El Dr. Von Braun, con su presencia imponente y magnetismo intrínseco, dirigía su mirada fija y penetrante hacia Alexander. El joven, inteligente y valiente pero en circunstancias desfavorables, se encontraba atado a una silla, prisionero en una habitación que destilaba oscuridad y un aura sombría. El doctor, cargado de una intensidad que parecía trascender lo terrenal, sostenía entre sus manos un antiguo pergamino, cuyos nombres y símbolos despertaban en él una ansiedad voraz por descifrar su verdadero significado.
Alexander abrió los ojos con dificultad, desorientado y confundido. La habitación en la que se encontraba era un contraste marcado con la oscuridad y el caos que había experimentado hasta ahora. La luz tenue de las velas iluminaba suavemente el espacio, revelando una elegancia refinada y un gusto exquisito en la decoración.
La habitación era amplia y acogedora, con suelos de madera oscura y brillante que reflejaban la luz de las velas. Los muros estaban cubiertos con un papel tapiz de seda en tonos suaves de oro y crema, adornados con cuadros de paisajes y retratos de mujeres hermosas. Un gran ventanal enfrentaba a Alexander, permitiendo que la tenue luz de la luna se filtrara y bañara la habitación en una suave luminosidad plateada.
El aroma a flores frescas y incienso llenaba el ambiente, creando una atmósfera tranquila y serena. La cama de la habitación era grande y cómoda, con sábanas de seda y una gran cantidad de almohadas que la hacían lucir invitante. Unos pesados cortinajes de terciopelo rojo adornaban la ventana, añadiendo un toque de lujo y sofisticación a la habitación.
Una gran cómoda de caoba con espejo dominaba una pared, reflejando la luz de las velas y añadiendo una sensación de profundidad a la habitación. Los cajones estaban cuidadosamente ordenados, con joyas y accesorios dispuestos de manera simétrica sobre la superficie. Un tocador con un espejo de cuerpo entero se encontraba junto a la cómoda, adornado con frascos de perfume, brochas y otros artículos de tocador.
Alexander notó que, a pesar de la elegancia y el orden de la habitación, había ciertos detalles que parecían fuera de lugar. Un cuchillo de hoja larga y afilada yacía sobre la mesita de noche, y un par de guantes de cuero negro estaban arrojados descuidadamente sobre la cama. Estos elementos discordantes le hicieron darse cuenta de que, aunque la habitación parecía acogedora y segura, el peligro acechaba en algún lugar cercano.
Mientras Alexander luchaba por procesar su situación y encontrar una forma de liberarse.
El Dr. Von Braun miró fijamente a Alexander, con el pergamino en una mano y un lápiz en la otra. Con voz suave pero firme, comenzó a recitar nombres de la lista, uno tras otro.
"¿Conoces a alguien llamado Stefan Kowalski?" preguntó el doctor, escudriñando la reacción de Alexander.
Alexander frunció el ceño, tratando de recordar si había oído ese nombre antes. Sacudió la cabeza lentamente, indicando que no le sonaba familiar.
El Dr. Von Braun continuó, nombrando más nombres de la lista mientras observaba atentamente la respuesta de Alexander. "¿Y qué me dices de Agnieszka Chapelle? ¿O de Marek Kowalczyk?"
Alexander se esforzó al máximo por mantener su expresión imperturbable mientras procesaba los nombres que el Dr. Von Braun mencionaba con solemnidad. No obstante, una incomodidad creciente, como un susurro en lo más profundo de su ser, empezó a difuminar su aparente calma. A medida que la lista se desarrollaba, un diseño se revelaba poco a poco, una relación que le resultaba extrañamente conocida: sin embargo, entre el miedo y la ansiedad, no pudo articular nada.
Un escalofrío repentino le recorrió la espalda, como una descarga eléctrica, cuando la comprensión se apoderó de él. La espantosa verdad se reveló ante sus ojos: todos y cada uno de los nombres que el Dr. Von Braun estaba pronunciando pertenecían a personas que habían sido enterradas en el antiguo cementerio de Łódź hace más de un siglo. Aquellos nombres, aquellos ecos del pasado, eran una sombría letanía de almas que ya habían cruzado el umbral de la eternidad.
"¿Qué significa esto?" preguntó Alexander con voz temblorosa, su mente girando con incredulidad y terror.
El Dr. Von Braun, captando la sorpresa de Alexander, sonrió satisfecho. "Parece que has descubierto algo interesante, ¿no es así?" dijo con frialdad. "Parece que estos nombres no son tan desconocidos como pensabas."
