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Chapter 9 - Capitulo VIII. Los rumores del Ejército Ruso

En el frente oriental, donde la tensión y la incertidumbre eran tan comunes como el estruendo de los cañones, los soldados al mando de Stephan Nowak escuchaban rumores que se extendían como el humo de las explosiones. En campañas, entre susurros y murmullos, se tejían historias tan increíbles como la propia guerra que libraban.

En una noche fría y estrellada, mientras el sonido lejano de los disparos resonaba en el horizonte, un grupo de soldados se reunió alrededor de una fogata improvisada. Entre ellos se encontraba el sargento Nowak, un hombre de presencia imponente cuya mirada reflejaba la dureza de la batalla.

"¿Han oído los rumores, camaradas?", preguntó uno de los soldados, con la mirada perdida en las llamas danzantes.

"¿Qué rumores?", inquirió otro, levantando una ceja con curiosidad.

"Dicen que el Zar ruso ha descubierto algo en una mina de carbón", comenzó el primero, su voz cargada de emoción. "Algo relacionado con secretos antiguos, como la vida eterna y fuentes de energía ilimitadas".

Nowak frunció el ceño, escéptico, mientras sus ojos verdes aceitunados escrutaban al soldado que había hablado, como si intentara discernir la veracidad de sus palabras. "¿Vida eterna? ¿Fuentes de energía ilimitadas? ¿En una mina de carbón?", repitió, cada palabra cargada de escepticismo. "Eso suena como una historia sacada de un cuento para niños", concluyó, su voz resonando con la autoridad de un hombre que había visto demasiadas batallas para creer en cuentos de hadas.

"Pero es lo que se rumorea, sargento", intervino otro soldado con un tono convencido. "He escuchado a varios hablar de ello. Dicen que el Zar encontró una tumba con una persona conservada en una especie de gelatina brillante, y aseguran que esto le daría a cualquiera conocimientos ancestrales que podrían cambiar el curso de la guerra", añadió, con gesto enigmático.

Nowak reflexionó por un momento, contemplando la posibilidad de que hubiera algo de verdad en aquellos relatos fantásticos. Sin embargo, la historia le hizo recordar una vieja leyenda de su pueblo, lo que alguna vez llamaron "La leyenda de la princesa", un lugar misterioso que había sido mencionado en los relatos de su infancia. Los ancianos solían contar historias sobre la bóveda y sus secretos ocultos, despertando la curiosidad de los más jóvenes en la comunidad.

Así que Stephan inició el relato de lo que recordaba que le habían contado de la leyenda, aunque siempre había pensado que era solo una historia para asustar a los niños.

La leyenda cuenta que en los oscuros rincones de una caverna oculta en las profundidades de Łódź, se encuentra una bóveda misteriosa que ocultaba un secreto y perturbador. Según la leyenda, una de las más antiguas familias de Łódź tenía una hija sumamente hermosa que murió después de dar a luz a su primer hijo. En ese momento, llegaron personas de todas partes del mundo a despedirla e hicieron un ataúd tallado con símbolos antiguos y misteriosos.

Dentro del sarcófago se decía que el cuerpo parecía mantenerse con vida y que emanaba un brillo tenue y siniestro. Su piel pálida y sus rasgos delicados parecían congelados en el tiempo, como si estuviera en un largo sueño. Los lugareños susurraban que su belleza era tan impactante que algunos que la contemplaban quedaban hipnotizados por su presencia, como si estuvieran bajo un hechizo ancestral y misterioso.

La leyenda cuenta que aquellos habitantes que se atrevieron a mirar directamente a los ojos de la figura conservada en el sarcófago fueron consumidos por una sensación de terror indescriptible, como si estuvieran siendo observados por algo más allá de la comprensión humana. Ahora dicen que la mujer era una bruja ancestral, cuyos poderes oscuros y siniestros aún persistían en el aire, infundiendo la caverna con una atmósfera de malevolencia y peligro.

Con el paso de los años, la leyenda de la mujer en el sarcófago se convirtió en un cuento popular entre los habitantes de Łódź, alimentando rumores y supersticiones sobre el lugar. La narración se ha enriquecido con el tiempo, incluyendo versiones que sugieren que la misteriosa mujer falleció hace muchos años y que su velatorio se llevó a cabo en lo que actualmente es la biblioteca de Łódź. Los relatos han cobrado vida propia, tejiendo una red de misterio y fascinación en torno a la figura enigmática que yace en el sarcófago.

