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Chapter 39 - COLETAZOS DE VILEZA -1-

Pasaban los días y mis problemas se iban acumulando. Al despido por no acatar las órdenes del director del hospital, se le sumó la demanda, presentada por el CeCAR, por negligencia profesional con consecuencia de muerte de uno de sus miembros y a ésta la orden de ingreso en prisión por intento de conspiración.

Era mi séptimo día en una celda, sin saber en donde estaba. Me hallaba entre rejas, incomunicado e ignorante, ni siquiera me interrogaron, me mostraron la orden judicial de encarcelamiento y de mi casa a los calabozos de una recóndita comisaría. Nadie me echaba en falta y ninguno de los carceleros contestaba a mis repetidas preguntas. Comida, necesidades personales y silencio. Me encontraba en una celda aislada sin ninguna persona con la que compartir una mísera conversación. La ley me amparaba, no podían retenerme así, tenía derecho a un abogado que me defendiese, pero era un olvidado de este mundo, estaba atrapado en su borde marginal.

El metálico ruido de la puerta me sobrecogió, de un salto me incorporé confiando que este tormento terminase. Una voz conocida tranquilizó a mi pétreo carcelero. Alex lo designó para salvarme y aquí llegaba, debía confiar en él.

La visita del capitán aportó la esperanza que el cautiverio había apagado. Me contó la trama conspirativa que estaban intentando desmantelar. Alguien había infectado el cuerpo de Alex con micro- sayones necrófilos que primero corrompieron el interior de los órganos y después contaminarían a los dirigentes que rindiesen honores a su féretro en el funeral y así acabarían con el gobierno actual. La profesional visita de Itziar, para despedirse de su amigo, levantó el complot. Al asegurarse de que todos los microsayones que cauterizaron su cerebro se habían destruido detectó que existía otra variante destinada a infectar a los actuales gobernantes del mundo. El emperador Valerio V, no destruyó completamente la intentona golpista, la trama de los clonócratas seguía urdida y ahora pretendían descabezar al mundo, para luego destapar a sus cabecillas. Los oligarcas clonados querían primero aniquilar a los líderes y luego inculparían a la emperatriz de haberlos asesinado para alcanzar el poder absoluto y destruir la República Imperial. A mí, querían acusarme de haber ejecutado su orden, infectando a Alex. Tenía que ser paciente y esperar a que se desvelase la trama. Vino para asegurarse de que estaba bien, me dijo que permaneciese allí, tranquilo, hasta que todo terminase. Fuera de circulación, el calabozo de esta recóndita comisaría sería mi refugio. ¿Acaso me quedaba otra opción?

Pasé quince interminables días entre cuatro paredes blancas, separadas por nueve pies de ancho y catorce de largo, con un camastro y un mugriento retrete. Los recorrí infinitas veces, hasta en sueños los anduve. La perpetua luz siempre presente y el espacio claustrofóbico en el que estaba confinado, hacían que, mi única referencia cronológica, fuesen los alimentos que me sustentaban. No es lo mismo la soledad decidida, que la impuesta contra tu voluntad, que te atormenta y oprime hasta llevarte al borde de la locura. Mi supervivencia dependía de la cordura de los pensamientos, así que los focalicé en lo que haría al salir. Los clics de la trampilla de alimentación sonaban salvadores en mi interior, porque uno de ellos anunciaría el retorno del capitán y cuando asomaba la comida, el pellizco que producía en mi estómago se desvanecía y se tornaba en desesperación por la ausencia de mi redentor.

Derrotado el complot, el capitán Pedrosa vino a recogerme y me acompañó hasta mi domicilio. Por el camino me contó que, una vez descubiertos, los clones de los oligarcas fueron ejecutados. Arturo fue destituido por haber permitido que se manipulasen los sueros que produjeron el shock por hipoglucemia de Alex, que además contenía el bioprograma infeccioso de las células necrófilas. Yo era una de las personas que lo podía certificar y por eso cuando me localizó optó por dejarme encarcelado, para evitar que me matasen. Ahora ya podía recuperar la ansiada libertad.

Me encontré la casa desordenada, revuelta, por allí habían pasado en busca de no sé qué y nada hallaron porque nada tenía. Antes de irse el capitán me entregó una bolsa con la caja azul que contenía la grabación mental de Alex.