El corazón de Alexander palpitaba con intensidad y un sudor frío le recorría la frente mientras intentaba encontrar las palabras justas. "Sinceramente, no tengo ni idea de qué representan estos nombres", respondió con la voz temblorosa, reflejando el torbellino de emociones que lo agitaba interiormente. "Debo admitir que le robé esta lista a Kamil, el gitano. Solo fue una broma y le arrebaté este papel antiguo".
El Dr. Von Braun escrutó a Alexander con una mirada penetrante, su expresión impasible como una máscara que ocultaba cualquier indicio de emoción. "Kamil... interesante", murmuró para sí mismo, con un brillo especulativo en sus ojos oscuros. "Parece que nuestro amigo gitano sabe mas de esto de lo que imaginaba".
Alexander sintió el peso del silencio llenar la habitación, oscuro y opresivo como un velo que envolvía la verdad en sombras impenetrables. Observó al Dr. Von Braun mientras este parecía meditar las palabras del joven, su mente maquinando planes y estrategias en la penumbra de sus pensamientos.
El Dr. Von Braun dirigió su atención hacia Alexander, sus ojos brillaban con una determinación fría y calculadora. "Tenemos un enigma que resolver, joven Alexander", afirmó con una leve sonrisa. Alexander se quedó sorprendido de que el Dr. Von Braun supiera su nombre.
La tensión en la habitación era palpable, un eco siniestro de las revelaciones que aguardaban en las sombras del desconocido. Alexander podía sentir el aire pesado y cargado en sus pulmones, como si cada respiración fuera una lucha por encontrar un poco de claridad en medio del caos que se estaba gestando. Los ojos del joven se posaron en el rostro del Dr. Von Braun, aquella figura imponente que se erguía con una determinación fría y calculadora. El silencio se hizo más profundo, y Alexander pudo percibir el leve temblor de sus manos mientras se preparaba para enfrentar los secretos que el Gitano había desenterrado.
El Dr. Von Braun permaneció impasible, su mirada fija en Alexander con una intensidad desconcertante. Sus pensamientos parecían estar en otro lugar, maquinando estrategias y piezas de un rompecabezas que solo él podía ver. Las palabras del anciano gitano resonaban en su mente, una melodía enigmática que desafiaba su comprensión. La habitación misma parecía estar aguardando, con sus paredes cubiertas de sombras y sus rincones ocultos guardando silenciosamente los secretos que podían cambiar el curso de sus vidas.
La resolución en la mirada del Dr. Von Braun se acentuó y Alexander pudo percibir el destello de tenacidad en sus ojos. "Joven Alexander", pronunció con una voz segura y dominante, liberándolo de la silla y ocupándola él mismo. Era un hombre de estatura elevada e imponente.
El Dr. Von Braun, con una determinación implacable reflejada en sus ojos oscuros, se levantó de su asiento y se dirigió hacia Helga con paso firme. Con un gesto imperioso, llamó a la mujer hacia él.
"Helga, necesito que reúnas a los soldados que trajeron a Alexander", ordenó el doctor con voz grave. "Es hora de buscar a Kamil y obtener las respuestas que tanto necesitamos".
Helga asintió en silencio, reconociendo la urgencia en la voz del Dr. Von Braun. Con una mirada decidida, se giró hacia la puerta y salió de la habitación en busca de los soldados.
Mientras tanto, en la penumbra de la habitación, el Dr. Von Braun se sumió en sus pensamientos, maquinando estrategias y tejiendo hilos de misterio y peligro que se entretejían en la trama oscura que rodeaba a Kamil y los secretos ancestrales que este guardaba.
El silencio se cernía sobre la estancia, roto solo por el eco de los pasos apresurados de Helga en su misión urgente. El doctor se mantuvo inmerso en sus cavilaciones, consciente de que el tiempo era un enemigo implacable que exigía respuestas inmediatas.
En las sombras de la habitación, el Dr. Von Braun aguardaba con una paciencia helada, su mente aguda y calculadora anticipando los giros impredecibles que aguardaban en el oscuro laberinto de secretos y traiciones que envolvían a Kamil y a los oscuros designios que se desplegaban en las sombras de Łódź.
En medio de la cocina, donde se preparaban los alimentos para el día, una mujer del servicio notó la inusual actividad en la casa. Frunciendo el ceño con preocupación, se detuvo en seco al escuchar las voces que provenían de la habitación que en algún momento fue de una de las hijas Kowalski. Se acercó a la habitación y escuchó la voz de Alexander.
El corazón de Marta, la mujer del servicio, se aceleró al ver al joven amarrado a la silla y al Dr. Von Braun exigiéndole información. Con el corazón a mil por hora, se alejó con cuidado de allí para que nadie notara su presencia, con la mente llena de incertidumbre y temor por lo que estaba ocurriendo en la mansión.