Sin embargo, la verdad detrás de la leyenda sigue siendo un misterio, perdida en las brumas del tiempo y la imaginación de aquellos que han oído hablar de la figura en el sarcófago. Algunos creen que la bóveda y la mujer conservada son simplemente invenciones de la fantasía, mientras que otros sostienen que hay una verdad más oscura y perturbadora enterrada en lo que era la antigua Łódź.

"Más que la vida eterna, me preocupa lo que pueda significar para nosotros si el enemigo tiene acceso a tecnología o conocimientos superiores", comentó Nowak con seriedad. "Debemos permanecer vigilantes y no dejarnos llevar por rumores sin fundamento".

"Es absurdo", replicó el segundo soldado, sacudiendo la cabeza con incredulidad. "Esas historias son basura, ¿Cómo podría tener algo que ver con la guerra?"

"Puede ser solo una leyenda para algunos, pero la búsqueda de antiguas fuerzas, energías y poderes ocultos son importantes en tiempos de guerra, incluso las leyendas pueden ser peligrosas si son explotadas con astucia por el enemigo", mencionó Nowak, su voz resonando con una gravedad que no admitía argumentos frívolos. "Si el Zar ruso realmente ha encontrado algo en esa mina de carbón, sea lo que sea, debemos asumir que están dispuestos a utilizarlo. No podemos permitirnos subestimar el poder del enemigo, por más fantasioso que suene".

Nowak reflexionó un momento antes de continuar, recordando una antigua leyenda épica sobre los guerreros de las montañas que lucharon contra gigantes de la oscuridad en tiempos remotos.

Los soldados asintieron en silencio, reflexionando sobre las palabras de su sargento. Aunque muchos compartían la incredulidad ante los rumores, también comprendían la importancia de mantenerse alerta y preparados para cualquier eventualidad en el campo de batalla.

En el silencio que siguió, el frío aire de la noche parecía haberse vuelto más denso y pesado. Los soldados se acercaron un poco más a la fogata, como si buscaran calor y seguridad en las llamas danzantes. Entonces, uno de los soldados más jóvenes, con una mirada nerviosa en sus ojos, rompió el silencio.

"Y eso no es todo, sargento", dijo, su voz temblorosa. "También se rumorea que... que los alemanes han encontrado la forma de revivir a los muertos. Se dice que están reclutando soldados muertos para que luchen en sus filas".

Un murmullo de incredulidad y miedo recorrió el grupo. Algunos soldados se santiguaron, mientras que otros miraban a su alrededor, como si temieran que las sombras cobraran vida. Nowak, sin embargo, mantuvo su mirada firme y su rostro impasible.

"Esos son cuentos de viejas, soldado", dijo, su voz cargada de autoridad. "No hay nada en este mundo o en el otro que pueda hacer que un hombre muerto vuelva a luchar. Lo que sí hay son hombres vivos que están dispuestos a hacer cualquier cosa para ganar una guerra, incluyendo usar nuestros miedos en nuestra contra".

Pero el soldado joven no parecía convencido. "He oído a otros decir que han visto fantasmas en el campo de batalla, sargento", insistió. "Dicen que son los espíritus de los soldados caídos, que han vuelto para luchar junto a los brujos del imperio alemán".

Nowak suspiró, mirando al joven soldado con una mezcla de compasión y severidad. "En la guerra, soldado, se ven muchas cosas que no tienen explicación", dijo. "Pero eso no significa que sean sobrenaturales. La mente humana puede jugar trucos extraños cuando está bajo estrés. Y en el campo de batalla, el estrés es constante".

El sargento se levantó, estirando sus piernas adoloridas. "Lo que debemos hacer", continuó, "es concentrarnos en nuestra misión y no dejarnos distraer por rumores y supersticiones. Si los alemanes tienen alguna ventaja sobre nosotros, no será porque tienen soldados muertos en sus filas, sino porque estamos demasiado asustados para luchar".

