—Exacto, serás mi secretaria.— Me ponía nerviosa que no me quitara la mirada de encima. Ya lo había recordado, es el mismo hombre que vi en el bar, también lo vi en el hospital. Que tipo de broma era esta, o que tipo de persona es él.
—Elisa te tomará alguna que otra información cuando salgas, empiezas mañana.
Ni siquiera había aceptado el trabajo, no me ha dicho casi nada desde los diez minutos que estoy aquí sentada frente a él. Me quedé quieta en aquella silla, en silencio.
Seria muy estúpido de mi parte no aceptar un trabajo tan bien pagado.
Pero por otro lado, que se supone que debo hacer, nunca antes había trabajado de secretaria. Bueno, ya lo dijo el señor Zumman, supongo que Elisa se encargará de decirme que hacer.
—¿Alguna duda?.— Levanté la mirada y negué con la cabeza.
—Perfecto.— Se levantó y se acomodó el saco a la par que se acercaba a mi.
—Acompáñame.— Demandó con una voz calmada. Me levanté tan pronto como dijo eso pero me sentí un poco mareada.
Tenia la mirada clavada de aquél hombre sobre mi, me recompuse rápidamente y me dispuse a seguirlo. Abrió las puertas y se quedó esperando ahí a que yo saliera.
Elisa se acercó a mí y me indicó el camino a una sala, era como una sala de reuniones, habían unas cuantas sillas al rededor de una enorme mesa de cristal.
Me ordenó que me sentara y se sentó al lado opuesto a mi sacando una libreta.
Me preguntó mi nombre y edad, donde vivía, a que me dedicaba, que estudiaba...
—¿Cuál es tu color favorito?.— Espera ¿que?.
—¿Es necesario?.— ¿Como por qué le interesaría mi color favorito?. Asintió. —Am, el rosa.— Murmuré.
Siguió preguntándome muchas cosas, como quienes eran mis padres y donde
vivi toda mi vida, eran preguntas bastante más personales pero no me atrevia a
negarme a responderlas.
—Diculpa, Elisa.— La interrumpí, levantó la mirada de libreta donde llevaba casi media hora escribiendo cosas de mi.
—Tu... ¿que eres?.— Levantó la ceja. —Me refiero a que tipo de cargo tienes aquí.— Dije, un tanto atrevida la pregunta pero necesitaba saber.
—Soy la secretaria del Señor Zumman.— Espetó.
Si ella era la secretaria entonces yo seria su reemplazo.
—¿Y por qué decidiste dejar de trabajar para el... para él?.— Me miró confundida.
—¿Dejaar de trabajar para el Sr Zumman?.— Preguntó.
—Si yo seré la secretaria nueva secretaria, supongo que seré tu reemplazo.— Al momento de decir eso escuché como Elisa soltaba una carcajada. —Ay niña.— Dijo entre risitas. —Tu jamás podrías ser reemplazo mio, llevo años trabajando aquí y soy la persona a quien más confianza le tiene Zumman. Créeme, nunca seras mi reemplazo.— Dijo con desprecio.
—¿Entonces yo que voy a hacer?.— Pregunté molesta.
Elisa se encogió de hombros.
—Trabajar.— Dijo sin más.
Elisa claramente estaba molesta, cada cosa que hacía o me preguntaba lo hacía forzosamente. Me sentía un tanto incomoda y tenía ganas de reclamarle porque vamos, es su trabajo. ¿No
Después de más de una hora de llenar formularios de preguntas y las preguntas que me hizo Elisa, de incluso tomarme una foto para el carnet y recibirlo casi al instante por fin había terminado, me moría de sueño y tenía que ir a la florería aún. Me despedí de Elisa y me dirijí a tomar el ascensor de vuelta.
Las puertas se abrieron y me adentré rápidamente en él y cuando al fin se cerraron las puertas pude recostarme por la pared de este, estaba tan cansada y me sentía muy tensa con aquella mujer ahí. Iba jugueteando con mis zapatos mientras el ascensor bajaba.
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Las puertas se abrieron y tan pronto como se abrían me acomodé y tome una postura correcta. Levanté la mirada y mis ojos se cruzaron con aquellos ojos marrones oscuros y aquel aroma que ya reconocía, inundó mis fosas nasales.
El Sr Zumman sonrió y se adentró al ascensor, presionó un botón y las puertas se cerraron. Sentía su mirada sobre mi, estaba muy cerca mío y comencé a ponerme nerviosa.
Que tipo de energía tendrá este hombre para hacer que me sienta de esta manera...
Mi corazón latía rápidamente y sentía que mi respiración se volvía bastante pesada. Quería levantar la vista y mirarlo de nuevo a esos ojos...
Íbamos bajando y nadie decía nada, era un silencio incómodo. Se abrieron las puertas al fin y salí rápidamente.
—Nos vemos mañana, Melia.— Escuché decir a el Sr Zumman. Me giré y me reprendi mentalmente por ser tan descortés.
—Hasta mañana Sr Zumman.— Murmuré.