El sábado por la mañana, sobre las diez, llamaron a mi puerta. Parecía que aquí recibía más visitas que en mi otro apartamento. Al menos, había estado esperando ésta.
"Sophie", saludé, abriendo la puerta para dejarla pasar.
Sophie entró con tres bolsas de ropa en la mano y una enorme sonrisa en la cara.
"¿Tienes algo que decirme?", preguntó.
Solté una carcajada. "No, no tengo nada que decirte. Lo que haya dicho Mónica tendrá que ser suficiente información para ti".
"Como quieras, cielo. Pero no sé si te gustarán las conclusiones que saque entonces", se burló Sophie.
Me reí. Me sentí bien riendo y bromeando con una amiga. El mundo me parecía tan extraño y agitado últimamente, que la sensación familiar de prepararme para un evento con ella me tranquilizaba. Me gustaría poder llevar a Sophie conmigo esta noche, pero no tenía ni idea de en qué me estaba metiendo y no quería arrastrarla también a lo desconocido.