé a los que se hayan clonado. - ¿Cómo?

- Cuando haga la petición al consejo, plantearé que ningún dirigente regenerado vuelva a gobernar. Aprovecharé la tramitación para establecer la obligatoriedad de realizarse el test de saturación mental antes de la toma de posesión y periódicamente durante el ejercicio de su cargo.

- Entonces, ¿por qué necesita montar una farsa?

- Porque harán que la nueva ley se aplique tras mi clonación y yo no quiero clonarme. - No le entiendo.

- Saben que, en cualquier caso, moriré y utilizarán ese momento para dar el golpe e

imponer su tiranía. Si me clono, los radicales del Clownot boicotearán la activación de mi homograma. Si no lo hago, los oligarcas clonados conspirarán tras mi funeral antes de que su traición sea descubierta. Los debo desenmascarar antes de fallecer.

- ¿Hasta dónde quiere llegar?

- A morir dos veces, me harás una copia vital y no un homograma.

- ¿Dónde está el engaño?

- Primero morirá mi clon y después tú deberás cerrar las puertas de la inmortalidad

para que no las cruce. Quiero que el pueblo piense que he muerto durante el tránsito a la inmortalidad.

Me quedé atónito, boquiabierto, sin palabra. Quise reconfortarle y darle garantías de fidelidad y compartí mi secreto, le conté que era un vacío homograma. Le propuse que utilizásemos la misma técnica que empleamos en el proyecto Cx, le extirparíamos un riñón al clon para distinguirlo del original.

- En este caso no es necesario, él lo sabrá porque será una copia completa de mi cerebro. - Tengo que asegurarme de que siga vivo sea el original.

- Estoy en tus manos.

Yo personalmente dirigí los preparativos para comenzar el proceso, que me pidió el

emperador.

La propuesta de enmienda a la ley de clonación integral para dirigentes, políticos y

hombres de alta relevancia, presentada por el Adalid ante el consejo sorprendió a todo el mundo. Hacía cuatrocientos años que el Imperator Republicano no utilizaba esta potestad, pero la importancia de esta lo acreditaba.

El tiempo de saber quién o quiénes habían infringido la ley, y se preparaban para hundir al mundo en otra oscuridad, había llegado, era la ahora de descubrir el complot.

- Excelencia, todo está preparado, su homo-latente le espera.

- ¿Cuáles son los pasos para el final?

- Cumpla con el protocolo que requiere su copia mental, que yo simularé su muerte

ejecutando su copia vital.

Clandestinamente alumbrada y sabedora de su destino, me siguió valientemente hasta el

hospital y la maté. Entonces anuncié la muerte del Adalid para que el consejo me autorizase a despertar al primer homo-latente del emperador y en ese momento la rebelión estalló. El

primero en mover ficha fue el presidente de la segunda región, en nombre de los Clownot. El ingeniero jefe del equipo de nanotecnología computarizada, encargado de grabar la copia mental era un infiltrado que se inmoló con ella. Explotó dentro de la cámara acorazada, destruyendo todas las copias. Pedían que acabaran las clonaciones integrales, la era de la endogamia y del hedonismo debía concluir, para que la tierra y el hombre se regenerasen, debíamos volver al origen, a la mortalidad y al sufrimiento como método para encontrar nuestra perdida identidad.

Terrible pero cierto, apoltronados todos en este mundo feliz, nadie reaccionó ante tal delirante proclama. Sitiados e incomunicados en el consejo, que sus generales tomaron, habíamos perdido la capacidad de maniobra. Pasaron largas horas hasta que nos liberaron.

Valerio V en persona informó de la mascarada que había preparado y se sometería, como estaba previsto, a su clonación. Destruidas las copias, nos fuimos al hospital para comenzar de nuevo el proceso de copia mental y repetimos con él los mismos pasos que hicieron en mi duplicación.

- ¿Quiere vivir eternamente? – Le pregunté por última vez.

- No, he de morir. Para que el Imperator Republicano sea eterno, el Emperador ha de morir.

Terminada la copia le inyectamos el bioprograma y se marchó a pasar sus últimas horas de vida junto con sus seres queridos. En palacio esperaría a que los microsayones hiciesen su efecto. A la mañana siguiente recibía una llamada de la Castellana que me comunicaba el fatal desenlace. ¡A rey muerto, rey puesto!, me dije y comencé a ejecutar la última voluntad del Adalid. Tres días más tarde se hacía oficial, el Emperador Valerio V fallecía en el hospital Memorial Cinco de Enero tras haber fracasado los dos intentos de regeneración integral, el CeCAR emitiría un comunicado pormenorizado pasadas las exequias.

