Cogí el comunicador y contacté con Blanca, ella escribiría por mí el relato de la exoneración. Quedamos para el próximo fin de semana en su estudio de Cerler, el frío blanco de la nieve exterior de las cumbres pirenaicas desataría mi inspiración. Dediqué todo el tiempo que me quedaba a preparar, concienzudamente mis argumentos, repasando a fondo las conversaciones y los sueños recogidos en la caja azul. Conocía los últimos pensamientos y deseos del presidente del CeCAR y quién sabe, si tal vez los del adalid Valerio V, recientemente apodado "El inmortal". De lo convincente que resultase dependería mi futuro. Me prometí ser extremadamente cauteloso para no desvelar ningún secreto, estaba frente a una gran profesional del periodismo, que poseía uno de los talentos más codiciados de su profesión.
Llegamos un frío viernes de principios de marzo al helipuerto, completamente nevado, en el Llano del Molino junto al río Ramascaro, desde allí cogimos un transporte computarizado que nos llevó a su bungaló en la misma falda del pico de Cerler. El H50-hábitat, antiguo pero eficiente para las múltiples tareas que se le podían encomendar, lo había dispuesto todo, incluida la chimenea donde ardían troncos auténticos, de inmundicia reciclada. El desapacible día que nos acogió no invitaba a salir y cenamos en casa. Fue directamente al grano, veía en mí una oportunidad que tenía que atrapar y no quería que se le escapase. Así que planificó escrupulosamente la velada para desvelar mis conocimientos.
- ¿Te gustan los sabores naturales?
- No estoy muy habituado, pero nunca es tarde para empezar a conocerlos.
- Entonces cenaremos con un grand cru Chateux de la Morgue de Burdeos, proviene de las
excelentes bodegas que poseía Alex.
- ¿Es fruto de tu herencia?
- Sí. ¿Cómo lo sabes?
- Porque me lo reveló antes de morir.
- ¿Qué te desveló?
- Que te cedería sus bodegas.
- A ti, ¿qué te legó?
- Todos sus bienes, salvo el piso de Isaac Peral que fue para Itziar.
- ¿Por qué no estuviste en la apertura del testamento?
- Estaba retenido, encarcelado en una comisaría.
- Una lástima, aparecer en aquellos momentos te hubiese ayudado a limpiar tu imagen y evitar la
funesta leyenda que te persigue, según la cual lo mataste por codicia. ¿Qué te llevó a dejarlo morir?
- Él y los acontecimientos. Su áurea me fue envolviendo y cuando quise darme cuenta era demasiado tarde. Me impliqué hasta el tuétano y no tuve vuelta atrás. En un momento de flaqueza, lo puse entre la espada y la pared, entonces me dijo que no me preocupase por mi futuro, que estaba resuelto.
Me reveló su legado a sabiendas de que mis amenazas de nada servían, lo hizo para tranquilizarme.
- Esos argumentos no son suficiente para blanquear tu nombre.
Arropados por el anaranjado color de la candela fuimos hablando, le iba contando retales de mi
experiencia y de sus pensamientos para que con ellos remendase el traje de mi honor. Siempre anduve cuidadoso de no caer en sus redes, las que ella disponía para sonsacar la intimidad de los secretos que mi paciente custodió en la ética de mi profesión. No resultaba fácil moverse por el fino sendero sobre el que caminaba, limpiar mi mancillada honestidad sin desvelar los secretos de Alex requería de finos equilibrios.
Debí pasar una noche, intranquila, muy agitada porque me costó mucho poderme levantar. Por fin, durante el cansino remolonear que necesité para despegarme de un sueño lleno de pesadillas, me vino la duda en forma de pregunta; ¿quién era yo para decidir lo que se debía de contar? La verdadera cuestión ya no tenía respuesta, nunca sabré lo que Alex hubiese contado, ahora yo seré quién decida. Nadie conocerá que él fue un traidor, saltándose la prohibición de clonarse, yo no lo diré, Estela y Doménica creo que tampoco. Tampoco diré que poseo su caja azul con la copia de sus últimos pensamientos, la que narran su muerte desde el interior, estoy seguro de que el capitán tampoco lo hará. Ahora sé que hay motivos íntimos por los que las personas renuncian a la vida eterna, no los comparto, pero los conozco y tampoco lo difundiré, defenderé el derecho individual a realizar o no el tránsito hacia la vida eterna, pero no divulgaré las razones por las que, dos padres de la inmortalidad, no lo hicieron, que cada uno se muera con las suyas, yo no los difundiré y los demás lo ignorarán.
- Va todo bien – me dijo blanca ofreciéndome una taza de café.
- Sí, estupendamente. ¿Qué hacemos hoy?
- Hablar, esquiar y hablar. Hablar y comer. Pasear y hablar. Hablar y cenar. Tomar una copa y hablar, tengo que conocer todos los inconfesables secretos que te llevaron a arruinar tu vida.
- Mi vida estaba arruinada antes de conocer a Alex, después todo cambió y ahora lo único que me importa es su memoria. No sé lo que me ha dejado, pero podré vivir por mis propios medios, utilizando mis conocimientos. Hay mundo más allá de los hospitales, más allá de Madrid.
- ¿Dónde?
- Sin ir más lejos aquí, podría abrir una consulta en Cerler y ser un respetado médico de proximidad.