- Estaban al corriente de que recogiste el registro de sus pensamientos de la sala de ordenadores y la buscaban.

- Pero si al sacarla firmé el protocolo para que se incinerase post-mortem. ¿Por qué no la introdujiste en su ataúd para que desapareciese con él?

- Sospechaba que intentarían sustraerla y la cambié por una vacía.

- ¿Qué buscaban?, sólo contenía los recuerdos aleatorios de una persona moribunda.

- Buscaban los recónditos secretos del adalid. Él fue el único que había tenido en sus manos la última copia mental de Valerio V, escudriñaban para ver si conocía los recuerdos inconfesables del emperador.

- ¿Por qué no la destruiste?

- Me pidió que te la entregase, tu sabrías que hacer con ella. Mírala, utiliza lo que te interese y después la desintegras. Ten cuidado, muchos matarían por ella.

Durante unos días ordené la casa y hastiado no quise ver la copia, la guardé en el fondo de un armario, necesitaba descansar, airearme, olvidarme de todo lo que me había sucedido, alejarme de mi pasado.

Me consideraba una víctima colateral de la trama conspiradora, por lo que no dudé en volver al hospital para pedir mi reintegro. Ingenuo, pensaba que no habría ningún problema y que aclarados el malentendido retomaría mis funciones. No fue así, la nueva dirección no quería que se mezclase mi reputación con la del hospital, no todos los días se tenía el deshonor de matar al presidente del CeCAR. Debía reorientar mi vida, así que busqué trabajo en otros hospitales de Madrid y tuve idéntica respuesta, tenía las puertas cerradas. Decidí usar mis influencias, hablé con los colegas más cercanos para que me echasen una mano y la respuesta fue mimética "veremos lo que podemos hacer, pero el tema es difícil, todas las plazas ya están cubiertas, te tendremos en cuenta cuando haya una vacante". A fuerza de tanto preguntar siempre te encuentras con alguien que se abre un poco más y te devuelve a la realidad que no quieres ver. "Después de la metedura de pata que hiciste con Alex, nadie quiere contar contigo, desprestigiarías a la institución en la que trabajases".

Volví a casa y me encerré sólo ante mi soledad. Atiborrándome de elixires, aplazaba enfrentarme con la realidad, deslizándome sobre la grupa del pesimismo, me desplomaba por el pozo de la depresión, en una caída sin fin donde no hay suelo en el que estrellarse. Detenerla únicamente depende de ti, de tu voluntad, de que quieras terminar la vorágine del descenso. No distinguía entre sueño y realidad, entre vivencia e imaginación, entre decisión y acción. Además, me hallaba herido en mi amor propio, ya que nadie me echó en falta y mientras yo me autodestruía, ninguna persona vino en mi auxilio. De haber llegado alguien, cruelmente lo hubiese rechazado. En un momento de lucidez, en el que tomé conciencia de lo que era, del abismo que separaba mi ser de mi estar, di por terminado el tormento. Limpié la pocilga de mi apartamento, me duché, tomé unos reconstituyentes y comencé por donde lo había dejado. Cogí la caja azul que tenía en el fondo del armario y empecé a ojear aleatoriamente los sueños de Alex, eso daría tiempo a que mis neuronas se desperezasen mientras decidía el camino a seguir. Me detuve en una de las últimas conversaciones que mantuvimos:

- "Dame una poderosa razón para convencerme de que debo sacrificar mi futuro a cambio de tu muerte....

- ...., por tu integridad, porque has dado tu palabra,.... para no vivir con remordimientos.

- Pero eso no me dará de comer ni me evitará la cárcel....

- .... Ya lo sé y lo he resuelto.... Recibirás todos mis bienes, salvo el apartamento de Isaac

Peral que es para mi querida Itziar y el contenido de toda mi bodega que es para Blanca. - Pero ¿y mi prestigio?, ¿y los años que pasaré en prisión?

- Tu prestigio dependerá de cómo cuentes la historia o de la forma que otros la cuenten

por ti. De la cárcel no te preocupes...."

Me quedé pensativo, no sabía qué hacer. Había que comenzar a ocuparse y decidirse por lo material o por lo espiritual, por mi sustento o por mi prestigio. Comencé a caminar.