Cuando aquella fría mañana traspasé la cancela de la verja del palacio de Oriente y me quité la protección de abrigo, supe que viviría poco tiempo y con mi fin sellaría el secreto de la verdadera causa de la muerte del emperador. Él me hizo entender que, sin Natividad, para que mi amor fuese eterno mi vida debería ser efímera.

Desde mi casa mandé el informe a los medios de comunicación de lo sucedido. La elevadísima saturación mental del adalid colapsó los procesos de optimización y transferencia, provocando su muerte. Hacía cinco años que todo estaba dispuesto, pero personalmente lo retrasó para poder desvelar la conspiración y esto terminó por costarle la vida. Después de redactar esta breve nota de prensa, desconecté mi comunicador aislándome del mundo exterior y me quedé sólo, intentando llenar el hueco de mi amarga soledad.

Estoy cansado, agotado por la tremenda tensión de estos días, doy cabezadas, siento nubladas mis ideas y sólo añoro a Natividad. Natividad llena mis pensamientos, a medida que retorna mi felicidad. Reboso de tranquilidad notando como mis pies se enfrían, perdí el tacto de mis manos, volví a flotar, gélido, en mi espesa noche, como en aquel ocaso en el mar de Portugal. Esta vez, Natividad no me arropaba, no me animaba, ella me esperaba en el oscuro

fondo y a medida que me hundía llenaba mi gélido cuerpo de felicidad. Natividad, mi amor,

Natividad.

.... Blanca se sobresaltó al verme entrar. Mi presencia era el mal augurio que no quería escuchar y por

ello, sin mediar palabra, se puso a llorar.

- Alex ha muerto. – le dije con melancólica voz.

- ¿Ha sufrido?

- No lo sé, todo fue muy rápido, no le dio tiempo a que se activase el suero del ocaso.

- Me ocuparé de sus funerales.

- No hace falta, de eso se está encargando el capitán Pedrosa. Es una petición expresa de la Casa

de Atocha.

- Germán, ¿necesitas algo?

- De momento descansar, llevo demasiado tiempo sin salir del hospital. Desde que Alex, llegó éste

se convirtió en mi prisión, su muerte me ha devuelto la libertad y voy a disfrutarla con profundo entusiasmo. Gracias, si te necesito ya te llamaré, presiento que lo haré.

- Ten mucho cuidado, te has enfrentado a gente muy importante, vanidosa y rencorosa, irán a por ti, te machacarán. Conserva todas las pruebas que demuestren tu bien hacer.

Le di dos besos y me marché. Fui al departamento de informática, entré en la blanca, fría y aséptica sala, donde se encuentran los armarios que conforman el ordenador central de back-up del hospital, abrí la puerta de la vitrina que contenía la caja azul y cogí la CP-AR-042 que almacenaba todos los datos de Alejandro Rus volcados desde que le conectamos a TE-4G hasta su muerte. Firmé el protocolo de salida para la incineración y me dirigí a la morgue donde se encontraba el capitán Pedrosa preparando el funeral y le di la caja para que la pusiese en su ataúd.

Antes de irme pasé por el despacho de Arturo para comunicarle el fallecimiento del paciente. Desconocía lo sucedido y el rostro de satisfactoria victoria, con el que me recibió, se tornó en colérica ira al conocer el desenlace. Odio y espuma brotaron por su boca cuando me propinaba una sarta de irrepetibles improperios. Su rabia aumentaba a medida que tomaba conciencia de que su trama manipuladora se estaba desmontando. Alex había expirado al tiempo que la Corte superior de Justicia pronunciaba la sentencia para suspender la aplicación de la ley "507/000139 del 12 de abril de 2079 Derechos generales para la asistencia terminal" por la que se acogían los enfermos terminales a la muerte sin dolor, tampoco podía clonarle porque su cerebro había sido cauterizado. Fulminantemente me cesó, me despidió y rescindió mi contrato con el hospital.

Preferí elegir mis pertenencias y llevármelas antes de abandonar por última vez las instalaciones, no sabía si mañana me dejarían pasar a recogerlas o me las enviarían en una caja a mi casa. La libre voluntad del hombre a decidir su futuro se había impuesto a las codicias manipuladoras del poder. Yo me marché intranquilo sin saber cuál sería el mío.