- ¡Me encanta tu propuesta! ¡Vamos!, esquiemos y hablemos.
- Estoy seguro de que con mis relatos escribirás un artículo que blanqueará mi honor. Harás una
blanca editorial.
A la vuelta del fabuloso fin de semana, me dediqué a tratar de las cosas mundanas. La verdad que
no estaba nada mal, me dejó una pequeña fortuna que, bien administrada, me permitiría pasar varios centenos sin tener ninguna necesidad. Yo no soy hombre de holgazaneo, pero antes de decidir mi futuro, esperé con ansiedad el reportaje que Blanca estaba preparando. Cuando apareció hablé con ella para doblemente felicitarla, tanto por el éxito de esta como por haberme exonerado, al defender mi pulcro y recto actuar. No sé cómo lo hizo, pero mis palabras, todas confesables, las adornó con ciertas imágenes de nuestra estancia en Cerler.
Había llegado el momento de reorientar mi vida, las llamadas recibidas me confirmaban que todas las puertas se volvieron a abrir, debía elegir el camino a seguir en esta nueva oportunidad que la vida me ofrecía. En las URM se veía demasiado sufrimiento y eso me hastiaba. Una y otra vez me volvía a la cabeza aquella no tan estúpida idea que le confesé a Blanca. Así que al final la volví a llamar.
- Hace un tiempo me dijiste que si necesitaba ayuda me la darías. ¿Tu oferta sigue en pie?
- Por supuesto, siempre me tendrás a tu lado, ¿qué quieres?
- Préstame tu apartamento de Cerler hasta que abra mi clínica. Así podré seguir de cerca las obras.
- Con una condición, atención gratuita ad vita aeternam.
- Sin dudarlo, mientras yo viva seré tu médico. Blanca, ¿ampliarías tu relato?
- No, ha quedado muy lindo para que nadie lo empañe.
- Entonces te desvelaré un secreto. El adalid Valerio V murió por una idea, la forma de gobierno
que él representaba y Alex por amor, el de Natividad. Cada uno tuvo un ideal por la que renunciar a la eternidad.
- Lo sabía, yo también le prometí fidelidad.
- Bueno, mañana, antes de irme, pasaré a recoger los códigos de acceso.
- No hace falta, no estaré en Madrid. Identifícate, programaré al H50-hábitat para que te deje entrar. En su bungaló comencé a preparar una nueva etapa de mi vida, una vida mirando más el disfrute de
la existencia, que la existencia del disfrute. No debía precipitarme pretendiendo llenar velozmente mi inocuo pasado. Paso a paso, vivencia a vivencia se irá colmando mi ser. Para ello debía comenzar pagando mis deudas y hacer lo que dije que haría. A eso me dediqué las primeras semanas, a zanjar con mi pasado. Durante ese tiempo estuve montando la consulta que tanto había deseado. Cuando al fin terminé con mi primer sueño, abrí mi consulta en Cerler. Me sorprendió el gran revuelo que levantó entre los lugareños, que comenzaban a venerarme, más por mi procedencia que por mis acciones. Coqueta, pequeña, pero bien equipada, mi clínica sería mi tarjeta de presentación para mi nueva vida médico de proximidad. Ahora quería vivir tranquilo y aspiraba a convertirme en un provinciano más.
Sentado, sólo en mi casa, después de cenar, descorché un brandy añejo para brindar por mi éxito, me encontraba satisfecho, lleno y tremendamente feliz. De pronto me vino Alex a la cabeza, tenía que honrarle. De él aprendí que la inmortalidad es un segundo intensamente vivido y para devolverle su legado quería regalarle la vida eterna. Me dije que pensaría cómo hacerlo y no cejaría hasta conseguirlo.
Una tarde, después de la consulta, fui al desván, cogí la caja azul que contenía sus últimos sueños y me dirigí a la cocina, por fin había encontrado la forma de inmortalizarlo. Alex, que no quiso continuar viviendo vacío, sin amor, viviría eternamente en nuestros recuerdos por ser un hito, por ser el primero que renunció al elixir de la vida cuando ésta no tiene nada que ofrecer.
Decidí contar sus memorias para que todos conociesen la verdad, narraría su historia, aquella que se volcó en el ordenador central del Hospital Cinco de Enero y que se sobrepondría a la divulgada en los
medios oficiales. Me senté en la mesa de mi cocina, conecté el ordenador y sonreí, no sé si Alex estaría de acuerdo en que contase este relato, pero iba a escribirlo. Además, añadiría algunas pinceladas de hiel, de la amargura que produce el rencor de la venganza, de aquella que yo tenía sobre las personas que quisieron arruinar mi vida por haber defendido la libertad de un hombre. No lo quería evitar, concluí que esparciría por su historia un poco de mi rencor, así, escupiéndolo de mi cuerpo, yo también alcanzaría la paz interior que tanto anhelaba. Inspiré una profunda bocanada de aire que de un sólo golpe solté y comencé a escribir la novela que cambiaría mi vida:
"Llamé a la puerta y respiré profundamente antes de entrar en el despacho del director del Hospital Universitario Memorial Cinco de Enero. No traía buenas noticias del estado de salud de su paciente VIP, en aquellos momentos aún no lo consideraba mío...".