Mientras las llamas de la guerra consumían el cielo, Azariel se enfrentaba a su mayor desafío. No era un enemigo celestial ni una barrera divina, sino la duda que anidaba en su corazón. ¿Era su causa justa? ¿Valía la pena la destrucción que había traído?
En medio del caos, una figura se abrió paso entre los combatientes. Era Lysiel, un serafín de luz inmaculada, cuya belleza y gracia eran tan abrumadoras como su poder. "Azariel," llamó con una voz que resonaba con la armonía de las esferas celestiales, "¿es este el fin que buscabas?"
Azariel, con su armadura manchada y su espada en mano, miró a Lysiel con ojos que habían visto demasiado. "No busco el fin," respondió, "busco el principio. Un comienzo donde todos somos libres de elegir nuestro camino."
Lysiel extendió su mano, ofreciendo una oportunidad para la redención. "La libertad que buscas ya está dentro de ti, Azariel. No necesitas derrocar a los cielos para encontrarla."
Fue entonces cuando Azariel comprendió que su verdadera batalla no era contra los cielos, sino contra las cadenas de su propio orgullo y enojo. Con un suspiro que parecía llevarse siglos de lucha, dejó caer su espada y aceptó la mano de Lysiel.
La guerra terminó no con un estruendo, sino con un acto de compasión. Azariel y Lysiel se convirtieron en heraldos de una nueva era, una donde la luz y la oscuridad coexistían en equilibrio, y donde cada alma tenía la libertad de elegir su destino.
°Y así, la leyenda de Azariel se transformó de una de venganza a una de esperanza, recordando a todos que incluso en la caída más profunda, hay una oportunidad para la redención y el renacimiento°.