Nowak miró a cada uno de sus hombres a los ojos, su mirada reflejando la determinación y el valor que había llevado a su familia a través de generaciones de servicio militar. "No somos hombres que se dejen llevar por el miedo", dijo, su voz resonando en la noche fría. "Somos soldados. Y como soldados, lucharemos y venceremos, sin importar lo que el enemigo nos arroje".

Los soldados asintieron, inspirados por las palabras de su sargento. La fogata ardió un poco más fuerte, como si también hubiera sido tocada por la determinación de Nowak. Y en las sombras de la noche, los rumores de soldados muertos y secretos antiguos parecieron disiparse, al menos por un momento.

Con esa advertencia en mente, los soldados regresaron a sus puestos, conscientes de que en tiempos de guerra, la verdad a menudo era más extraña que la ficción. Aunque muchos de ellos seguirían siendo escépticos respecto a los rumores del Zar ruso y su supuesto descubrimiento en la mina de carbón. En el frente oriental, donde la realidad y la fantasía se entrelazan en un tejido de incertidumbre, la única certeza era que la guerra aún tenía muchas sorpresas reservadas para aquellos que la combatían.

Stephan Nowak regresa a su análisis de batalla, con la mente concentrada en estrategias y movimientos tácticos. Sin embargo, en lo más profundo de su pensamiento, la información sobre la Batalla de Lodz sigue resonando como un eco persistente.

La luz de la luna iluminaba el mapa desplegado frente a Stephan Nowak, sus ojos verdes se estrechaban al leer el informe una vez más. A pesar de su esfuerzo, las palabras parecían enredarse entre sí, formando un laberinto de incertidumbre y confusión.

"¿Sin municiones?", murmuró para sí mismo, el ceño fruncido en un gesto de incredulidad. No podía comprender cómo los rusos, famosos por su resistencia y tenacidad, podrían haberse quedado sin suministros en medio de una batalla crucial.

El rumor había comenzado a circular entre sus hombres como un viento inquietante, llevando consigo una mezcla de alivio y sospecha. La noticia de que los rusos habían decidido retirarse hacia Varsovia había causado un revuelo entre las filas alemanas, despertando una serie de especulaciones y teorías.

Stephan se pasó una mano cansada por el rostro, sintiendo el peso del conflicto en cada línea de su expresión. La guerra era un juego de ajedrez en el que cada movimiento tenía consecuencias impredecibles. La decisión rusa de retirarse podría ser una estrategia, un intento de ganar tiempo o simplemente la realidad del agotamiento.

"¿Podría ser esto la Batalla Inconclusa?", se preguntó en voz baja. La frase resonaba en su mente como un grito lejano, cargado de presagios y advertencias. Era como si estuviera ante un libro cuyas páginas aún estaban por escribirse, llenas de posibilidades y giros inesperados.

A pesar de su desconcierto, Stephan sabía que no podía permitirse el lujo de dudar. La guerra era un terreno cambiante y debía adaptarse a sus fluctuaciones. Si los rusos se habían quedado sin municiones, entonces era un momento de debilidad y podía afectar hasta su propio ejercito.

Pero también era consciente de que la prudencia era una aliada valiosa en tiempos de incertidumbre. No podía lanzarse a ciegas hacia el enemigo sin tener una visión clara de la situación. Necesitaba más información, más detalles que pudieran arrojar luz sobre el enigma que tenía entre manos.

Por lo tanto, decidió enviar a un pequeño grupo de exploradores para verificar la veracidad de los rumores. Si los el ejercito ruso realmente se estaban retirando, necesitaba saberlo con certeza. No podía basar sus estrategias en simples habladurías y conjeturas.

Mientras daba las órdenes a sus hombres, Stephan no pudo evitar sentir una punzada de ansiedad. Sabía que cada decisión que tomaba podía cambiar el curso de la guerra, para bien o para mal. Sin embargo, también sabía que no tenía otra opción. En el tablero del conflicto, era su deber mover las piezas y enfrentar las consecuencias.

En la profunda oscuridad de una noche gélida y silente, Stephan Nowak se hallaba en la víspera de una Navidad que distaba mucho de la calidez familiar y la celebración tranquila a las que estaba acostumbrado. Rodeado por el estrépito sordo de una guerra incomprensible y bajo el manto ominoso de una Batalla que parecía no tener fin, el sargento se preparaba para enfrentar un día que, en circunstancias normales, estaría lleno de risas, regalos y amor.