Marta, con manos titubeantes se precipitó hacia la salida trasera de la vivienda. La inquietante sensación de alarma que la invadió era imposible de pasar por alto, un presentimiento que le indicaba que algo estaba terriblemente mal y aunque pensaba que su vista la había traicionado decidió abandonar la residencia.
Fuera de la residencia, la mujer se detuvo brevemente para recobrar el aliento, mientras su mente se agitaba con pensamientos inquietos. Sabía que no podía permanecer inactiva mientras ocurría algo tan extraño. Con cautela y simulando que su jornada laboral había concluido, se apresuró por el sendero en busca de Tomasz. Estaba convencida de que Alexander era el joven que se encontraba en la habitación con el Dr. Von Braun. La fresca brisa de la tarde jugueteaba con los mechones sueltos de su cabello, al tiempo que sus pasos resonaban en la calle vacía.
Cuando Marta llegó a la estación de policía, con el corazón golpeándole el pecho con fuerza entro en busca de Mateusz, un antiguo conocido de ella. A medida que se acercaba al edificio, el miedo y la incertidumbre se mezclaban en su mente, creando una tormenta de emociones que amenazaba con desbordarse. Sin perder un segundo, se apresuró hacia el escritorio del oficial de guardia. Con voz temblorosa pero urgente, le explicó lo que había presenciado en la casa del Dr. Von Braun, cada palabra cargada de la gravedad de la situación.
El oficial de guardia, un hombre de aspecto serio pero comprensivo, escuchó atentamente el relato de Marta. Cuando mencionó el nombre de Alexander, la expresión en el rostro del oficial cambió de inmediato. Sabía que Tomasz había estado investigando casos delicados últimamente, y la idea de que pudiera estar en peligro su hermano lo llenó de preocupación.
Sin perder tiempo, el oficial de guardia se puso en acción, alertando a sus colegas y coordinando una respuesta rápida.
Mientras tanto, en la casa del Dr. Von Braun, el interrogatorio continuaba con ferocidad, ajeno al huracán de actividad que se desataba fuera de sus puertas.
Tras las indicaciones del Dr. Von Braun, Helga se encaminó al sitio en el que hallaría a Kamil, quien al parecer tenía una inclinación por visitar los cementerios.
Al llegar al , Helga se sintió abrumada por la solemnidad del lugar. Las lápidas se alzaban silenciosas en el horizonte, testigos silenciosos de las vidas que yacían bajo tierra. Con manos temblorosas, comenzó a buscar entre las filas de tumbas, buscando desesperadamente los nombres que tanto la habían inquietado.
Mientras buscaba a Kamil sin éxito, logro identificar las tumbas de Stefan Kowalski, Agnieszka Chapelle y Marek Kowalczyk. Las fechas grabadas en las lápidas confirmaron lo que pensaba: estas personas habían muerto hace más de un uno o dos siglos.
A lo lejos, Helga divisó a uno de los guardias de Richter que se acercaba rápidamente hacia ella. Con paso firme y determinado, el oficial se detuvo frente a Helga, su mirada seria y penetrante.
"Señorita Helga, hemos avistado a Kamil en las cercanías. Nos encargaremos de escoltarla hasta su encuentro con él", informó el oficial con un tono de autoridad, o desea que lo traigamos a su presencia a la fuerza.
Helga observó al oficial con una mezcla de sorpresa y cautela. Ante la pregunta del oficial sobre si lo escoltaban con respeto o a la fuerza, Helga mantuvo la compostura, ocultando sus verdaderas intenciones detrás de una máscara de calma y serenidad.
"Les indicaré en su momento cómo proceder", respondió Helga con voz firme, dejando entrever una pizca de misterio en sus palabras. Aunque por dentro, su mente nunca imagino que tuvieran que usar la fuera con alguien de tan avanzada edad.
Con gesto adusto, el hombre asintió en señal de aceptación, consciente de que debían proceder con cautela ante la situación delicada que envolvía a Kamil y a los oscuros secretos que parecían rodearlo.
La escolta se puso en marcha, avanzando por las calles de Łódź en dirección al lugar donde se había avistado a Kamil. Helga caminaba con paso decidido, su mente trabajando a toda velocidad para anticipar los posibles escenarios que podrían desarrollarse en el encuentro con el anciano gitano.
La tensión en el aire era palpable, un eco sutil de peligro latente que acechaba en las sombras de la ciudad. Con cada paso que daban, el suspenso crecía, envolviendo a Helga en un halo de incertidumbre y desconfianza.
La reunión entre Helga y Kamil se acercaba inexorablemente, marcada por un aura de misterio y peligro que prometía desvelar verdades ocultas y destinos entrelazados en una red de intrigas ancestrales.